lunes, 30 de abril de 2012

Un género menor se pone los pantalones largos

Querido diario: esto no es lo que parece En los últimos años ha habido un aumento en las publicaciones de este género tanto en la Argentina como en otros países, con una innovación: ahora hay novelas que lo usan como artefacto. Por Gonzalo León Diario de invierno es la última novela del estadounidense Paul Auster, y al decir esto hay una cuasicontradicción, como con La nueva novela del chileno Juan Luis Martínez, que se aproxima más a la poesía y a las artes visuales que a otra cosa. El libro de Auster sirve en todo caso para reflexionar sobre los tipos de diarios que existen. A grandes rasgos podrían distinguirse los que registran hechos cotidianos y que por lo general son extensos (como los diarios de Bioy Casares, Gide, Nin, Piglia) y aquéllos que se valen del artefacto para construir algo “mayor” (Duhamel, Coetzee, Aira). En el medio están los que responden a la primera categoría pero que son más breves (Gauguin, Terranova, Camus). Y, desde luego, en todas estas categorías existen obras maestras, libros buenos y regulares. Antes, cuando se escribía un diario se asumía que lo escrito en él tenía que ver con la intimidad, con cosas que no se atrevía a contar a nadie. Alan Pauls, en Cómo se escribe el diario íntimo, esa antología de distintos diarios de escritores (Kafka, Pavese, Mansfield, entre otros), es un ejemplo de eso. Pero, además de los diarios íntimos, los hay para retratar la agonía y la posterior muerte (como los de los poetas chilenos Enrique Lihn y Gonzalo Millán), de viajes, de simple escritura, de tardes tomando té con Borges. También se escriben diarios, como dice Daniel Link en Carta al padre y otros escritos íntimos (publicado hace casi diez años por Belleza y Felicidad, y que en pocos meses se reeditará en Chile), para explicar faltas. Albert Camus es de los tradicionales. Diarios de viaje abarca dos períodos y dos viajes. El primero por Norteamérica en 1946, y el segundo por Sudamérica en 1949. En ambos viajes, hechos en barco, Camus da conferencias. Cuando se encuentra en la capital de Chile, la conferencia que estaba por ofrecer en la Universidad de Chile se suspende. Según consigna su diario, el 17 de agosto es un “día de disturbios y revueltas. Ayer hubo manifestaciones. Pero hoy esto parece un temblor de tierra. (...) Dan vuelta los ómnibus y los incendian. A la tarde me avisan que la universidad (...) está cerrada, y que mi conferencia no podrá tener lugar allí”. Las observaciones de Camus sobre los chilenos y su carácter telúrico son profundas y acertadas. De hecho así se explican las protestas, que mucho se parecen a las ocurridas durante el año pasado. Paul Gauguin, en Diarios íntimos, también cuenta de un viaje que hizo a Sudamérica, más específicamente a Perú, después de 1848, y de un terremoto y un tsunami que vivió en el sur de ese país: “Por valiente que seáis, por más sabios que podáis ser, tembláis cuando la tierra tiembla”. Cosa curiosa, tanto Gauguin como Camus recorrieron esta parte del mundo. Sin embargo, antes de ir a Chile. donde enfermó, pasó por Buenos Aires y estuvo hospedado dos noches en la villa de Victoria Ocampo, a quien había conocido en Nueva York. De estos días escribe: “Una casa grande y agradable, en el estilo de Lo que el viento se llevó. Gran lujo antiguo. Tengo ganas de acostarme y de dormir hasta el fin del mundo”. Entre Gauguin y Camus hubo otro francés que escribió un diario que se lee como una novela y viceversa: Georges Duhamel, que escribió Diario de un aspirante a santo (1939). El diario es de un alter ego de Duhamel, de nombre Luis Salavin. El día 7 de enero Salavin comienza un registro con la firme intención de hacer algo con su vida y, ante la imposibilidad de ser un sabio, opta