viernes, 8 de abril de 2011

Carlos Fuentes y La Edad del Tiempo de Carmen Perilli



"Cronos devorando uno de sus hijos" Francisco Goya

El viajero que llegue a México queda deslumbrado con el mural realizado por el artista Diego Rivera en el Palacio de Gobierno, un vasto y colorido tapiz histórico de la nación. Con un gesto similar el escritor Carlos Fuentes monta una narración de la historia mexicana. Desde los primeros relatos reunidos en Los días enmascarados nos adentrarnos en un México en el que la historia se compone como serie de tiempos superpuestos. Cuando en sus ensayos Fuentes habla de un “ tiempo mexicano” se refiere a esos “edenes subvertidos”. Son los sueños incumplidos: el indígena, hispánico, liberal, francés, revolucionario, modernizador. La mirada queda fijada en esos pasados a los que se interroga en busca de la identidad mexicana.. En el cuento Chac Mool el ídolo mexicano abandonado en el sótano de una vieja casa se apropia del narrador hasta dominarlo por completo. Fuentes “imagina” a México como el valle del agua quemada indígena; el valiente Nuevo Mundo de Cortés y Bernal, la “suave patria” de López Velarde, la región más transparente de Humboldt, siguiendo una larga tradición mexicana.
El escritor considera que todas sus obras pueden agruparse como una “comedia humana” con el nombre de la Edad del Tiempo, En la novela Terra Nostra se cifra, de modo ambicioso, la historia de los inicios mexicanos. El libro es una enorme biblioteca que acude a múltiples textos culturales, para imaginar el choque de dos mundos a los que concibe como opuestos y complementarios. El Viejo Mundo representado por la España de la Contrarreforma dominado por el Poder Absoluto del Señor, confronta con Nuevo Mundo donde el tlatoani o emperador azteca basa su mando en dioses sanguinarios. En ese instante se encuentran los pueblos: las celestinas, los miguel, los juanes, los pedros mexicanos con los cuahutecmoc, las malinches indígenas. De la derrota de los últimos deviene la continuidad del poder de los primeros prolongados en los dictadores o en los tapados presidenciales (a quien dedica una de sus últimas novelas El sillón del águila”). En estas “ceremonias del alba” la mujer- Malintzin-Marina- Malinche- entrega el mandato a su hijo mestizo: el primer mexicano. “Seamos ruinas y luego renazcamos”. Sólo ella, lengua y cuerpo- permite una continuidad de esos mundos destinados a desconocerse: “El poder y la palabra. Moctezuma o el poder de la fatalidad; Cortés o el poder de la voluntad. Entre las dos orillas del poder, un puente: la lengua, Marina, que con las palabras convierte la historia de ambos poderes en destino: el conocimiento del que es imposible sustraerse. Destino en y de la muerte, el sueño, la rebelión y el amor, le dice la Malinche a su hijo, el primer mexicano: muerte, sueño, rebelión y amor, no en cualquier orden, sino precisamente en ése, que indica los grados crecientes de la dificultad, de la carga y de la realización plena. Lo más fácil entre nosotros, será morir; un poco menos fácil, soñar; difícil, rebelarse: dificilísimo, amar”. (Todos los gatos son pardos).
Desde su génesis la cultura mexicana da una importancia central al símbolo del espejo y la máscara, sólo puede conocerse en tanto imagen y reflejo. Si en el mundo azteca se esperaba el regreso de Quetzalcóatl, el dios traicionado, , lo que se encuentra es una máscara, la de Cortés.. Sin embargo, el espejo ha quedado enterrado a ambas orillas del océano, en España y en México. Un espejo que nos define con relación a La otra orilla. Fuentes está obsesionado con la necesidad de establecer continuidades. En El naranjo muestra como, más allá de la violencia, la semilla atraviesa el océano y une las tierras de Castilla y México. Ese mismo movimiento lo realiza el español.
La historia, sucesión de repeticiones, se inscribe como tragedia en todos los tiempos. E tiempo del dominio francés ha quedado detenido en las viejas casonas del Paseo de la Reforma donde una anciana inmemorial construye un doble joven y bello en Aura. Esa hechicera que atrapa al joven historiador no es otra que, Carlota de México, figura trágica, eterna viuda del emperador Maximiliano, fusilado por Benito Juárez.
Carlos Fuentes vuelve una y otra vez sobre la revolución fundante de la nación mexicana moderna. En La muerte de Artemio Cruz muestra al caudillo revolucionario entregado a la corrupción, traicionando la revolución. Artemio, después de la muerte de su compañera, se casa con la hija del terrateniente y se entrega a negociar con la revolución.
La frontera entre el Norte del Sur se hace carne viva, herida sangrante, es el presente y el pasado beligerante, son “los mojados” que cruzan a buscar trabajo, es Texas arrebatada. Cristal e hierro, linde está la muerte y el anonimato. “Queremos entrar a contar la historia de la frontera de cristal antes de que sea demasiado tarde, hablen todos” ( La frontera de cristal). Esa frontera es espejo que recuerde que no somos más que reflejo. Creo que en ese sentido la figura casi quijotesca del escritor norteamericano

