martes, 2 de febrero de 2010

Adiós a Tomás Eloy


El 31 de enero murió Tomás Eloy Martínez. En su memoria reproducimos un texto suyo "Ars Poética"
Ars poética


¿Desde dónde escribo? Escribo desde lo que desconozco, desde lo que no comprendo, desde lo que me afecta (es decir, siguien­do la vieja etimología de la palabra, desde aquello que de algún modo me rehace). Escribo para reconocer esos descono­cimientos que están allí y ante los que no quisiera permanecer ciego. Lo hago para imponerme una cierta lucidez, para negarme al desconcierto. Y también, sobre todo, escribo desde aquí, desde esta realidad a la que perte­nez­co: no tanto desde la realidad que leo sino desde la realidad que vivo. Mi materia es la infinita vida que me sorpren­de ahora y que no podría apresar si no estuviera con los sentidos en estado de alerta.

No coincido (o como dirían en el Caribe, no me hallo) con el viejo lema deconstruc­cionista según el cual todo texto debe suspender casi por completo su aspecto referencial. No quiero suspender nada, no quiero renunciar a nada que prive a mi lenguaje de todos los recursos y las técnicas que ese lenguaje ha ido aprendiendo a fuerza de ejercitar­se cotidianamente, a fuerza de afilarse y de buscarse a sí mismo. No quiero castrar a ese lenguaje de la pasión investigadora que se le adhirió al pasar por el periodismo, ni de la fiebre visual que se le contagió al escribir cine o textos sobre cine; no quiero privarlo de los sobresaltos que lo transfiguran cuando oye música, ve un tríptico de Hyeronimus Bosch o reconoce el habla de su infancia en los campos de Tucumán; no quiero tampoco obligarlo a olvidar el paisaje de las teorías críticas que le han movido los meridianos de la inteligencia, aquí o afuera. No quiero, en fin, escribir fuera de la historia, ni lejos, ni simulando que no me concierne. Quiero meter las manos en ella, aunque se me quemen.

No estoy dispuesto a renunciar a nada, porque no creo que sea legítimo privarme de nada de lo que soy, así como tampoco sería legítimo arrogar­me dones que no tengo.

Mi primera novela fue de ruptura, de tanteo. Era como una ceremo­nia de fricción y deliberado desencuentro con todo lo que yo llevaba en mí, o más bien, con lo que yo era: el periodis­ta, el investigador de las crónicas de Indias, el crítico de la literatura latinoamericana. Los dos últimos libros que he escrito tienden, en cambio, a explorar el camino del medio, entendiendo el medio de la manera como lo entiende Gilles Deleuze: el lugar del movi­miento, del pasaje, el punto de máxima veloci­dad, el imprevisto y vulnerable punto por donde las cosas empujan. ¿Medio entre qué y qué, podría preguntarse? Medio o línea del medio en la que todo cabe, todo vale: en la que el lenguaje se nutre hasta de aquello que la tradición podría considerar como escoria, como no-litera­tura, mientras, a la vez, se afana en busca de un orden verbal, de una estructura capaz de descubrir la realidad como otra cosa: como una transfiguración o epifanía. De esa manera, el camino del medio no es la búsqueda de un promedio, de una conciliac­ión entre contrarios sino, como también diría Deleuze, es la fruición por el exceso.

¿Qué tipo de narración se concilia con eso? ¿O mejor dicho, qué trato de construir, como narración, desde esos puntos de partida no tan heterogéneos como pudieran parecer a primera vista? Trato de escribir un relato de la historia que sea también un relato de la realidad histórica; trato (quisiera decir) de escribir la realidad. Lo que con frecuencia no me resulta fácil es que de allí se deriven goces que para mí son irrenuncia­bles: el goce de escribir y el goce de quienes leen lo que escribo.

Escribir la realidad ha permitido que algunos de mis textos sigan también escribiéndose en la realidad. Si bien la historia nace de la realidad, hay ciertas rea­lidades que sólo pueden nacer de la ficción.

