miércoles, 8 de febrero de 2012

El Gauchito Gil

El alma del Gauchito Gil acompaña al viajero por los caminos argentinos


Miércoles 8 de Febrero de 2012 | Incesantemente, la figura casi marginal del correntino que vivió entre federales y unitarios avanza en la consideración de los tucumanos.
Autor:
Magena Valentié
Redacción LA GACETA
mvalentie@lagaceta.com.ar
De cuando en cuando, unas lenguas de fuego lamen la soledad del camino. Son las banderas del Gauchito Gil, que se multiplican por las rutas argentinas, especialmente por Buenos Aires y el sur del país, y, por supuesto, el Litoral. Hoy, justamente, se lo recuerda, aunque su fiesta anual fue el mes pasado. Dicen que un 8 de enero la tierra se bebió la sangre de Antonio Mamerto Gil Núñez cuando lo encontraron cerca de Mercedes, Corrientes. Era desertor del ejército de los rojos (federales) porque no quería pelear contra sus compatriotas. Ese pensamiento lo llevó a las sombras y, finalmente, a la muerte y a la eternidad.

Vacaciones 2011-2012. Mar del Plata. Ruta 88. Hay dos santuarios contiguos. Desde lejos se escucha el chamamé. Al acercarnos comprobamos que la fiesta es real. A un costado del altar las parejas bailan al compás del acordeón y de la guitarra. ¿Y qué sería de una fiesta sin un tinto o una cerveza? Pues también empinan el codo los fieles. Sólo hay lugar para la alegría y las velas rojas que se compran de a 10.

Al lado de la imagen del Gauchito está siempre la de San La Muerte, a quien el correntino invocaba cada vez que se metía en problemas. Para San La Muerte -antigua devoción- se destinan velas mitad rojas y mitad negras. Y las ofrendas son en dólares o joyas de oro. Si es una bebida tiene que ser whisky. San La Muerte no admite menos que eso.

Lava colorada
En el interior del santuario la atmósfera es irrespirable. El cebo rojo de las velas forma una lava endurecida que se extiende por el piso. Alrededor del Gauchito, en vez de flores se acumulan las botellas de vino y también cajas de tetra-brik. Hay muchos cigarrillos encendidos, porque dicen que este fue el último deseo del Gauchito antes de morir. El humo de las velas y del tabaco provoca que los fieles no permanezcan más que lo necesario frente a la imagen. Le dejan su ofrenda y dan paso al que sigue en la fila.

En los alrededores, el merchandising del Gauchito va desde llaveros, vasos cerveceros, rosarios colorados y banderas con la imagen del correntino hasta vestimenta de gaucho, con alpargatas incluidas. Nadie se va sin comprar al menos una cinta roja para la envidia. Algunos se colocan una remera con la figura del Gauchito, como Erika Salazar, de 10 años. Ella y su madre, Estela Echeverría, viven en Balcarce (Buenos Aires) y esperan su turno para santiguarse frente a la imagen. Estela abre la boca para dar su testimonio pero no puede. Niega con la cabeza y esconde las lágrimas detrás del pelo de su hija. La angustia contagia a la pequeña y ambas se abrazan.

Mabel López no está en la cola, sino detrás del mostrador, vendiendo todo tipo de parafernalia de protección. "Conocí al Gauchito hace 12 años, en un programa de Carmen Barbieri, por la tele. Un día pasé por aquí y vi las banderas rojas. ¿Que será? ¡Rematarán el campo!, decía yo! Pero no, ¡era un santuario! Entré, pedí por un señor amigo que estaba enfermo y me llevé una imagen para rezarle. No la devolví hasta que el hombre se curó completamente", cuenta. Su socio está vestido de gaucho, como muchos de los promesantes. "Aquí todos tienen una historia para contar", le dice al oído a la periodista. "Y si invocás a San La Muerte te ayudás más. Pero no tengás miedo... No es malo cuando cumplís lo que le prometiste...", advierte.

Allá quedan las banderas flameando como lenguas de fuego. Y el viajero, aunque no sea devoto, pasa tocando bocina o saludando con la mano. Por las dudas.


