domingo, 1 de junio de 2014
viernes, 7 de febrero de 2014
domingo, 23 de junio de 2013
Juana Castrp
a escritura de mujeres, un capital simbólico que no se hereda
Sin embargo, enriquece la literatura y el mundo, mostrando un lado hasta ahora oculto y misterioso
Juana Castro
Viernes, 21 de Junio 2013
Cuando las autoras se salen de la tradición y enfrentan caminos no trillados, la crítica oficial y canónica suele obviarlas. Como consecuencia, no pueden donar su “capital simbólico” –que conforma el imaginario colectivo que nutre a la humanidad- a las que vienen después. ¿Cómo podemos ayudar a remediar la situación? Por Juana Castro.
La escritora Ana María Matute en 2011. Fuente: Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO), Ministerio de Sanidad, España.
Fuera de campo es una expresión usada en los lenguajes audiovisual y cinematográfico. Cuando la cámara enfoca, limita el espacio y al encuadrarlo deja fuera parte de la realidad. Ese espacio invisible que rodea a lo visible no es neutro, tiene una función o más bien una significación expresivo-narrativa.
Con ese algo que la cámara oculta se consigue una mayor atención del espectador, hasta el punto de hacer que éste participe más activamente en la recreación del mundo irreal.
Las autoras. Los textos
En el mundo real encuadrado por lo que llamamos cultura, las actuales protagonistas autoras-escritoras y su escritura, sus textos están fuera de campo. Y lo están porque no cuentan, no tienen presencia ni poder, prácticamente es como si no existieran, a pesar de la importancia de su número y de su obra.
Empecemos por los textos. Lo que las mujeres escriben puede situarse en dos niveles: los textos que simulan ser asexuados o neutros (léase masculinos), y que por lo tanto se inscriben en temática y forma dentro de la tradición canónica, y los textos que parten de la propia experiencia femenina.
En el primer caso, esa escritura sí cuenta: está “en campo”. Pero es mínima, porque escribir desde la abstracción, prescindir de lo imprescindible como son el cuerpo y el género (la vida, la historia, las relaciones, la experiencia…) no deja de ser un imposible.
Cuando las autoras se salen de la tradición y enfrentan otros caminos no trillados, la crítica oficial y canónica suele obviarlas: son demasiados cambios y demasiada libertad como para que el mundo académico pueda tomarlas en serio. En temática, por ejemplo, se subvierten cuestiones o argumentos, se revisan roles y estereotipos, y los mitos se reescriben con una mirada nueva.
En cuanto al amor, se le da presencia a otras formas de relación como la lesbiana, mientras que en la heterosexual se truecan papeles, lenguaje, etc. Se escribe de temáticas hasta hace poco tiempo inéditas, como son la maternidad en la relación materno-filial, de la madre hacia la hija o de la hija hacia la madre, también las paterno-filiales, desde la hija al padre; el amamantamiento, el alumbramiento o parto, la visión de la hija cuidadora.
Pero, además y sobre todo, se incorpora la mirada y el sentir de la mitad de la población humana, la que estaba por decirse: en la educación, en la muerte, el tiempo, el envejecimiento, la guerra y cualquier otra situación cotidiana o extraordinaria del ser humano.
Escritura femenina
Cuando estas escrituras llamémosles “femeninas” llegan a la crítica y a los sectores académicos, las sienten extrañas, ajenas, fuera de campo. No están en la tradición, son marginales. Además, ellos no se sienten seguros: es como si el orden se trastocara, y viajar de un orden a otro desconocido causa cierto recelo, si no miedo. Por eso se resisten a considerar que lo femenino sea valioso, necesario y mucho menos canónico, porque si lo admiten el propio concepto de lo literario se tambalea.
Y sin embargo, cuánto atractivo posee lo extraño y cómo nos atrae lo marginal, precisamente porque es de lo que no se habla, de lo, en cierto modo, exótico. Por eso, a veces, un éxito de ventas viene a llevar la contraria a lo que dicta la crítica académica. La atención lectora, para sorpresa general, enfoca el “fuera de campo”.
