lunes, 16 de octubre de 2017

http://www.lagaceta.com.ar/nota/748072/la-gaceta-literaria/madres.html

Por Carmen Perilli - Para LA GACETA - Tucumán
Carl Jung consideraba que la madre era el arquetipo por excelencia que reunía sabiduría y seducción, protección y temor. Cuna y sepulcro del hombre, lo femenino se connota como la tierra que cobija el germen de la vida y los huesos de los muertos. Los mitos sobre la maternidad se multiplican en la cultura. Me interesa detenerme a escuchar una serie de voces de poetas mujeres que muestran imágenes diferentes de la maternidad, desarmando la idea de una esencia fija. Mi intención es escucharlas.
Durante años nos estremecimos con La higuera de Juana de Ibarborou: Porque es áspera y fea, / porque todas sus ramas son grises, / yo le tengo piedad a la higuera. La piedad está directamente relacionada con la supuesta esterilidad de la planta.
La poeta mexicana Rosario Castellanos rompe con el estereotipo: Como todos los huéspedes mi hijo me estorbaSu cuerpo me pidió nacer / cederle el paso, exclama. El hijo es un huésped, y, en ese sentido, un extraño que poco a poco la desaloja de su propio cuerpo Haciéndome partir en dos cada bocado.
Ser madre y ser hija son movimientos relacionados. Gabriela Mistral, en Meciendo, describe la maternidad como una forma de realización y la asocia al intercambio erótico. Pone la tristeza materna en forma de nana: Duerma en ti la carne mía, /mi zozobra, mi temblor. / En ti ciérrense mis ojos: / ¡duerma en ti mi corazón! Y en La Fuga canta a la madre muerta: te busco, y no sabes que te busco, / o vas conmigo, y no te veo el rostro; / o vas en mí por terrible convenio; / sin responderme con tu cuerpo sordo, / siempre por el rosario de los cerros, / que cobran sangre para entregar gozo.
La tucumana Denise León afirma: La vida entera -y el modo en que la vivo- / son historias / contadas por la voz / de mi madre.
El cuerpo propio asume sentidos ambivalentes. La portorriqueña Daisy Zamora se vuelve sobre su preñez. Esta inesperada redondez / este perder mi cintura de ánfora / y hacerme tinaja, / es regresar al barro, al sol, al aguacero / y entender cómo germina la semilla / en la humedad caliente de mi tierra. La hija establece una relación ambivalente con la madre. Una mujer que es por la madre y contra la madre clama Gioconda Belli en No me arrepiento de nada
Alejandra Pizarnik, casi cruel, escribe Sí, señora, la madre es un animal carnívoro que ama la vegetación / lujuriosa. A la hora que la parió abre las piernas, ignorante del sentido / de su posición destinada a dar a luz, a tierra, a fuego, a aire.
La cubana Carilda Oliver Labra prefiere la nostalgia de la madre lejana: Madre mía que estás en una carta / y en un regaño antiguo que no encuentro, / quédate para siempre aquí en el centro / de la rosa total que no se aparta.
Desmadradas
La muerte y la vejez de la madre se reiteran. Olga Orozco, con tono elegíaco, llama a la madre muerta: Madre: tampoco yo te veo, / porque ahora te cubren las sombras congeladas del menor tiempo y la mayor distancia, / y yo no sé buscarte, acaso porque no supe aprender a perderte… Y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar cuando te / llamo, / sin duda en algún lado organizas de nuevo la familia, / o me ordenas las sombras… o tratas de coser con un hilo infinito la gran lastimadura de mi / corazón. En El eco de mi madre Tamara Kamenzain ve perderse a su madre, sentada al borde de su memoria; no puedo narrar. / ¿Qué pretérito me serviría / si mi madre ya no me teje más? / Desmadrada entonces me detengo / ante un estado de cosas demasiado presente: / ser la descuidada que la cuida / mientras otros la descuidan por mí.
La peruana Blanca Varela en Casa de cuervos elabora la experiencia vital la soledad y el desamparo del progenitor, especialmente de la madre, una vez que el hijo ha asumido una identidad autónoma: aquí me tienes como siempre / dispuesta a la sorpresa / de tus pasos / a todas las primaveras que inventas / y destruyes / a tenderme nada infinita / sobre el mundo / hierba ceniza peste fuego / a lo que quieras por una mirada tuya / que ilumine mis restos / porque así es este amor.
María Elena Walsh, con mucho humor, escribe un Réquiem de Madre: Aquí yace una pobre mujer / que se murió de cansada. / En su vida no pudo tener / jamás las manos cruzadas. Diana Bellesi se pregunta ¿Es la hija madre que se rebela? bajo tortura o galopando magia / sin permiso la vaca, la preciosa / complicidad de verte madrecita / como yo a veces un tanto extraviada. Alicia Genovese se rebela: me negué a coser / a ser mi madre: / hierro apuntillado / en la orfebrería de Puente Alsina, / criar mujeres fuertes / y que todo pase / por ellas.
Me interesaba recorrer rincones de algunos poemas escritos por mujeres para mostrar ese curioso diálogo entre madres e hijas en la poesía, Un diálogo que pone en escena distintos modos de la maternidad. Lejos de las representaciones unívocas la experiencia con ese “cuerpo para”, como decía Simone de Beauvoir, que incluye desde el gozo hasta el dolor.