Veamos entonces qué es lo que no hace mi narración para verificar luego aquello que sí hace; veamos, en mis dos últimos libros, qué parecie­ra que hace mi escritura cuando, en verdad, no tiene el menor interés en hacerlo. Mis textos últimos no son una variante heterodoxa del llamado «nuevo periodismo». El nuevo periodismo pone en escena datos de la realidad que la cuestionan pero que no la niegan; puede, acaso, dramatizar algunos detalles triviales, pero siempre es pasivo ante la realidad. Lo que el nuevo periodismo pone en duda no son los hechos sino el modo de narrar los hechos. La ficción no pertenece a ese juego. Tampoco son, mis textos últimos, un afluente testimonial de la historia. Acaso lleguen a proponer verdades iguales a las de la historia, pero siguiendo otros caminos: el camino de lo que pudo ser, el camino de lo que tal vez fue y sin embargo no se puede probar en términos académi­cos. He engendrado personajes ficticios que dialogan con personajes reales; he imaginado publicaciones (obviamente ficti­cias) que narran hechos reales y publicacio­nes reales que narran ficciones; he imaginado a personajes reales viviendo acontecimientos imaginarios, si bien cuando los viven están sujetos no a la lógica de la Historia sino a la lógica de la verosimilitud novelesca.

Lo que con cierta prosopopeya podría llamar entonces «mi proyecto» es un acto de pequeña audacia: quisiera convertir el presente en una fábula, dentro de la cual los personajes históricos pueden establecer una relación dialéctica con la imaginación. Procuro, como ya he dicho, que mis textos sigan escribiéndose en la realidad, que sean ficciones no clausura­das. Nada que ver, entonces, con la novela histórica tradicio­nal, aunque un proyecto de esta índole sea, por supuesto, tributario de ella.

Cada relato crea, como se sabe, su universo de relacio­nes, sus crepúscu­los, sus lluvias, sus primaveras, su propia red de amores y de traiciones. Ese conjunto de leyes no tiene por qué ser igual a las leyes de la realidad. Su única obliga­ción es postular una verdad que tenga valor por sí misma, que sea sentida como verdadera por el lector. Que el lector diga: he aquí otro mundo que se parece al mío, que difiere del mío, pero donde todo está en su sitio. Pero sobre todo que diga el lector: este mundo no es el de la historia, y sin embargo, lo necesito. Sin este mundo, la vida (y en consecuencia, también la historia) sería incompleta.

Lo que sí hago, entonces, es echar mano de la realidad (y no sólo de la literatura) para escribir literatura. Obviamente, hay cosas que suceden también en la literatura que me mueven a tentar formas de respuesta, por lo mismo que esas cosas forman parte de la realidad. De un modo u otro, esas cosas me afirman, por confirmación o por rechazo -da lo mismo-, en lo que podría llamarse «mi proyecto literario». Y escribo, también, desde una frontera genérica, desde cierto margen u orilla de los géneros donde todo se mezcla (el periodismo, las fábulas narrativas, la ópera, los libretos de cine, los expedientes judiciales) y donde cada paso entraña un cierto riesgo, un tanteo, una provocación.

Lo importante es cuales textos imponen un cambio, un paso al frente o al costado, con relación a Roberto Arlt, a Macedonio, a Borges o a Cortázar. están abriendo brechas de lenguaje que parecieran resonar de una manera nueva. Pero, ¿cómo llamar definitivas a esas impresiones cuando nada es definitivo en este magma donde andamos?
Tomás Eloy Martínez
La Gaceta Literaria, La Gaceta de Tucumán
Ficciones Verdaderas.
Carmen Perilli

