viernes, 27 de mayo de 2011

"Yo tuve una cochinita fri stayl"

quetado como:Carlos Velázquez
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La marrana negra de la literatura rosa
Los comentarios en la contratapa de La marrana negra de la literatura rosa, del mexicano Carlos Velázquez, podrían hacer creer al lector que necesita conocimientos previos para abordar este libro. Rafael Lemus, crítico de la revista Letras Libres, lo llama "el producto más divertido e iconoclasta de la narrativa norteña" (habla, en verdad, de La Biblia Vaquera, su libro anterior). Sergio González Rodríguez, de Reforma, augura que Velázquez cambiará la "recepción y percepción de la literatura mexicana". De acuerdo, nunca conviene creer demasiado en contratapas y solapas. Tampoco en prólogos ajenos, para el caso. Pero lo cierto es que el lector argentino no necesitará conocer eso que los críticos llaman "narrativa norteña" o, incluso, "literatura mexicana", para apreciar este libro de Velázquez en su justa dimensión. Es más: cualquier lector argentino que haya registrado nuestra literatura de los últimos, digamos, treinta años, podrá sentirlo casi como un par.


Las fallas del lenguaje
Los personajes de La marrana negra de la literatura rosa están desquiciados. Todos, sin excepción.

No es sólo que se van degradando a medida que avanzan los relatos (aunque también esto es verdad): tienen una falla de origen, irremediable, que puede expresarse en una característica física o un comportamiento, y que Velázquez siempre logra poner por escrito.

O, mejor dicho, logra hacer lenguaje: porque si algo caracteriza aquí la narración es el contacto entre la oralidad y la escritura, un contacto tan íntimo que impide el uso de los términos habituales para describir ese fenómeno: contaminación, superposición, choque, etcétera.

Un repaso veloz de los argumentos de los cinco cuentos que forman el volumen dará una primera imagen de lo que estamos diciendo. Tenemos, así: un hombre puesto a una dieta a base de cocaína por su mujer; una travesti obsesionada con hacerse una rinoplastía que se enamora de un béisbolista cubano; una banda punk que salta al estrellato por su tecladista con síndrome de down; un club de hombres en el que, en parejas, recrean la situación de cuidados maternos (uno hace de bebé, el otro de mamá); una cerda que le dicta, en sueños, a su propietario, novelas de amor homosexual. A todas estas historias la prosa de Velázquez les imprime el ritmo necesario: con oraciones y párrafos cortos, diálogos no marcados, mezclas de términos en inglés, español y spanglish, humor negrísimo, expresiones coloquiales que, arrancadas de sus contextos naturales, son verdaderos hallazgos. Un combo que, además de encontrar pares entre sus contemporáneos mexicanos (Antonio Ortuño, Oscar David López, entre otros), también podría rastrearse hasta nuestras letras. Como si el largo legado que va de Copi y Osvaldo Lamborghini hasta Washington Cucurto y Naty Menstrual (la lista es, desde ya, demasiado acotada y bastante arbitraria), se hubiese encontrado con una lengua en permanente ebullición que le calza perfecto: la de la frontera mexicana, que más que en contacto con el inglés, está dentro del inglés tanto como el inglés está ya dentro de ella.

Para ver esto más de cerca, podemos detenernos en el último de los relatos, que da título al libro (el mejor de la serie, sin dudas, junto con el primero). En su comienzo, de hecho, se puede leer: "Yo tuve una cochinita fri stayl. Una cerdita matona. Ni dálmata, ni atonal. Ni da leche congelada. Una cuinita negra negra. De raza. Mi marranita tenía filin. Estaba hecha con 6/4 de gruvi, 3/8 de suing, chil out, daun tempo, mucha cumbia y soul: en total, 80 kilos de sabrosura y glamour". El lector no necesita diccionarios de coloquialismos mexicanos, ni mucho menos de inglés. El texto solo se desenvuelve de manera tal que se hace entender sin esfuerzos. No sólo en cuanto a su significado, sino también en su materialidad gráfica y sonora, como superficie de sentido. Cuando no se engolosina con su propia habilidad ni se acelera de más (como sucede, respectivamente, en "La jota de Bergerac", el segundo cuento, o "El club de las embarazadas", el cuarto), Velázquez hace algo intermedio entre narrar y rapear que se vuelve hipnótico, el canto de una sirena deforme como sus personajes. Crea una lengua que pone en jaque a editores y correctores, que ya no saben cómo y dónde administrar las bastardillas para señalar palabras extranjeras, y terminan por ubicarlas más o menos en cualquier lado (una prueba más de que la literatura siempre va por delante de la industria que la sustenta).

Se trata, entonces, de formular una voz única y marginal, la única posible para personajes también únicos y marginales. Una voz personalísima (la del autor) que se desdobla en cinco posibilidades articulatorias. Así podemos entender el choque de Velázquez con la narrativa norteña, compuesta en su mayoría por relatos sociales alrededor del narcotráfico. En una entrevista al periódico mexicano La Jornada, del 3 de enero de este año, dijo: "Me parece más interesante lo que ocurre a nivel individual que lo que ocurre a escala colectiva". Eso es su último libro: el rescate de cinco trazos individuales sobre el fondo de una lengua y una vida en común.

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