jueves, 28 de octubre de 2010

Entrevista a María Teresa Andruetto: Si olvidamos estamos muertos

LA GACETA Literaria
ENTREVISTA A MARIA TERESA ANDRUETTO
"Si olvidamos, estamos muertos"

Cambiar tamaño

Envie por e-mail

Domingo 24 de Octubre de 2010
. La escritora cordobesa resalta que la memoria del pasado reclama la construcción de un presente mejor.
Por Carmen PerilliPara LA GACETA - Tucumán

El viaje por el pasado en la narrativa de Andruetto se inaugura con Stefano, atraviesa los cuentos de Todo movimiento es cacería y sostiene La mujer en cuestión y Lengua Madre. Dos epígrafes abren la primera novela: "Si yo pudiera atrapar la oscuridad / con los ojos abiertos" y "El mundo parece plano, / pero yo / sé que no lo es". Ambos aluden a la visibilidad y la experiencia. Sus textos exploran esos bordes, que, de algún modo, determinan los modos de ser en el mundo. - Comienzo con la pregunta que en Lengua Madre le hacen al personaje de Doris Lessing: ¿existe una escritura femenina? - Sí, existe. Es toda la literatura escrita por mujeres. La creación nace de lo particular y la condición de género no es una circunstancia menor, aunque no es la única. Como se escribe desde lo que uno es, desde todo lo que uno es, lo "femenino" abona la escritura de una escritora mujer. Al mismo tiempo, hay infinitas maneras de ser mujer y de escribir como la mujer que se es. No hay reglas, no hay encasillamientos, no debiera haberlos. Estoy en contra de encasillar, como muchas veces se hace, a las escritoras en el reino de las pasiones heroicas, historias de amor o cuentos para niños. En mi blog Narradoras Argentinas pretendo mostrar esa diversidad y armar una genealogía. - ¿Cómo te sitúas en relación a tu generación? - No estoy de acuerdo con ese lugar común que sostiene que escribir es matar simbólicamente al padre o a la madre. Pertenezco a una generación que no tuvo que matar simbólicamente a sus padres literarios, sino, por el contrario, hacerlos circular otra vez porque a muchos escritores y escritoras de la generación de mis padres los mató o los silenció la dictadura. Las escritoras argentinas, las mujeres de esa generación, han sido doblemente invisibilizadas. Por eso me interesa leerlas, releerlas, recuperar la herencia, inscribirme en esa línea. En ese sentido, diría que voy haciendo, en la escritura, y con las madres literarias, un camino similar al que hace la protagonista de Lengua Madre con su madre y con su abuela. Discuto, admiro, recupero lo "despreciado", me reconcilio. - Vos sos una gran lectora y has trabajado con talleres de lectura... - Me gusta compartir los textos, enlazar personas con textos, de ahí que disfruto de mi trabajo con talleres. Ciertas zonas de la literatura me interesan más que otras: una literatura de lo menor donde figura Chejov, Mansfield y Ginsberg; los neorrealistas italianos, la poesía en general y la poesía del siglo XX y los narradores argentinos de los 60. Creo que en los 80 se produce un abandono del relato, un desprecio por la importancia del relato en relación a lo social, relato que sostienen con mucha fuerza escritores como Libertad Demitropoulos, Liliana Heker, Andrés Rivera, Abelardo Castillo y Daniel Moyano. - ¿Qué es la lengua madre? - Puede ser muchas cosas. Pero sobre todo es la lengua de la madre. El título apareció al final. Me impresionó cuando supe, tardíamente, que mi madre no habló el castellano sino el piamontés hasta que fue a la escuela. El piamontés es, en mi caso, la lengua de la madre. Esta lengua oculta, borrada, sinónimo de "hablar mal", la lengua de los gringos. No soy una escritora compulsiva. En general parto de una imagen. Me interesa sobre todo trabajar la mirada en relación con la escucha y la voz. La escritura, es en última instancia, un intento por captar la voz. Así pensé La mujer en cuestión, una novela que tiene el tono del informe y que construí de modo fragmentario. En el origen de Lengua Madre está una carta de mi madre que había guardado y encontré tiempo después. Me interesa trabajar tanto con el espesor de la historia como con el de la ficción - Uno de tus personajes se pregunta si la pérdida de la memoria es una metáfora… - Se me impuso esa frase, como se imponen ciertas frases en la escritura del poema. Lo que rondaba todo el tiempo era la muerte. La muerte y sus metáforas. Si olvidamos, creo, estamos muertos, en el sentido literal y en el vulgar también. Una amiga me recordó que la historia es el pasado que se pone de pie, la memoria de ese pasado nos reclama que construyamos un presente mejor. En lo personal, pienso en una memoria histórica que recupere, que reconstruya, que construya hacia adelante.© LA GACETACarmen Perilli - Doctora en Letras,profesora de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Nacional de Tucumán.PERFILMaría Teresa Andruetto nació en Córdoba. Es autora de cinco novelas, siete libros de poemas, uno de cuentos, otro de ensayos y más de una docena de textos infantiles. Obtuvo, entre otros premios, el Premio Nacional de las Artes, el Iberoamericano a la trayectoria en Literatura Infantil y la inclusión en la Lista de Honor de IBBY. Entre sus títulos, merecen destacarse las novelas Stefano, Veladuras y Lengua Madre