martes, 3 de octubre de 2017

https://www.youtube.com/watch?v=ydhW3aLI2js


sábado, 29 de abril de 2017

La sangre de la aurora Claudia Salazar Jiménez

http://eugeniaalmeidablog.blogspot.com.ar/2015/12/la-sangre-de-la-aurora-claudia-salazar.html

https://claudiasalazarjimenez.files.wordpress.com/2015/11/claudia-salazar-en-velaverde-nov2-2015.pdf


Siboña Cñarom

La atrapante historia de Sibila, un antídoto contra el silencio familiar

Teresa Arredondo cuenta en su película “Sibila” el caso de su tía, que pasó 15 años presa en Perú por supuesta simpatía con Sendero Luminoso. Ahijada de Gabriela Mistral, esposa de José María Arguedas, su historia oculta motivó el deseo de Arredondo de acercarse a ella y encarar el filme, un retrato crudo e intimista.
La atrapante historia de Sibila, un antídoto contra el silencio familiar
HISTORIA OCULTA. Sybila estuvo presa 15 años en Perú, es ahijada de Gabriela Mistral y estuvo casada con José María Arguedas.
Sybila Arredondo de Arguedas es una de esas figuras sobre las que podrían escribirse varios libros. Su madrina era Gabriela Mistral, y tanto la poeta como Pablo Neruda visitaban frecuentemente a su madre, la escritora Matilde Ladrón de Guevara. No es raro entonces que Sybila tuviera dos hijos con Jorge Teillier y que luego fuera pareja del escritor José María Arguedas. Y si bien esos grandes nombres de la literatura podrían valer un documental, Teresa Arredondo escapa de lo biográfico y hunde el cuchillo donde más duele: en el silencio familiar.
La cineasta peruana/chilena decidió confrontar a sus seres más queridos, y así develar cómo afectó a su familia que Sybila fuera acusada de ser miembro de Sendero Luminoso. El filme muestra también algunas imágenes del juicio a su tía llevado a cabo en una base militar, conducido por jueces sin rostro y con voces distorsionadas. Estos jueces anónimos condenaron a Sybila a 15 años de prisión. Ese sistema ilegal de enjuiciamiento fue inventado por el ex presidente Alberto Fujimori con la excusa de combatir al terrorismo.
Así Sibila (2012) con i latina, porque su protagonista quiso que su nombre quedara escrito como las mitológicas profetisas griegas, constituye un retrato honesto e imperdible sobre cómo el terrorismo de Estado no sólo afectó a sus víctimas, sino que también destruyó sus lazos familiares. El documental, premiado en la última edición del BAFICI y en importantes festivales internacionales, se estrena este jueves en las salas Gaumont y Cosmos-UBA y el sábado en el Centro Cultural General San Martín.
Teresa Arredondo nació en Perú, creció en Chile, estudió cine en España y se radicó recientemente en Córdoba. Desde allí y vía Skype, le contó a la Revista Ñ digital cómo fue y cuáles fueron las consecuencias por cuestionar a toda su familia. “En 2003, cuando Sybila salió de la prisión, empecé a conocerla nuevamente y surgieron muchas preguntas. Pero en ese momento, no me atreví a planteárselas. La película tuvo grandes costos personales, pero seguí adelante porque me parecía importante romper el silencio familiar”.
-En los primeros minutos de Sibila, usted le pregunta a su madre y a su padre por qué nunca le contaron lo que había sucedió con su tía. ¿Cómo fue realizar esas escenas?
-Cuando empecé el proyecto, pensé que iba a tratarse sobre la familia de mi padre, pero Martín Sappia, el coguionista y editor, me alentó a hablar también con mi mamá. Esas escenas en principio eran materiales de investigación. Filmé a mis padres por separado y fue duro para mí enterarme de cómo habían vivido la cárcel de mi tía. Yo no sabía que entre ellos no habían hablado sobre qué actitud tomar, pero los dos decidieron finalmente guardar silencio sobre el tema porque creían que me estaban protegiendo.
-¿Ese silencio generó más interrogantes?
-Yo tenía 7 años cuando mi tía fue arrestada y durante el rodaje mi madre me dijo que si yo hubiera preguntado, ella me hubiera contado. Yo sabía qué opinaba mi madre sobre Sendero Luminoso, pero nunca supe qué pensaba ella de Sybila al haber caído presa por una supuesta relación con Sendero. Creo que la cámara fue un instrumento que me sirvió para preguntarles a mis padres. No sé si los hubiera confrontado a ellos y al resto de mi familia si no hubiera sido por la película. Sé que mis padres fueron muy generosos al exponerse y contestar en forma sincera.
-En el filme usted dice que creció entre dos familias muy diferentes y que eso le generó muchas contradicciones.
-Nací en Perú, donde viví hasta los 6 años. Más adelante nos fuimos a vivir a Chile, porque papá era chileno. Crecí entre dos familias con ideologías diferentes. La de mi madre es peruana y tiene ideas cercanas a la derecha, mi abuelo era fujimorista. Al mismo tiempo, mi papá y mi abuela chilenos eran de izquierda. Durante la dictadura de Pinochet, debieron exiliarse. Crecí entre mensajes contradictorios y en mi adolescencia asumí un punto de vista crítico sobre las opiniones políticas de la familia de mi madre. Pero todo lo que sabía sobre Sendero Luminoso venía de mi familia materna y no sabía dónde colocar la figura de Sybila, que estaba en prisión.
-En 1992, Fujimori decretó una ley para juzgar a los “terroristas” con juicios sumarísimos, llevados adelante en bases militares con jueces sin rostro. ¿Sybila fue una de las víctimas de ese tipo de procesos?
-Fujimori realizó un autogolpe y desarticuló los poderes legislativo y judicial. A partir de allí creó una ley para juzgar a las personas por apología del terrorismo, que condenó a muchas personas por tener una supuesta simpatía con Sendero Luminoso. El juicio que tuvo Sybila fue absolutamente ilegal, no sé sabe quiénes fueron los jueces, cuyas voces están distorsionadas. Cuando una persona llegaba a ese espacio ya estaba sentenciada, todo era un circo. Sybila cumplió 15 años de una condena ilegal y sin ninguna prueba real en su contra.
