domingo, 26 de febrero de 2012

Tununa

Topografías y reflejos






Cuando evoco el viaje a Berlín de mayo de 1993 tengo un sentimiento de duelo. En la esquina del hotel al que nos llevaron había un teléfono público. Juan Saer y Tomás Eloy Martínez cruzaban todos los días para llamar a larga distancia. Saer hablaba horas con Laurence, su mujer, y Tomás con la suya, Susana Rotker. Esas llamadas se quedaron sin interlocutores. Que yo recuerde, en el Park Consul estaban Eduardo Belgrano Rawson, Juan Forn, Martín Caparrós, yo. En otros hoteles estaban Hebe Uhart, Reina Roffé, los uruguayos Mattos y Delgado Aparaín, es avara mi memoria. Al llegar nos esperaba un libro que reunía cuentos de todos nosotros, más dos de Abel Posse y de Jorge Asís. Los separo porque verlos en la lista fue un disgusto para varios. ¿Qué hacer? Ni modo que la Casa de las Culturas del Mundo destruyera el libro por la protesta. Además, horresco referens, se anunciaba la llegada de Posse, diplomático en Praga. Juan Forn cuenta en un artículo recordatorio que Tomás Eloy nos reunió para hablar del asunto y anunció después a los organizadores del congreso que ninguno de nosotros se quedaba si ellos no repudiaban públicamente la presencia de Posse, por su complicidad con la dictadura mientras era diplomático en París. Jorge Asís era la yapa del disgusto: había apoyado el indulto de Menem. No hubo entonces entrevista que nos hicieran en la que no se dijera, de entrada, nuestra denuncia. Estábamos lejos de la confirmación reciente de esa complicidad, hace dos años, cuando Posse fue nombrado secretario de Cultura del gobierno macrista y desplegó su discurso reaccionario sin ningún pudor. Pero en el exilio habíamos leído las notas obsecuentes del embajador Posse en La Nación, regidas por aquel “principio” de que “los argentinos somos derechos y humanos” para denunciar la “campaña antiargentina” en el exterior. En París, también actuaba el llamado Centro Piloto, en cuyo sótano Astiz cumplía funciones.

Con ese trasfondo de protesta —cuestión de principios— nuestra estadía tuvo momentos de gran brillo e intensidad. Era una primavera rebosante de espuma. Caparrós había alquilado un auto al que nos subíamos Forn y Tomás para cortos y largos paseos: Postdam, Pérgamo, restaurantes junto al río. En el oeste el zoológico frente a cuyas jaulas Mopi (Caparrós) respondía a cualquier inquietud sobre chimpancés, serpientes y osos, mirlos y águilas, demostrando ser de esos jóvenes que saben todo; en el Este el Centro de documentación “La Topografía del Terror”, sede de la Gestapo, que linda con el último resto del Muro, en cuyos sótanos vimos las señales de la muerte, y provisoriamente unas resmas de hojas con nombres de víctimas del nazismo, apenas un borrador de lo que después sería el archivo de documentos y fotografías de la historia del Reich emplazado ahora en ese lugar.

Se habían organizado algunos viajes al interior. A Reina Roffé y a mí nos tocó ir en tren a Leipzig para hablar con estudiantes del Instituto de Literatura Iberoamericana. Fuimos a la Iglesia de Santo Tomás y mientras sonaban todos los órganos nos inclinamos frente a la tumba de Bach. Con Tomás Eloy fuimos a Rokstock, donde en 1992 alemanes fascistas organizados atacaron y prendieron fuego a un campamento de trabajadores vietnamitas hasta desalojarlos recibiendo aplausos de otros compatriotas. Se nos había advertido que podía producirse algún incidente si se enteraban de que éramos extranjeros.

Con ese trasfondo, la situación fortuita se produjo y me incitó a contarla: un acto virtual en una pantalla fue reemplazado por un hecho real “proyectado” sobre una pared. El trueque fue ganancia. El muro en cuya superficie se proyecta una escena de amor fue algo así como un premio que compensaba la imagen esquiva y frustrante del porno televisivo. No había corte, la secuencia estaba completa y el ojo tenía la libertad de apropiarse de ella hasta el final. La experiencia tenía el valor de ser irrepetible porque dependía de la luz y la sombra cambiantes. Era una proyección que iba a cesar cuando los amantes completaran su designio y apagaran la luz.

Muro ( de amor) en Berlìn

Muro (de amor) en Berlín

Por Tununa Mercado
En el cuarto del hotel había quedado abierta la puerta/ventana. Daba a un balcón y a un jardín encerrado y secreto. Desde ese balcón había oído, los días anteriores, ruidos de agua y un bullicio lejano de niños que nadaban y chapoteaban, tal vez en una pileta en el corazón de la manzana. El calor era intenso, de verano en primavera. Dejaba la ventana abierta aún en la noche, pero ningún aire fresco lograba disipar la barrera tropical que se interponía. Y, como suele suceder en los hoteles, no era posible crear ninguna corriente de aire.

Junto a la puerta-ventana había un mueble modular sobre el que se apoyaba un televisor, tan alto que obligaba a mirar hacia arriba, en actitud de contemplación piadosa y, en un estante inferior, una bandeja con copas de distinto tamaño y forma. Como no lograba descubrir cuál era el minibar, supuse que en el hotel había un servicio que llevaba las bebidas y los alimentos a los cuartos, en uno de esos carritos sobre los que se lucen baldes de hielo, soperas con tapa y fuentes de plata. A menos que el minibar fuera una especie de parlante que por razones de diseño compensaba el equilibrio del conjunto, pero cuya puerta no se delataba a simple vista. ¿La puerta disimulada de un recinto que de pronto mostraría sus tesoros, un blanco del Rin o un ron de Puerto Rico? Minucias que cualquier pasajero resolvería en un instante, pero que yo no osaba enfrentar, por pusilanimidad o por falta de mundo. ¿Quería yo acaso beber alcohol de un minibar? ¿Me interesaba aprovechar los lujos corrientes de un hotel?

En cuatro canales, señalados con teclas rojas, pasaban películas pornográficas. Al encender el televisor y elegir cualquiera de ellos, una leyenda advertía que el espectador tenía derecho a ver sólo cuatro minutos sin cargo y que después empezaría a correr un taxímetro para registrar el tiempo transcurrido y establecer la tarifa correspondiente. La advertencia era un alerta roja para quien se dejara tentar por esos canales calificados y, en cierta forma, una restricción a la libertad de ver.

Diez escritores argentinos y tres uruguayos –hombres en su mayoría–, habíamos sido invitados a un congreso de Literatura del Río de la Plata en Berlín. El hotel reunía dos ideas en su nombre, Park Consul, “Park”, en efecto, designaba un jardín lleno de encantos junto al restaurante, y “Consul”, un status de jerarquía. ¿No podían acaso esos escritores de América del Sur presumir de cierta misión diplomática, la de representar a las letras de sus países? ¿No era un privilegio de cónsules escuchar los textos propios en alemán, esa lengua áspera transfigurada por la dicción de actores profesionales, beber cerveza en todas sus variantes, comer bien, recibir viáticos y gastárselos, discurrir sobre literatura, amores, política, imaginar el Muro tal como había existido hasta no hacía mucho tiempo, pero también gozar de un verano anticipado en primavera?

Desde el primer día todos se habían dejado apresar por las imágenes de los canales pornográficos, liberados mentalmente al regresar por la noche de ciertos planteos sin salida que suelen proponerse en encuentros de literatura, por ejemplo, si hay diferencia entre erotismo y pornografía, un tópico que suele concluir con una frase deflatoria que borra cualquier connotación sexual prometedora: “toda escritura es erótica”, o si la ideología, pese a cualquier resguardo, permea la escritura erótica como un “inconsciente” suplementario, inexorable y en perpetua producción.

Sabedor de que sus debilidades de mirón ganarían la partida contra cualquier represión moral o económica, uno de nuestros compañeros de viaje nos había confiado que él se jugaba el todo por el todo, que encendía el televisor al llegar al cuarto y no lo apagaba nunca, ni siquiera cuando iba al baño. Se duchaba acompañado por los suspiros y jadeos de los protagonistas; esas respiraciones entrecortadas, esos gritos contenidos que de pronto francamente se desataban en los momentos más altos del acto, eran los únicos indicios, bastante enfáticos, de la trama de los sexos en su comunicación y eso le bastaba para apostarles todas las fichas. Entendía que la oferta sexual televisiva era lo mismo que el minibar, que el servicio de camareros, y aun que las toallas, el edredón y los artículos de tocador, y estaba decidido a usar todo sin medida.

Primero tímidamente algunos, y después sin reparos los más, todos se habían dispuesto a aceptar el precio de la aventura que el arrogante jugador parecía merecer por derecho propio, admitiendo quizá, con modestia, que para ellos habría de medirse por tiempo, y aun por tiempo en soledad y, ciertamente, en dinero. Habría sido una crueldad imponerse ver sólo los cuatro minutos gratuitos. ¿Quién podía sustraerse a una escena en la que la lengua de un negro estilo modelo Mapplethorpe emergía y buscaba otra boca, la del sexo de una blanca que se prodigaba húmedo y entreabierto? Un primer minuto había transcurrido, y en el segundo apenas la lengua había logrado su máxima longitud y delgadez, como si una gimnasia secreta le permitiera adelgazarse como un estilete y adquirir la movilidad de un latiguillo. En el tercer minuto, cuando ya empezaba a titilar en la pantalla el anuncio de corte de imagen –sin clemencia para el condenado mirón–, la rubia cambiaba de posición y requería al negro, clamaba por su lengua y se rendía a su regodeo de lamer.

En aquella noche los rioplatenses estarían absortos frente a la misma película alemana del negro lengua larga y la rubia en cuatro patas. El dispendio se había instaurado y, pasados los tres primeros minutos, ya no se podía retroceder. Pero, de pronto, desde la ventana-balcón abierta de par en par, irguiéndome apenas, alcancé a ver que en la habitación del piso de abajo, se había encendido la luz y que en la pared de su propio balcón se proyectaban las siluetas de un hombre y una mujer que acababan de entrar. Veía la sombra de los cuerpos proyectados en la vasta superficie; a veces se alargaban las imágenes por los efectos de la luz, pero después se estabilizaban los perfiles recuperando su tamaño natural. Muy libres, el hombre y la mujer comenzaron a besarse; se tomaban y se dejaban; insistían y desistían. Las risas se escuchaban cristalinas, como agua durante las mañanas en los jardines interiores del Park Consul; ella tenía el pelo suelto, alborotado, y él le susurraba propósitos que la hacían reír. Era un escarceo con la elocuencia discreta de quienes saben manejar las cuestiones del amor, una contención que posterga pero que no rehúye.

El acto acababa de comenzar cuando decidí avisarle al pornógrafo de tiempo completo que no se perdiera lo que yo estaba viendo, una escena que sobrepasaba de lejos el naturalismo burdo de una película porno. Golpeé a su puerta pero no me respondió. En su habitación se oía el susurro del televisor encendido.

Busqué el lugar más propicio para ver esas sombras proyectadas que ahora entrechocaban copas de champán. Ella tenía unos pechos enormes y él, arrodillado, abarcaba sus pezones con la boca y los rodeaba con la lengua; bajaba buscando hacia el vientre el ombligo y luego se perdía la imagen por insuficiencia de campo; otra vez se besaban en la boca y en sucesivos giros ella iba mostrando ángulos de desnudez perfecta, cincelada. Sus movimientos eran más procaces que los de él, y en una de las “tomas” se dejó verter y sorber champán entre las piernas. La translucidez de la copa, el modo en que el cristal se trasvasaba a la pared, la secuencia brillante del fluir del líquido sobre el cuerpo, eran imágenes de un arte hecho de luz y sombra en movimiento, de medios tonos y profundidad, formas que sobrepasaban el simple reflejo, como si por una diafanidad inesperada esa noche la pared se hubiera convertido en una pantalla mágica. La contraparte en silueta de los pechos era ahora el perfil del hombre, un cuerpo trabajado pero masivo hasta que por el ángulo de exposición esa masa se quebraba abruptamente dejando emerger el sexo, en línea recta, disparado, acercándose cada vez más a su objetivo, que era acoplarse con varias bocas, primero los labios de ella, glotones, después el hueco entre sus pechos enormes, y luego, más tarde, dejando crecer la urgencia, los labios del sexo, tragones, queriendo más y más.

Las voces gemían, las risas decían, los jadeos resonaban; los requiebros en alemán me descubrían una lengua capaz de rendirse al amor; los cuerpos seguían en la luz, remisos todavía a arrojarse a la ceguera oscura del orgasmo, que no pide ni luz ni sombra, manirrotos todavía, imprevisores, como si con ese derroche pudieran paradójicamente retener el arrebato final. Fundidos los perfiles, se escuchó un solo intenso y alguien apagó la luz.

Todo fue de pronto negro, la pared negra, la noche oscura. En la otra pantalla, ya transcurridos con creces los minutos reglamentarios que habían anticipado, como una tentación, escenas de sexo entre un negro y una blanca, sólo se veían líneas de luz, rectas, homogéneas, de trazado final. Mi vecino, a cuya puerta había llamado, me dijo al día siguiente que no había respondido porque estaba viendo una porno en la que un negro y una blanca recibían la visita de otro negro y, en triángulo, lo ayudaban, a él, a pasar la noche.