Las ficciones de Tomás Eloy Martínez trabajan con dos gestos, la noticia y el mito. Proponen un diálogo entre la memoria y el olvido, la vida y la muerte, la historia y el mito. Después de las primeras poesías, Sagrado rescata la memoria de un Tucumán mitológico, donde el tiempo se transforma en quietud y las voces de las tías en susurros detrás de los visillos. El autor considera este libro "una ceremonia de fricción y deliberado desencuentro con todo lo que yo llevaba en mí, o más bien, con lo que yo era: el periodista, el investigador de las crónicas de Indias, el crítico de la literatura latinoamericana". Años más tarde aparecerá La mano del amo, una novela donde el escritor se transforma en sociólogo del imaginario provincial. Carmona vive oprimido en un mundo donde lo familiar es siniestro, separado del resto del mundo por una herida, la Zanja de Alsina. Estas novelas pueden ser leídas en contrapunto, en el pasaje de un universo hierático a la esperpéntica representación de un drama.El periodismo y la literaturaEl periodismo y la literatura se alimentan mutuamente. Tomás no sutura ni homogeneiza las palabras de los otros: las deja en libertad. Sus novelas más importantes surgen a lo largo de muchos años de investigación. En ellas explora lo que llama el "sueño argentino", "el lugar común, la muerte", obsesiones de un imaginario nacional. La novela de Perón es la respuesta literaria a Las memorias de Juan Perón recogidas en el semanario Panorama. Un libro polemiza con el otro, lo hace desde la imaginación. La novela se construye con todas las versiones y se abre a múltiples significaciones. En el espacio narrativo hay dos géneros en juego: la ficción y el testimonio. El uso del "de" en el título es ambiguo. Como posesivo funda un simulacro de propiedad que parece eludir el nombre del autor sustituyéndolo por el del personaje. Hay al menos tres posibilidades: la biografía, la autobiografía y el mito. El escritor pasa de mediador a autor. Dramatiza el encuentro entre dos figuraciones de periodistas: Zamora y Tomás Eloy Martínez. Este último afirma: "Por una vez quiero ser el personaje principal de mi vida. No sé cómo. Quiero contar lo no escrito, limpiarme de lo no contado, desarmarme de la historia para poder armarme al fin con la verdad".Santa Evita y El cantor de tangoSanta Evita es una biografía y una tanatografía. En el centro de la novela está la muerte, un cadáver multiplicado en textos y cuerpos. Desde la Eva-muñeca de Borges en El Simulacro hasta la fascinante protagonista de la ópera de Tim Rice y Andrew Lloyd Weber o la figura travestida en Copi. Pero sobre todo Esa Mujer, de Rodolfo Walsh. Las historias se mezclan: la de Eva, la de su cadáver, la del militar Moori Koenig y la de Tomás Eloy Martínez. El narrador nos dice: "Acumulé ríos de fichas y relatos que podrían llenar todos los espacios inexplicados de lo que, después, iba a ser mi novela. Por ahí los dejé, saliéndose de la historia, porque yo amo los espacios inexplicados". Y en ese inacabamiento está la autonomía del texto que se rehace en cada lectura.Las últimas novelas han tomado diferentes caminos. El vuelo de la reina es la historia de la obsesión de Camargo, especie de Citizen Kane, poderoso editor, que convierte las pasiones y las acciones en formas de poder en un país desmantelado por el neoliberalismo. La historia está escrita desde el final como relato policial, entretejido con filmes de los años 50. Además de los recuerdos del protagonista -la infancia tucumana y la adolescencia porteña-, la acción se sitúa en tres tiempos: 1997, 2000 y 2003. El cantor de tango, de enigmático título, es una novela de búsqueda. No sólo del crítico norteamericano y del cantor sino del autor y del lector. La exploración admite varios planos: la persecución del cantor y el encuentro con la ciudad que es una y muchas ciudades, las de la historia y las de la literatura. La escritura dibuja la ciudad dentro de la ciudad, repone la historia. "Sólo una ciudad que ha renegado tanto de la belleza puede tener, ante la adversidad, una belleza tan sobrecogedora". En todos estos alucinantes relatos hay un elemento común: la muerte impune.Ficciones verdaderasLa mayoría de las novelas pueden definirse como "ficciones verdaderas", ficciones que, según el escritor, parten de un dato de la realidad que suscita en el narrador el interés no por el episodio en sí sino por la red de significaciones que desata. Tomás Eloy mantiene un largo diálogo con las sombras de su historia y las de la historia nacional. Se refiere a su proyecto literario como "un acto de pequeña audacia: quisiera convertir el presente en una fábula, dentro de la cual los personajes históricos pueden establecer una relación dialéctica con la imaginación. Procuro, como ya he dicho, que mis textos sigan escribiéndose en la realidad, que sean ficciones no clausuradas".El tucumano construye un espacio de encuentro entre los discursos de la cultura "ilustrada" y la cultura masiva y popular. Preserva intacta la seducción de géneros como el folletín, el policial y la crónica: la aprovecha para abrir una grieta dando vuelta significaciones, armando metáforas que los expanden más allá de sus límites y los dotan de la sutil materialidad de la literatura.