-Fujimori practicó el terrorismo de Estado en su lucha contra el terrorismo. ¿Cuál fue el saldo de tantos años de enfrentamiento armado?
-En 2001 fue creada la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que redactó un informe donde se asegura que entre 1980 y 2000 hubo en Perú 70 mil muertos provocados por la violencia armada. El documento dice que la mitad de esas personas fueron asesinadas por Sendero Luminoso y la otra mitad por el terrorismo de Estado. Sólo se lograron identificar a 35 mil víctimas. La Comisión estuvo formada por personalidades representativas de diferentes estratos de la sociedad peruana, y sin embargo tanto la derecha como la extrema izquierda no están de acuerdo con el resultado de la investigación.
-En el documental aparece un tío suyo que fue parte de esa Comisión. ¿Cómo fue su experiencia?
-Mi tío se tuvo que exiliar porque cuando era alcalde de un pueblito de la sierra, por un partido de izquierda, Sendero Luminoso lo incluyó en una lista de personas a matar. Sendero quería eliminar todo sistema político existente. Avisado de que estaba en esa lista, mi tío se fue del pueblo. Cuando llegó a Lima lo secuestraron los militares y lo torturaron porque supuestamente él ayudaba a Sendero Luminoso. Finalmente lo soltaron y pudo exiliarse en Francia. A un amigo que trabajaba con él lo mató Sendero Luminoso. El me contó que fue durísimo tomar testimonio a las víctimas del terrorismo de Estado y a las de Sendero Luminoso.
-Carolina, la hija de Sybila, cuenta que las mujeres condenadas por haber pertenecido a Sendero Luminoso, sufrieron muchos maltratos por parte de los guardiacárceles. ¿Cómo eran las condiciones de detención?
-Las condiciones de detención que sufrieron fueron inhumanas durante muchísimos años. Seis personas compartían una celda pequeña, y sólo podían salir media hora al día al patio. No tenían acceso a la lectura, ni a ningún papel. Las mujeres también fueron torturadas por los guardiacárceles. Mi tía se convirtió en delegada de las presas y empezaron a pelear por mejores condiciones. Después de unos años le ofrecieron a Sybila una extradición para que pudiera terminar su condena en Chile, pero ella se quedó en la cárcel peruana porque no quería abandonar a sus compañeras.  De a poco fueron mejorando las condiciones de detención.
-En la película, a Carolina le cuesta recordar y cuenta que sólo guardó una carta que le envío su madre escrita en papel higiénico. ¿Cree que el olvido funciona como un mecanismo para borrar recuerdos muy dolorosos?
-Sí, fue un mecanismo para protegerse. Carolina se quedó en Perú para luchar por las condiciones de detención de su madre. Todas las semanas durante 15 años fue a llevarle comida, aunque en los primeros años no le permitían verla. Ella tenía su propia familia, pero nunca dejó de estar al lado de Sybila. La escena donde ella muestra la carta fue algo que surgió durante el rodaje, y en ese momento me di cuenta de que iba ser muy importante para la película.
-Usted cuenta que recibió diferentes presiones por parte de su familia por cómo iba a quedar retratada Sybila en su filme. ¿Cómo fue sorteando esas influencias?
-Durante el rodaje recibí cuestionamientos difíciles. Una parte de mi familia me pedía que la cuidara y otra que no la glorificará. Yo me planteé el documental como una búsqueda, tenía muchas preguntas y ninguna certeza. Sabía que si bien yo le tengo mucho cariño, no iba a dejar de preguntarle cosas complicadas.
-Sybila ocupa el centro del discurso, pero usted hace un retrato de toda su familia. ¿Cómo recibieron la película?
-La primera que la vio fue Sybila, yo estaba bastante nerviosa porque no sabía qué le iba a parecer. Cuando terminó la proyección me corrigió dos fechas que salían mal. Y le pregunté si le molestaban algunas de las opiniones que daban miembros de la familia y me dijo que no. También le pregunté si le molestaba que hubiera dejado una pelea que tenemos sobre el final. Me dijo que eso no era una pelea sino una discusión, y que el valor del documental estaba en poder poner sobre la mesa esa discusión. El resto de la familia quedó muy conforme con la construcción del relato, todos se sintieron bien representados a pesar de que a unos les ha gustado más que a otros. La película abrió un espacio de diálogo dentro de la familia sobre un tema que nunca hablaron entre ellos.
-¿Usted le preguntó a su tía si apoyaba todas las acciones llevadas adelante por Sendero Luminoso?
-Me costó mucho hacerle algunas preguntas a Sybila. En las primeras conversaciones que tuvimos ni siquiera me animé a nombrar a Sendero Luminoso. El hecho de hacer la película me llevó a construir una relación con ella, que luego me permitió poder cuestionar algunas de sus posturas. Creo que no preguntar cosas para proteger a una persona es una farsa. Yo desconocía su posición sobre Sendero Luminoso y pensaba que ella podía tener una mirada más crítica sobre algunas acciones de Sendero.
-En el documental usted se posiciona de una manera diferente a la de Sybila frente al accionar de Sendero Luminoso. ¿Por qué decidió ponerlo en la película?
-Nos llevó varios años volver a construir el vínculo, y para mí era importante decirle que no estaba de acuerdo, porque sentía que tenía que ser honesta en honor a nuestra relación. Se dio dentro de la película porque esa fue la primera razón por la que nos volvimos a vincular y si yo le estaba pidiendo que se exponga, me parecía justo exponerme yo.