Escritoras: Impacto y Repercusión
En cuanto a las escritoras, ¿qué pasa con las escritoras? Sucede lo que yo llamo impacto, no repercusión. Existe impacto porque hay un momento de su vida, en su trayectoria creativa, en la que de pronto, por circunstancias internas o externas, aparte de su calidad literaria, que yo aquí les presupongo, se ponen de moda.
Se les hacen entrevistas y su imagen, vida y costumbres son carne televisiva, mediática, y en eso el hecho se diferencia del éxito de los escritores hombres. Ellas son jóvenes, atractivas, quizá un poquito descaradas: ejercen, porque lo son, de estrellas, y el mercado las ve como mujeres (a las que hincarles el diente en todos los sentidos) más que como escritoras.
Luego, con el tiempo, el mercado se cansa de aquella chica que causó impacto, ¿y qué hace? Olvidar a la primera y aupar a una segunda: más joven, más sexi, más inteligente o más deslenguada. Y así vamos, con valores literarios femeninos que son casi siempre eso, flor de un día.
Porque el mercado, pero sobre todo los críticos y el orden académico no las tomó en serio, se detuvo y fijó más en su condición personal y de moda que en la creación. Digamos que hoy día, a estas alturas del Siglo XXI, todavía una mujer “adorna”, está bien aupar a una, o a tres, para simular que vivimos en la “igualdad” o, como dice Laura Freixas, en “Las autoras acaparan los premios” u otro titular de prensa semejante, con lo cual se “simula” que hay muchas autoras y que cuentan.
Pero, si se analizan las listas de los libros más vendidos, las críticas aparecidas en suplementos literarios, los premios ganados y el número de autoras en comparación con el de autores, podemos comprobar que en cuanto a “presencia” estamos todavía en torno a un 20 % del total, aunque en la realidad y por observación sabemos que somos la mitad.
Premios y Reconocimientos
Cuanto más alta es la dotación de un premio, más crudo lo tenemos las mujeres: pongamos que gana una mujer cada 7-10 años: el Loewe, el Ciudad de Torrevieja, el García Lorca de Granada en poesía, el Planeta en narrativa…
Lo peor son los reconocimientos oficiales, ahí ya estamos todavía mucho más por debajo: las autoras no ganan los premios que otorga el Ministerio de Cultura: Premios Nacionales (de Poesía, Narrativa, Teatro, Ensayo, Cine…), Premio de las Letras, Príncipe de Asturias, Reina Sofía (de Poesía), Cervantes… Y si nos vamos fuera ¿cómo queda el Nobel?
Un poco de historia
Un grupo de poetas iniciamos en los comienzos del siglo XXI un movimiento para conseguir que las mujeres autoras formaran parte de los jurados, al menos de los premios que se pagan con dinero público.
Le escribimos una petición razonada a la entonces ministra de Cultura, Carmen Calvo, y conseguimos que la ley cambiara, para establecer la constitución de jurados paritarios. Aquello fue en 2001, y hoy seguimos sin que la ley se cumpla: los jurados suelen ser de 8 a 3 ó de 8 a 4.
La causa, que al tener que estar representadas distintas instituciones (Asociación de Escritores, Asociación de Críticos, Reales Academias (Española, Gallega, Vasca, Instituto Catalán…), las diferentes directivas sostienen que no hay suficientes mujeres miembros para designarlas, y no debe ser posible repetir cada año a las mismas, sino ir a la rotación.
Sin embargo, y a pesar de esa minoría, en 2003 conseguimos que una mujer ganara por primera vez, en los 25 años de democracia, el Premio Nacional de Poesía: fue la sevillana Julia Uceda, con su obra En el cielo, hacia el mar. En cuatro años conseguimos tres Premios Nacionales: Chantal Maillard en 2004 y Olvido García Valdés en 2007.
Después no ha habido otra hasta 2011, Paca Aguirre; aunque también, ese mismo año, ganó una mujer el Premio Nacional de Poesía Joven, Laura Casielles.
Fundaciones y más
En cuanto a fundaciones, hay un centenar de Fundaciones en España, todas con nombre de varón, exceptuando las de María Zambrano, Rosalía de Castro, Gloria Fuertes y Carmen Conde. A diferencia de las que llevan nombre de varón, que muchas se crean en vida del autor, las cuatro que existen de titularidad mujer son todas de autoras fallecidas.