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martes, 21 de febrero de 2012

Tavarovsky

Poema y dandismo

Por Damián Tavarovsky

10/12/11 - 11:49

El Diccionario de autores latinoamericanos de César Aira es uno de los libros clave en la crítica literaria contemporánea. Somos muchos los que descubrimos autores que no conocíamos, o cambiamos la idea que teníamos de otros que sí habíamos leído, gracias al Diccionario. Escrito con la dosis exacta de erudición y arbitrariedad, de conocimiento y malicia, vuelvo a él continuamente, sin razón previa, sin la necesidad de estar “trabajando” tal o cual tema (no me verán jamás escribir o decir que “estoy trabajando” cuando me refiero al pensamiento o la literatura). Recuerdo ahora un comentario resignado de Aira, arriesgando que, pese a haber centenares de entradas y escritores mencionados, seguramente se iría a reparar en el autor olvidado, en el que falta, en el que no se cita. No seré yo, entonces, quien cumpla esa profecía diez años después de su publicación (ahora que lo pienso, quizás lo más “revolucionario” que haya pasado en Argentina en 2001 fue la publicación del Diccionario…) más allá, por cierto, de que fue escrito a mediados de los 80, y que una clandestina versión fotocopiada circulaba por aquí y por allá en ese entonces. Pero diré, sí, que siempre me intrigó el poco interés, cuando no el desdén, que Aira muestra por Roberto de las Carreras, nacido en 1873 y muerto en 1963, seguramente el más brillante escritor uruguayo asociado al decadentismo y al dandismo. Aira sólo rescata de De las Carreras la polémica epistolar que mantuvo con Julio Herrera y Reissig, antes y después lo maltrata con frases como “una especie de Dalí provinciano”, “su obra no tiene mayor importancia, salvo la de dar un toque de color a su época” y, sobre todo, “su poesía es marcadamente inferior a su prosa”, sobre la que deberé decir unas palabras. Pero antes, señalemos la razón de este excursus. Se trata de la reciente publicación, en la editorial Eterna Cadencia, de Cielo Dandi. Escrituras y poéticas de estilo en América Latina, compilado por Juan Pablo Sutherland, en la colección Nuestra América, que dirige María Moreno. El libro no tiene la pretensión de presentar textos y autores no frecuentados (la originalidad hay que buscarla en los artículos de Enrique Raab sobre Manucho, y de la propia Moreno sobre Arturo Jacinto Alvarez) y, en ese sentido, nos hubiera gustado encontrar una mirada levemente menos canónica, algo más arriesgada; sino el de establecer un mapa, una especie de introducción, una selección de escritos esenciales del dandismo latinoamericano que pueda posicionar al libro como un volumen de referencia sobre el tema. Objetivo que logra con creces. Y por supuesto, aparece, aunque lateral, Roberto de las Carreras. El antólogo, quizás lejanamente influenciado por Aira, elige unos fragmentos de la polémica con Herrera y Reissig, y deja afuera otros textos, en especial uno, que le hubiera dado otro tono al libro (y al Diccionario de Aira, también).

Debo confesar, antes de avanzar, que alguna vez ya escribí en este espacio sobre Mi herencia, poema nodal en la obra de De las Carreras, casi nunca mencionado, diríase que olvidado. Pero como se sabe, el público se renueva (u olvida lo que leyó), así que me permito repetirme. Así comienza: “Tengo hace mucho tiempo un enemigo/Grande, fuerte, por todos respetado (…) Es, por desgracia, el Código Civil!” La historia es sencilla, aunque desopilante: el narrador es el hijo natural de un padre millonario que acaba de morir, y el Código Civil le impide cobrar la herencia. Durante más de ochocientos versos, con una ironía única, maravillosa, De las Carreras narra el pesar del dandi heredero que no fue, ni será jamás; situación grave tratándose de un poeta que no sabe hacer otra cosa más que escribir, tener una vida diletante y un destino de fracaso.

Maristella Svampa

Quién es quién en el debate sobre megaminería
POR MARISTELLA SVAMPA SOCIOLOGA, INTEGRANTE DE PLATAFORMA 2012
Existe pensamiento crítico y credibilidad en provincias y universidades. No así en gobernadores ni en el Estado nacional, en clara alianza estratégica con las mineras.

21/02/12
Lejos de abrir a un “debate serio y responsable”, como decía proponer hace unos días la Presidenta, la reciente Organización Federal de Estados Mineros, que reúne a las provincias mineras, pone en evidencia las intenciones de los gobiernos nacional y provinciales de renovar sus apoyos al modelo extractivo y clausurar cualquier posibilidad de una discusión de fondo sobre la espinosa cuestión de la megaminería , que incluya, entre otras cosas, la modificación de las leyes mineras sancionadas en los `90.

Este “pacto”, decidido de espaldas a la sociedad , se inserta en un escenario marcado por una gran conflictividad social y una escalada represiva en el noroeste argentino, cuyo epicentro se desplazó desde Tinogasta a Andalgalá, donde se implantó un virtual e inédito estado de sitio, sostenido por los sectores promineros.

Existe toda una casuística en las provincias que es necesario valorizar a la hora de pensar críticamente esta problemática. Así, cabe preguntar con qué credibilidad cuentan los gobernadores para hablar de megaminería y desarrollo . Basta mirar Catamarca, que tras 15 años de explotación megaminera presenta índices desastrosos de desarrollo humano, así como la tasa de empleo público más alta del país -25% de la población económicamente activa trabaja en el Estado, según consignaba el diario El Ancasti en 2010-, lo cual se repite en relación a la Asignación Universal por Hijo , para concluir que este modelo está lejos de haberse convertido en “motor de desarrollo” , como pregonan sus defensores.

Asimismo, de qué nuevos desafíos tecnológicos, económicos y ambientales se nos habla, en nombre de las empresas mixtas, si basta examinar la historia de la asociación del Estado catamarqueño con una empresa multinacional a través del YMAD (Yacimientos Mineros Aguas del Dionisio), la cual confirma la inexistencia de controles estatales sobre la extracción minera , a lo cual se suma la opacidad económica de dicha alianza, que incluye a la Universidad Nacional de Tucumán.

Por último, cabe preguntar con qué autoridad política y ética puede hablar la gobernadora Lucía Corpacci, como si ella no tuviera currículum político alguno , cuando en realidad fue vicegobernadora entre 2007 y 2009, durante uno de los mandatos del radical K, Brizuela del Moral, antes de ser senadora nacional por su provincia. Más aún, cómo puede pretender dar cátedra sobre minería, información y democracia, si la misma se ha desentendido de toda responsabilidad política respecto de la brutal represión de Tinogasta y aún hoy acusa un silencio elocuente sobre lo sucedido en Andalgalá.

En segundo lugar, no es verdad, como muchos afirman con ligereza, que no hubo debates sobre megaminería en el país.

Sin tales debates, resultaría muy difícil explicar la sanción de 9 leyes provinciales – dos de ellas, hoy derogadas- en contra de la megaminería . En realidad, los debates acerca de qué entendemos por desarrollo, así como del carácter insustentable de este tipo de minería, se han venido dando al compás de las luchas, a partir de 2003, primero en Esquel, pero con mayor fuerza desde 2006, en diferentes territorios provinciales.

Por último, hay quienes tienden a silenciar que, a partir de 2009, se han llevado a cabo debates en las universidades públicas sobre los controversiales fondos que Bajo la Alumbrera comenzó a distribuir entre las mismas.

Hay que destacar la ejemplar resolución del Consejo Superior de la Universidad Nacional de Córdoba, que en diciembre de 2009 rechazó los 3,3 millones de pesos procedentes de la distribución de utilidades de Yacimientos Mineros de Agua de Dionisio. Esta decisión, adoptada después de consultas con profesionales de las más diversas disciplinas, concluyó en una larga y fundamentada resolución en contra de la megaminería , que planteó la necesidad de revisar los contratos mineros y la legislación existente , al tiempo que manifestó su apoyo a las comunidades afectadas por la minería en sus reclamos reivindicatorios. Una declaración similar proviene de la Universidad Nacional de Río Cuarto. ¿Habrá entonces que acusar de “fundamentalistas” y “dogmáticas” o tildar de “ambientalistas” estas resoluciones avaladas por diferentes universidades, y apoyadas sobre investigaciones independientes y documentación científica? Así, debemos reconocer que, como en tantas otras épocas, el debate comenzó entonces en el interior, para instalarse -de modo tardío- en la agenda política y mediática nacional.

Pero esto no se debe solamente a las lógicas desconexiones entre lo local/provincial y lo nacional, ni tampoco exclusivamente a la matriz productivista que acusa la tradición peronista, sino a los silencios y zonas ciegas que el progresismo oficialista ha venido acumulando sobre la cuestión de la megaminería , a raíz de la alianza estratégica que el Estado nacional, además de los gobiernos provinciales, mantiene con las corporaciones mineras. No es casual que hoy, frente a la nacionalización de la cuestión, consumada por la pueblada de Famatina, todavía estén aquellos que se resisten a reconocer el carácter genuino de estas movilizaciones, al tiempo que buscan desconocer los aportes que desde el pensamiento crítico en toda América latina se vienen elaborando sobre el tema.

Este hecho incontestable nos advierte acerca de las verdaderas dificultades que atraviesa un debate de esta complejidad, pues no todos están dispuestos a llevar a cabo una discusión de fondo sobre qué entendemos hoy por desarrollo, democracia, soberanía y derechos humanos.

DOMINGO, 3 DE JULIO DE 2011

Catorce palabras en el entierro de un poeta
Hijo de una familia aristocrática uruguaya, sobrino (o hijo, según la versión) de un presidente de la República, autodidacta, de salud débil y morfinómano, el poeta y ensayista Julio Herrera y Reissig (1875-1910) fue un adelantado de las vanguardias que comenzaron al mismo tiempo que él moría a los 35 años, celebrado y reivindicado por una cadena de poetas como Vallejo, Neruda, Alberti, Guillén, y la generación entera del ’27, Miguel Hernández, Lorca y Gómez de la Serna. El año pasado se cumplieron cien años de su muerte y ahora una antología devuelve a las librerías argentinas algo de su obra. Para darle la bienvenida, nada mejor que la extraordinaria introducción a La mejor de las fieras humanas (Taurus), la monumental biografía que el poeta, ensayista y académico uruguayo Aldo Mazzucchelli publicó en su país y todavía no cruzó el Río: el entierro en el cementerio de Montevideo en el que convergieron políticos, poetas, familiares, diplomáticos, anarquistas, y que terminó de la manera más hilarante y tremenda.


Por Aldo Mazzucchelli
La gacetilla meteorológica del diario La Razón reporta 17 grados centígrados, cielo claro, vientos del norte. Es la noche del viernes 18 al sábado 19 de marzo de 1910.

Un muchacho de veintiún años está sentado en una silla del más obvio de los cafés del Centro, el Polo Bamba, en Ciudadela número 112 esquina Sarandí, en la ciudad de Montevideo, la Coquette, como ya la había visto el montevideano Lautréamont unos cuarenta años atrás. Este muchacho firma sus poemas con el seudónimo Aurelio del Hebrón, y ha oficiado a menudo como “secretario” –es decir, admirativo escriba– del escritor, diplomático, y luego, durante cincuenta años, alienado, o maestro zen, Roberto de las Carreras. Son las tres de la mañana y ha pasado horas escribiendo. Amigos, deudos y admiradores de otro rodean a ese muchacho: Natalio Botana, entonces con poco más de veinte años, que pronto irá a hacer carrera periodística en Buenos Aires; el modesto escritor y futuro parlamentario Alberto Lasplaces; el dramaturgo Ernesto Herrera, a quien llamaban Herrerita; y algún otro que el tiempo anuló.

Habían llegado al café todos juntos, formando una especie de pandilla anarquista, o tardamente romántica, de capa oscura y sombrero aludo, del velatorio de Julio Herrera y Reissig, el muerto que vieron hace un rato en una de las piezas que dan al balcón de una casa de altos que lleva el número 124 (hoy 377) de la calle Buenos Aires entre Zabala y Alzáibar; estirado boca arriba, como cualquier muerto, pero este debajo de la luna de un espejo que, según los asistentes, estaba totalmente empañada. Angel Falco, otro hirsuto anarquista que hacía versos, va a insistir sobre el espejo y su condición en un discurso en el Teatro Solís, dos años después. La niña Diana de la Fuente, la futura mujer del poeta Carlos Sabat Ercasty, que pronto morirá ella misma, gemía y se lamentaba junto al cadáver de su cuñado. Al salir del velatorio camina el grupo por la calle Buenos Aires hasta la plaza Independencia, y una vez que se sientan a la mesa se dan cuenta de que, además de la natural impresión que hace cualquier muerto, tienen un plan para el entierro de ese otro poeta, uno que pocos veían con frecuencia, pero del que todos en Montevideo sabían. Una presencia que había sido más imaginaria que física, desde al menos 1900. Aurelio del Hebrón es quien propone el plan, y también el elegido para convertirlo en acción. Quizás él mismo se haya ofrecido, porque, según le dijo a un crítico literario cincuenta y nueve años más tarde, era el que tenía la voz más sonora, y el más atrevido.