Ficha Técnica

Sibila (2012). Duración 94 minutos. Chile, España, Argentina.

Con la participación de: Sybila Arredondo de Arguedas, Teresa Lugon, Marcial Arredondo, Matilde Ladrón de Guevara, Inti Briones, Carolina Teillier, Marco Briones, Julio Lugon Badaraco, Jaime Urrutia, Luis Fernando Romero, Tamia Portugal.

Dirección: Teresa Arredondo
Montaje: Martín Sappia
Guión: Teresa Arredondo y Martín Sappia
Cámara: Teresa Arredondo y César Boretti
Sonido Directo: María Elisa Cánobra
Música Original: Esteban Anavitarte
Producción General: Viviana Erpel
Producción Ejecutiva: Casimúsicos Cine

Se proyecta desde este jueves 1 en las salas Gaumont y Cosmos-UBA. Y a partir del sábado 3 en la sala del Centro Cultural General San Ma

http://www.elguillatun.cl/columnas/todas-las-hojas-son-del-viento/dos-juicios-al-pasado-izquierdista-latinoamericano

Dos juicios al pasado izquierdista latinoamericano

SOBRE «EL FUTURO ES UN LUGAR EXTRAÑO» DE CYNTHIA RIMSKY Y «DE SEUDÓNIMO CLARA» DE NORA MÉNDEZ


De seudónimo Clara / El futuro es un lugar extraño
Este par de libros me llevó a varios otros, tantos. En distintas latitudes se viene abordando el qué le hicieron las dictaduras a nuestras maltratadas naciones latinoamericanas. Qué nos hicieron a quienes las vivimos siendo adultos, jóvenes o niños. Qué presente, pasado o futuro vivimos hoy, aturdidos y abrumados por el nuevo sheriff que levantará una muralla en la frontera sur de USA para evitar el arribo de nosotros, los hunos, los bárbaros. Qué significa entonces hoy la izquierda, a dónde fue su épica, las heridas, los muertos, las torturas. Qué se hace con ese detritus.
Conocí a Nora Méndez (El Salvador, 1969) cuando vino al Encuentro de poesía femenina latinoamericana «Con Rímel», que organizó en el 2010 la poeta chilena Gladys González. Ella misma, Gladys, ahora levantó un sello editorial (Libros del Cardo) y publicó esta novela testimonial de Nora, De seudónimo Clara. Notas de una guerrillera urbana de El Salvador. Sabía entonces de este libro y tenía ganas de leerlo. Porque Nora no es como uno en su precaria mente de chileno racista y tercermundista se imagina a los salvadoreños. Quiero decir que no es baja ni morena. Es blanca, muy alta, rubia y de ojos azules. Menciono estos datos que parecen pueriles porque deben haber dejado de serlo cuando ella, una niña de 20 años, asumió que además de estudiar y escribir poesía, había que tomar parte activa en la guerra civil que su país atravesaba, y decidió sumarse a las acciones subversivas poniendo bombas y volando postes de luz. Y digo esto porque la novela comienza violenta, cuando es apresada por los agentes de la represión, hombres compactos y morenos, pertenecientes hasta fenotípicamente a ese pueblo que ella, con su aspecto de modelo gringa, dice defender.
El relato va y viene al pasado de Nora, a sus relaciones familiares, mientras avanza en un presente en el que luego de ser detenida es interrogada y torturada. En ese trance asistimos a su desdoblamiento. Cómo o por qué se convirtió en Clara, su nombre falso, seudónimo o chapa. Con una rigurosidad que nos deja perplejos, concentradamente, como un cuidadoso soldado en una misión clave, aislándose de su cuerpo dentro de lo que puede, Nora o Clara desgrana su breve historia de veinteañera, intenta explicarse a sí misma, se reconstruye, se reintegra, tiene que saber quién es, hablarse en tercera persona, identificar cuáles son sus íntimas y profundas convicciones como para haber llegado a esto, como una estrategia de sobrevivencia incluso:
Ahora está estudiando en la universidad, se monta en un bus, llega a un destino y pone una bomba, baja del bus, luego lo incendia. Clara no estudia. Oyó que «Pobrecito poeta Que Era Yo…» era una confesión de un comunista con serias dudas sobre el comunismo. Pero ella, Clara, cree en Roque Dalton, que estudió en los mismos colegios que ella, excepto los de monjas. Clara pone bombas todos los días desde hace dieciocho meses, pero no se arrepiente. Llora en su cuarto pero por otras cosas, tiene una nueva moral, siempre denunciando la injusticia, la propiedad privada, la esclavitud. Tiene uno, dos o tres novios, eso no importa. Clara tiene la luna en géminis y toda su vida está fracturada. […] Clara, la guerrillera de San Salvador, tiene miedo, solo por momentos, de llegar a ser una mancha en la pared. Se vacía de los nombres familiares y amigos. Vacía su cabeza, sus zapatos, su cartera de jeans con flores a lo hippie, y se deja ir volando en un borde del camino. Quiebra los timbres, amordaza los relojes, no tiene un álbum de fotos ni vestido de quince años. Su disfuncional y postmoderna familia hace lo que puede para soportarla, lo reconoce. Clara siente la tensión de no estar a solas, de no pertenecer a ninguna parte, ella es paranoica. Saltó de una chistera, un día de comunión y otras cosas en los reveses de una familia de clase media: hermana embarazada a los quince, madre feminista, padre alcohólico y ella, comunista.
La alusión al libro Pobrecito poeta que era yo de Roque Dalton, no es baladí. Para el lector desinformado, digamos que Dalton es un autor fundamental en la literatura salvadoreña, latinoamericana y hasta universal diría yo. Un tipo que estudió en Chile, que se hizo militante comunista, que luego se radicalizó y terminó siendo ajusticiado por sus propios compañeros, bajo la denuncia de ser un traidor. Estas líneas son en realidad un resumen grosero y casi irrespetuoso de lo que es Dalton, así que si usted lector quiere saber más, ahí tiene a san google. En cualquier caso la referencia es clave para entender el imaginario y accionar de Nora/Clara, la posición de una joven con sed urgente de justicia en El Salvador, en las postrimerías de la década del 80, en medio de una guerra civil. Las renuncias que implica la militancia, los conflictos íntimos y éticos que un artista tiene al ponerse la camisa de fuerza del compromiso político. Desde ahí, desde esa tragedia de la izquierda y sus dogmatismos, desde esas contradicciones nunca resueltas para todo aquel que en la lucha por la libertad se ve obligado a coartarla, desde ese divorcio entre la libertad de la poesía y la prisión política, Nora/Clara va construyendo un yo desdoblado como refugio, una identidad quebrada donde puede seguir siendo libre y amar la vida a pesar de todo. Y es que los artistas, aunque estén presos y se hayan quebrado en la tortura, son almas libres por antonomasia. Nada de eso escapa a la intuición de la narradora, que llega a confesarse esto mismo pero con otro signo, acaso desde cierta culpa por no poder «estar a la altura» de las exigencias, cuando las exigencias han implicado la exposición del propio cuerpo y el de tus seres queridos:
