martes, 13 de marzo de 2012

Comentario de Piro en Perfil

Que Oriente se quede con sus libros

Por Guillermo Piro

10/03/12 - 11:16

No soy un fanático de la literatura oriental. Mejor dicho, es una literatura que desprecio con bastante pasión. Cualquier escritor japonés, chino, coreano, indio o afgano despierta en mí no sólo un desinterés supremo, sino que me lamento de que se editen semejantes cosas habiendo tanto talento suelto e ignoto esperando ser traducido. No son instintos xenófobos: es más bien la certeza de que hay cierta literatura a la que no le basta con ser traducida para volverse comprensible, sino un cuerpo de notas al pie casi tan extenso como el texto mismo. Se traducen esos libros con la presunción de que lo único que nos separa de ellos es el idioma, y como si simplemente ése fuera el único obstáculo que nos impediría disfrutar de esos libros. Creo que si algún día nos dedicáramos a traducir libros escritos en Marte, podrían llegar a ser más comprensibles que un libro escrito en Japón. Y esto corre también para los haikus. Pareciera que bastaría escribir tres versos manteniendo las sílabas 5-7-5 para obtener uno, cuando en realidad no sólo hace falta ser japonés para escribir uno, sino que hay que ser uno para leerlo y descifrarlo. Es más fácil imaginar a un argentino jugando al béisbol que a un argentino practicando el arte sucinto del haiku.

Con las novelas pasa lo mismo. Los únicos ejemplos tolerables son los de los japoneses pícaros que escribieron y escriben para Occidente: Junichiro Tanizaki (pero no todo) o Haruki Murakami (del primero al último). Yukio Mishima, Yasunari Kawabata, son incomprensibles. De acuerdo, no incomprensibles de punta a punta, pero sus libros están llenos de reacciones, de reflexiones, de postulados y de acciones que no tienen sentido para nosotros. Uno puede imaginar cosas, naturalmente, pero siempre se tiene la impresión de que hay algo que no cierra, algo oscuro, que resulta impenetrable, que queda sin solución, que puede ser error de traducción o material de otro planeta. Entiendo que la curiosidad puede abrirse camino, pero hoy, en una librería de viejo, donde compré El dios del laberinto, de Colin Wilson (foto), una señora buscaba libros de autores japoneses. El librero, como era de esperar, le desplegó la artillería oriental que poseía, y al ver a la señora echar mano a La casa de las bellas durmientes, de Kawabata, no pude resistir la tentación de preguntarle si estaba segura de lo que estaba por hacer. Me dijo que le interesaba porque era un libro que en un texto recomendaba García Márquez. Le dije que los autores a veces gastan esas bromas, que yo una vez había intentado leer La serpiente emplumada, de D.H. Lawrence, solamente porque Jean-Luc Godard había dicho que era la mejor novela que había leído en su vida, y que me había bastado leer diez páginas para darme cuenta de que Godard estaba hablando en broma. Lo cierto es que una novela como La casa de las bellas dumientes (ya saben, una posada en Japón donde los hombres mayores pagan para dormir con una joven bella, adormecida de antemano y sin tocarla) no puede leerse como no sea presuponiendo que ese tipo de posadas son inexistentes o rarísimas en Japón. Pero nada nos dice que a lo mejor es posible encontrar una posada de esas cada cien metros, como si fueran kioscos de golosinas. Leemos, entonces, dotando a lo que leemos de una excentricidad que a lo mejor no es tan excéntrica, de un exotismo que a lo mejor no es tan exótico.
Que Oriente se quede con sus libros, yo prefiero leer a Colin Wilson.

Comentario: Me parece una barbaridad, porque no podríamos de acuerdo a esta opiniòn entender a Homero porque cantaba en versos allá en Grecia en otro tiempo, ni el Mio Cid en castellano antiguo. El comentario no puede soslayar el etnocentrismo y el snobismo.

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