viernes, 5 de marzo de 2010

2010 - Casi dos semanas de juicio a los genocidas- Tucumán

1980

A 4 años del secuestro de Angel

Escribo. Intento arrojar fuera de mí el tiempo viejo, fuera de este nuevo tiempo. La angustia me quema, se interpone entre yo y la vida, se cuela rastreramente en los agujeros que mi miedo le deja y me despoja de mí, me deja sola frente a un gran espejo vacío. Escribí me decía oracular , José , hacé como los grandes hombres que miran las altas cumbres. Por qué no te vas a la puta madre que te parió con recetas de grandes hombres estoy hasta la coronilla de los grandes hombres y de sus recetas por ahí me quedo con las palabras pequeñas de las mujeres o las sonrisas de mis hijos pero en lo que sí estoy de acuerdo es en que no renuncio a las palabras son mías tengo derecho a ellas me las he ganado.

Estoy llena de preguntas no entiendo quién soy y qué es mi vida, todo junto presente y futuro; al pasado lo tengo cada vez más claro pero también siento que mi cuerpo se rebela a seguir siendo pasado que a mis ganas ya no las contienen más los mitos. Es como si de un golpe hubiera salido o me hubieran sacado del transcurrir ahora no sé como volver cómo colarme de nuevo en la vida cómo salir de la épica donde me he instalado donde me he construido una imagen confiable y mirá que las épicas no son recomendables y los mártires pueden ser terribles y soberbios aunque no por ello dejan de ser mártires. Pequé por haberme instalado en la gesta de la mujer del héroe con una carátula trágica protectora, en realidad es lo único que pude hacer , sostenerme en algún espacio que me explica. Y alguien me susurró sos tigre y los tigres son buenos para las épicas aunque nadie se llevaría un tigre a la casa. Solamente muerto y para que le sirva de alfombra, para pisarlo y exhibirlo, en una de ésas para colgarlo de la pared lo que no me hace mucha gracia ya he experimentado la sensación de estar en la pared de otro.

Durante años viví todas las muertes y todas las vidas, no me permití huecos ; soporté a los muertos y a los vivos, a los vecinos y a los ausentes. En mis días confluían los gritos de la cárcel , la sangre silenciosa de los asesinatos, la vergüenza de los miedosos y de los cómplices, el odio sordo de los verdugos, la indiferencia de los que nos habían declarado inexistentes. Y así adriana ricardo horacio graciela y sobre todo ángel siguieron viviendo , yo representaba a todos . En ese mundo imaginario yo dialogaba con ellos e intentaba conjurar la palabra muerte, convivía con los fantasmas cuyo regreso nadie se atrevía a cuestionarme. Cuestión de fe. de fanatismo por la vida, de fascinación con la muerte de negación de la ausencia. La muerte me acechaba con sus peores rostros- sí la muerte tiene diferentes caras y aunque parezca extraño unas son más temibles que otras-La tortura que no se merece, el crimen que no se entiende. tres años donde todos los días me dibujaba una cara que perdía todas las noches, donde solamente los rituales mantenían vivo al otro, un eterno monólogo de muertes reales y engañosos renacimientos. Y los cuadernos con diálogos imaginarios se amontonaban en el rincón obsesivamente registraba todo aquello que el otro se perdía de mi vida de la de sus hijos de la de todos los que nos rodeaban renovando las promesas hasta con regalos que cuidadosamente guardaba con la ropa para el viaje que realizaríamos salvándonos para siempre de este país, de esta gente porque ya no habría dudas ya nadie nos tocaría la puerta mientras pintábamos la casa, nunca más permitiría que me tranquilice una voz masculina que simula manejar la situación con la última frase que le escuché "No te preocupés cielo que ya vuelvo" qué derecho tenía a pedirme que no me preocupe.

Hoy debo fundar un modo de instalarme en el presente, de abandonar la doble escena en la que en ese momento quedé fijada y volver los ojos hacia los hombres y las mujeres, las palabras y los libros, Por eso es necesario poner historia en ese pasado. Esta historia es la mi historia de un grupo de personas muchas de ellas están muertas otras están lejos. Hay en ella mucho dolor pero también mucha ternura y sobre todo una inmensa demanda de memoria y de justicia en un mundo que pretende olvidarlos.


Carmen