Los poetas traicionamos. Todo el tiempo hemos sido traidores, a la familia, a la patria, a la propiedad, al porvenir. No sólo cantamos sueños, también hablamos de lo ajeno, de los trapos sucios que nadie lava en casa, de los muertos de la madrugada, de los pecados de las dictaduras, de las pendejadas del Partido, aunque este sea el Partido Comunista. Los poetas somos traidores por excelencia.
Estas disquisiciones propias de quien está siendo sometido a la violación total de sus derechos humanos, son expuestas con un naturalismo o con una naturalidad que me resultaron hasta poéticas. Recomiendo en este sentido leer algunos testimonios de presos, de sobrevivientes, que los hay y abundan, ya como novelas, ya como reportajes, entrevistas, informes. Los relatos de las torturas son siempre estremecedores y nos obligan a mirar en esa zona turbia de la humanidad. Pienso por ejemplo en Recuerdo de la muerte de Miguel Bonasso. Cómo opera la tortura, la desintegración de la persona, cómo quiebra las siquis más fuertes. Qué lugar ocupan las familias, las esposas, madres, hijos y hermanos de alguien que ha sido detenido y que es sometido a todo tipo de ultrajes para obtener una información que siempre es poca. El uso de drogas para complementar la confusión total de vigilia o sueño. La siembra de la sospecha hacia todos, pero principalmente hacia uno mismo. Tus compañeros siempre pueden ser más débiles que tú. ¿O no? Llegar a no saber si hiciste o no hiciste algo, si hablaste o no hablaste, o qué dijiste. Desde afuera hacia adentro y luego de nuevo hacia afuera. Nadie resiste a la tortura, dicen. Siempre funciona. Pensé entonces, al leer a Nora/Clara, en la poesía de Juan Gelman. Y en tantas, tantas otras voces poéticas latinoamericanas muy a menudo consideradas menores por los circuitos académicos y no académicos. Hay algo de terapéutico, sin duda. La poesía que habla de todo esto parece haber tocado fondo, agotado formas. Y es que no basta, la palabra no alcanza. Hay un grito espantoso ahí. Sin embargo se sigue escribiendo. ¿Cuántas páginas quedarán aún por escribirse para intentar purgar toda esa sangre derramada?
Sin embargo, y para despejar cualquier asomo de duda en torno al tenor de la voz que narra, en ningún momento Nora pierde el manejo de los recursos puramente novelísticos. Hay tensión narrativa además de la elegancia y dignidad de no victimizarse ni caer en el morbo. La habilidad de dejar que se asome su voz poética sin poner énfasis o lirismo en las violaciones que padece estando presa. El dolor está ahí, no hay para qué mostrarlo más. Mientras ajusta cuentas con su familia, con el Partido y consigo misma, va emergiendo íntegra con una determinación asombrosa. Es de una dureza hermosa y a la vez de una resiliencia salvaje. Puro amor a la vida intacto en medio del dolor y el odio. Me recordó en ese sentido, aunque salvando las enormes distancias, a la escritora antillana Jamaica Kincaid. Googléela también. Otro fragmento:
Mientras nos conducían a todos, recién bañados y vestidos por los pasillos de la Policía Nacional, no pude evitar sentir una sensación de orfandad enorme. Perdí mi vida. Aquella vida clandestina, con una leyenda limpia y alegre. ¿Cómo me vería hoy la gente?, ¿cómo me sería posible vivir eternamente desnuda? No soy Eva ni este es el paraíso. Aún no salía completamente del túnel pero ya lo percibía y me pregunté si era prudente, necesario, seguir entusiasmándome con la vida. ¿Por qué habíamos quedado vivas? Sí, eran otros tiempos, los finales de los ochentas en donde la reacción conservadora no desaparecía a los capturados sino que los convertía en estrellas fugaces de los noticieros, para disminuir la simpatía por los grupos guerrilleros. Esto apenas comenzaba. Así lo entendí. Así me lo hice saber.
No estoy seguro de seguir hablando del libro. Intento siempre dejar algo al lector, no cometer un spoiler. Pero sí tengo que de nuevo volver a este ángulo de lectura: la izquierda, latinoamericana en particular y mundial en general. Qué pasó, como pregunté al inicio, luego de la derrota. Caído el muro de Berlín, liquidadas las utopías de un mundo otro, y entregados en carne y alma al neoliberalismo, a los presidentes norteamericanos cerebro de músculo, quedó en el territorio de la izquierda una pelota que nadie nunca más se atrevió a poner en juego. No hemos sabido cómo. Hay balbuceos intuitivos y esporádicos, reactivos. Pero eso que llamamos una causa, una bandera, una ideología, eso que llevó a Nora a convertirse en Clara, eso que llevó a padres y madres a dejar a sus hijos para empuñar un fusil, eso que costó vidas, que legó profundos traumatismos hereditarios, eso, como preguntaría Silvio Rodríguez, ¿a dónde fue, en qué se convirtió?
Y voy a pasar así de golpe no más, al otro libro convocado, partiendo de nuevo con un fragmento. Dejo ahora con ustedes, a Cynthia Rimsky, de El futuro es un lugar extraño:
—¿Son de izquierda?, les pregunta Loayza.
Da la impresión de que la pareja lleva años, acaso los mismos que Loayza en la cárcel, ocultándole algo y no saben cómo hacer para abrirle los ojos y que no se sienta engañado.
—No es fácil con los jóvenes de ahora usar esas categorías, explica el Negro.
—¡Si no saben dónde están parados!, los pobladores tampoco los quieren, esas letras que llevan encima nadie sabe qué dicen, insiste Nilda, culpando del desconocimiento a los jóvenes y no a ellos.
—¿Pero ellos saben de nosotros?
—Les conté que el Movimiento Rebelde Juvenil nació aquí mismo, entre los jóvenes pobladores de El Salto, durante la dictadura, les hablé de nuestra lucha.
—¿Y qué dijeron?, pregunta Loayza.
El Negro tiene la vista fija en la punta del cerro. Nilda en su libreta.
—¿Sabes lo que le preguntaron? Si teníamos registrado el nombre.
Nilda pone cara de asco. A Loayza le hace gracia.
Les tuve que explicar que seguimos gobernados por la constitución política de la dictadura que deja fuera de la ley a movimientos como el nuestro. Me preguntaron cuál era mi movida en esto.
—¿No les dijiste que podíamos conversar?
—No les interesa participar en ninguna orgánica.
—¿Y nuestro nombre?
El Negro recorre la pendiente como si pudiera desmoronarse.
—Dicen que les gusta, que se sienten rebeldes y juveniles.
—¿Pero entienden que si no se integran a nuestro grupo van a tener que dejar de llamarse así?, pregunta Loayza apisonando la tierras con los pies.
—Dicen que si los seguimos hueveando, registran el nombre y se acabó.