por convertirse en santo y para ello se da un plazo de 15 años. Pero, conforme pasan los días y los meses, el objetivo se va tornando inalcanzable, porque no basta con tener –por voluntad propia– un empleo mediocre, tampoco con ser humilde ni obsequioso con su único empleado –quien le roba–, ni con abandonar a su familia e irse a un lugar inhóspito. “La humildad de los santos es paradójica”, escribe avanzado el libro, “consiste en una competencia por quién será el más pobre, el más modesto, el más oscuro. Siempre más que los otros, en resumidas cuentas”. Duhamel a través de Salavin desliza una aguda observación: en los tiempos modernos es casi imposible ser santo; el sistema económico, el capitalismo lo impiden. Witold Gombrowicz, polaco de nacimiento, llegó a Buenos Aires a comienzos de la Segunda Guerra Mundial; el conflicto bélico lo sorprendió y lo obligó a quedarse. Durante casi 25 años permaneció en Argentina, y durante 14 mantuvo un diario de muchas páginas. Diario argentino es un resumen de aquél, y allí describe lo que era su amor por la inmadurez: “Soy amigo de la Argentina natural, sencilla, cotidiana, popular. Estoy en pie de guerra contra la Argentina superior, ya preparada… ¡mal preparada!”. Juan José Saer, en El concepto de ficción, critica este texto por considerarlo “un desmembramiento absurdo” de la obra mayor. Pese a ello, Diario argentino puede leerse como una novela de viaje o como un testimonio de un extranjero, que empieza con una solitaria noche de Año Nuevo en Buenos Aires y concluye con el regreso a Europa, dando antes una vuelta por el interior. Los problemas con el idioma, con esta cultura joven e inmadura, con los autores de la época (Borges, su principal “contrincante”), los olvidaba con sus excursiones nocturnas por Retiro. En el último tiempo se han escrito diarios tradicionales y más arriesgados en Argentina. El poeta y escritor Alejandro Rubio tiene un libro publicado en Chile llamado simplemente Diario. En él, el artefacto se complica aun más, ya que pone en conflicto el género al ser un diario de un mismo día, el 7 de mayo de 2007, y en el que además la poesía y la narración se entrelazan: “7 de mayo de 2007. La chica del dúplex de Nogoyá está escandalizada. Caminaba ayer domingo por Corrientes y un grupo de bosteros borrachos le tocó el culo. Su hermano, que también estuvo en el Obelisco y pesa sesenta kilos, le dice: si los veo los cago a trompadas”. Juan Terranova, por su lado, es tradicional y escribe el mismo año que Rubio publicó su libro Diario de Alcalá, que es el registro de su estadía en esa ciudad y lo que le tocó vivir, desde su extravío en el aeropuerto de Barajas hasta su regreso a Buenos Aires, pasando por noches de joda, incursiones turísticas por Madrid y eventos literarios. Antes de uno de ellos, una conversación de bar que tiene que ver mucho con la actualidad: “Mi hipótesis: algunos españoles desean la crisis a cualquier precio. De una manera argentina, ven en el desastre la corroboración de sus fantasías más siniestras”. Y luego, sobre la importancia que él le da a este género escribe: “Los dos grandes relatos son el relato político y el relato erótico. Más allá parecería que no hay nada. Y, sin embargo, qué melodrama sabroso es la crónica de nuestro narcisismo”. Entre los dos anteriores está Daniel Link con un diario incluido en Carta al padre y otros escritos íntimos, que se llama Parpadeos. Diario de un perezoso. En él, Link aborda el problema de escribir un texto sobre la pereza y desde ella, y la paradoja que esto conlleva. Es imposible o prácticamente imposible hacerlo, pero Link se las ingenia para lograrlo: “El viernes hubo una fiesta. Entre otras ‘performances’ estaba programado el desfile de las pañoletas que hace María Moreno, exhibición que yo mismo