Ambrose Bierce cruzando el Río Grande, buscando la muerte en el país azteca desdobla la del general Tomás Arroyo. Uno está de vuelta de la escritura y lleva como única compañía El Quijote, el otro abraza con desesperación los papeles que le certifican la posesión de la tierra. Los dos morirán, el mensaje de ellos estará en manos de una mujer, una extranjera, Harriet Winslow.
El escenario privilegiado de las ficciones es la ciudad de México; el tumultuoso Distrito Federal, cuya vasta y misteriosa superficie le permite “historiar la sincronía”, trabajar el tiempo en el espacio; donde el mito triunfa sobre la historia. En ”una ciudad con noches llenas de mañanas” convertida en zanja infernal donde el perdido perfume de “la antigua laguna de México (es) un recuerdo sensible, casi un fantasma”(Agua Quemada), la escritura se detiene en los secretos de sus antiguos palacios, invadidos por rostros goyescos; merodea los enigmáticos restos de los tiempos indígenas. Fuentes practica un ”corte... casi geológico de la vieja ciudad de México, indicando la profundidad del tiempo, círculos cada vez más hondos, hasta el centro inviolado de una fundación anterior a la fecha consignada por la historia. imaginamos la ciudad de la ciudad, la laguna original, la sombra de cuanto México sería sucesivamente, sobreviviendo, como decía Ferguson, sólo en las ruinas y no en la basura”(Constancia y otras novelas para vírgenes).
La linealidad de la Historia se rinde ante el Mito. Tlatelolco se repite una y otra vez, de sacrificio se torna matanza. Por eso en el final del guerrero sacrificado en el siglo XVI se torna el estudiante muerto en 1968. Porque México “De Quetalzcóatl a Pepsicoatl”, no ha hecho más que cambiar ruinas por basura. La única salida, ésa es la cultura. Sólo en y por la literatura México y América Latina podrán salvarse. Uno de los ancianos sabios toltecas, un tlamatimine, habla de la importancia de la narración:“Yo soy el que recuerda. Ésa es mi misión. Yo cuido del libro del destino. Entre la vida y la muerte, no hay más destino que la memoria. El recuerdo teje el destino del mundo… Un tiempo termina y otro comienza. Sólo la memoria mantiene vivo lo muerto y quienes han de morir lo saben. El fin de la memoria es el verdadero fin del mundo” (Terra Nostra).
La escritura vincula la memoria con el futuro y el pasado con el deseo. Mirada vuelta hacia atrás, nombre hecho máscara que oculta los verdaderos rostros, voces públicas y voces privadas. La tesis cultural de Fuentes considera que el mestizaje como salida. Si esto no sucede México, heredero de todas las tradiciones queda relegado al espacio de la fatalidad y la violencia tanto del mundo antiguo como del mundo moderno: “Nombre y voz: no hay nada que identifique mejor a la escritura propia del continente iberoamericano. Nombre y voz: esto es lo que nuestra literatura ha sabido dar mejor que cualquier otro sistema de información porque sus dos proyecciones han sido la memoria y el deseo (Valiente Mundo Nuevo)





Carmen Perilli

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