Loayza también resultará no llamarse Loayza. De nuevo los nombres falsos. De nuevo la desintegración. Salir de la cárcel, volver del exilio, enfrentar el país que quisiste cambiar, por el que luchaste y otros dieron sus vidas, y encontrar que te rechaza, que no quiere saber de tu lucha. El país cambió, el mundo cambió. Te dicen, te gritan. Date cuenta. Loayza es un parásito, un saldo, un paria. El Negro y Nilda son sus ocasionales compañeros en ese tránsito. Pero todos son personajes laterales con los que se va involucrando accidentalmente la Caldini, ella es la protagonista, la narradora. Ella es la que enfrenta un fracaso conyugal, y sucumbe anímica y financieramente a la crueldad de la separación. Su ex, que también es un ex compañero de militancia, no tiene piedad. Los rastros de humanidad y de solidaridad que hacían el sentido de la lucha revolucionaria, desaparecieron incluso en el territorio íntimo. Así comienza una extraña desorientación, desconocer las calles por estar sin techo, sin lugar donde se vive. La portada del libro alude a esto, calles y pasajes de villas con nombres de virtudes, o dicho de otro modo, las virtudes reducidas a vacíos nombres de calles. Por ellas transitan estos seres perdidos en tiempo y espacio, fantasmas que a ratos son perseguidos por otros fantasmas, los agentes de la represión, la policía de ayer o de hoy lo mismo da, disparando sus gases lacrimógenos. La Caldini va y viene entre la oficina de abogada que la asesora en su separación (un personaje magistralmente logrado), y sus propios itinerarios difusos. Vuelve a los barrios de la juventud, a las poblaciones de El Salto, donde el lumpen ha tomado el control. Los compañeros de ayer hoy ya no son los mismos. Los que no se acomodaron, los que no se renovaron, andan arrastrando su patetismo como Loayza, como el Negro y Nilda.
Cynthia Rimsky es desde hace ya unos años una de las voces más interesantes y a la vez desatendidas de la narrativa actual chilena. Merecería muchas más páginas, entrevistas, portadas y links que unos cuántos autores jóvenes entre los que están incluso varios amigos míos (lo dije, sí, y qué). Su escritura, y perdonen si no puedo evitar hacer un trazado desde sus libros anteriores a éste, tiene un leitmotiv oculto. Desde su debut con Poste restante (2001), Rimsky ha venido ajustando cuentas con el pasado, personal y colectivo, como si ese pasado personal y colectivo fuese un lugar al que se va de viaje. Se ha definido así de hecho, como una viajera. En todos sus libros se realizan viajes, viajes al pasado (sea al lejano Islam o a las estaciones provincianas de la séptima región), y las voces de los protagonistas son voces que dan cuenta de lo que sucede cuando se viaja: se trastoca, se altera esa dimensión. Viajar es moverse en el tiempo, confundir presente y pasado. Tópico clásico a estas alturas. ¿Cuándo caduca un recuerdo que aún no ha sido recordado pero que lo será inminentemente? Rimsky es una maestra en el manejo de este sortilegio.
El futuro es un lugar extraño es el Chile actual, de un par de generaciones, de todos quienes conocimos la dictadura y hemos venido padeciendo lo que vino después, llámese transición, post-dictadura, neoliberalismo o estafa a secas. Un país en que los jóvenes que ayer eran socialistas y luchaban contra el dictador, hoy se acomodaron en una mediocre burocracia tercermundista y profitan de cuotas de poder misérrimas, sin siquiera el cuidado de cubrir bien los flancos débiles, dejando al descubierto sus chapucerías. En ese futuro, en ese lugar extraño, conviven agentes de lentes oscuros que, como si transcurriera aún la noche ochentera, salen en sus autos a perseguir a inéditos subversivos de molotov, jóvenes desorientados por el ruido de las bombas que escucharon sus madres y abuelas, que luchan contra un sistema que no tiene rostro, que se encapuchan porque son rebeldes y juveniles y punto. Ese Chile, sumergido en un limbo sicótico de tiempo, es el que Rimsky construye con una habilidad cinematográfica espectacular. Hay escenas que como lector nos arrancan de las órbitas los ojos, que nos sacan carcajadas al borde de la micción, que nos hacen volver páginas atrás para ver si estamos entendiendo bien. Todo se mezcla de forma majadera, el tiempo en ese sentido es una trampa ciega, y en el relato, indistintamente, hay internet y celulares antes de que lo hubiera o no los hay cuando ya los había. Cosas así, que sacarán de quicio al lector con prurito de pesquisar saltos de continuidad. Un limbo, ya lo dije, en que los propios recuerdos de la narradora se confunden, cambian de plano. Un lugar extraño, sin futuro en realidad, sumido en un caldo aceitoso de presente esquizofrénico y pasado sin resolver. Donde optamos entre un Lagos y un Piñera, con casos Soquimich, Penta, Caval, sin que vayan nunca presos los poderosos, etc. En la narrativa de Rimsky este componente delirante que desbarranca la realidad, y que incluso recuerda un poco a Bellatín o a Aira, me parece novedoso. Quiero decir que no estaba presente antes, ni en el ya mencionado Poste restante ni en Los perplejos ni en Ramal:
Nilda se puso el nombre de la Caldini, ¿fue esa similitud lo que la atrajo de la joven de 20 que llegó esa noche a El Salto a hablar con Zanelli, o se lo puso después de que ella desapareció?
—No importa cuánto tiempo pase, sigues siendo de los nuestros, agrega Nilda alias Carlota, completando la vuelta. Viva la revolución, grita con las manos arriba.
La musculosa blanca, la chaqueta de jeans, la judía bizca, su ex amante con las manos rojas por el hielo, la peluquera de perros, las dos amigas que volvieron desilusionadas del Bacará, Virginia Wolf, Hannah Arendt, La Pasionaria, Juana de Ibarbourou, Simone de Beauvoir y Rosa de Luxemburgo levantan los brazos, agitan las manos y pegan saltitos, igual que en la coreografía de «salta, salta, salta, pequeña langosta, no te vayas lejos vuelve hacia la costa, que hay un maremoto bailando a tu lado, y cualquier pescado te puede robar».
—Viva la revolución, gritan todas.
No puedo finalmente dejar de hacer mención a las fotografías que se incluyen hacia el final del libro. El futuro es un lugar extraño de Cynthia Rimsky (Random House Mondadori) pretende como siempre ha pretendido su autora, dejar a la vista del lector, los materiales con que ha trabajado. Son imágenes que evocan los trabajos voluntarios durante la resistencia a la dictadura, se ven jóvenes de facultades universitarias o de pastorales, montando obras de teatro, un poco evocamos lo que fue la ACU (Agrupación Cultural Universitaria, y de nuevo perdone: si no sabe de qué hablo, googléelo). El encuentro del mundo obrero y estudiantil, con toda esa ingenuidad que no daría sino frutos lamentables, con apellidos de la corrupción y la prepotencia como Escalona o Lagos, dirigentes que harían de la renovación socialista una excusa para revelarse a fin de cuentas mafiosos y corruptos.
Pero es hora de dejar de emborronar cuartillas como dijera el Ché.