El y los demás pasaron esa noche despiertos, discutiendo, escribiendo y corrigiendo. Por las 8 y 45 de una mañana que fue de gran sol, aquel 19 de marzo, el grupo camina hacia el este por la calle 18 de Julio y luego va sesgando hacia el río hasta llegar al Cementerio Central, que con su puerta a la calle Estanzuela y sus muros menos desconchados estaba entonces bien aislado de las edificaciones circundantes, de espaldas al Río de la Plata, puerta a la desembocadura de una calle que ya se llamaba Yaguarón y que venía de la plaza de Armas y la “Panadería de los bollitos”.

El Panteón Nacional, donde no iba a ser enterrado el muerto, pero en donde se escenificarían los hechos aquella mañana, está ubicado en una rotonda a unos sesenta metros de la entrada del cementerio. La comitiva oficial encargada de hacer los discursos de circunstancias se había ubicado en una de las dos escalinatas que, simétricas, bajan de la entrada del Panteón, en el lado sur del edificio. Al bajar esas escaleras hay un espacio abierto rodeado de cipreses en donde se ubicó el cajón; siguiendo la línea de esos cipreses, a los pies –es un decir– del cajón, y del segundo y tercer cuerpo, se extiende el río marrón o azul, según sean el cielo y la marea.

Una foto de la rotonda del Cementerio Central, durante el entierro de Herrera y Reissig. En una de las escalinatas se ubica el grupo de Del Hebrón, que hará su irrupción y le dará al entierro y al relato de estas páginas un final extraordinario.
Preside esa comitiva oficial un romántico viejo en desgracia, legendario, polémico, con sus ropas gastadas por el uso y la imposibilidad de reponerlas, que es Julio Herrera y Obes, el tío (para algunos, como luego se verá, el padre) del muerto, de casi setenta años entonces, quien había sido muchas cosas para el país, entre ellas presidente de la República entre 1890 y 1894. Para marzo de 1910 está Herrera y Obes en la ruina más absoluta que un presidente haya conocido. Sus muebles, alfombras y piezas de arte rematadas por la casa Salvagno en 1906, vive ahora con su ex mayordomo (es decir, en la casa de este último), acompañado por las cartas casi diarias de sus tres novias simultáneas y por la taxidermia de Coquimbo, el perro que acompañó a él y al general Venancio Flores a la campaña del Paraguay en el año sesenta y cinco. También está don Amaro Carve, un hombre enorme que lleva una levita y un sombrero de copa, de blanca barba peinada en dos puntas, que según la icónica popular de la época era igual al rey Leopoldo de Bélgica; ambos, el rey y don Amaro, famosos mujeriegos y frecuentadores de cabarés, aunque el oriental había tenido tiempo para jugar su rol a favor de la institución del matrimonio, argumentando sonoramente contra el divorcio, en una recordada conferencia del Ateneo que fuera boicoteada y exterminada por un talento vociferante subido encima de una silla: otra vez, Roberto de las Carreras –además de lo ya dicho, una de las personas clave en la vida de Herrera y Reissig, y uno de los que no están en su entierro–. Junto a don Julio Herrera y Obes está Juan Zorrilla de San Martín, con su escaso metro sesenta y cinco centímetros de estatura y su gentileza de otras épocas, el poeta uruguayo más importante de su tiempo y el más conocido del país por entonces en América y España, quien tiene amartillado uno de sus metálicos discursos. César Miranda, Raúl Montero Bustamante, Delmira Agustini, Toribio Vidal Belo, Juan José Ylla Moreno, María Eugenia Vaz Ferreira, Francisco Alberto Schinca, Santín Carlos Rossi, Héctor Miranda, Eugenio Martínez Thedy, Manuel Medina Bentancourt, Julio Lerena Joanicó, José María Fernández Saldaña y Juan Picón Olaondo; la esposa del muerto, Julieta de la Fuente, Manuel, Carlos, Herminia y Teodoro, sus hermanos (otro hermano, Alfredo, vive también en ese momento –su nombre aparece entre los demás deudos en los avisos necrológicos–, pero no habría concurrido al cementerio debido a que ya se encontraba recluido por su enfermedad mental) y Alberto Nin Frías, el más fino y acaso el primero de los intelectuales uranistas del Uruguay, son algunos de los que están en el núcleo oficial que, pasadas las nueve y media de la mañana, comienza la ceremonia. José Enrique Rodó no ha concurrido. Una mujer de mirada fija y una niña de unos siete u ocho años están también, en un lugar secundario. Ambas guardan luto, la madre tiene un saco de paño negro y, debajo, un vestido de igual color, de cuello alto, con sus pequeños botones cerrados desde la falda a la garganta; la niña tiene un collar de perlas de cultivo sobre su vestido negro que deja ver una gran moña de seda a la izquierda, a la altura de la cintura. La presencia de este par, por más que no sea desafiante, no deja de ser notada, con angustiosa molestia, por la viuda. Otra mujer joven, una argentina de nombre Malena, está también presente, pero nadie la nota porque nadie la conoce. La concurrencia fue numerosa y selecta, dice un diario. El grupo de los anarquistas trasnochados está apostado, en formación de murciélagos o vampiros, en la escalera opuesta, y espera su momento. Más de una forma de entender al muerto, a la poesía y al país de todos ellos converge en el cementerio.

El primero en hablar es César Miranda, el más constante amigo de Herrera y Reissig, un hombre de treinta y dos años, abogado, nacido en Salto, una ciudad lenta y patricia al noroeste del país, de donde habían venido muchos de los que importaban por entonces en la capital. Miranda dice un discurso breve que empieza y termina con la misma frase en infinitivo: “Vivir en belleza, morir en gloria y renacer en inmortalidad, tal tu destino”. La pieza oratoria, corta, intensa, pero también algo borrosa y cansada, un poco como sería quien la dice y su emoción, le monologa, en segunda persona, al cadáver. Al pasar, le recuerda su universalmente reconocido buen humor, le dice que su vida fue una doble vida, doble y contradictoria, que fue fecunda como una estrella y pavorosa como un eclipse, y que las líneas de su rostro, el del cadáver, se vuelven definitivas ahora, porque está pálido bajo el sol que amó tanto. Bien leído, el discurso de Miranda no llega a durar un minuto y medio. Después, toma la palabra el joven José María Fernández Saldaña, que suma veintinueve años, ya entonces diputado por Minas, y animador, casi diez años atrás, del Consistorio del Gay Saber, el cenáculo decadente y divertido del gran contador de historias, poeta modernista y esforzado ciclista Horacio Quiroga.

Fernández Saldaña es también salteño, por cierto, y hace un panegírico del poeta. Su discurso quedó en el aire del cementerio y no fue recogido en los diarios y publicaciones del día siguiente. Luego habla Francisco Caracciolo Aratta, un anarquista muy amigo del poeta, devenido ahora director de una revista criollista. Más de cincuenta años después de los sucesos, aquel joven anarquista que era Aurelio del Hebrón todavía creía que esos fueron los únicos oradores. Pero la revista argentina Caras y Caretas, publicada semanalmente en Buenos Aires y distribuida también en Montevideo y en otras ciudades del continente, una revista verdaderamente masiva, porque ya conocía bien el arte de decirlo casi todo a través de instantáneas, es decir, de fotografías, dedica el viernes siguiente media página a la muerte de Herrera y Reissig. En ese artículo de Caras y Caretas hay una toma de la parte alta de la rotonda, que oficiaba de tribuna para los oradores en el entierro, y el que está hablando es Alberto Nin Frías. Tenemos, pues, más discursos aquella mañana de sábado.

Tranquilamente hasta aquí transcurre todo. Pero entonces, del lado anarquista de la rotonda, el joven melenudo se adelanta, baja dos o tres escalones para destacarse del grupo –es decir que no habla desde la balaustrada elevada, sino desde el llano, junto al cajón–, en gesto inesperado tira su sombrero al suelo, el que hace un giro y se detiene al borde de uno de los canteros que limitan la rotonda, y extrae de entre sus ropas las cuartillas escritas unas horas antes en el Polo Bamba. Aunque no está previsto que hable, habla igual, aprovechando la sorpresa y desbarrancando el orden contenido del ceremonial. Del Hebrón empieza como si no pasara nada. Pero ya con el tercer párrafo, con el tercer aliento del discurso, las cosas van a ponerse personales. Lo que siguió fue acaso la más sonora bofetada dada en la cara a los concurrentes a un entierro de que su país, el Uruguay, tenga noticia.

“Anoche he ido a ver el cadáver de Julio Herrera y Reissig.

En la rigidez de la muerte, su rostro pálido tenía la misma serena lucidez, la misma tristeza bondadosa y sonriente que a los hombres mostrara en el camino, porque pasó cantando.

Solo, tan solo como su espíritu elegido pasó entre la turba filistea, su cuerpo estaba allí, supinamente inmóvil. En torno de su féretro las graves sombras burguesas, en la solemnidad convencional de los duelos vulgares, discurrían gravemente y gravemente hablaban.

La sociedad mezquina en la que vivió, y que no supo amarlo porque no supo comprenderlo, estaba allí, representada por sus cronistas, por sus políticos, y por sus mercaderes. La gente en cuyo medio vivió como un desterrado, la gente que lo despreciaba por altivo y lo compadecía por iluso, la gente miserable que reía de la divina locura de su ensueño, la gente de alma baja que nunca quiso allegarse hasta él, estaba allí, llevada por la indulgencia de la muerte, rumiando comentarios, mirando con extrañeza el rostro mudo, ahora que su alma no estaba ya en él para espantarlos. Era necesario que viniera la muerte a libertarlos del íncubo rebelde, para que se dijeran sus amigos, amigos del cadáver, amigos del despojo deleznable de una existencia luminosa que para ellos fue un error.

La mejor de las fieras humanas. Vida de Julio Herrera y Reissig Aldo Mazzucchelli Taurus, Montevideo 634 páginas
Como cuervos al olor de la muerte, las sombras innobles de los mercaderes iban a mentir su duelo por vanidad o por costumbre. Como cuervos, como cuervos al olor del cadáver, fueron allí los filisteos, los cínicos, los que en la última hora creyeron hacer justicia arrojando al poeta una migaja del banquete del presupuesto, una piltrafa burocrática que él no alcanzó tampoco a digerir. Solo, solo en la infinita soledad silenciosa de los no comprendidos, como vivió su alma, como estaba anoche su cuerpo inmóvil bajo la mortaja, así está en esta hora ceremonial y vana, rodeado por los mismos cínicos fariseos, sepulcros blanqueados, nidos de serpientes, como decía Jesús.

¡Señores!: Yo no he venido aquí a hacer el panegírico de un muerto ilustre. No he venido a entonar loas ni a bordar bellas frases. No he venido a hacer simplemente literatura. He venido a lanzar una verdad que tengo en la conciencia, he venido a decir una verdad pura y sencilla como fue el alma del que yace. La única venganza digna de su inmenso dolor y de su inmensa alma, es que ahora os obligue a escuchar la verdad, es que ahora os ponga frente a la verdad, a la indiscreta, a la impertinente verdad.

Y la verdad es que vosotros, todos o casi todos los que rodeáis este cadáver, fuisteis sus enemigos.

Por vosotros sufrió, por vosotros le fue amarga la vida. Este que aquí reposa libre de las miserias de los hombres, fue siempre un paria entre vosotros.

Y no creo que sea el hondo homenaje al poeta lo que inspira vuestras elegías hipócritas. Es, quizá, la vanidad patriótica, que quiere reivindicar para sí un nombre literario que no le pertenece, que no le pertenece porque no ha sabido conquistarlo.

Muchos de los que estáis aquí habéis venido solo porque el muerto lleva un apellido distinguido y porque su familia es de abolengo en el país. Pero sabed, los que tal pensáis, que Julio Herrera y Reissig está muy por encima de su apellido; que la majestad del poeta ríe de esas vanidades sociales y que por otra parte, los mismos que hoy visten de luto, renegaron muchas veces de él.

No; entre todos los que aquí hacemos acto de presencia, somos pocos los que podemos llamarnos amigos del que ha muerto. ¿Cuántos somos? ¿Cuántos los que le queremos? ¿Cuántos los que amamos su orgullo y su locura? ¿Los que sentimos un solemne respeto por su existencia de exilado?...” 1

La comitiva oficial, los amigos verdaderos del cadáver, algunos de los cuales habían sido amigos verdaderos de Julio Herrera y Reissig, a diferencia de Del Hebrón, que no lo había sido, guardaban silencio y escuchaban palabras calculadas para dar en el blanco de una mala conciencia que ya empezaba a crecer alrededor del muerto. Sería ocioso decir que el aire del cementerio se cortaba a facón, que los verdaderos amigos del cadáver, y los verdaderos amigos del poeta, apretaban los labios con raros sentimientos. Todo el mundo sabía en el Cementerio Central que Aurelio del Hebrón había conocido a Julio Herrera y Reissig hacía un año y poco, y lo había tratado sólo un puñado de veces, tres o cuatro veces, como joven aprendiz que lo admiraba en silencio algunas noches en que, en su casa final de la calle Buenos Aires, el poeta les decía sus versos, entre ellos, pedazos aún descabalados de la “Tertulia lunática”, que estaba terminando en 1909. Pero Del Hebrón sabría que su insolencia con los presentes era menos importante que el contenido de largo aliento de su mensaje: ya estaba hablándole al imaginario de los que estaban y los que no estaban en el cementerio. Resistiendo pues el espeso y totalmente físico rechazo que sentiría en ese momento, apuró hasta el fondo su J’accuse doméstico. Y es en sus párrafos finales en donde se contiene la tesis principal del discurso de Del Hebrón, quizá la única extraña y digna de recuerdo, la única que puede ser rechazada o aceptada aún hoy, mucho después incluso de que el valor o la inconciencia juvenil del orador hayan dejado de interesar o conmover:

“Yo sé la frase que está ahora en muchos labios: ‘Reconocemos su talento, pero creemos que su vida ha sido un error’. ¡Mentira! ¡Lo más grande que ha tenido este hombre es su vida! El talento es cosa que puede discutirse, la originalidad literaria, la propiedad de las ideas, la escuela poética, todo eso es secundario, todo puede ponerse en tela de juicio. Lo que es innegable, lo que es evidente, lo que es absoluto es la grandeza pura de su alma consagrada a la belleza inmortal, y es la belleza de su vida solitaria, orgullosa, erguida de un ambiente de adaptaciones mezquinas, como una rebeldía indomable de la dignidad del pensamiento”.