Podemos citar las más recientes de Rafael Alberti, Camilo José Cela, Caballero Bonald, Vicente Núñez, José Hierro, Antonio Gala, Ángel González, Francisco Ayala… Las fundaciones perpetúan el nombre y la memoria de un autor, además de ser útiles, claro, como mercado de clientelismo e intercambio de favores, pero entre ellos.
Porque ellos, los autores, tienen algo muy valioso de lo que las mujeres carecemos: referentes, padres, maestros. Cada “hijo” cita a su maestro, y además, también las mujeres los citan: una amiga mía lo comprende y lo disculpa: –¿Pero cómo no lo van a hacer, si son ellos quienes tienen el prestigio? –dice. Y el poder, digo yo.
Ahora mismo hay tres o cuatro autores que forman parte de todos los jurados. De vez en cuando, algún escándalo, que siempre se salda con silencio, y aquí no pasa nada, porque se cumplieron las bases. Las bases rezan que un pre-jurado hará una selección previa de los libros que pasarán a la final para ser examinados por el jurado.
Hace unos meses saltó la noticia de una impugnación, precisamente por parte del pre-jurado. Fue en el Premio Ciudad de Burgos de Poesía, y la denuncia la hicieron los autores-profesores que hicieron la preselección, porque se había premiado un libro no seleccionado.
Con lo cual el cuento de la plica y el anonimato sabemos que es eso, un cuento o una simulación: cuando los jurados repiten, y los autores lo saben, también saben a quién dirigirse para, amablemente, comunicar que “me he presentado a tal premio, como tú estás en el jurado…” Deducimos, pues, que un premio es tanto más “limpio” cuanto menor sea su dotación económica.
El capital “simbólico”
Si las autoras carecemos de reconocimientos valiosos, no podemos donar “capital simbólico” a las que vienen después, y es por eso que ellas, las más jóvenes, no reconocen tener ni citan a maestras, madres ni otras referencias femeninas, a no ser las muertas, entre las cuales están las pocas únicas que reconoce el canon.
El canon es el conjunto de obras valiosas, aquellas que formarían los títulos imprescindibles que todo el mundo medianamente culto, o que aspire a serlo, debería leer. Hay un canon establecido, que puede ir enriqueciéndose con algunos nombres actuales en donde no cabe ninguna mujer viva. Quizá, Ana María Matute, que para eso obtuvo el Cervantes.
Cuando una autora joven, que empieza a abrirse camino, no cita entre sus preferencias a ninguna autora está obrando así porque: ha leído a pocas mujeres (no estaban en las bibliotecas, ni en los planes de estudio, ni en las antologías); si conoce a algunas sabe que no tienen prestigio, que no cuentan, y no quiere exponerse, es más seguro apostar a caballo ganador; porque no hay fundaciones con el nombre de autoras; y porque en los manuales, currículos, libros de estudio, medios, suplementos, premios, etc, se reconocen unos cuantos nombres: ¿de quién? Pues de hombres, que para eso se sientan en la Academia.
Capital simbólico no es asunto baladí. Forma y conforma el imaginario colectivo, del que cultura y humanidad se nutren, y lo trasladan y trascienden de generación en generación. Pero…
Así andamos todas, huérfanas de madres literarias y sin capital simbólico que llevarnos a la boca. Si alguna se atreve a darle el título de “maestra” a otra alguna, ese insólito hecho sucede únicamente cuando se le ha reconocido al nivel más alto. Y esto es como el velo de Penélope o como los trabajos de Sísifo: no tiene fin y siempre estamos re-comenzando. Una antología de las mujeres del 27. “Pero si esto ya lo escribí yo en la revista Ínsula hace… veinte años”, me comenta otra amiga. Pues nadie lo leería.
No sólo hay que desempolvar/desenterrar a las autoras olvidadas y vueltas a olvidar, hay que seguir rastreando, redescubriendo. Y, aunque nadie quiera, se siguen pergeñando antologías “de género” porque las pretendidamente neutras no incluyen a mujeres, como no sea en un ridículo 10 %, algo que no se corresponde con la calidad ni la cantidad de autoras actuales.
Estudios de género. Encuentros de mujeres
Hace años que en EE.UU. se instauraron los estudios de género, algo que en España sólo llevamos de 10 a 15 años haciéndolo, y todavía marginalmente, sin que los profesores varones participen ni lo tomen en serio.