Apreciado lector imaginario, espero que estas líneas hayan contagiado en alguna medida el entusiasmo por conocer estas 2 novelas. Es de muy cerca que las recomiendo, ya te has dado cuenta. Son novelas que pasan la cuenta por el dolor y la muerte, por el sufrimiento y la vida entregada. Ajustan cuentas con la izquierda, con los partidos, con cómo se renovaron, cómo nos traicionaron. Ajustan cuentas con Chile y con toda Latinoamérica. Hay ecos de muchas lecturas, desde muy distintos lados. Hubo momentos en que me pareció ver a algún personaje de Rimsky emparentado con los zombies de Estrellas muertas de Álvaro Bisama, por ejemplo. Cuando Nora Méndez cuenta algo de las tareas revolucionarias del FMLN en El Salvador, me transporté a la atmósfera de La montaña es algo más que una inmensa estepa verde del nicaragüense Omar Cabezas. Y dadas las protagonistas féminas, también evoqué en distintos momentos la mirada presente en El tiempo que nos pertenece de Isabel Hernández. Ecos. Personales ecos que dejo como testimonio de que en definitiva, el único juez es cada lector. Tú. Escribir novelas como estas que han escrito Rimsky y Méndez, desde evidentes posiciones y acaso con intenciones muy distintas, es siempre lanzar una botella al mar, y lo que sucede acá es que el receptor he sido yo, que accidentalmente conozco algo del idioma surdo de las causas perdidas. ¿Qué harás tú con el mensaje de estas botellas?El Guillatún