Julián Basilio Herrera y Obes, don Julio, con su levita negra raída y su galera de felpa, estaba parado, apretando con sus manos la baranda de mármol de la rotonda, y acaso comprendiendo en su propia grandeza de hombre apartado de lo común el filo de largo plazo de las palabras que el tiempo lo forzaba ahora a escuchar. A su lado, don Juan Zorrilla de San Martín lo miraría todo, en cambio, azorado por los modernos y su distinta comprensión de las formas del respeto. El remate de Del Hebrón llegó enseguida y se hundió como un último puñal que ajusta entre la común verticalidad de la gente y los cipreses:

“Sí, señores, lo que yo quiero deciros sintetizando el espíritu de mi alocución –que ha venido a turbar la armonía convencional de este acto, porque era necesario que así fuese–, lo que yo quiero deciros de una vez por todas es que, a pesar del homenaje sincero o no que aquí estáis tributando, este cadáver no os pertenece. Y si ahora os fuerais todos de aquí, no quedaría más solo de lo que está en este momento”.

Frente a un ex presidente de la República, frente al Poeta de la Patria, frente a un puñado de amigos verdaderos, Aurelio del Hebrón ha terminado de hablar. Retrocede y se vuelve a mezclar con su pequeño grupo, a la derecha de la rotonda. Un amigo le alcanza el sombrero caído. En medio, el féretro. Encima, en la balaustrada y en la otra escalinata, hay un silencio murmurador, mientras los del cortejo oficial hablan un momento entre ellos. Se ponen de acuerdo, quién sabe en qué, enseguida. Zorrilla de San Martín decide no hablar, y se da por terminado el acto.

Camina el grupo oficial cargando a pulso, ya sin palabras, el cajón hasta una tumba prestada de apuro el día antes. El grupito de anarquistas los sigue de atrás, a cierta distancia, con un respeto recién inaugurado pero sólido, ahora que dijeron lo suyo y fueron escuchados, con el respeto que es, a su vez, virtud habitual de los hombres grandes que están del otro lado. Entierran el cuerpo de Herrera y Reissig con los carraspeos, los ruidos secos y sordos de cualquier entierro, y la gente se empieza a dispersar.

Es entonces cuando el embajador Enrique Buero se arrima a Aurelio del Hebrón mientras este se retira, y le suelta catorce palabras nítidas que lo resumen todo: “Puede que usted tenga alguna razón, pero esas cosas no deben decirse en público”.

Materiales extra, inéditos, facsimilares, poesía y demás de Herrera y Reissig en www.herrerayreissig.org

1 Los principales periódicos de Montevideo no reprodujeron este discurso. La única revista que se atrevió a publicarlo lo presentó así: “Este discurso fue pronunciado por el brillante escritor Aurelio del Hebrón sobre la tumba del nunca bien llorado poeta Julio Herrera y Reissig. Nosotros lo publicamos: primeramente porque los diarios de Montevideo no quisieron darle asilo en sus columnas y segundo por las verdades que encierra –pese a quien pese. N. de la D.”. Aurelio del Hebrón, “Sobre la tumba de Herrera y Reissig”, La Semana (Montevideo), 26 de marzo de 1910.)

na biografía fundamental sobre Julio Herrera y Reissig
14 feb 2010
Alberto Acereda
Arizona State University


En marzo de 2010 se cumple el centenario de la muerte de Julio Herrera y Reissig (Montevideo, 1875-1910), uno de los grandes poetas del modernismo hispanoamericano. Para esa fecha está prevista la aparición de una biografía que surge de una investigación de cuatro años en la vida, la obra y el ambiente intelectual del poeta de la “Tertulia lunática”.

La biografía, brillantemente narrada, y concebida como un laberinto de voces que se suceden en torno al poeta, promete además presentar al lector una cantidad importante de documentos y fotografías inéditas, y en general revisa y replantea casi completamente la figura y la relevancia de Herrera y Reissig.

Según Aldo Mazzucchelli (profesor del Departmento de Estudios Hispánicos de Brown University, Estados Unidos), que es el autor de esta biografía (La mejor de las fieras humanas: vida de Julio Herrera y Reissig), el factor que quizá pueda organizar mejor la vida y la obra de Herrera y Reissig es el de una porfiada búsqueda de la excelencia, búsqueda que le llevó a extremos de elaboración en su obra (que nunca llegó a publicar en vida), y también a extremos de enfrentamiento con el medio ambiente que le rodeaba, hasta redondear una imagen desafiante pero consistente, incapaz de hacer concesión alguna a lo que consideraba cortedades e hipocresías de ese medio. Al final de uno de sus más duros ensayos de crítica socio-política, el mismo Herrera y Reissig se definía a sí mismo como “la mejor de las fieras humanas”, frase que ha pasado ahora a título de su biografía intelectual.

Herrera y Reissig es el más joven y el último de los “modernistas canónicos”. Su posición personal ­-último miembro de talento excepcional de una familia patricia que había conducido en buena parte al Uruguay durante todo el siglo XIX y que incluye entre sus parientes más o menos directos, como se rastrea en el libro, a cinco presidentes de Uruguay o Argentina- Herrera y Reissig nació en una ciudad bien preparada para el Modernismo debido al relativamente alto nivel de alfabetización y desarrollo de la cultura escrita, la prensa, el comercio de ultramar, etc. Pese a ello Montevideo, ciudad dominada por un estricto positivismo modernizador hasta al menos 1900, se abrió comparativamente tarde al Modernismo. Quizá­ -razona el autor de esta biografía- ese carácter tardío del Modernismo montevideano sea un factor importante en el tono hiperconsciente, barroco e irónico que la atmósfera modernista toma en los textos de Herrera y Reissig, quien está ya de vuelta del movimiento, mirando a sus colegas americanos desde el futuro más que como contemporáneo. A partir de esa premisa, el autor explora en clave de ironía toda la producción, tanto en poesía como en prosa de Herrera y Reissig. Y lo hace especialmente a través de sus ensayos, crónicas y cartas, olvidados o directamente desconocidos por la crítica.

Hay pues en esta biografía, ante todo, una revaloración o aun re-fundación de la figura del poeta, a partir de un examen original de su obra. Y ese examen incluye ahora en lugar muy relevante su prosa, que según Mazzucchelli había sido dejada en general de lado en la construcción de la imagen canónica del poeta. Esta imagen canónica, a la vez que lo había hecho exclusivamente “poeta”, había “sanitizado” su memoria, evitando los aspectos más desafiantes y polémicos de su figura. Esa obra en prosa de Herrera y Reissig que Mazzucchelli viene estudiando hace años, incluye desde desopilantes textos de “crítica social” -Mazzucchelli publicó hace cuatro años la colección completa de sus manuscritos, hasta entonces inéditos sobre el particular [Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert Spencer, Montevideo: Taurus, 2006. Segunda ed. 2007]- a una serie de desconocidas crónicas urbanísticas, rescatadas de originales en oscuros periódicos, y que jamás habían sido reproducidas.

Se incluye en esta biografía también una importante serie de cartas, hasta hoy también inéditas y desconocidas, que el poeta enviara entre 1904 y 1905 desde Buenos Aires a su novia de entonces. En ellas hay interesantes observaciones sobre el ambiente intelectual y político, y sobre la propia obra del poeta. Mazzucchelli estudia además el carácter fuertemente político de la estrategia vital de Herrera, y también el lado anticipatorio de muchas de sus observaciones respecto de persistentes vicios y problemas de la sociedad rioplatense los que, ya al cambiar el siglo, el poeta diagnosticaba.

La narración ilumina además las poco estudiadas relaciones de Herrera y Reissig con el anarquismo, especialmente a través de la doctrina del “Amor libre”, para las que su amigo de los primeros años del siglo, Roberto de las Carreras, sirve de puente. Mazzucchelli ha contactado al único descendiente directo del poeta, que vive en Buenos Aires, y a partir de él ha podido reconstruir una zona completamente silenciada por la crítica hasta ahora: no sólo Herrera y Reissig tuvo una hija natural que resultó una brillante aunque malograda pianista -cosa que era conocida- sino que además ha probado que el poeta vivió en concubinato con su amante, la madre de esa hija. Estos años coinciden con los tiempos en que Herrera abandona la tradición política de sus mayores, y a través del cultivo de un anarquismo desafiante, que incluyó la práctica sistemática de la polémica pública, se cierra completamente un destino político que en otro caso podría haber disfrutado en su ciudad. Cierre que, argumenta Mazzucchelli, fue estructural para el desarrollo de ese punto de vista único respecto de algunos de los problemas de la modernización que él luego desarrollará.

Finalmente, el libro redondea una nueva mirada sobre las relaciones entre Herrera y Reissig y sus contemporáneos, que hicieron parte de la que fue una de las más brillantes generaciones intelectuales del continente americano, y que incluyó a Delmira Agustini, José Enrique Rodó, Horacio Quiroga, Carlos Vaz Ferreira, Florencio Sánchez, Roberto de las Carreras y José Batlle y Ordóñez, para nombrar sólo a los más relevantes. Con todos ellos, directa o indirectamente, tramó Herrera y Reissig vínculos de uno u otro tipo, que esta biografía, polifonía narrativa que va enhebrando las voces de los contemporáneos del poeta, desarrolla y discute en profundidad, armando así un apasionante friso del medio intelectual rioplatense al comenzar el siglo XX.


Aldo Mazzuchelli. La mejor de las fieras humanas: vida de Julio Herrera y Reissig. Taurus, 2010. 550 p.

Roncagliolo sobre Enrique Amorim y García Lorca


“La rocambolesca historia del amante de Lorca que “robó su cadáver y lo llevó a Uruguay”" (Libertad Digital, 14 febrero)
Archivado: 16-febrero-2012, 3:28pm CET por Web

AMANTE URUGUAYO,EL
RONCAGLIOLO,SANTIAGO
Editorial ALCALA
Coleccion: NARRATIVA
ISBN 978-84-15009-20-7
EAN 978841500920
“La leyenda de Lorca y su muerte no tiene fin; todavía no se sabe donde están sus restos, y ahora el redescubrimiento, por parte del escritor Santiago Roncagliolo, de Enrique Amorín, un millonario que fue amante del poeta cuando estuvo en Uruguay, deja en el aire si éste pudo robar su cadáver”

lunes, 20 de febrero de 2012

Un grupo de curas-Página 12

OCIEDAD › DEBATES
Un aporte frente al tema de la megaminería






Por Grupo de Curas en la Opción por los Pobres
Frente a las reiteradas protestas populares relacionadas con el rechazo a la minería a cielo abierto en algunas localidades de nuestro país como Tinogasta, Santa María, Belén, Andalgalá (Catamarca), Amaicha del Valle (Tucumán), Famatina (La Rioja) y otras queremos expresar, como grupo de curas en la opción por los pobres, nuestra solidaridad con las víctimas, en quienes vemos todavía hoy, los dolores del Crucificado: las víctimas de la represión y del desalojo de tierras legítimamente ocupadas por comunidades campesinas; las víctimas de la incertidumbre sobre el trabajo y sobre el futuro que generan muchos de estos proyectos de explotación minera a gran escala; en este sentido, también repudiamos enérgicamente la represión violenta e indiscriminada sobre los manifestantes tanto por parte de efectivos policiales o militares como de patotas violentas e impunes que responden a intereses de las empresas involucradas, y nuestra apuesta al diálogo como instrumento de la justicia y camino de resolución de estos complejos conflictos.

La minería a gran escala es expresión cabal de una demanda cada vez mayor de parte de los países desarrollados hacia los países emergentes o dependientes, de materias primas o bienes de consumo. Esta tendencia consolida cada vez más un paradigma productivo fuertemente extractivista, apoyado en la sobreexplotación de recursos naturales. En Argentina, en el lapso que va entre 2003 y 2008, según datos de la Secretaría de Minería de la Nación, el crecimiento acumulado de los proyectos mineros llegó al 907 por ciento (más de 400 proyectos).

Dicho paradigma tiene dolorosos antecedentes en la historia de América latina en la que predominaron durante décadas los enclaves coloniales que esclavizaron pueblos y empobrecieron a los trabajadores. Debido a esto no pocos opinan que no es casualidad que la resistencia a la sobreexplotación de los recursos naturales y su enérgica defensa hayan surgido de movimientos y organizaciones indígenas y campesinas. Tal vez aquí estén las dos puntas de este conflicto: por un lado, la lucha por la defensa de la tierra y los bienes de todos y, por el otro, la consolidación de un discurso sobre el desarrollo, de fuerte base extractivista, orientado al abastecimiento del mercado externo. Dicho modelo de desarrollo tiene como caso emblemático la megaminería a cielo abierto.