"¡No me matés, la orden de mi perdón esta en camino!"
Su nombre completo era Antonio Mamerto Gil Nuñez. Se cree que nació aproximadamente en 1847, en Corrientes, en la zona de Pay Ubre (hoy Mercedes). Era la época de las luchas armadas entre celestes (unitarios) y colorados (federales), a los que pertenecía el Gauchito. La leyenda cuenta que cuando el coronel Juan de la Cruz Zalazar lo llamó para formar un batallón Antonio se escapó porque no quería derramar sangre hermana. Mientras tanto, la gente ya decía que el Gauchito se había convertido en bandolero y que robaba a los ricos para entregárselo a los pobres. Se tejían todo tipo de historias. La Policía consiguió detenerlo para llevarlo a Goya y juzgarlo. Los vecinos pidieron clemencia para el Gauchito y consiguieron una orden de perdón. Pero ya era tarde. Según las costumbres de la época la guardia acostumbraba a matar al detenido durante el recorrido al patíbulo y de esa manera se evitaban el viaje de ida y vuelta, justificando que "el reo había intentado huir".

Un 8 de enero, mientras era llevado a Goya, llegando a Mercedes, los soldados lo ataron de los pies y lo colgaron de un algarrobo cabeza abajo. El Gauchito le dijo al sargento (que, según dicen, le tenía bronca): "¡no me matés, la orden de mi perdón está en camino!" El oficial no le hizo caso y el Gauchito le dijo: "cuando llegués a Mercedes, junto con la orden de mi perdón te van a informar que tu hijo se está muriendo de mala enfermedad. Como vos vas a derramar sangre inocente, invocame para que interceda ante Dios por la vida de tu hijo; dicen que la sangre del inocente sirve para hacer el milagro". El sargento lo mató y abandonó el cuerpo. Pero cuando llegó a su casa su esposa, desesperada, le contó que su único hijo estaba muy enfermo. Entonces recordó las palabras del Gauchito. Volvió, lo enterró a la orilla del camino, donde lo había matado, y le pidió perdón. Cuando regresó a su casa encontró a su hijo sano y salvo.

Pasados los años, el dueño de la estancia "La Estrella" -lugar de la ejecución- pidió permiso para trasladar los restos del Gauchito al cementerio de Mercedes. La incesante peregrinación de los creyentes lo molestaba. Pero las desgracias empezaron a caer sobre su campo y sobre su familia. Así que decidió respetar el lugar y cederlo al culto popular.

En corrientes, a ocho kilómetros de Mercedes
El santuario principal es precisamente donde encontró la muerte el Gauchito a manos de la Policía. Queda a ocho kilómetros de Mercedes, sobre la ruta Nº 123. El 8 de enero, aniversario de su muerte, se congregan allí miles de peregrinos que llegan de distintas partes del país. Pero también los fines de semana de todo el año cualquier viajero puede encontrarse con un baile a lo correntino, al son del acordeón.

En todo el sur y el litoral del país los caminos están llenos de santuarios. Todos tienen un lugarcito para bailar, porque en el momento menos pensado se forman las parejas y comienza el chamamé. En Tucumán cada vez se ven más banderas rojas, aunque en el norte la devoción por la Virgen y por los santos canonizados por la Iglesia Católica siguen siendo mucho más fuertes. Cuyo, en tanto, es la tierra de la Difunta Correa.

El protector del Gauchito
En el cuello del Gauchito Gil sobresalía un amuleto de San La Muerte, que lo protegía del mal. Cuando el sargento lo colgó de los pies cabeza abajo, ordenó a los soldados que le dispararan. "Pero las balas rebotaron en San la Muerte y no entraron en el cuerpo del Gauchito", escribió Iris Rivera en su libro "Mitos y leyendas de la Argentina". Por eso, enfurecido, el sargento lo pasó a cuchillo.

San la Muerte era probablemente un monje jesuita o franciscano que curaba a los aborígenes pobres en Corrientes, hacia el año 1750. Apresado en tiempos del Virreinato, fue encarcelado y su puerta sellada. Le pasaban comida por debajo. Pero un 20 de agosto abrieron la celda para entregarlo a la autoridad y atormentarlo, y lo encontraron muerto. Solamente estaban los huesos. Dicen que levantó una mano y señaló a su principal acusador. Luego todos los que lo perseguían murieron, víctimas de misteriosas y repentinas enfermedades.

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