miércoles, 6 de enero de 2016


Severina, de Rodrigo Rey Rosa

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 3 de diciembre de 2011
Tras desarrollar en una línea narrativa que lo situaba como personaje de sus propias novelas y ahondaba en la realidad social y política de su país, Rodrigo Rey Rosa parece haber dado un nuevo giro, quizá temporal, hacia una propuesta más liviana y lúdica, más emparentada con El tren a Travancore. Cartas indias, de 2001, que con los cuentos y novelas que publicó en lo que siguió de la década. Como esa novela, Severina es muy breve y, aunque se sitúa en la ciudad de Antigua, prácticamente nada de la actual realidad guatemalteca –un Estado al borde de la ingobernabilidad por la creciente arremetida del narco- se filtra a estas páginas. No es que sea obligatorio, pero el hecho representa un claro desvío de la trayectoria establecida en sus novelas inmediatamente anteriores, Caballeriza y El material humano.
Es un divertimento que tiene que ver con los libros, con el robo de libros, para precisar mejor. Severina, la protagonista, es una artista consumada en ello, pero, si la descubren, apela al recurso de seducir a los libreros. Uno de ellos –que al comienzo se limita a anotar los libros que ella hace desaparecer misteriosamente- es la mirada que el narrador le presta al lector para apreciar a Severina, desde su clara belleza hasta el misterio en que envuelve su biografía, sus actividades diarias, su método para robar libros. Claro que a medio camino lo que parecía una novela de amor y de misterio, vagamente policial, vagamente romántica, deriva en otra cosa más difícil de definir. Quizá porque Rey Rosa nunca muestra todas las cartas. Quizá porque el narrador, el librero enamorado, no tiene las suficientes luces para entender bien en qué se metió. Quizá porque todo el relato flota en la ambigüedad, en lo irresuelto, y su giro argumental no termina por asentarse; o quizá es precisamente lo que el autor buscaba, el desconcierto del lector, lanzado hacia una intriga donde el engaño y el doblez tienen una fundamentación filosófica: «La mentira, decía él (el tutor de Severina), es una necesidad», porque todo, desde el Viejo Pascuero hasta el cielo, el infierno y la democracia, son falsedades. Al final, todo el cauce regresa al libro, a un libro en particular, pero nunca se sabe –y nunca se sabrá- dónde empieza y dónde termina la mentira novelesca, que suele ser –como en este caso- verdadera literatura.
Rodrigo Rey Rosa. Alfaguara, Madrid, 2011. 104 páginas.

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