Reafirmamos la necesidad del diálogo, la escucha de todas las partes en conflicto y el cese de amenazas o intimidaciones como condiciones que pueden abrir los caminos de entendimiento.

La minería a gran escala enfrenta a dos fuerzas asimétricas: las organizaciones campesinas, indígenas o de vecinos autoconvocados y las empresas transnacionales cuyo peso en la economía local y global es tan grande que no sería extraño que los intereses de las corporaciones presionen o intenten sustituir al Estado, avasallando las decisiones o necesidades del pueblo. La implementación del modelo extractivista suele estar respaldada con la criminalización de la protesta social y políticas represivas o autoritarias. Debe garantizarse un diálogo en iguales condiciones.

La economía, el desarrollo y la producción no pueden ni deben estar desconectados del bien común y el estado de bienestar de la sociedad. Los proyectos mineros en cuestión amenazan recursos vitales para la subsistencia humana, como el agua y la energía. El agua es un elemento imprescindible en los procesos extractivos y se obtiene de ríos, glaciares y acuíferos. Reclamamos que el Estado nacional y los Estados provinciales ejerzan el debido control y defensa de los recursos que forman parte del patrimonio nacional, ya que no todo es mercancía ni debe tener precio en el mercado. A la vez, es deber del Estado informar debidamente a las poblaciones afectadas y no negociar a espaldas de los posibles perjudicados.

Nos preocupa que sólo se evalúen los costos económicos y no se eviten posibles graves costos socioambientales, como la usurpación de tierras habitadas, contaminación de aguas y tierras a causa de los procesos de lixiviado de los minerales extraídos, etcétera.

Creemos en el Dios de la Vida, que “levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre” (Salmo 113, 7). Nos ponemos del lado de pueblos y familias angustiados, agredidos y amenazados por el avance de un modelo de sociedad que ubica la acumulación de ganancia por encima del derecho a la vida y el bienestar de todos por igual. Confiamos esperanzados en el diálogo justo e igualitario –a pesar de las ya mencionadas asimetrías de las partes en conflicto– como camino de verdad y justic

LA COLECCION “NARRADORAS ARGENTINAS”

LUNES, 20 DE FEBRERO DE 2012
L
“Son escritoras que se encontraban olvidadas”
La cordobesa María Teresa Andruetto, codirectora, junto a Carolina Rossi, de la colección, explica el sentido del “rescate” de autoras como Fina Warschaver, Libertad Demitrópulos, Amalia Jamilis, Elvira Orphée, Paula Wajsman y Andrea Rabih, tan interesantes como ocultadas.
Por Silvina Friera
Un sexteto de acrobáticas escritoras sobrevuela el cielo de un enigma. La rueda del destino gira, impulsada por un compás que parece idéntico y glorioso como la eternidad. Pero la apariencia es una emboscada que no puede disimular ni reducir el abismo entre la alabanza y el silencio. Antes de que el olvido teja su filigrana, nace el culto de una pequeña pero vigorosa cofradía de lectores. Hubo un tiempo de ascenso y consolidación de seis magistrales autoras, de la mano de obras que transgredieron las leyes de la gravedad literarias. Fina Warschaver, Libertad Demitrópulos, Amalia Jamilis, Elvira Orphée, Paula Wajsman y Andrea Rabih regresan por la “revancha”, gracias a la colección “Narradoras Argentinas” que el sello cordobés Editorial Universitaria de Villa María (Eduvim) lanzará durante este año. Decir que nunca se fueron sería sólo una expresión de deseo. Sus libros se esfumaron de la faz de la tierra editorial, suelo tan mezquino como imprevisible. En el mejor de los mundos posibles, quedaron atrincherados en los polvorientos estantes de las librerías de viejo, hasta que un terco buscador –o buscadora– los rescató y volvieron a deambular secretamente. A esta desidia y omisión se añaden otras. Muchas han dejado o aún tienen textos inéditos.

El objetivo de esta colección anfibia –en soporte papel y digital– es rescatar y poner otra vez en circulación escrituras de narradoras relevantes de la literatura argentina, cuyas obras permanecen inéditas, olvidadas, agotadas o perdidas; acompañadas de estudios preliminares –de ensayistas del país o del extranjero– y con un recorrido bibliográfico de cada una de las escritoras. Se impone desglosar los títulos de “Narradoras Argentinas” para comprender la magnitud de la faena que están emprendiendo la escritora cordobesa María Teresa Andruetto y Carolina Rossi, directoras de la colección. La mamacoca es la novela inédita que dejó la genial Libertad Demitrópulos (ver aparte), que se publicará con prólogo de Nora Domínguez. El reconocimiento y otros cuentos, de Amalia Jamilis, incluye sus dos primeros libros de cuentos, Detrás de las columnas (1967) y Los días de suerte (1968), más un relato inédito que da título al libro, encontrado recientemente por sus hijas. El autor del prólogo es Elvio Gandolfo, infatigable difusor de la obra de Jamilis.

Hay silencios que asumen dimensiones catastróficas cuando obturan el puente con quien quizá sea una de las autoras “más secretas” del conjunto de narradoras recuperadas: Paula Wajsman. El primero en descubrirla fue Daniel Divinsky, cuando publicó Informe de París (1990) en Ediciones de la Flor; novela ponderada por Elsa Drucaroff y Angélica Gorodischer como “una de las escrituras más interesantes de esa década”, la de los años ’90. Ahora a través de Eduvim, editorial que dirige Carlos Gazzera, se lanzará la novela inédita de Wajsman, Punto atrás, preservada gracias a una amiga y a la sobrina nieta de la escritora, con prólogo de Susana Rodríguez. Andrea Rabih murió a los 34 años, en noviembre de 2001. Su Obra completa reúne los relatos de Cera negra (que publicó en Simurg, un año antes de su muerte), la novela inédita Todos contentos, y una serie de cuentos también inéditos en torno de la enfermedad, escritos en una carrera contra la muerte, agrupados bajo el título de Melanoma, prologados por Carlos Gamerro, escritor de su generación y amigo de Rabih (ver aparte). En el plano de las reediciones, la colección incluye Dos veranos, primera novela de Elvira Orphée, editada en 1956, con prólogo de la escritora española Rosa Chacel, el antológico artículo que le dedicó en la revista Sur, en 1957. Y el libro de cuentos El hilo grabado (1962), de Fina Warschaver, prologado por Drucaroff, principal divulgadora de esta escritora, militante socialista, feminista y autora de libros de ficción, ensayos literarios e históricos.

Andruetto, directora de la colección “Narradoras Argentinas”, subraya que para poder concretar este proyecto contaron con todo el apoyo y la confianza de los herederos, y con el entusiasmo de los prologuistas convocados, “apoyo y entusiasmo sin los cuales esta tarea hubiera sido imposible”. Y anticipa que ya están realizando los contactos necesarios para editar más obras agotadas o inéditas de las mismas escritoras y otras de valor excepcional, “escritoras que se encontraban, a nuestro juicio, olvidadas”. La propuesta de recuperación –revela Andruetto– no incluye a autoras del siglo XIX porque hay otro espacio editorial, la colección “Las Antiguas” del sello Buena Vista, que las reúne. El punto de partida cronológico de la colección postula hurgar en las narradoras que comenzaron a publicar hacia la década del ’30 del siglo pasado en adelante, en lo que se podría considerar, pese al tiempo transcurrido, “mujeres atravesadas por conflictos e intereses próximos a nuestra contemporaneidad”.

“Nos interesa tanto la calidad de esas escrituras como su diversidad, cuentistas o novelistas de diversas líneas estéticas, diversos posicionamientos ideológicos, diversas trayectorias políticas y privadas, diversas extracciones sociales, culturales, geográficas”, resume Andruetto a Página/12. “Este abanico de enorme riqueza nos obliga a barrer de un plumazo los clichés y cotos de lo femenino.” La lupa está enfocada hacia el enorme potencial de escritoras que produjeron y editaron en las décadas del ’50 al ’70 y que –como apunta la directora de la colección– “debieron romper varios techos de cristal”. Después serían “arrancadas de cuajo de la circulación literaria nacional” con la llegada de la dictadura y luego, por infinidad de razones, “ya no regresarían al campo literario con la recuperación democrática”.

¿Escribirían para conjurar la muerte? Quién sabe; la pregunta, inscripta con mayor o menor fuerza en el horizonte de inquietudes lectoras, no puede esquivar una doble paradoja: quienes formulan el interrogante y las autoras han tenido y tienen conciencia de la finitud. El inventario de escritoras desplazadas al desván de los recuerdos es como una llaga en el rostro de la literatura argentina. Un tiempo las exalta, las reconoce y legitima; otro, en cambio, las abandona en el mar de la indiferencia. El rostro de Jamilis (1936-1999) es el de una diva trágica, una suerte de Irene Papas más bella. En las fotos, sus ojazos destilan una pátina de tristeza. O de melancolía. Como lo repitió tantas veces Gandolfo, Jamilis tiene al menos una decena de cuentos “maestros y contundentes”. Lejos de gravitar por el efímero universo de las ediciones de cabotaje, sus libros fueron publicados por sellos como Losada, Emecé, el Centro Editor de América Latina, Legasa y Catálogos: Detrás de las columnas (1967), Los días de suerte (1968), Los trabajos nocturnos (1971), Ciudad sobre el Támesis (1988) y Parque de animales, respectivamente. Los relatos de esta escritora que nació en La Plata pero se radicó en Bahía Blanca, donde murió, han sido incluidos en prestigiosas antologías editadas en la Argentina, Alemania, Estados Unidos y México.

Libertad Demitrópulos (1922-1998) lo hizo. “¿Qué otra escritora argentina ha alcanzado en las últimas décadas las cimas de perfección que se pueden leer en Río de las congojas (1981)?”, se pregunta Nora Domínguez. “El yo de Libertad viajó, mutó, se dispersó en historias de mujeres de distintas épocas, tierras, razas y clases sociales, mujeres que experimentaron las diversas peligrosidades de enunciarse con un yo: heroínas, criollas, españolas, indias, inglesitas engañadas. En esta construcción variada y dispersa se sostiene en parte el valor de su escritura.” A fines de los años ’40, una joven Demitrópulos, que hacía nacido en Ledesma (Jujuy), llegó a Buenos Aires. Pronto comenzó a trabajar en el Hogar Escuela Eva Perón, donde conoció a Evita, de quien escribiría una biografía, publicada en CEAL en 1984 y reeditada por Ediciones del Dock. Entonces ya era una “peronista visceral”, metamorfosis que se produjo cuando vio cómo eran explotados los trabajadores de la zafra en el Ingenio Ledesma. Autora de Los comensales (1967), La flor de hierro, Sabotaje en el álbum familiar (1984) y Un piano en bahía desolación (1994), entre otras novelas, en Río de las congojas narra desde una perspectiva polifónica la segunda fundación de Buenos Aires a través de las voces de dos mestizos, una criolla y un negro. Huérfanos, marginales, bastardos y prostitutas abundan en toda su narrativa; son voces que resisten la exclusión, que piden “reescribir la historia”.

Hija menor de una familia de inmigrantes polacos, Paula Wajsman nació en San Juan, en 1939. A los cuatro años, después del terremoto, se trasladó a Buenos Aires. Estudió Psicología, practicó el psicoanálisis, la traducción y la investigación social. Vivió en Francia y en Estados Unidos. Amiga y consejera de Manuel Puig, vinculada afectivamente con Osvaldo Lamborghini, Wajsman publicó una sola novela en vida, Informe de París, en 1990, cinco años antes de su muerte, en 1995. “No quiero hacer misterios: estoy enferma, tengo ‘unos meses’ de vida. No sé cuántos. De ahí que me haya vuelto una especie de punk (‘No future man’, le dijo al poeta Jorge Naparstek en una carta). Por favor no tengas pena por mí: estoy viviendo, a pesar de todo, una de las épocas más felices y fecundas de mi vida, aunque lo sea en un aspecto muy restringido, ya que no laburo –tengo plata para vivir también ‘unos meses’– y me dedico casi exclusivamente a escribir.” Además de la novela Punto atrás, dejó inéditos dos libros de poesía y cerca de sesenta cuadernos manuscritos con poemas, relatos de viaje y un libro de cuentos titulado Crónicas e infundios.

Fina Warschaver (1919-1989), valiosa narradora, dramaturga, poeta, ensayista y música casi desconocida, ha sido redimida de la buhardilla de la “figura solitaria” de la literatura argentina, aquella que parece no pertenecer a ninguna escuela –y a ninguna época–, por Drucaroff. Warschaver provenía de una familia de inmigrantes ruso-judíos que a comienzos del siglo XX se habían radicado en el Litoral argentino, huyendo de las persecuciones y los pogroms de la Rusia zarista. A mediados de los años ’30 inició su militancia política en el ala izquierda del Partido Socialista, nucleada en la revista Cauce. Participó activamente en los movimientos feministas, se vinculó con Salvadora Medina Onrubia, colaboró en el Movimiento Femenino Antiguerrero y, más tarde, en la Unión de Mujeres de la Argentina. La condición de la mujer sería, años después, uno de los ejes de su producción literaria. “Mamá era un ser raro, de la estirpe de las amazonas. Como mi abuela y mi bisabuela, afectadas por la fatalidad de su destino femenino”, dice Amós, alter ego de Fina y personaje que recorre y enlaza los cuentos de su libro Hombre-Tiempo (1973). Su primera novela, El retorno de la primavera (1947), fue ponderada en su momento por el diario La Prensa como la aparición de un nuevo Roberto Arlt en la literatura argentina.