Hay asociaciones de profesoras de instituto reivindicando ante las editoriales de manuales educativos que se cite a las autoras con sus compañeros de generación, pero… Sale más barato y se acaba antes copiando lo que dijeron los anteriores compiladores: Los novísimos en los 70, luego los poetas de la poesía de la experiencia, la “irrupción de las mujeres”, y ahí termina la historia. “La poesía femenina” o “las mujeres”, así, en un continuum indiscriminado, olvidando la época y el movimiento en que se inscribirían, y olvidando la diversidad inherente al ser humano.
Ana Rossetti y Blanca Andreu tuvieron gran impacto en los 80, pero hoy ¿tienen seguidoras? ¿Han recibido un premio nacional? Esos críticos y amigos que las aupaban, ¿dónde están hoy? Procurándose un sitio en la foto para la posteridad, junto a los maestros, claro.
Les digo a mis compañeras-amigas poetas que deberíamos hacernos homenajes. Ir en peregrinación laica a El Ferrol, a Jerez, a Málaga, a Murcia, a Madrid para visitar a Julia Uceda, a Pilar Paz Pasamar, a María Victoria Atencia, a Dionisia García, a Francisca Aguirre, las mayores en poesía.
Amigas poetas –o poetisas, que en el término no hay consenso– que desde el año 1997 hasta 2005 vinimos realizando anualmente Encuentros de Mujeres Poetas en Vigo (1996) Córdoba (1997), Lanzarote (1998), Málaga (1999), Barcelona (2000), San Sebastián (2001), Granada (2002), Vitoria-Gasteiz (2005)…
Encuentros en los que se rindió homenaje a María Teresa León y las Poetisas del 27 , a Elena Martín Vivaldi, a Pino Ojeda, a Josefina de la Torre, a Ernestina de Champourcin, a Rosa Leveroni… Se estudió la obra de muchas mujeres del pasado y de la actualidad, autoras españolas y de otras nacionalidades y lenguas, pero esa actividad, de la que los medios apenas se hicieron eco a pesar de su trascendencia, aún queda por historiar.
Rich (dcha.), con las escritoras Audre Lorde (izq.) y Meridel Le Sueur (centro) en Austin, Texas, 1980. Imagen: K. Kendall. Fuente: Wikimedia Commons.
Recetario de urgencia (con Adrienne Rich al fondo)
¿Cómo podemos ayudar a remediar la situación? Podemos dar unas pautas a modo de programa para alzar el vuelo, o de cuidados paliativos para ir cambiando, poco a poco, el mundo:
* Citar a mujeres-maestras: En encuentros, ciclos, entrevistas, en la red…
* Establecer alianzas: como el affidamento en Italia. La palabra affidamento tiene raíces de otras como fe, fidelidad, confiarse, confiar. Es una práctica de lealtad, compromiso y confianza entre mujeres. Una práctica de libertad “femenina”, pues se construye en oposición a la ley paterna que exige, a cambio del “estar”, la desvinculación, la sospecha y la desidentificación entre mujeres. En el affidamento una mujer reconoce la autoridad de otra mujer para construir lazos de solidaridad, amor y respeto, acto que ya en sí mismo desestabiliza el orden del padre.
La poeta y ensayista Adrianne Rich, en EEUU, ha llamado a esta práctica de amor, cuidado o confianza entre mujeres continuum lesbiano. A partir de un análisis parecido al de las italianas, propone una lectura del lesbianismo como práctica de relación entre mujeres sin la intervención masculina.
Señala la manera en que el sistema patriarcal se fundamenta en la “heterosexualidad obligatoria”, institución mediante la cual las mujeres abandonamos el deseo por la madre, por la otra, y aprendemos desde temprana edad a depender emocional, física y económicamente del varón.
Ya a principios de los setenta Adrienne Rich, en una obra de referencia titulada Sobre mentiras, secretos y silencios y editada en España por Icaria en 1983, reflexiona sobre las relaciones de amistad profunda entre mujeres, práctica que aunque poco extendida en su época, había sido conocida en décadas anteriores; la propone como un modelo simbólico de relación entre mujeres, que podría considerarse un ejercicio de máxima libertad, en la medida en que instituye espacios fuera de la mirada y la omnipotencia masculina.