venía impulsando desde hace meses. En algún momento, Fernanda Laguna vino a buscarme para que desfilara una pañoleta. Le dije que no, naturalmente. Me llevó de la mano. Quedé parado junto a Pablo Pérez y le dije: ‘Yo no pienso desfilar ninguna pañoleta, no sé qué estoy haciendo acá’. Sabiamente, Pablo Pérez contestó: ‘Hacé lo que quieras’”. La pereza en esta obra cobra vuelo, porque el texto está permanentemente reflexionando sobre aquello que está entre hacer y no hacer. La pereza es un pecado capital que cae justo en el medio. Y de ello se vale Link. Pero todo el libro es un trabajo desde los géneros menores, no sólo el diario sino también desde la crónica y las cartas, para construir algo “mayor”. Entre sus muchos libros, César Aira escribió Diario de la hepatitis (1993), un texto genial de 44 páginas, y –como Link– trabajó con la paradoja; al igual que Duhamel, la voz en este texto quiere cambiar la dirección de su vida y ensaya una singular receta: “No escribir. Mi receta mágica. ‘No volveré a escribir’. Así de simple. Es perfecta, definitiva. La llave que abre todas las puertas. Es universal, pero sólo para mí; no pretendo imponerla, ni mucho menos”. Bueno, pero ya sabemos que la receta era el síntoma de una enfermedad. A diferencia de Aira, Ricardo Piglia lleva escribiendo un diario tradicional desde 1957. A principios de 2011 el diario El País de Madrid anunciaba la publicación de este diario por entregas y lo calificaba como un acontecimiento literario del que se había hablado por muchos años. Y acaba de editarse una parte de este material bajo el título Fragmentos de un diario, un libro-objeto que cuenta con imágenes de Eduardo Stupía. En los diarios de Piglia se puede leer, de hecho, la manera en que se gestó el libro: “Eduardo usa mis notas de pretexto para avanzar en su investigación sobre las múltiples posibilidades de construir una imagen. Discutimos sobre los registros posibles de un diario. Ya sabemos que su única condición es cronológica y aleatoria. Se trata de registros que solo obedecen a la sucesión de los días. Un diario registra lo que todavía no es, digo yo. Eduardo se ríe, ‘demasiado metafísico’, dice”. Al terminar, es bueno retomar a Paul Auster y su última novela. La otra gran gracia es que está narrada desde una segunda persona; es ésa la que le va recordando todo lo que ha vivido a un autor que ya ha entrado en su “invierno”. Le recuerda su etapa en París. Y aquí resulta inquietante pensar que Copi y Auster coincidieron en esa ciudad en un tiempo y que pudieron haberse cruzado alguna vez. Aunque eso suena algo difícil: París es grande y, a diferencia de Copi, Auster prefería la compañía de las mujeres: “Caminando hasta la rue Saint-Denis y los callejones adyacentes, con sus pasajes y travesías de adoquines, las aceras atestadas de mujeres alineadas contra la fachada de los edificios y los hôtels de passe, un despliegue de posibilidades femeninas que cubrían toda la gama, desde guapas veinteañeras hasta veteranas de la calle”. Otra de las virtudes de Diario de invierno es que logra transformar (ya lo había hecho en La trilogía de Nueva York) a ese otro Paul Auster en un personaje literario, que se enferma con facilidad, que rechaza las drogas pero no el alcohol y el tabaco, que ha vivido en muchos lugares, que no tuvo tiempo para despedirse de su padre tempranamente muerto a la edad en la que él está escribiendo esa novela-diario. Podríamos seguir enumerando diarios de muchos tipos y la lista sería interminable, o casi. Podríamos nombrar los diarios de dos jóvenes: Diego Meret y Sebastián Olivero. Podríamos confundir las memorias con el diario y engordar la lista, o agregar la autobiografía y así de verdad se haría interminable, eterna.

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