Rodrigo Hidalgo


domingo, 2 de abril de 2017

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/12/20/actualidad/1482260429_517356.html

Jude Law, a la derecha, y Colin Firth, en 'El editor de libros'. MARC BRENNER | TRAILER DE LA PELÍCULA 'EL EDITOR DE LIBROS'.
Thomas Wolfe se murió a los 38 años, había nacido con el siglo XX. Su tormentosa vida, también atormentada, estuvo signada por la gracia de la escritura y la desgracia de su carácter, que volvió locos a los que estuvieron con él. Era un escritor magnífico, y tuvo un magnífico editor, Maxwell E. Perkins, que reunía todos los valores canónicos de quien se dedica a ese oficio. En la película que está ahora en los cines, El editor de libros, parece que se idealizan esas cualidades, pero en realidad se enuncian a través de metáforas que es útil refrescar. Perkins se sorprende ante la escritura del autor nuevo, alcanza una fe ciega en su porvenir y se dispone a trabajar con él como si tuviera delante a la literatura misma. Como hacían Brancusi, Moore o Chillida con las piedras que tuvieron a su disposición, se dedicó a moldearlo hasta confundirse con su estilo y con su vida.
Por otra parte, Perkins creyó tanto en esa piedra ya perfilada que era Wolfe con 29 años que lo acompañó en una carrera que antes parecía destinada a las plumas negras del despilfarro y a las banalidades del alcohol. Cumplió con su deber: le advirtió de los excesos y trabajó con él, encerrado, como si estuviera viendo nacer un planeta. En el prólogo que Perkins hace a la edición de El ángel que nos mira, tras la muerte del novelista y antes de su propio fallecimiento, en 1947, explica que quizá no debió acortarle tanto los textos. Aunque, añade, esos cortes luego resucitaban vivísimos en las obras siguientes del impetuoso joven al que él había descubierto. Todas son metáforas del trabajo de un editor: paciencia, buen juicio, respeto por la escritura. La película pone de manifiesto esos valores, que muchas veces se olvidan o se desdeñan. El autor no es un incordio, es el don principal de la literatura. En una ficción reciente, Musa(Anagrama), Jonathan Galassi, editor también, recoge una broma: “Editar sería maravilloso sin esos puñeteros autores”. Pero el legendario Mario Muchnik, tiene este título de su autobiografía editorial: Lo peor no son los autoresPeter Mayer, otra leyenda, dice que un editor es aquel capaz de advertir en medio de una multitud qué está queriendo leer la gente, identifica un título y encuentra al autor capaz de escribirlo.
Lo peor no son los autores, ni los editores, en absoluto
Lo peor no son los autores, ni los editores, en absoluto. El caso de Perkins no es único en la historia, pero esta no es época para Perkins; la crisis editorial, y también de la lectura, así como los lugares comunes que persiguen a lo que debe y no debe ser una novela, han despeñado las posibilidades de los Perkins de hoy para convencer a sus autores de la importancia que tiene la escritura, su vigor y su lenguaje. La historia importa, pero sin lenguaje no hay escritura.
Lo que sorprendía de aquel Wolfe alocado que entraba con su baúl lleno de folios desordenados en Scribner’s era que estaba seguro del fracaso porque su literatura no iba a tener lectores. Lo que sorprende hoy de Perkins es que lo hubiera adoptado como si estuviera fundiéndose, sobre esa piedra que entonces era el joven Wolfe, una literatura. Ahora hay Perkins también, claro, pero los Wolfe no están muy seguros de mandarles sus manuscritos. Todos somos culpables de que nos echen para atrás, en los medios, en las editoriales, en el mundo que vivimos, libros que empiecen así: “…Una piedra, una hoja, una puerta ignota; de una piedra, una hoja, una puerta. Y de todas las caras olvidadas”.
Ahora hay Perkins también, pero los Wolfe no están muy seguros de mandarles sus manuscritos
Pues así empieza El ángel que nos mira. Y aquel hombre, Perkins, no pudo dejar de leer ese libro que parecía escrito por un loco para iluminar la cruda oscuridad. La vanguardia está herida de muerte, a no ser que la sociedad literaria empiece a romper lo que le amarra al entretenimiento como única manera de comunicar literatura. Depende de que se atrevan los escritores y de que los editores se atrevan con ellos.