Elvira Orphée (San Miguel de Tucumán, 1930), que emigró a Buenos Aires a fines de los años ’40, publicó su primer relato, “La calle Mate de Luna”, en la revista Sur, en 1951. Leopoldo Brizuela lo define como un “extraordinario cuento coral sobre las sospechas y chismes que un barrio tucumano va elaborando, a medida que avanza el calor, acerca de una familia de forasteros porteños”. Esta escritora con una obra extrema por su originalidad es autora de las novelas Aire tan dulce (1956), En el fondo (1969) y Su demonio preferido; y de los libros de cuentos Ciego del cielo (1991) y Las viejas fantasiosas (1981), entre otros títulos.

Aunque la colección “Narradoras Argentinas” está dirigida a un público amplio, “tenemos la mirada puesta en la formación universitaria, en los lectores interesados en literatura argentina y en literatura de género”, aclara Andruetto. “Queremos acercar a lectores de las nuevas generaciones –y también a los de mi generación– escrituras excepcionales y en cierto modo olvidadas que dan cuenta de aspectos muy diversos de nuestro devenir.” Muy pronto los lectores podrán descubrir en las páginas éditas e inéditas de estas formidables narradoras una música remota, pero envolvente.

Los nuevos descubridores

Por Eduardo Aliverti
Hace quince días, tras el simple recorrido por los hechos sobresalientes o magnificados del comienzo de año, esta columna se permitía recordar la obviedad de que todo lo que ocurre en la política argentina –para bien, regular o mal– pasa exclusivamente por lo que hace o deja de hacer el Gobierno. La semana pasada, unas cuantas noticias volvieron a acumularse para corroborarlo. Probemos ir más allá.

El orden puede ser cualquiera, pero visto en repercusión mediática cabe empezar por el incremento de ciento por ciento en las dietas de los legisladores nacionales. Hacía varios años que no se modificaban, lo cual no hizo mella en la comprensible bronca general. El presidente de Diputados, Julián Domínguez, demostró que no tiene precisamente una cintura de avispa al promover el hecho cuando comienzan las rondas paritarias. Varios opositores reaccionaron indignados, con dos salvedades: la suba fue acordada con jefaturas de los bloques y, hasta demostrarse lo contrario, todos cobrarán con el aumento. Hugo Moyano ironizó con un pedido idéntico para su gremio. En algún momento, las acusaciones chocan contra la pared de que no puede nivelarse para abajo. Si la polémica se pretende estructural, hay enfoques más profundos; sólo que no pagan tan de inmediato como la demagogia de gastárselas contra la clase política. Los ingresos de funcionarios y parlamentarios vienen muy por detrás respecto de las distancias abismales que existen entre patrones y trabajadores de las empresas privadas, pero de eso no se dice una palabra. Y no vengan con la diferencia entre dineros públicos y particulares, porque el dinero es todo el mismo en términos de los estándares de acumulación capitalista y justicia o injusticia distributiva. La secuencia temática siguió con el espionaje de Gendarmería sobre manifestantes sociales. No debería entrar en la cabeza de nadie que este Gobierno impulse o apañe ardides así. Y menos que menos con la ministra que hay al frente. Las dudas, quizá, terminan de despejarse al apreciar el insólito ensanchamiento abierto por la prensa opositora. ¿Alguien creyó que llegaría a ver a Clarín y La Nación alarmados por persecución ideológica estatal hacia activistas públicos? Vaya y pase, con mirada aceptadamente impúdica, el tratamiento lacrimógeno que le dan a la contaminación minera cuando todavía deben explicaciones sobre los efluentes líquidos volcados al río Baradero por la planta de Papel Prensa. Pero conmoverse por militantes perseguidos es un exceso de mal gusto. Suena más creíble, o más legítimo, dedicarse a los rounds entre Scioli y Mariotto. O hurgar en si Boudou dejó en Ciccone Calcográfica un flanco tan grande como el que dicen.

Con excepción de los efectos locales de la crisis europea, el único tema circulante que amerita atención y profundidad es el debate acerca del modelo de minería. Pero, también en eso, por acción u omisión, las cosas que suceden y se dicen quedan atravesadas solamente por el andar oficialista nacional, de las provincias e inclusive de los municipios afectados. Hay la protesta y movilización expansiva de los lugareños, no a nivel masivo y con el concurso de grupos ambientalistas (como fuere, bienvenido sea porque es lo que disparó un altercado imprescindible). Hay la represión parida por las entrañas gubernativas y judiciales de esos símiles de feudos a los que no llegó la Revolución Francesa, como lo definió un poblador citado por el colega Eduardo Blaustein. Se escucharon unas cuantas voces condenatorias de la represión, montadas en el aprovechamiento de multimedios que se desayunaron con el envenenamiento de que son o serían víctimas nuestros hermanos del interior profundo. Por lo demás, es Casa Rosada que recién ahora tomó nota presidencial de la bola de nieve. Más los propios gobernadores o gobernadores propios, como se quiera, que dispusieron lo que por el momento es apenas un ámbito de discusión con aroma de defensa conjunta. Algo es algo, de todos modos, frente a un temón que los mostraba silbando bajito. Algo tendrán que esgrimir, igual que desde Buenos Aires, y entonces deberá verse la solidez de los argumentos confrontadores. En su estupendo artículo del martes pasado en este diario, Ricardo Forster aludía a una de las claves: “Ninguna corriente ecologista, o medianamente ambientalista, puede resolver la ecuación, extremadamente compleja, entre creación de riqueza, disminución de la pobreza y distribución igualitaria, si no se hace cargo de darles alternativas a sociedades que necesitan salir del atraso y la dependencia (...) Lo demás es falso virtuosismo, incapaz de pensar la cuestión social, o simplemente cinismo”.

Resolver o contribuir al desculado de esa ecuación es el anhelo de máxima a que debe propenderse. Mientras tanto, o a propósito, una polémica de buena leche tendría que servir –de mínima– para dilucidar ciertos nudos discursivos, contradictoriamente asombrosos, de los actores en pugna. ¿Cómo justificar que pueda hablarse de una cantidad aterradora de agua, usada y contaminada por la actividad minera, con producido de grandes sequías, y a la vez se refute que el consumo de agua de la mina más grande del país equivale apenas al de 800 hectáreas de olivos? ¿Cómo entender que se mente el envenenamiento con cianuro, y a la par que no hay cianuro vertido al ambiente porque el 90 por ciento se reutiliza en procesos cerrados y el resto se destruye? Podría decirse que, si es por cotejo de prevenciones y datos como ésos, alguien miente en forma descarada: se discute una película, un cantante, una obra plástica, un periodista; no dónde está ubicado el fémur. Pero también –más por experiencia que por certeza, en tanto son muy pocos los que en esto no tocan de oído– tal vez pueda afirmarse que el contencioso está surcado por agrandamientos y minimizaciones a partir de dos fundamentalismos. El de mercado y el ecoambientalista. Del primero se conoce y sufre mucho. Del segundo, más bien se intuye. Y en paralelo o imbricada, porque lo anterior atraviesa principalmente condiciones ecológico-sanitarias, corre la cuestión no ya del modelo extractivo sino de los intereses en juego. El ingeniero Enrique Martínez, ex titular del INTI, remarca como dato central que, de los 51 megaemprendimientos mineros en desarrollo, 49 están en manos de grandes empresas multinacionales. Desde ya que no es el único número que simboliza la extranjerización de la economía argentina, en este caso favorecida a mansalva a través del Código de Minería sancionado por el menemato en 1994. Un monstruoso peludo de regalo, de complicadísimo desarme jurídico. Sin embargo, la proporción lleva a preguntarse de qué la va Argentina, en un proceso así, acerca de la relación costo-beneficio entre lo que se llevan y lo que dejan. Asunto sobre el que tampoco se ponen de acuerdo unos y otros, bien que en eso parecería haber mayores cuotas de sentido común. O complementario. Los empresarios mineros muestran cifras fabulosas de lo que la actividad le significa al país, mirado por donde sea: proporción del PBI (cerca del 5 por ciento), generación de empleo directo e indirecto en lugar de origen, pago de impuestos. Todo muy lindo, se les contesta, pero las poblaciones y distritos en que se radica el negocio siguen sumidos en una pobreza ostentosa.

Como señala en su blog el periodista Hugo Presman, “si el Gobierno cree que esta batalla es como la de la Resolución 125, se equivoca. En aquel caso tenía razón y las clases medias urbanas acompañaron a las rurales en su cruzada opositora, en una gigantesca expresión de colonización cultural y manipulación informativa. No es esta situación una réplica de aquélla”. Claro que no lo es, comenzando porque no rige una pretensión destituyente. La buena noticia estaría siendo, para reiterar, que el Gobierno resuelve involucrarse en una tenida que no es para la gilada. Es nodal. La mala podría ser que no sea sincera e intensa. Y la peor, que la conduzca una guerrilla mediática repentinamente estupefacta, entre otros descubrimientos, por las víctimas de la minería.

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Daniel Alarcon en Ñ

n la celebrada novela Radio Ciudad perdida, los habitantes de ese país demasiado parecido al Perú desangrado por la guerra, intentaban rastrear a sus familiares desaparecidos contando sus historias. Para su autor, el escritor Daniel Alarcón (que nació en Lima pero creció en Alabama) la novela significó el Premio PEN, la aceptación de la crítica estadounidense y un extraño modo de conciliar su nacionalidad híbrida y compleja, la de un escritor latinoamericano que escribe en inglés.

Desde entonces, su obsesión por la radio, una constante que siempre lo acompañó, “empeoró”. En 2007, la BBC lo contrató para dirigir un documental radial sobre la migración andina hacia Lima. Por la limitación del idioma –por hablar en español– muchas de las voces más interesantes del proyecto quedaron afuera del corte final. Se preguntó entonces cómo sería, si existiera, un espacio para esas voces. Así nació www.radioambulante.org , el sitio con el que pretende llevar crónicas –un género que goza de buena salud en América latina– a un formato radial sin resignar una estética cuidada y una pretensión literaria. “La historia oral es el primer género literario. ¿Cuántos de los que somos ahora escritores nos enamoramos de la literatura escuchando historias?”, le pregunta vía mail a Clarín desde California donde vivió buena parte de sus 35 años.

Radio Ambulante planea producir podcasts (archivos de audio que se pueden descargar) mensuales y ya forjó una red de periodistas en una veintena de ciudades para reflejar la realidad de los latinoamericanos lejos de los estereotipos que nos muestran como víctimas o villanos. Hasta el momento, aseguran, recibieron más de 50 propuestas de 20 países, mientras buscan –por medio de donaciones de oyentes y fundaciones– hacerse con los 40 mil dólares necesarios para sostener el emprendimiento. Desde abril, planean publicar programas de una hora de duración cada seis semanas . El primer tópico, visto desde distintos países serán “las mudanzas” y seguirá “el fútbol”. “El próximo año esperamos aumentar el ritmo de producción, pero estamos comenzando”, dice.

También habrá historias impactantes y profundas, entre ellas una sobre el exilio del ex-presidente hondureño Manuel Zelaya, otra sobre una transexual nicaragüense y su mejor amiga (su ex-esposa) y hasta la de un pueblo colombiano que adopta a los NN, los cadáveres desconocidos que trae el río. “No hay formato. Tenemos crónicas simples, cortas y de una sola voz, presentadas casi sin adorno, y también crónicas muy complejas, de largo aliento, con múltiples entrevistas, muy producidas y ricas en términos de sonido. Buscamos buenas historias”, explica Alarcón, que además de producir y dirigir Radio Ambulante escribió sus propias crónicas radiales. “Es otro lenguaje, más simple, más hablado, más natural. La radio es un medio muy democrático”, asegura.

El novelista no es el único escritor involucrado. En el sitio ya están disponibles un piloto de su compatriota radicada en Barcelona Gabriela Wiener y otra del chileno y residente argentino Cristian Alarcón. Ninguno pudo negarse a la invitación. En poco más de 7 minutos, Wiener –autora de Sexografías y Nueve lunas – indaga sobre los inmigrantes latinoamericanos que deciden regresar a sus países en medio de la crisis económica española. “El método que proponía Daniel se parecía mucho al que los periodistas narrativos solemos usar: narrar literariamente historias reales, con escenas, personajes, emociones. A mí en particular me atraía la posibilidad de hacer una historia muy cercana para mí, que me afectara directamente”, confía Wiener desde Barcelona, la ciudad que el mismo año abandonaron sus dos mejores amigas y su hermana.

Para Cristian Alarcón el desafío no fue menor. El autor de Si me querés quereme transa , uno de los grandes exponentes de la crónica en Argentina, resumió en 12 minutos la naturaleza trágica y humana del descenso de River, protagonizada por el relator Atilio Costa Febre. El resultado es una crónica que –con saltos temporales y cierta complejidad narrativa– conmueve a futboleros y a analfabetos de la pelota. “Lo que más le impresiona a alguien que viene de la escritura es la economía de lenguaje en la radio. Para escribirla habría necesitado 30 mil caracteres y en radio esta historia de pocos minutos parece contarlo todo”, explica.

