miércoles, 14 de diciembre de 2011

Nicanor Parra, el poeta de la antipoesía por Carmen Perilli

la gaceta literaria
PREMIO CERVANTES 2011

Domingo 11 de Diciembre de 2011 | La poesía del chileno está atravesada por una fuerza genésica. Quiere construir su propio alfabeto y reivindica la necesidad de un código poético propio, impulsado por una triple crítica: de la realidad, del lenguaje y del poema fundado. Su escritura repone la lucha como parte de la poesía, una lucha que ataca la "ilusión estética". Por Carmen Perilli para LA GACETA - Tucumán.

El poeta acepta la caída del aura en el barro y denuncia la falsedad de la civilización. "Señoras y señores: / Yo voy a hacer una sola pregunta: / ¿Somos hijos del sol o de la tierra? / Porque si somos tierra solamente / No veo para qué / Continuamos filmando la película: / Pido que se levante la sesión". La burla se extiende a la especie humana, de la que se reconoce parte: "Los imbéciles que bajan de los árboles". Esta lírica incorpora la narración e intenta recuperar el lazo con la esencia del lenguaje.
El creador es un antihéroe que se indigna, sufre, acusa y se ríe de todo y de todos. Es un profesor envejecido en su tarea, un tenorio de parques, un cobarde, un loco. Se ridiculiza descaradamente: "Considerad, muchachos, / Esta lengua roída por el cáncer: / Soy profesor en un liceo oscuro / He perdido la voz haciendo clases".
La antipoesía de Parra se acerca a la crónica, trabaja con el prosaísmo y lucha contra el hechizo de la "poesía gorda" de los grandes poetas como Neruda y Huidobro. Poemas y antipoemas revoluciona la manera de poetizar en lengua española. Pretende transformar al lector en cómplice y lo interpela a convertir la experiencia poética en parte de nuestra experiencia cotidiana. El antipoema se balancea entre poesía y no poesía, siempre al borde de la negación. En el Soliloquio del Individuo, Parra después de recorrer con el lector los pasos de la humanidad desde las cavernas hasta la era del automóvil, resume el viaje de la humanidad con palabras de desaliento: "Mejor es tal vez que vuelva a ese valle / A esa roca que me sirvió de hogar, / Y empiece a grabar de nuevo, / De atrás para adelante grabar / El mundo al revés. / Pero no: la vida no tiene sentido".
El poeta escribe rodeado de escombros, de restos y ruinas de mundo: "Según los doctores de la ley, este libro no debiera publicarse / La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte, / Menos aún la palabra dolor, / ... Sillas y mesas sí que figuran a granel, / Ataúdes, ¡útiles de escritorio! / Lo que me llena de orgullo / que, a mi modo de ver, el cielo se está cayendo a pedazos". El poeta "no es un alquimista / El poeta es un hombre como todos / Un albañil que construye su muro: / Un constructor de puertas y ventanas". Por eso proclama el Manifiesto que "los poetas bajaron del Olimpo" y se mueven entre los hombres. Ha llegado el momento de sacarse las máscaras, de cambiarlo todo: "A mi modo de ver / Ha llegado la hora de modernizar esta ceremonia / Y yo entierro mis plumas en la cabeza de los señores lectores". Sólo entonces podremos recatar el asombro que forma parte del ritual poético. © LA GACETA

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