viernes, 30 de octubre de 2009

Madre hay muchas...

La madre es uno de las formas del eterno femenino en tonos aspectos fascinantes y temibles. Objetos de refranes como “Madre hay una sola” o de edípicos versos como los de Rafael de León: “Toíto te lo consiento/ menos faltarle a mi mare, / que una mare no se encuentra/ y a ti te encontré en la calle”. En aquellos tiempos míticos de la escuela primaria recitamos, con lágrimas en los ojos, el poema de Olegario Víctor Andrade “ Ven para acá me dijo dulcemente mi madre... “ Y la figura sacrificada y luminosa surgía desde la muerte - ni entonces descansaba -para proteger y conversar con el hijo.
La poesía de César Vallejo está surcada por el diálogo con la madre. En “El buen sentido” nos dice “La mujer de mi padre está enamorada de mí, viniendo y avanzando de espaldas a mi nacimiento y pecho a mi muerte” Y se pregunta “¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará la de ellas?”. Pablo Neruda canta a la dulce y verde Mamadre: “la vida te hizo pan/ y allí te consumimos”. El mexicano Jaime Sabines en una elegía le pide a su madre muerta: “Si tú me lo permites, doña Luz, te llevo a mi espada, te paseo en hombros para volver a ver el mundo. Quiero seguir dándote el beso en la frente, en la mañana y en la noche y al mediodía”.
Siempre me preocuparon las condiciones de la Maga como madre, sobre todo en la interminable escena al estilo Trainspotting, donde el bebé Rocamadour muere ante los ojos atónitos del Club de la Serpiente. En las imaginerías literarias uno anda tropezándose con madres temibles. Pienso en la siniestra madre de La mano del amo que me pone la piel de gallina, rodeada de gatos y quemando los papeles de Carmona o la madre enfermera que acaricia con guantes al futuro jefe de prensa asesino en El vuelo de la reina. O en la madre loca y maldiciente de La vida entera de Juan Martini. También recuerdo madres no totalmente confiables en Roberto Arlt.
Pocos narradores se ensañan con tanta fascinación con las figuras maternas como el chileno José Donoso. Desde Coronación donde la abuela reina desde la muerte en una danza macabra hasta El obsceno pájaro de la noche donde madres y sirvientas-hadas y brujas- son el núcleo de complicidad que domina al imbunche, niño monstruo. Mario Vargas Llosa apuesta a la perversión materna en la imagen fulgurante de la madrastra transformada en centro erótico en El elogio de la madrastra y en Los cuadernos de don Rigoberto. Carlos Fuentes erige a Claudia Nervo , la actriz incestuosa y mítica de Zona Sagrada.
Hace un tiempo leí La sangre derramada de José Pablo Feinmann. La madre del personaje, cuyo único crimen es ser un tanto molesta y usar crema Hinds, anda por ahí a punto de ser desparramada con una almohada por el hijo que la ha internado en un geriátrico.
Pero no todas son malas noticias para las madres. Además de los poetas salen al cruce las imágenes de García Márquez que van desde la Úrsula de Cien Años de Soledad en cuyo fuerte corazón anida el alacrán que explica la soledad de la estirpe o la Luisa Santiaga omnisciente maga de Crónica de una muerte anunciada. Lástima que también esté Fernanda del Carpio, estricta vigilante de los amores ajenos y Pura Vicario que “ se consagró con tal espíritu de sacrificio a la atención del esposo y de los hijos, que a uno se le olvidaba a veces que seguía existiendo”.
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Carmen Perilli

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