El modelo de Radio Ambulante -aclara su creador- tanto en los contenidos como en la financiación existe en Estados Unidos: This American Life es un ejemplo. “Me siento cómodo en este registro, en este tono de conversación entre amigos”, dice. Para él, se trata de una extensión de su proyecto literario. “Sigo escribiendo una novela, más lentamente de lo que quisiera, pero a paso firme. Soy novelista, pero también narrador. Me encanta llegar a lugares donde no debería estar. Ahora lo hago con el micrófono en mano, pero lo básico no ha cambiado. Sigo trabajando en lo mismo”. En literatura.

LIBRO Y BLOG EL PAÍS

Dos viajeras se mueven por separado dentro de una estación de trenes. La primera busca una conjunción de carteles indicativos grises y verdes, que encuentra rápidamente; en los paneles localiza una flecha dirigida hacia abajo y lee el mensaje adjunto. Como preveía, las palabras hacen referencia a los andenes de partida de los trenes. La segunda viajera, después de un largo viaje en tren, desea tomar un taxi. Persigue con los ojos un letrero que rece “salida” y a los pocos segundos divisa un grupo de paneles donde se halla el mensaje deseado. Junto a él, sorprendida, encuentra el dibujo de un taxi visto de frente. Ya completamente segura, se dirige a la dirección indicada por la flecha junto al taxi.

La diferencia entre estas dos viajeras reside en la habitualidad del tránsito. La primera es una viajera frecuente y conoce la señalética de memoria, mientras que la segunda necesita contrastar varias veces la información. Sin embargo, ambas están acostumbradas a desentrañar mensajes emitidos mezclando palabras e imágenes. Son viajeras distintas, pero ambas son lectoespectadoras. Las dos han distinguido a la perfección los paneles informativos entre los numerosos anuncios publicitarios que pueblan el inmenso hall del edificio de forma casi inconsciente, mediante un vistazo al conjunto textovisual (suma de imágenes y textos) de la estación. Sus cerebros han seleccionado automáticamente el grupo de letras y signos que componen la información institucional, descartando la publicidad (aunque ambas podrían después responder a la pregunta de si había o no tal cadena de comida rápida en el interior, pese a no haberse fijado en ella).

Que el cerebro privilegie una información necesaria (como hallar la salida) no significa que no haya procesado las demás. “Descartar” no significa “no ver” para un lectoespectador, sino sólo “procesar en otro momento”.

En nuestros días, todos somos acuciados o apelados desde millares de signos o anuncios con texto e imagen. Textovisual es la portada de este periódico, textovisuales son los telediarios (algunos incrustan en la parte inferior de la pantalla una banda móvil de texto con otras noticias), y textovisuales son las pantallas de los ordenadores o de los telefónos móviles. La propia ciudad y las carreteras que enlazan unas urbes con otras son asimismo vastos repertorios de señales escritas, visuales y auditivas; emisiones que leemos de forma cruzada pero precisa, completa y complejamente, estableciendo no sólo el significado concreto de cada una sino también sus relaciones de conjunto. Si en el mismo cruce viésemos un stop y un ceda el paso juntos, el cortocircuito de sentido generado, aun estando más que familiarizados con ambos iconos, llamaría nuestra atención instantáneamente. Cuando comienza en una pantalla publicitaria un anuncio muy conocido distraemos la mirada, que regresa si el spot se interrumpe con otra secuencia de imágenes inesperada.

Todos somos por tanto lectores y espectadores de nuestro entorno, lectoespectadores capaces de aprehender de forma simultánea y sistemática todas las emisiones sígnicas de nuestro mundo con independencia del formato en que se encuentren. Internet, que es una imagen incluso cuando sólo hay texto en pantalla, ha terminado de familiarizarnos con la visión de ambas realidades en una sola y superior. La información textovisual y este nuevo modo de percibir la realidad se han incorporado de un modo tan natural a nuestra vida que los artistas y escritores (“antenas de la raza humana”, según Ezra Pound), no solo han captado esta tendencia, sino que la han hecho suya y procesan en formas textovisuales sus creaciones, cada vez con mayor frecuencia. Escritores franceses como Annie Ernaux o Claro, canadienses como Douglas Coupland, británicos como Jeff Noon, mexicanos como Cristina Rivera Garza, estadounidenses como Mark Danielewski, peruanos como Claudia Ulloa o César Gutiérrez, chilenos como Carlos Labbé o varios autores españoles escriben libros con zonas anfibias entre texto e imagen, obras flotantes entre dos aguas (El libro flotante de Caytran Dölphyn, del ecuatoriano Leonardo Valencia, tiene una versión convencional en papel y otra, textovisual, en la Red).

Siempre, desde Simmias hasta los caligramistas pasando por Sterne, Mallarmé o Jardiel Poncela, ha existido la escritura dotada de conciencia espacial o con voluntad plástica, pero estamos ante una explosión global de prácticas (en Japón son muy populares las novelas construidas en minúsculos fragmentos para ser leídas en el móvil), que hace del libro convencional un campo de batalla, o de juegos, entre imagen y texto, convirtiendo la página en una página-pantalla o pantpágina diseñable a voluntad por el escritor. Un campo de búsqueda formal (aunque las formas traslucen siempre ideas) que encuentra en la actual difusión del libro electrónico un ancho horizonte de posibilidades.

Otro fenómeno espolea también la construcción de la realidad cotidiana como creadora de información textual y visual a un tiempo, y del mundo como lectoespectáculo: las redes sociales. Facebook y Google+ han estimulado la creación de contenidos donde las fotos subidas y los vídeos enlazados son parte esencial del discurso, junto con los estados escritos que las anuncian y los comentarios que las describen o celebran. Cadenas verticales de palabras e imágenes anudadas forman parte del día a día de 800 millones de personas, a los que habría que sumar los cientos de millones de usuarios de otras redes sociales, incluidos los blogs o bitácoras.

En su novela Los electrocutados, el argentino J. P. Zooey escribe: “las grandes épocas históricas imponen un modo de mirar las cosas”. La nuestra quizá no imponga pero desde luego recomienda una actitud lectoespectadora para aprehender nuestro entorno diario, para desentrañar el refulgente y ruidoso mundo en que vivimos

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/02/19/actualidad/1329683841_318096.html

Gusravo Faveron

¿intelectual? Abimael Guzmán
...
Hace poco el tema de la enseñanza escolar de nuestra historia reciente, y particularmente la enseñanza en los colegios de asunto de la violencia política de los ochenta y los noventa fue materia de discusión pública, aunque, víctima de la naturaleza espasmódica de los ciclos noticiosos, el debate cayó en nada, o en muy poco, prematuramente.

Una cosa que no suele subrayarse suficientemente (aunque sí lo hacía, entre otros, el querido y recordado Carlos Iván Degregori) es que la historia de Sendero Luminoso estuvo ligada desde sus orígenes y a través de los años con la cuestión educativa. Sendero Luminoso fue fundado por un profesor universitario de filosofía; entre sus líderes más sanguinarios hubo otros maestros que fueron discípulos suyos; los primeros intentos de articulación de una base instrumental de Sendero Luminoso se produjeron en escuelas secundarias del departamento de Ayacucho, a través de profesores; sus primeras escaramuzas políticas se dieron en ese nivel; Sendero Luminoso mantuvo por más de una década las infames escuelas populares donde a centenares de niños y adolescentes se les lavó, o más bien ensució el cerebro con consignas y dogmas tan estúpidos como arbitrarios.

Por una carta pública que suscribe un grupo de escritores me entero de un hecho reciente, curioso, no poco prepotente y que quiero mencionar por su arbitrariedad. Quiero aclarar antes, porque se trata siempre de un tema delicado, que sólo tengo una fuente para enterarme del asunto, y que esa fuente es la misma carta a la que me refiero, firmada por autores como Daniel Alarcón y Miguel Gutiérrez. Según ella, el escritor Rafael Inocente, que es también un ingeniero zootécnico, ha sido separado de su cargo como director técnico del Instituto Tecnológico Pesquero por haber declarado en una antigua entrevista que Abimael Guzmán era un intelectual, y ese despido habría sido promovido por una campaña del diario Correo y de su inefable director, Aldo Mariátegui.

Una declaración así no parece razón suficiente para cortar la carrera de alguien que, al menos según se afirma en esa carta, estaba llevando adelante proyectos interesantes y originales en su sector. La afirmación de que Abimael Guzmán fuera un intelectual no es en sí misma ni una apología de sus ideas ni mucho menos una suscripción o una adhesión a sus acciones. Es una observación objetiva, que algunos juzgarán correcta, otros falsa y otros banal; yo creo que es banal aclarar que un homicida masivo es un intelectual y creo que es banal recordar como filósofo a quien usó dos o tres lugares comunes del totalitarismo maoísta para articular la ideología que sustentó el mayor crimen de la historia del Perú; pero si uno llama intelectuales a los maestros universitarios de filosofía, la banalidad de la proposición no basta para volverla falsa.

Lo que sucede es que los intelectuales pueden ser buenos o mediocres, pueden ser relevantes o irrelevantes, agudos o superficiales y, ciertamente, pueden ser también inteligentes o idiotas, cultos o ignorantes, y su impacto en la sociedad puede ser positivo o puede ser destructor. El hecho de que Abimael Guzmán fuera, de oficio, un intelectual no lo salva de caer en el segundo término de cada una de esas oposiciones.

(Por eso me parece sorprendente que la carta de los escritores que denuncian la injusticia de lo hecho con Rafael Inocente se empeñe en demostrar que Abimael Guzmán es una persona inteligente para demostrar que es un intelectual, hasta el absurdo de citar como prueba un pasaje del célebre libro de Simon Strong sobre Sendero Luminoso: "Guzmán fue el mejor alumno del tercer grado, el tercero en el cuarto grado, y el segundo en el quinto grado. Sacaba siempre las mejores notas en conducta y orden". Por favor: la inteligencia no es privativa de los intelectuales, los intelectuales no son todos ellos particularmente inteligentes, y francamente no sé qué tienen que ver las notas de primaria con la condición de intelectual de alguien).

domingo, 19 de febrero de 2012


Nathan (Romain Duris) es un brillante y exitoso abogado de Nueva York, pero su vida personal es un desastre desde su divorcio de Claire (Evangeline Lilly). Hasta que conoce al misterioso Doctor Kay (John Malkovich), que asegura saber cuándo alguien está a punto de morir, y ser enviado para ayudarle a poner sus asuntos en orden antes de que llegue la hora.

Título original: Et après (Afterwards)
Año: 2008
Países: Alemania, Francia y Canadá
Duración: 107 minutos
Género: Drama, misterio, suspense
Estreno en España: 25-11-2011
Estreno en USA: 27-10-2009 (Estreno directo en DVD)
Director: Gilles Bourdos
Reparto: Romain Duris, John Malkovich, Evangeline Lilly, Pascale Bussières, Sara Waisglass, Reece Thompson, Bruno Verdoni, Joan Gregson, Mark Camacho, Robin Wilcock, Edward Yankie, Carlo Mestroni, Glenda Braganza, Leni Parker, Henri Pardo.
Guión: Gilles Bourdos y Michel Spinosa, badado en la novela de Guillaume Musso.
Producción: Olivier Delbosc, Christian Gagne, Christian Larouche y Marc Missonnier.
Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Ping Bin Lee.
Montaje: Valérie Deseine.
Diseño de producción: Anne Pritchard.
Vestuario: ?
Productoras: Fidélité Filmsy Akkord Film Produktion GmbH, Christal Films, M6 Films, Wild Bunch, Mr. Mudd, Canal+, TPS Star y Afterwards Productions.
Distribución en España: TriPictures.

Entrevista a Petros Márkaris en Página 12



Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín

“El problema hoy con Grecia es que no hay una perspectiva. Y no sólo en la clase dirigente. Si uno habla con la gente de la calle, con un taxista, con un empleado, con un comerciante, nadie ve una salida. Han perdido toda esperanza.” La descripción es de Petros Markaris, hoy por hoy el más reconocido escritor griego, autor de la serie de novelas protagonizadas por el teniente Kostas Jaritos, comisario de la policía de Atenas. Si los casos que lleva adelante Jaritos se han traducido en medio mundo, es porque Markaris no sólo ha creado uno de esos detectives que –como el inspector Maigret, de Simenon– se convierten en amigos íntimos del lector sino también porque desde hace casi dos décadas viene ofreciendo, en cada una de sus novelas, un retrato tan vívido como crítico de la sociedad griega. La última publicada en castellano, Con el agua al cuello (Tusquets), transcurre en medio de la crisis que atraviesa hoy Grecia y el comisario Jaritos debe investigar una serie de asesinatos a banqueros y financistas, como si persiguiera la sombra de toda una sociedad que se está vengando de sus usureros.

El motivo de la presencia de Markaris en Berlín, sin embargo, es otro. Como amigo y guionista durante cuarenta años del gran realizador griego Theo Angelopoulos, fallecido en un accidente de tránsito en Atenas hace menos de un mes, Markaris llegó a la capital alemana para participar de un homenaje que la Berlinale le rindió al director de La mirada de Ulises y La eternidad y un día. En una charla larga y distendida con Página/12, Markaris habló de su trabajo junto a Angelopoulos, de la saga del comisario Jaritos y, por supuesto, de la crisis en Grecia, que lo desvela.