Vargas Llosa gana el Premio Nobel

10-2010 La Gaceta, Tucumán Información general
El combate entre ética y estética

Desde el comienzo de su trayectoria literaria asumió el lugar activo del intelectual y sus intervenciones en debates fueron siempre polémicas, debido, en parte, a sus cambiantes posiciones ideológicas. De la adhesión al socialismo a la lógica del mercado. Narrador brillante, no abandonó su frenética búsqueda de representar la realidad latinoamericana. Carmen Perilli - Doctora en Letras - Profesora de Literatura Latinoamericana en la UNT - investigadora del Conicet.


El sorpresivo anuncio del Premio Nobel ha llenado las páginas de la red de comentarios desatando un verdadero combate virtual. Es innegable, a pesar de que Roberto Bolaño lo acusa de "dinosaurio", que Mario Vargas Llosa es uno de los escritores más importantes de la literatura latinoamericana. Casi como ningún otro su figura prolonga los debates acerca de la relación entre ética y estética. Desde el comienzo de su trayectoria literaria el novelista asume el lugar activo del intelectual. Sus intervenciones en los debates culturales son constantes y polémicas, debido, en parte, a sus cambiantes posiciones ideológicas. Vargas Llosa se debate en el alineamiento a intereses totalmente opuestos. Se inicia como uno de los jóvenes modernizadores militantes de movimientos sociales opositores a los regímenes dictatoriales peruanos hasta convertirse en escritor estrella de la exclusiva comunidad del mercado cultural global.

Dos grandes ciclos
Siempre me fascinó su escritura, produciéndome reacciones ambivalentes que no distaban demasiado de la dificultad de leer a Borges en los 70. Sin embargo nunca pude desconocer la fuerza de atracción y el placer de su literatura.

Se puede distinguir dos grandes ciclos, enlazados por una etapa de transición. El primero se caracteriza por la fervorosa adhesión al modelo socialista, acompañado de una visión moral de la corrupción política. La transición, situada entre 1971 y 1974, coincide con el distanciamiento del escritor de la particular experiencia política del Perú, el alejamiento y la ruptura con la Unión Soviética y Cuba. Cambia su concepción social y su proyecto estético.

En los 90 Mario Vargas Llosa gira, junto con autores como Octavio Paz, hacia el proyecto neoliberal. La crítica Jean Franco señala que en él la lógica de la "libertad" definida en las trincheras de la guerra fría se volvió indistinguible de la lógica del mercado (80).

Es cierto que se trata de uno de los escritores donde la relación entre ideología y texto es muy fuerte. Su obra está surcada por sus contradicciones al mismo tiempo que por su enorme capacidad de trabajar con la lengua. Ha incursionado en casi todos los géneros, excepto la poesía. En el primer período podemos incluir obras como "La ciudad y los perros", "Los cachorros", "Conversación en la Catedral" y "La casa verde", signadas por su adhesión a las ideas de izquierda, su concepción de que "la literatura es fuego", al mismo tiempo que por la búsqueda experimental de modelos y la necesidad de representar las voces alternativas. En la segunda época, impregnada por el liberalismo, las novelas pregonan el individualismo y la autonomía y exploran los modelos de la literatura masiva, en especial el folletín y la ficción policial. Se pueden señalar ciertas obras que actúan como bisagra: "La orgía perpetua" -el ensayo sobre Madame Bovary- y "Pantaleón y las visitadoras" -la hilarante parodia del mundo militar-. Vargas Llosa no abandona su frenética búsqueda de representar la realidad latinoamericana. Escribe obras tan disímiles como la monumental "El hablador", "Guerra del fin del mundo" y "La tía Julia y el escribidor".

