domingo, 24 de abril de 2011

Jardines en otoño- Dirección: Otar Iosselian


Nota
El regreso del sibarita
Diego Brodersen
Estrenada el 30 de Abril de 2009

Calificación: **** (Máximo: *****)

Película Jardines en otoño (Jardins en automne, Francia-Italia-Rusia/2006) Dirección: Otar Iosseliani. Con Séverin Blanchet, Jacynthe Jacquet, Otar Iosseliani, Lily Lavina, Denis Lambert, Michel Piccoli. Fotografía: William Lubtchansky. Música: Nicholas Zourabichvili. Edición: Otar Iosseliani y Ewa Lenkiewicz. Diseño de Producción: Yves Brover y Emmanuel de Chauvigny. Distribuidora: IFA Cinema. Duración: 115 minutos. Apta para todo público. Salas: 4 (Arteplex Centro, Belgrano y Caballito y Showcase Norte).
Ocurrió, finalmente: Otar Iosseliani recibe su tercer lanzamiento comercial en la Argentina, a veinte años del estreno de Y la luz se hizo y a siete del de Hogar, dulce hogar. No se trata de un joven talento recién salido de las hormas del cine internacional sino de un veterano realizador con varias décadas y largometrajes sobre sus espaldas. Georgiano de nacimiento -vio el mundo en 1934, cuando esa región pertenecía al monstruo pan-cultural soviético-, Iosseliani viene desarrollando una filmografía de particular intensidad e idiosincrasia artística, primero en su país de origen, más tarde en Francia, país adoptivo en el cual vive y trabaja desde mediados de los años 80.

El quinto BAFICI le dedicó una retrospectiva virtualmente completa, oportunidad casi única de apreciar sus primeros trabajos –La caída de las hojas, Pastoral y Había una vez un mirlo cantarín, éste último uno de sus títulos más reconocidos-, en los cuales ya es posible reconocer su fascinación por el humor absurdo y la utilización de recursos del cine documental en estructuras narrativas de ficción, además de la intransigente búsqueda de algunos de sus personajes de ese algo inasible que solemos llamar libertad. Ya instalado en Europa, films como Los favoritos de la Luna, La caza de las mariposas o su antepenúltima película, Lundi matin, volverían a recorrer una y mil veces esas obsesiones, además de otras nuevas. O, tal vez, las mismas de siempre pero renovadas.

Jardines en otoño, en ese sentido, no viene a ofrecer nada novedoso, más bien todo lo contrario. Hay algo testamentario en este último opus, sensación reforzada por la aparición en pantalla del propio realizador como un personaje obcecado en la práctica de tres actividades: dibujar, fumar y beber; uno más entre varios del film que intentan por todos los medios olvidar cualquier clase de obligación y disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Algo similar puede afirmarse del protagonista, Vincent (Séverin Blanchet), quien al comienzo del relato encontramos ocupando un cargo ministerial, poco antes de que un escándalo lo encuentre renunciando a su cargo (o bien “lo hagan renunciar”, para ser más precisos).

Por su resistencia a construir una concatenación de escenas que desarrollen una trama en el sentido más tradicional del término, sería particularmente estéril describir la historia del film. Por el contrario, Jardines en otoño se ofrece como una serie de viñetas humorosas (satíricas, irónicas, soñadoras, hedonistas, excéntricas, entre otros adjetivos) empeñadas en contraponer esa existencia de supuesto trabajo y responsabilidad -que no es tal, como se advierte rápidamente- y la posibilidad de acceder a un día a día más cordial, menos falso, más humano. Vincent abandona puesto y hábitos y regresa al terruño, donde lo espera un nutrido grupo de amigos -siempre dispuestos a descorchar alguna botella-, un par de amantes consuetudinarias y su madre, encarnada por un Michel Piccoli travestido que, realmente, hay que ver para creer. Además de una propiedad inmobiliaria ocupada por decenas de inmigrantes africanos.

Pero Iosseliani no carga las tintas y su film no debería ser considerado simplemente un panfleto sobre las bondades de los placeres cotidianos o el cultivo de las amistades (aunque esa ideología de vida se filtre en gran parte del metraje). Las filiaciones con el cine de Jacques Tati saltan inmediatamente a la vista, particularmente el de Mi tío, tanto en la aparición sorpresiva del humor absurdo, atravesado en algunas ocasiones por el más puro slapstick, como en la notable utilización de los diálogos, más como cadencia musical que como reservorio de sentido (ver la secuencia insertada entre los títulos de apertura del film, con ese trío de ancianos revisando concienzudamente una serie de ataúdes, como quien elige productos en el supermercado). Pero también es posible encontrar puntos de contacto -esenciales, no de estilo- con otro practicante de placeres similares, el desaparecido cineasta portugués João César Monteiro, otro sibarita de la vida y el cine.

El Iosseliani-cineasta traza una pintura hiperbólica de la casta política, con sus despachos como pequeños Xanadúes de ocasión y sus galanteos protocolares, al tiempo que se permite opinar con enorme gracia sobre los cambios de la vida en los barrios, el fenómeno de la inmigración y las inestables máscaras de la civilidad (que tantas veces disfrazan la más prosaica de las hipocresías). Mientras tanto, el Iosseliani-personaje dibuja amorosamente en las paredes de un bar que será cerrado hacia el final de la película, testimonio del inevitable paso del tiempo y de los cambios que éste trae aparejado. La melancolía no tiene fin, pero la vida continúa.

http://www.otroscines.com/criticas_detalle.php?idnota=2715

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