jueves, 8 de marzo de 2012

Memorias del Festival Internacional de Poesía de Nicaragua


Manuel García Verdecia de Cuba nos manda estas palabras con sus impresiones del Festival.

EL ALIENTO DE LA POESÍA SOPLÓ DESDE GRANADA, NICARAGUA
De Cuba con amor
Siempre que asisto a un festival de poesía reafirmo mi fe en la sentencia martiana sobre la utilidad de esta. En su muy conocido ensayo sobre Walt Whitman, con palabras ya bastante citadas pero que no puedo dejar de recordar, subraya lo indispensable que ella resulta a los pueblos, tachando de ignorante al que no lo considere como tal. Allí sostiene que la poesía «les da el deseo y la fuerza de la vida» a las personas. Es así porque poesía es descubrimiento, saber, pasión, inteligencia, espíritu de la belleza y de lo sustancial de la existencia. Al revelarlo en sus textos, los poetas lo hacen accesible y discernible a los que no la ejercen y, de tal modo, despiertan energías, pensamientos y emociones que van siempre en favor de la vida. Solo habría que estar por estos días en medio del público que jubiloso colmaba las plazas de la ciudad de Granada, Nicaragua, mientras escuchaban a los poetas para percatarse de la insólita y vigorosa fuerza que desata la identificación de la gente con los contenidos de la poesía.

Entre los pasados días del 12 al 18 de febrero, esa ciudad de Nicaragua, acogió a 110 poetas de 62 países y se convirtió en la metrópolis de la poesía mundial. Organizado por un comité activo, diligente y audaz que preside el poeta Francisco de Asís y cohesionan, entre otros, las poetisas Gioconda Belli, Gloria Gabuardi y Blanca Castellón, el Festival logra sus propósitos de beneficiar la creación, el país y el clima humano del mundo mediante el ejercicio público de la poesía. El encuentro consigue presentar una imagen panorámica de la creación poética tal como se escribe actualmente en los diversos rincones del mundo, en sus respectivas lenguas y con sus contextos humanos peculiares. De igual modo, brinda la oportunidad para que la poesía nicaragüense gane eco en otros sitios a la vez que se renueve al contacto con modos diferentes de hacer. Además, la reunión llama la atención sobre la ciudad sede que se prestigia y reverdece con esas energías, así como promueve un movimiento de inteligencia y sensibilidad en torno a las potencialidades constructivas del hecho poético.

Esta vez fue su octava edición y estuvo dedicada a homenajear al poeta Carlos Martínez Rivas, así como a Pablo Antonio Cuadra en su centenario. Al poeta indomable de La insurrección solitaria y Allegro Irato, se celebró del mejor modo, hablando se su obra, reeditándola, dedicándole versos y, sobre todo, con el vasto fervor de decenas de horas de lecturas. Igualmente estuvo presente el autor de La tierra prometida, El jaguar y la luna, Cantos de Cifar y Siete árboles contra el atardecer en sus cien años de obra no olvidada.

Al elogiar los cumplimientos del Festival debo comenzar por la elección del sitio. Granada, arbolada, abierta, como dormida en el tiempo a orillas del desmesurado oleaje del Cocibolca, a la sombra del Mombacho humeante, dragón echado y vigilante, es fermento de incitaciones poéticas. Sus primorosas edificaciones, su cariciosa acogida, su gente amable y la extraordinaria naturaleza que la ciñe, son como reclamos al poeta. La ciudad es ella misma un poema a la persistencia de belleza y de lo esencial humano.

En cuanto al aspecto organizativo hay que destacar algunos elementos. En primer lugar, los organizadores han sido capaces de convocar y entusiasmar múltiples mecenazgos –embajadas, instituciones, organismos nacionales e internacionales, bancos, fundaciones, etc. – que hacen posible el cumplimiento de su programa amplio y diverso. Esto permite la comparecencia de cuantiosos y reconocidos invitados que cuentan con generosas facilidades para la realización de sus acciones. Así mismo, se apoyan en un conjunto de jóvenes y talentosos edecanes que facilitan y dinamizan la consecución de los múltiples propósitos. Creo que este patrocinio no se debe solo a una tarea de persistencia y diligencia sino a la confianza y el prestigio alcanzados con la propia realización de cada edición del festival.

Otro aspecto que distingue el Festival es la calidad de la mayoría de los participantes. Al contar con un grupo de evaluadores que escuchan las propuestas y revisan las historias de vida y las muestras de obra presentadas, con una visión primordialmente estética, se consigue un notorio equilibrio cualitativo sin negar las más variopintas gamas de estilos. Ello, junto con la invitación a figuras ya debidamente establecidas, confiere solidez al encuentro.

