martes, 13 de marzo de 2012

EL RECHAZO DE LAS TECNOLOGÍAS DIGITALES/

Los nuevos conservadores
/Por: Juan Terranova. 1. En una entrevista con el suplemento Cultura del diario Perfil aparecida en agosto del 2006, Alan Pauls dice que no lee blogs. Después agrega: “Me despierta interés, pero no deseo. Me despierta un interés de civilización. Quizás para que me despierten deseo alguien tendría que poner ese corpus en un libro”. En una amarga contratapa de Página/12 titulada “Pantallas” y publicada el 24 de abril del 2008, Rodrigo Fresán compara los blogs con cloacas y cita una frase de Philip Roth: “La clave no es trasladar libros a pantallas electrónicas. No es eso. No. El problema es que el hábito de la lectura se ha esfumado”. Más adelante agrega: “a mí todo eso del Kindle –el libro apantallado al que no se le puede voltear las páginas– no me emociona en absoluto”. En una breve entrevista de diciembre del 2010, publicada en La Nación con el título “la épica del olvido”, Martín Kohan cuenta que escribe “a mano en cuadernos Rivadavia” y que para su nueva novela eligió “cuadernos forrados en rojo”. Pablo Ramos también, más de una vez, dijo que escribía a mano dándole una sentida importancia a este gesto. El 12 de febrero del 2011, Fabián Casas daba una entrevista al diario La Razón cuyo titular era un textual del poeta que decía así: “El Facebook es uno de los peores inventos que existen”. En una columna aparecida en la revista Ñ el sábado 27 de febrero del mismo año, hablaba de un amigo que es editor: “Lo que decía mi amigo era que la llegada del libro digital es inevitable y su poder va a ser devastador. Donde él ve promesas de futuro yo veo y siento sólo distopía.” Más delante agrega: “Si el libro digital triunfa por sobre los libros materiales –algo improbable, es cierto– toda una forma de escribir va a sucumbir con ello. Todo un mundo. No sé si es necesario decirlo o no pero yo siento que el confort que prometen estas nuevas tecnologías, te debilita.”

Sergio Olguín, Damián Tabarovsky y el ya más veterano Marcelo Cohen han afirmado en público y en privado que no leían blogs. Ninguno de los citados aquí mantiene tampoco una cuenta de Twitter, ni actividad constante en la web más allá de sus colaboraciones de los medios tradicionales que tienen versiones digitales. Las citas podrían seguir. No me interesa tanto analizar los malentendidos que conllevan y albergan estas declaraciones, sino solamente señalar una posición, una dirección que resulta, ella sí, unívoca.

2.

Es sabido que en el siglo XVIII el escenario de la lectura en las potencias centrales cambió. Cuando se describen estos cambios, que la democratización de la imprenta trajo en esa Europa que se abría paso con vértigo hacia la modernidad, se suele hablar de “fiebre”, una “fiebre lectora y femenina”. También se dice que nació un género literario, el género paradigmático de la modernidad, la novela. Hoy la novela es casi sinónimo de “literatura”. Su vocación y su confirmación canónicas son difíciles de cuestionar. Sin embargo, en el siglo XVIII sus detractores, también detractores de la proliferación del material impreso en general, fueron muchos. Describiendo la “promiscua circulación de libros” que trajeron las innovaciones mecánicas en las imprentas, Samuel Taylor Coleridge insistió en 1818 con “el daño que causa la lectura inconexa y promiscua”. Antes, en 1800, con treinta años recién cumplidos, William Wordsworth denigraba “la sed de escandalosos estímulos”, uno de cuyos indicios más importantes era el olvido de las “invalorables obras de nuestros grandes escritores” como Shakespeare y Milton “desplazados por novelas exaltadas, enfermizas, por estúpidas tragedias alemanes y aluviones de vanas historias extravagantes”. En ese momento, la mujer que leía novelas era un personaje tan vívido como denostado. La pasión íntima que acompañaba esas lecturas es indisociable de la historia del género y de la evolución del Logos. En 1870, C.H. Butterworth preguntó “¿Qué mente no es propensa a caer en un estado de pesadilla y efervescencia ante esta danza de fragmentos inconexos de información transitoria?”. Las citas podrían ser muchas más y sobre todo acompañar década a década, casi año a año, las inflexiones del Logos. Así, cada cambio tecnológico –digo “cambio” por pudor, la palabra “revolución” sería más justa– implica la construcción o aparición de nuevas subjetividades. La fotografía, el cine, hasta hace muy poco la televisión, sufrieron diatribas similares a las de Coleridge y Wordsworth, a quienes no podemos tildar de pensadores intrascendentes. Menos ampuloso, más preciso, mucho más cerca en el tiempo, Siegfried Kracauer describió el cine que nacía y ganaba terreno en las ciudades de principios del siglo XX como un generador de “adictos a la distracción”. Y no era el único ni el primero en hablar de la velocidad: “Los estímulos a los sentidos se suceden los unos a otros con tal rapidez que no queda resquicio entre ellos para la mínima contemplación si quiera”.

3.

Creo que la similitud entre la reacción de los viejos poetas románticos a la imprenta popular y la distancia que los nuevos escritores argentinos ponen con la cultura digital se podría tejer con más precisión. No son reacciones idénticas, pero el parecido genera sorpresa. Señalo que en el caso de los argentinos no se trata de escritores “viejos”. La mayoría de estos narradores, algunos talentosos, nacieron en la década del 60. ¿Llama atención esta “juventud” en relación a este descrédito que practican y hacen público, transformándolo casi en una ética? No. En los bordes y las fronteras están los marginales, pero también los fundamentalistas. No es difícil comprobar que estos nuevos conservadores reniegan y condenan el cambio del estado del Logos, y aparte lo hacen repitiendo posturas que ya tienen una variada y amplia tradición. ¿Se trata, en realidad, de un único movimiento? Creo que no. El rechazo a lo nuevo no necesariamente debe repetir argumentos de lo viejo. El rechazo de las tecnologías digitales podría tener otros clivajes y asideros. Se podrían alegar otros motivos para cuestionar la evolución, más radicales, más políticos. Podrían tematizarse los movimientos del capital dentro de esta supuesta democratización. Sin embargo, a la hora de oponerse, estos nuevos conservadores son doblemente conservadores porque respetan una tradición y la reproducen, muchas veces, supongo, ignorando que lo hacen, mientras atacan las nuevas tecnologías y sus transformaciones. Nuevos conservadores es una construcción de visos oximorónicos. Pero estos no son, después de todo, tan nuevos. Termino con una frase oscura y lúcida de Carlos Correa: “Contra le técnica no hay combate. Ya o después el mero humano resulta vencido. Sin embargo, los intelectuales, de ordinario y en el interín se abroquelan con lo que genéricamente se llama cultura”.

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