–¿Cómo se conocieron con Angelopoulos?

–Fue en 1971. Un año antes se había estrenado su primer largometraje, Reconstrucción, y Theo vino a ver la puesta en escena de una de mis obras de teatro. Después se acercó con una propuesta: “¿Le gustaría colaborar en el guión de mi próxima película?”. Le contesté, con toda franqueza, que me encantaría, pero que no tenía la menor idea de cómo se escribía un guión. Me dijo: “No se preocupe, yo le enseño”. Y aprendí a escribir guiones con Theo. Pero Theo no escribía guiones convencionales, eran más bien como novelas, porque no pensaba en función de planos, sino de secuencias enteras. Hicimos ocho películas juntos y fuimos muy amigos.

–¿De qué trataba su última película, la que no llegó a terminar y de la que usted también participó como guionista?

–Angelopoulos filmó dos trilogías, que abarcan casi medio siglo de historia griega en el siglo XX. La primera estuvo integrada por Días de 36, El viaje de los comediantes y Los cazadores. Y después vino la segunda trilogía: El prado que llora, El polvo del tiempo y El otro mar, que es la película que ahora quedó inconclusa. Nunca hubo en Grecia un novelista o un dramaturgo, ni mucho menos un cineasta, que intentara algo semejante, que estuviera tan obsesionado con la historia, con el trauma de Grecia. Para Angelopoulos, el presente siempre tenía su explicación en el pasado. Y lo que los europeos a veces no entienden es que Grecia es un país muy traumatizado. Problemas que no siempre los europeos pueden ver con claridad tienen su razón de ser en el pasado. Y Theo sentía que éste era el momento de cerrar su segunda trilogía, para intentar comprender qué había sucedido, cómo los griegos habíamos llegado hasta aquí, hasta este presente tan triste. Pero llegó a filmar apenas 38 minutos de una película de dos horas.

–¿Cómo evalúa la pérdida de Angelopoulos para Grecia?

–Es una gran pérdida, porque es muy poca la gente que hoy tiene una imagen positiva de Grecia. Y él era uno de los pocos que podía transmitir esta imagen. Theo creció en circunstancias muy difíciles. Nació en 1935, un año antes de que se iniciara la dictadura de Metaxas, creció en la Grecia de la posguerra civil, en la que el país estuvo prácticamente desintegrado, empezó a filmar durante la Dictadura de los Coroneles... Fueron tiempos muy difíciles, muy peligrosos, sobre todo para alguien que se había propuesto hacer películas políticas. Tenía el talento de sobreponerse a todas las limitaciones y eso es lo que más respeto de Angelopoulos. Una persona que es capaz de superar cualquier problema con ideas siempre nuevas es una persona muy valiosa. Y si Grecia tiene algo para aprender de Angelopoulos es que el talento, la visión y la fuerza del trabajo pueden vencer la pobreza y los obstáculos más difíciles. Y esto es muy importante en este momento precisamente, cuando Grecia se está precipitando hacia un nuevo período de pobreza y de grandes dificultades. El suyo es un ejemplo que Grecia ahora necesita y mucho.

–Pasemos a la literatura, ¿cómo nació el comisario Jaritos?

–En 1992, yo estaba escribiendo una serie de televisión, Anatomía de un crimen. Fue un éxito enorme: empezó con cuatro episodios y duró tres años. Al comienzo del tercer año estaba completamente paralizado, porque había escrito 65 episodios y ya no daba más, no se me ocurría nada nuevo. Les dije a los productores que ahí terminaba, que se buscaran otro guionista. No querían saber nada, estaban ganando mucho dinero, y yo también, pero yo ya no daba más. Insistieron, acordé escribir algunos capítulos más hasta que encontraran a un reemplazante, me senté de nuevo frente a la máquina y de pronto empezó a formarse la imagen de una familia, como si estuvieran parados delante de mi escritorio: un hombre común, su esposa y su hija. Mi primera reacción fue totalmente negativa. Me parecía que no podía hacer nada con ellos. Pero el hombre era muy persistente, no me dejaba en paz. Cada vez que me ponía a escribir se me aparecía delante de mi escritorio. Y se convirtió en una tortura, porque torturaba mi mente. Entonces, un día, cuando tenía dificultades para continuar con mi trabajo, me dije: “Si este hombre me tortura así, no puede ser otra cosa que un policía o un dentista” (risas). Pero un dentista es un personaje sin ningún interés, totalmente aburrido (y además no me gustan porque siempre tuve muchos problemas con los dientes y los dentistas siempre me torturaron). Entonces me decidí por el policía e inmediatamente supe su nombre, el de su mujer, Adrianí, y el de su hija, Katerina. No sólo eso. Como en aquella época me pasaba horas en un canal de televisión, estaba muy cerca de la gente que hacía los noticieros y de los periodistas de TV. “Esta es gente muy enferma”, me dije. “Siempre corriendo de aquí para allá, detrás de una exclusiva.” Y entonces puse al comisario Kostas Jaritos en medio de esa locura y nació la primera novela de la serie, Noticias de la noche.

–Su novela más reciente publicada en castellano, Con el agua al cuello, se inicia con una cita de Bertolt Brecht: “Peor que robar un banco es fundarlo...”

–Me siento muy brechtiano. Traduje al griego muchas de sus obras. Lo estudié muy de cerca y, aunque yo ya no escribo teatro, siento que sigo aprendiendo lecciones de Brecht. La más importante, por supuesto, es la de mantener siempre una distancia. Cómo ser un buen observador, eso me enseñó Brecht. Me enseñó a no involucrarme personalmente, a mantener una distancia con el material, para verlo más claro. Y esas lecciones siguen siendo muy valiosas también para las novelas del comisario Jaritos. Y como el traductor que fui, también conozco muchos de sus trucos para no involucrar emocionalmente al lector, para hacerlo reflexionar sobre lo que está leyendo. La única novela mía con la que tuve dificultades fue con Muerte en Estambul, porque yo nací allí y mucho de lo que allí cuento es del orden familiar, es muy personal. La pospuse muchas veces, hasta que mi hija me convenció de que tenía que enfrentarla y escribirla.

–¿Con el agua al cuello es la primera parte de una trilogía dedicada a la crisis griega?

–Tengo una nueva novela, que fue publicada en octubre en Grecia, y que pronto se editará en castellano. Ahí se ve cuánto peor se ha puesto la situación en nuestro país. Y ahora casi estoy en condiciones de ponerme a escribir la tercera novela de la trilogía. Pero voy a sentarme recién en abril, porque antes tengo pendientes algunos viajes de trabajo y necesito estar en Atenas para concentrarme y para palpar el ambiente.

–¿Es verdad que estudió economía?

–Es una mentira, nunca estudié economía, o más bien nunca concluí mis estudios. Odiaba la economía, pero fui a Viena a estudiar por dos razones: primero porque fue un mandato de mi padre y luego porque fue la oportunidad de viajar y salir de Grecia. Mis conocimientos de economía provienen, en todo caso, de mi experiencia como empleado, durante once años, en una gran compañía de cemento, en Grecia. Porque nadie empieza siendo un escritor profesional, ¿no? Yo estaba en el departamento de exportaciones a los países árabes y entonces todo lo que sé del tema lo aprendí allí, en la práctica. Es muy poco lo que les debo a mis estudios.

–Y desde ese conocimiento práctico, ¿cómo evalúa la crisis griega? ¿Cuán profunda es? ¿Hay una salida?

–Si me pregunta cuán profunda es, discúlpeme, pero debo decirle que es más profunda que la mierda. Mire, hay algo que nunca voy a dejar de reconocer, y es nuestra responsabilidad en la crisis. Grecia siempre fue un país pobre y tuvo sus razones para ello: la guerra civil, las dictaduras, todo lo que usted pueda imaginarse. Pero a pesar de la pobreza, Grecia siempre tuvo sus valores: la decencia y un alto nivel cultural. Como yo no nací en Grecia, sino que venía de Estambul, me preguntaba: “¿Cómo un país tan pobre puede tener tan alto nivel de cultura?” Poetas, escritores, dramaturgos... Era realmente increíble. El gran error fue que cuando logramos salir de la pobreza también dejamos atrás esos valores. Y ahora que entramos de nuevo en la pobreza ya no los tenemos. Y ése es el punto crítico. Pero hay más... Esa supuesta riqueza de los últimos treinta años fue una riqueza virtual. Y para colmo, así como conocíamos la cultura de la pobreza, desconocíamos la cultura de la riqueza. Y eso fue un desastre, porque si uno no conoce esa cultura piensa que puede despilfarrar el dinero: comprar un auto, un segundo auto, un tercer auto para el hijo, una casa para el verano, un barco, un piso en Atenas... Y esto era una realidad virtual, que no se correspondía con el país real. Y nosotros nos despertamos tarde para entender lo que sucedía. Mientras tanto, habíamos construido un sistema político basado en el clientelismo y que también malgastaba el dinero, porque así le era más fácil sobrevivir en el poder. Abolimos la monarquía, pero mantuvimos los clanes políticos.

–Pero ésa es una parte del problema, ¿no?

–Claro, ésa es la parte que nos toca a nosotros. Pero también está la responsabilidad de Europa. Como les digo acá a los alemanes: la responsabilidad de la crisis puede ser nuestra, pero la responsabilidad por el tratamiento es de ustedes. Ustedes están imponiendo este tratamiento, estas condiciones. Y ustedes van a tener que explicar las consecuencias, que yo creo van a ser terribles. No va a funcionar. Ustedes ya lo experimentaron en Argentina. Están aplicando las mismas viejas recetas del Fondo Monetario Internacional: recortar salarios, jubilaciones, pensiones, puestos de trabajo. Están arrojando al país a una recesión de la que no se va a poder recuperar. Ya el año pasado empezaron a aplicar estas recetas y la recesión no hizo sino aumentar. La tasa de desempleo, que estaba en el ocho por ciento, ahora está en el 21 por ciento. Y entre la gente joven, el desempleo trepa casi al 50 por ciento. Hasta The Wall Street Journal lo acaba de decir, hace un par de días: esto así no funciona, así no se sale de una crisis. Lo que ha sucedido con Grecia es que se ha producido una devaluación interna sin tocar la moneda. Es un experimento, no se sabe qué va a suceder. Están experimentando a costa nuestra. Y dicen que si funciona con nosotros lo van a aplicar en Portugal, en España, incluso en Italia. Pero no podemos permitir que arruinen un país con un experimento. No somos cobayos.

–¿Y cómo reacciona la gente?

–La gente está exhausta: no tiene dinero, no tiene poder, no tiene la voluntad de luchar. Y no sé cómo será en América latina, pero en Grecia para mí es claro que no se puede salir de la crisis sin la participación de la izquierda. Y le voy a decir por qué. En otros tiempos, la izquierda funcionaba como un contrapeso, como un mecanismo de control de la democracia burguesa. Pero hoy la izquierda europea está en una situación desastrosa y ya no moviliza a nadie.

–¿Existe el riesgo de que surjan movimientos ultranacionalistas?

–En el Parlamento griego ya tenemos a un partido bien de derecha, el LAOS. Y ahora, a su derecha, ha surgido una extrema derecha, que va a tener representación parlamentaria.

–¿Y cuál es la responsabilidad de la izquierda en este proceso?

–El problema es que cuando cayó el bloque socialista, la izquierda quiso formar parte del sistema, renunció a muchas de sus banderas y empezó a decirle a la gente que podían administrar los gobiernos como lo hacían los partidos de derecha o de centroderecha. Y no sólo no supieron hacerlo, sino que se apartaron de sus votantes naturales. Hoy el Pasok, el partido de centroizquierda en Grecia, se está disolviendo en los desagües de la política. Y la Nueva Democracia, de centroderecha, no tiene el poder suficiente como para formar una mayoría. No sé qué va a suceder. Pero yo siempre lo he dicho, desde el comienzo, y lo sigo pensando: el problema en Grecia es, antes que nada, un problema político y después financiero. Los problemas financieros son producto de la crisis política. Este plan de la “troika” europea no va a funcionar, es imposible sumir al país en una recesión mayor. Si vamos a declarar la bancarrota es mejor declararla ahora, no mañana.

–¿Y cómo viven Jaritos y su familia esta nueva etapa de la crisis?

–Va a ver que las cosas se vuelven más difíciles para ellos. Porque Jaritos es un policía, un empleado público. Pero Jaritos es también un hombre de una generación que creció y aprendió a vivir en circunstancias de mucha pobreza. Y sabe cómo arreglárselas mejor que otra gente. Lo mismo sucede con Adrianí, su mujer, que siempre supo hacer las compras y cocinar por poca plata. Nunca entraron en la sociedad de consumo. Pero la hija, Katerina, está desesperada. Ella, la hija de un simple policía, que pudo estudiar derecho, recibirse y hacer un doctorado, no encuentra trabajo. Siempre tuvo todo y ahora siente que no tiene nada, que todos sus esfuerzos no valieron la pena. Y esto le pasa hoy a mucha gente joven. Se quieren ir del país, como Katerina. Buscan trabajo en cualquier lado, no importa dónde sea. Es un problema muy grande. Si tenemos suerte, vamos a perder dos generaciones de jóvenes griegos, pero lo más probable es que perdamos por lo menos tres. Ellos son los grandes perdedores de hoy, pero el país será el gran perdedor de mañana, porque se va a quedar sin sangre joven.