Por supuesto que lo medular y más memorable del Festival son las sesiones de lecturas. Estas se realizaron básicamente en diecinueve mesas a lo largo de la semana. Además hubo lecturas en municipios e instituciones, así como a lo largo de toda la ciudad en un original carnaval lectivo, así como en el espacio Micrófono Abierto donde continua y espontáneamente los poetas podían dar a conocer sus textos. Por supuesto que cada cual tiene sus gustos y responde a sus perspectivas creativas, pero considero que la variedad de exponentes pudo complacer las más encontradas exigencias.

Personalmente –aunque no pude estar en todas las lecturas pues estas coincidían con otras acciones – guardo un memorable repertorio de voces que me aportaron momentos de intensa penetración y emotividad. Atesoro la concisa eficacia de Robert Pinsky (EE.UU.), el elocuente simbolismo de Rowena Hill (Gales-Venezuela), la sutileza expresiva de Paulina Vinderman (Argentina), la profunda sencillez de Tal Nitzán (Israel), el desbordado erotismo de Aleyda Quevedo (Ecuador), la reflexiva oralidad de Edwin Madrid (Ecuador), la sabia ironía de Ricardo Lindo (Salvador), la fuerza discursiva de Francisco de Asís (Nicaragua), la bella imaginería de Blanca Castellón (Nicaragua), la humana precisión de Claribel Alegría (Nicaragua-Salvador), la impactante reconstrucción de la memoria en Zheng Chouyu (Taiwán), la delicadeza lírica de Kae Morii (Japón), el sutil erotismo de Ahmad Al Shahawy o la fuerza connotativa de su compatriota Iman Mersal (Egipto), la sobriedad de Emilio Coco (Italia), la reconstrucción experiencial de Juan Carlos Abril (España), la efectividad rítmica de Opal Palmer Adisa (Jamaica), la conmovedora dureza de Brane Mozetic (Eslovenia), la doliente franqueza de Delana Dameron (EE.UU.), la fogosa espiritualidad de Gorka Lasa (Panamá), la sobriedad enérgica de Robert Berrouet (Haití), la sencilla agudeza de Nadia Prado (Chile), lo instintivo femenino de Vilma Tapia (Bolivia), la precisión fecunda de Achy Obejas (Cuba), la eficacia metafórica de Carole David (Canadá), la directa riqueza de Nikola Madzirov (Macedonia), la sutileza de Bronwyn Lea (Australia), la expansiva brevedad de Mohamed Ahmed Bennis (Marruecos)… No podría resumirlos a todos, así que me limito a esta mirada somera sobre quienes pude escuchar. Por supuesto, estuvo la esperada lectura del Nobel de Santa Lucía, Derek Walcot. Este, a pesar de cierto desapego en el trato a los demás poetas, expuso memorablemente su poesía de islas, mar, dolores y trabajos que han definido a las Antillas.
No obstante, además de las lecturas, creo que un significativo momento del Festival, son esos agujeros de tiempo que surgen al despertar de los desayunos, al final de una lectura, en el medio de una cena, en las transiciones de un viaje. La conversación es un arte amable que reúne e ilumina, sobre todo cuando se realiza a niveles semejantes de lógica, sensibilidad y nobleza de intenciones. Guardo nota de muchos intercambios que me ilustraron sobre el mundo y sus dilemas, sobre la esfera creativa de otros poetas, así como otras perspectivas para ver y repensar los agobios de la vida actual. Sin lugar a dudas, este intercambio cálido, directo y franco constituye un caudal inigualable de experiencia y saber.

No debo dejar de mencionar dos acciones muy peculiares y eficaces. Una es el Carnaval Poético. En una combinación de poesía visual, canto y empuje dionisiaco, los poetas transitan por puntuales esquinas de Granada y allí se detienen a compartir sus versos. Esto hace de toda la ciudad un inmenso y vivo escenario. De igual modo, está el recorrido por instituciones y municipios. Grupos de poetas se desplazan a colegios, universidades y otros sitios como la sede de la policía a decir sus obras. Además, doce municipios recibieron las voces de poetas de los cuatro puntos cardinales. Allí, los poetas regalamos nuestras miradas y ensueños, a la vez que recogimos el caudal de vida terrenal y fecunda que cada sitio promueve. Esto no solo extiende la impronta del Festival sino que dinamiza toda la vida cultural de la región.

Al final, siempre queda el cansancio y la tristeza por la partida de seres a quienes uno ha aprendido a estimar. Sin embargo, también permanece la relación, la posibilidad del contacto, el anhelo de cumplir nuevos proyectos surgidos al fervor de los encuentros, así como la amistad que asiste y la fe en el aliento de la poesía. Luego de tales encuentros nos sabemos menos solos y extraños.

Sigo pensando que los estados deberían emplear más recursos en promover acciones como estas. No solo porque reúnen gente de bien, sino porque constituyen momentos de alta concentración de energías y esfuerzos positivos hacia una vida más sensata, cordial y perdurable que nuestra Tierra ya pide a gritos.

Manuel García Verdecia, Holguín, 25 de febrero de 2012

http://www.festivalpoesianicaragua.com/2012/03/de-cuba-con-amor/

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