domingo, 25 de diciembre de 2011

El país imaginado de Eduardo Berti


Viernes 23 de diciembre de 2011 | Publicado en edición impresa
Libros y autores
Fantasmas de la China soñada
El país imaginado, nueva novela de Eduardo Berti, narra la historia de dos adolescentes orientales que luchan por afirmar su identidad ante el peso de las tradiciones milenarias
Por Martín Lojo | LA NACION
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Foto: EDUARDO CARRERA / AFV
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Una novela hecha de sutilezas


El Oriente suele seducir a los novelistas argentinos más enemistados con el realismo, ansiosos por huir de la imaginación local: ahí están, por ejemplo, Una novela china (1987) de César Aira, La mujer en la muralla (1990) de Alberto Laiseca o La perla del emperador (1990) de Daniel Guebel. Pero como el artificio literario exige que aun los hechos más naturales deban ser soñados, el exotismo es un viaje a las antípodas para volverse extranjero y poder mirarse como tal a sí mismo, porque, como afirma Aira, "para que la realidad revele lo real, debe hacerse ficción". Eduardo Berti es consciente de estas sutilezas de la distancia cuando emprende su viaje a la China de comienzos del siglo XX en El país imaginado , novela ganadora del premio Emecé 2011. Es por eso que en su relato las costumbres más extrañas se leen con naturalidad. Son acordes que armonizan la educación sentimental de Ling, una adolescente que encuentra en su amor por Xiaomei, la hija de un pajarero ciego, un mundo imaginario para refugiarse de las duras reglas que le impone su familia tradicionalista y supersticiosa.

"Durante mucho tiempo leí literatura china sin pensar que iba a escribir esta novela. Por gusto personal y porque estuve investigando la micronarrativa, que existe allí desde el año 300 de nuestra era. También me interesé en los cuentos orientales de fantasmas. Eso coincidió con que mi mujer, fanática de los idiomas, se puso a estudiar la lengua, e hicimos un viaje a China en 2004. La curiosidad me llevó a documentarme en libros de historia, tradiciones, usos y costumbres. Encontré algunas interesantes, como el nu-shu , la escritura secreta de las mujeres, y la práctica de los casamientos entre vivos y muertos. A partir de estos hallazgos surgió una historia. Cuando tomó forma la voz de la narradora, sentí que la novela pedía ser escrita. Podría haberla contado en tercera persona, pero se impuso la voz de Ling, algo nuevo para mí, porque es mi primera novela narrada en primera persona clásica. Aunque era consciente del lío en el que me metía, nunca dudé de que transcurriría en China. Me documenté, pero no es una novela histórica. No es la China real, ni un país totalmente imaginario, es algo creado con mucha libertad a partir de cosas reales.

-En la literatura argentina, no es muy habitual encontrar buenos personajes femeninos escritos por hombres. ¿Cómo lograste la voz de una adolescente?

-Siempre me asombraron esas canciones de Chico Buarque en primera persona femenina. Cuando le preguntan, dice que le salen así. Yo tampoco sé cómo lo hice. Lo puedo pensar al revés, sentí que funcionaba y por eso seguí. Me causó gracia que los miembros del jurado del concurso de Emecé estuvieran convencidos de que el autor era una mujer. Pensé que iba a ser un trabajo duro, así que no sé por qué se dio con tanta naturalidad. Mientras escribía, recordé que William Goyen decía que escribir era saber escuchar. También Tabucchi decía que algunas novelas las había escrito siguiendo la voz que aparecía. No creo en la idea mística de una voz que te dicta, como un fantasma, pero sí sentí que se había formado una voz que tenía que escuchar.

-La novela está plagada de fantasmas imaginarios y reales, pero sólo toma la palabra la abuela de la narradora, que le habla en los sueños antes de cada capítulo. ¿Por qué dejaste abierta esa puerta a lo fantástico?

-Desde el comienzo quise contar los sueños de la joven. En los primeros borradores los narraba ella, pero así como sentía real su voz en el resto de la novela, en los sueños no me convencía. Entonces crucé una frontera más: Ling narra la China que yo invento y la abuela narra el otro país imaginado, el de los sueños. Empezó a funcionar como un juego de espejos, sobre todo cuando escribí que el verdadero sueño lo recuerda el soñado y quien sueña sólo recuerda imágenes falsas. Los sueños son una válvula de escape ante una sociedad muy rígida, con tradiciones firmes durante siglos. A pesar de que en ese momento empiezan a desmoronarse.

-¿Por qué elegiste situar la novela a principios de los años treinta?

-Me gustan los momentos en los que las tradiciones férreas conviven con un sentimiento de ruptura grande. Ese momento histórico de China es poco conocido. Cuando estuve en Shanghái me dejó mudo la "modernidad vieja": la industria cinematográfica, los hoteles art decó y art nouveau de los años treinta, que no responden a nuestro estereotipo de "lo chino". Incorporé cosas como un automóvil o el cine para generar esa tensión entre dos épocas y para que la rebeldía de Ling fuera más verosímil.

-De todos modos, esa rebeldía nunca llega a transgredir las reglas.

-No hago sociología ni historia, pero sentí que había un límite para la rebelión. Ella fue lo más lejos que pudo. Un enfrentamiento típico, en el que toda la tradición fuese opresiva hubiese sido muy mecánico. Por eso tomé la tradición del nu-shu , la escritura en código femenina, que se había deshilvanado generación tras generación y que ella recupera y renueva. Una novela está llena de puertas que uno decidió no abrir. Quise respetar los límites que creía ver. Ella se enamora, como es usual a esa edad, de una figura que construye. Inventa un personaje más puro que la Xiaomei real, porque necesita crear un espacio de libertad en un mundo muy cerrado.

-¿Cómo surgió Xiaomei?

-Es una inconformista, muy rebelde dentro de lo que puede. Aunque es más pobre y tiene menos libertad que Ling, se transforma constantemente, cortando sus vestidos y su pelo, para lograr un espacio propio que es muy fugaz, una juventud muy corta. Tanto Xiaomei como Ling tienen muchas cosas de mi experiencia personal. Hay escritores que pasan su voz al libro sin tanta vuelta. A mi me gusta mantener cierta distancia. Una vez que supe que eran chinas, la idea de que fueran mis antípodas me tentó. Hombre/mujer; cuarenta y pico/catorce. Tuve la suerte de que la narradora se enamorara de una mujer, entonces fue fácil acordarme de las primeras chicas que me enamoraron a los doce o trece años. Volqué mis experiencias en una caja de resonancias totalmente ajena.

El país imaginado

Por Eduardo Berti

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