A ninguna de nosotras se nos ha enseñado la necesidad de cuidar especialmente las relaciones con otras mujeres y de considerarlas un recurso de fuerza personal, de originalidad mental, de seguridad social. Y es difícil incluso hacerse una idea de su necesidad, porque en la cultura recibida se han conservado algunos productos de origen femenino pero no su matriz simbólica. Hasta que una experiencia política de relaciones entre mujeres nos ha llevado a mirar mejor los hechos del pasado.
Así hemos descubierto, maravilladas, que desde los tiempos más antiguos han existido mujeres que han trabajado para establecer relaciones sociales favorables para sí y para sus semejantes. Y que la grandeza femenina se ha nutrido a menudo (¿o quizás siempre?) de pensamiento y de energías que circulan entre mujeres. Ejemplos de ello son las figuras de Hildegarda de Bingen, Virginia Wolf, sor Juana Inés de la Cruz, Margarita Porete, Hadewichj de Amberes, María de Francia… Es algo que hemos conocido tarde, a través de la filósofa italiana Luisa Muraro y de la medievalista Maria Milagros Rivera Garretas.
* Recomendar a otras autoras: Cuando nos invitan a un ciclo, cuando nos piden nombres…
* Hacer homenajes: Reconocer la grandeza, la importancia de la obra de una/varias mujeres y hacerlo con todos los medios, públicos y privados, a nuestro alcance.
* Conseguir que los jurados de TODOS los premios y reconocimientos sean paritarios: usualmente son de 5-2 (5 miembros, 2 mujeres); 7-2 (mayoría masculina siempre). Exigirlo, puesto que lo incluye la ley de igualdad, sobre todo en los Premios oficiales, como el Reina Sofía, los Premios Nacionales, el de las Letras, el Príncipe de Asturias, el Cervantes…
¿Escritura femenina?
¿Existe una escritura femenina o de mujeres? Es la pregunta que solían hacernos en los 70, los 80, los 90… y que todavía hoy se sigue haciendo, aunque la mayoría de las autoras huyan –la rehúyan– como a alma que lleva el diablo.
Existe, aunque la mayoría de las autoras le tengan “alergia” al término, una manera de acallar el miedo a “no salir en la foto”.
La escritura de mujeres, un capital simbólico que no se hereda
http://m.tendencias21.net/La-escritura-de-mujeres-un-capital-simbolico-que-no-se-hereda_a20098.html
Escritura femenina es la que escriben las mujeres cuando escriben con conciencia de género, o sea de mujer en cuerpo y experiencia de mujer. Y eso no es malo, no es negativo, no tiene por qué rebajar la calidad, porque la escritura depende del vehículo: del lenguaje y su manejo.
Escribir como, de y sobre mujeres viene a enriquecer la literatura y el mundo, a mostrar ese lado oculto, misterioso, tan necesario para completar el plano, la película, la historia, hasta ahora “fuera de campo”.
Texto publicado originalmente en "Mujerarte, Premios Literarios 2012", Excmo. Ayuntamiento de Lucena, Delegación de Igualdad, Lucena 2013. Se reproduce con autorización de su autora.
Sin embargo, enriquece la literatura y el mundo, mostrando un lado hasta ahora oculto y misterioso
Juana Castro
Viernes, 21 de Junio 2013
Cuando las autoras se salen de la tradición y enfrentan caminos no trillados, la crítica oficial y canónica suele obviarlas. Como consecuencia, no pueden donar su “capital simbólico” –que conforma el imaginario colectivo que nutre a la humanidad- a las que vienen después. ¿Cómo podemos ayudar a remediar la situación? Por Juana Castro.
La escritora Ana María Matute en 2011. Fuente: Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO), Ministerio de Sanidad, España.
Fuera de campo es una expresión usada en los lenguajes audiovisual y cinematográfico. Cuando la cámara enfoca, limita el espacio y al encuadrarlo deja fuera parte de la realidad. Ese espacio invisible que rodea a lo visible no es neutro, tiene una función o más bien una significación expresivo-narrativa.
Con ese algo que la cámara oculta se consigue una mayor atención del espectador, hasta el punto de hacer que éste participe más activamente en la recreación del mundo irreal.