Desigual y admirable
Su producción se torna desigual, exigida quizá por la industria editorial. Pero no podemos dejar de admirar la fuerza de exploraciones del erotismo como "Los cuadernos de Don Rigoberto" y el placer de novelas como "Travesuras de la niña mala". Es el primero en tematizar la violencia política peruana en "Historia de Mayta" y expone su interpretación del conflicto étnico político en "Lituma en los Andes".

Aunque algunos críticos insistan en llamarlo "escritor mundial", su literatura no permite olvidar el territorio y la lengua de la que surge. Nadie más que él puede intentar escribir la historia de Flora Tristán en "El paraíso en la otra esquina" y fabular la dictadura de Trujillo en "La fiesta del chivo". Una obra que responde al mandato balzaciano aunque adhiera a la idea de autonomía del arte de Flaubert.

Ni partidarios ni detractores deben olvidar que ante todo se trata de un escritor. El Premio Nobel es sólo eso, un Premio. Es difícil escoger un escritor dentro de ese universo que es la literatura. Es innegable que el reconocimiento a la literatura hispanoamericana en la figura de uno de sus grandes novelistas es absolutamente merecido.

De la izquierda al liberalismo

LA GACETA Literaria
ESPECIAL VARGAS LLOSA
Domingo 17 de Octubre de 2010

Por Carmen Perilli Para LA GACETA - Tucumán
En Historia de un deicidio, al estudiar la obra de García Márquez, Vargas Llosa acuña su teoría de los demonios. El escritor, desconforme con la realidad, exorciza sus fantasmas suplantándola con mentiras verdaderas. Esa vocación deicida se despliega a lo largo de la narrativa del peruano, donde el gesto realista se alimenta del modelo antropológico.Sus memorias, El pez en del agua, no logran convencernos tanto como lo hacen sus ficciones. La narración autobiográfica se despliega desde sus primeros pasos en la literatura y tiene su momento más alto en La tía Julia y el escribidor donde Varguitas, el escritor, vive su aventura de amor con la tía Julia mientras Pedro Camacho, el escribidor, arrastrado por la locura, acaba confundiendo radionovela y realidad.La violencia se cuela aún en las obras más livianas como Travesuras de la niña mala, asume formas diversas y se ejerce sobre el débil. Irrumpe desbordante en el mundo de los militares y los "perros" del Colegio Leoncio Prado y se ensaña cruel en Pichula Cuéllar el "cachorro" del grupo de Miraflores. Conversación en La Catedral transcurre en un bar de mala muerte -la catedral del título-, donde el negro Ambrosio ayuda a Zavalita a conocer los entresijos de familia y dictadura.El lector queda impactado por la violencia en La casa verde. En el prostíbulo en medio de la selva, doble lucha con la naturaleza y con la explotación humana, especialmente de la mujer. Una alegoría de la sociedad donde se trafica con mujeres e indios, donde el Estado se convierte en opresor. En La guerra del fin del mundo, situada en los sertones brasileños, el fanatismo del Consejero lleva a sus seguidores hacia la muerte ante la mirada del periodista.Aún en aquellos libros en los que acude al "humor" no puede sustraerse a la violencia. En la parodia de Pantaleón y las visitadoras el lenguaje militar encubre el servicio de "visitadoras". Pantilandia es un paraíso civilizado, el cielo masculino pero los sátiros se transforman en grotescos niños, bajo el poder de las prostitutas.Una de las cuestiones centrales vinculadas a la violencia es la alteridad, representada por el indígena. La escritura realiza un esfuerzo titánico por construir los Andes o la Selva. En El hablador toda posibilidad de traducción se asienta en la monstruosidad.Si Historia de Mayta le permite retratar el inicio de la escalada de la violencia política y convierte al revolucionario en un utopista peligroso. Lituma en los Andes ficcionaliza su propia actuación en Uchuraccay. El narrador, el cabo Lituma, se encuentra con una violencia esencial. Los asesinos de los tres hombres en Naccos no son los terroristas ni militares, sino los mismos mineros que los sacrifican cruelmente. La novela finaliza con una larga conversación en la que el peón borracho confiesa el horror de la inmolación "¿No hay muertos por todas partes? Matar es lo de menos. ¿No se ha vuelto una cojudez…?"Vargas Llosa siente la frustración de la modernización de América Latina y el Perú, ese Perú que Zavalita sabe "jodido" y se pregunta desde cuándo. Su pasión por acceder a los mundos occidentales lo empuja a resucitar antinomias propias de los pensadores liberales del siglo XIX. En una entrevista con Tomás Eloy Martínez le señala: "Sucede que hay culturas incompatibles. Y esa incompatibilidad está representada para mí por polos que son los de la civilización y la barbarie, los de la modernidad y el arcaísmo".La violencia impregna no sólo sus fábulas literarias sino también está presente en su discurso político, tanto en el del "sastrecillo valiente" que apoyaba a la revolución cubana como en el del escritor consagrado que se entrega al credo neoliberal. Su postura no admite discusiones, su pasión es ilimitada.
© LA GACETACarmen Perilli - Doctora en Letras, profesora de Literatura Hispanoamericana de la UNT.

