domingo, 12 de junio de 2011

La poesía, ese oro "inmortal y pobre"

Domingo 12 de Junio de 2011 | Jorge Luis Borges, "habitador" de los oros y las sombras de la ceguera, "fatiga" las arenas recelosas del olvido y la memoria y se confabula con los lectores para tejer travesías por territorios de papel.

Por Carmen Perilli
Para LA GACETA - Tucumán

La literatura es para Borges un acontecimiento, mejor dicho un sinnúmero de acontecimientos, donde intervienen fuerzas que se presentan como opuestas, pero son, en realidad, complementarias. El escritor se separa de la concepción de la literatura como exclusiva operación del espíritu y reivindica, con su admirado Poe, el papel de la mente. El pensamiento es una de las formas del sentimiento. En Siete noches nos dice: "hay dos características de Dante. Desde luego hay más, pero dos son esenciales: la ternura y el rigor (salvo que la ternura y el rigor no se contraponen, no son opuestos) lo que Shakespeare llamaría the milk of human kindness (la leche de la bondad humana). Por el otro lado está el saber que somos habitantes de un mundo riguroso, que hay un orden".
Toda su obra insiste en la demanda de verdad y belleza, sea en las viejas callejuelas de Buenos Aires, en las antiguas sagas normandas, en los desiertos laberínticos, en los grandes sistemas de pensamiento, en las grandes obras literarias. Plenitud y misterio nos acechan desde las cosas cotidianas. Asombrarnos es conocer, descubrir. "Siento el pavor de la belleza, / ¿quién se atreverá a condenarme / si esta gran luna de mi soleada me perdona?"
El poeta no inventa, sino que encuentra y captura los modos en los que los hombres expresan sus anhelos más profundos. Descubre metáforas, atesora imágenes y símbolos, pero sobre todo sabe que en el comienzo y en el fin de la literatura está el mito.
La poesía, una de las formas del tiempo, es un instrumento de la memoria. "Un triste oro, tal es la poesía / Que es inmortal y pobre".
El valor de la palabra contrasta con "el silencio", un silencio que se tiende entre lo místico y lo estético, convertido en elemento de una poética donde el misterio final no esconde un espacio sagrado sino que se erige como una manera de agotar las posibilidades expresivas de la palabra.

Espejo y máscara
Todo gran texto, como el rostro de Almotásim, es "un juego de espejos que se desplazan". Las transcripciones no son sino "diversas perspectivas de un hecho móvil, (sino) un largo sorteo experimental de omisiones y énfasis... (ya que) no puede haber sino borradores. El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio".
En Oriente, los confabulatori nocturni, rapsodas de la noche que vagan por el desierto, narran cuentos misteriosos, a cambio de unas cuantas monedas. En Occidente Jorge Luis Borges, "habitador" de los oros y las sombras de la ceguera, "fatiga" las arenas recelosas del olvido y la memoria y se confabula con los lectores para tejer travesías por territorios de papel en los que las mitologías son más "un hábito de las almas" que "una vanidad de los diccionarios". Al mismo tiempo declara: "A los otros les queda el universo; / a mi penumbra, el hábito del verso"
La literatura puede ser espejo y también máscara. En un relato de El libro de arena, titulado El espejo y la máscara, el primer poema que el aeda recita al rey duplica la batalla, a través de las antiguas metáforas que la describen minuciosamente. El premio es el espejo de plata. El segundo cantar es la batalla, y merece la máscara de oro. Sin embargo, La Palabra está más allá del espejo y de la máscara. La recompensa por encontrarla es la muerte. El poeta recibe una daga. "En el alba -dijo el poeta- me recordé’ diciendo unas palabras que al principio no comprendí. Esas palabras son un poema. Sentí que había cometido un pecado, quizá el que no perdona el Espíritu. El que ahora compartimos los dos -el rey musitó- el de haber conocido la Belleza, que es un don vedado a los hombres".
© LA GACETA

Carmen Perilli - Doctora en Letras,
profesora de Literatura
Hispanoamericana de la UNT.

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