Mario Vargas Llosa

LA GACETA Literaria

ESPECIAL VARGAS LLOSA

Un escritor de la violencia

Domingo 17 de Octubre de 2010

ampliar foto

Por Carmen Perilli
Para LA GACETA - Tucumán

En Historia de un deicidio, al estudiar la obra de García Márquez, Vargas Llosa acuña su teoría de los demonios. El escritor, desconforme con la realidad, exorciza sus fantasmas suplantándola con mentiras verdaderas. Esa vocación deicida se despliega a lo largo de la narrativa del peruano, donde el gesto realista se alimenta del modelo antropológico.
Sus memorias, El pez en del agua, no logran convencernos tanto como lo hacen sus ficciones. La narración autobiográfica se despliega desde sus primeros pasos en la literatura y tiene su momento más alto en La tía Julia y el escribidor donde Varguitas, el escritor, vive su aventura de amor con la tía Julia mientras Pedro Camacho, el escribidor, arrastrado por la locura, acaba confundiendo radionovela y realidad.
La violencia se cuela aún en las obras más livianas como Travesuras de la niña mala, asume formas diversas y se ejerce sobre el débil. Irrumpe desbordante en el mundo de los militares y los "perros" del Colegio Leoncio Prado y se ensaña cruel en Pichula Cuéllar el "cachorro" del grupo de Miraflores. Conversación en La Catedral transcurre en un bar de mala muerte -la catedral del título-, donde el negro Ambrosio ayuda a Zavalita a conocer los entresijos de familia y dictadura.
El lector queda impactado por la violencia en La casa verde. En el prostíbulo en medio de la selva, doble lucha con la naturaleza y con la explotación humana, especialmente de la mujer. Una alegoría de la sociedad donde se trafica con mujeres e indios, donde el Estado se convierte en opresor. En La guerra del fin del mundo, situada en los sertones brasileños, el fanatismo del Consejero lleva a sus seguidores hacia la muerte ante la mirada del periodista.
Aún en aquellos libros en los que acude al "humor" no puede sustraerse a la violencia. En la parodia de Pantaleón y las visitadoras el lenguaje militar encubre el servicio de "visitadoras". Pantilandia es un paraíso civilizado, el cielo masculino pero los sátiros se transforman en grotescos niños, bajo el poder de las prostitutas.
Una de las cuestiones centrales vinculadas a la violencia es la alteridad, representada por el indígena. La escritura realiza un esfuerzo titánico por construir los Andes o la Selva. En El hablador toda posibilidad de traducción se asienta en la monstruosidad.
Si Historia de Mayta le permite retratar el inicio de la escalada de la violencia política y convierte al revolucionario en un utopista peligroso. Lituma en los Andes ficcionaliza su propia actuación en Uchuraccay. El narrador, el cabo Lituma, se encuentra con una violencia esencial. Los asesinos de los tres hombres en Naccos no son los terroristas ni militares, sino los mismos mineros que los sacrifican cruelmente. La novela finaliza con una larga conversación en la que el peón borracho confiesa el horror de la inmolación "¿No hay muertos por todas partes? Matar es lo de menos. ¿No se ha vuelto una cojudez…?"
Vargas Llosa siente la frustración de la modernización de América Latina y el Perú, ese Perú que Zavalita sabe "jodido" y se pregunta desde cuándo. Su pasión por acceder a los mundos occidentales lo empuja a resucitar antinomias propias de los pensadores liberales del siglo XIX. En una entrevista con Tomás Eloy Martínez le señala: "Sucede que hay culturas incompatibles. Y esa incompatibilidad está representada para mí por polos que son los de la civilización y la barbarie, los de la modernidad y el arcaísmo".
La violencia impregna no sólo sus fábulas literarias sino también está presente en su discurso político, tanto en el del "sastrecillo valiente" que apoyaba a la revolución cubana como en el del escritor consagrado que se entrega al credo neoliberal. Su postura no admite discusiones, su pasión es ilimitada.
© LA GACETA

Carmen Perilli - Doctora en Letras, profesora
de Literatura Hispanoamericana de la UNT.