Las autoras. Los textos
En el mundo real encuadrado por lo que llamamos cultura, las actuales protagonistas autoras-escritoras y su escritura, sus textos están fuera de campo. Y lo están porque no cuentan, no tienen presencia ni poder, prácticamente es como si no existieran, a pesar de la importancia de su número y de su obra.
Empecemos por los textos. Lo que las mujeres escriben puede situarse en dos niveles: los textos que simulan ser asexuados o neutros (léase masculinos), y que por lo tanto se inscriben en temática y forma dentro de la tradición canónica, y los textos que parten de la propia experiencia femenina.
En el primer caso, esa escritura sí cuenta: está “en campo”. Pero es mínima, porque escribir desde la abstracción, prescindir de lo imprescindible como son el cuerpo y el género (la vida, la historia, las relaciones, la experiencia…) no deja de ser un imposible.
Cuando las autoras se salen de la tradición y enfrentan otros caminos no trillados, la crítica oficial y canónica suele obviarlas: son demasiados cambios y demasiada libertad como para que el mundo académico pueda tomarlas en serio. En temática, por ejemplo, se subvierten cuestiones o argumentos, se revisan roles y estereotipos, y los mitos se reescriben con una mirada nueva.
En cuanto al amor, se le da presencia a otras formas de relación como la lesbiana, mientras que en la heterosexual se truecan papeles, lenguaje, etc. Se escribe de temáticas hasta hace poco tiempo inéditas, como son la maternidad en la relación materno-filial, de la madre hacia la hija o de la hija hacia la madre, también las paterno-filiales, desde la hija al padre; el amamantamiento, el alumbramiento o parto, la visión de la hija cuidadora.
Pero, además y sobre todo, se incorpora la mirada y el sentir de la mitad de la población humana, la que estaba por decirse: en la educación, en la muerte, el tiempo, el envejecimiento, la guerra y cualquier otra situación cotidiana o extraordinaria del ser humano.
Escritura femenina
Cuando estas escrituras llamémosles “femeninas” llegan a la crítica y a los sectores académicos, las sienten extrañas, ajenas, fuera de campo. No están en la tradición, son marginales. Además, ellos no se sienten seguros: es como si el orden se trastocara, y viajar de un orden a otro desconocido causa cierto recelo, si no miedo. Por eso se resisten a considerar que lo femenino sea valioso, necesario y mucho menos canónico, porque si lo admiten el propio concepto de lo literario se tambalea.
Y sin embargo, cuánto atractivo posee lo extraño y cómo nos atrae lo marginal, precisamente porque es de lo que no se habla, de lo, en cierto modo, exótico. Por eso, a veces, un éxito de ventas viene a llevar la contraria a lo que dicta la crítica académica. La atención lectora, para sorpresa general, enfoca el “fuera de campo”.
Escritoras: Impacto y Repercusión
En cuanto a las escritoras, ¿qué pasa con las escritoras? Sucede lo que yo llamo impacto, no repercusión. Existe impacto porque hay un momento de su vida, en su trayectoria creativa, en la que de pronto, por circunstancias internas o externas, aparte de su calidad literaria, que yo aquí les presupongo, se ponen de moda.
Se les hacen entrevistas y su imagen, vida y costumbres son carne televisiva, mediática, y en eso el hecho se diferencia del éxito de los escritores hombres. Ellas son jóvenes, atractivas, quizá un poquito descaradas: ejercen, porque lo son, de estrellas, y el mercado las ve como mujeres (a las que hincarles el diente en todos los sentidos) más que como escritoras.
Luego, con el tiempo, el mercado se cansa de aquella chica que causó impacto, ¿y qué hace? Olvidar a la primera y aupar a una segunda: más joven, más sexi, más inteligente o más deslenguada. Y así vamos, con valores literarios femeninos que son casi siempre eso, flor de un día.
Porque el mercado, pero sobre todo los críticos y el orden académico no las tomó en serio, se detuvo y fijó más en su condición personal y de moda que en la creación. Digamos que hoy día, a estas alturas del Siglo XXI, todavía una mujer “adorna”, está bien aupar a una, o a tres, para simular que vivimos en la “igualdad” o, como dice Laura Freixas, en “Las autoras acaparan los premios” u otro titular de prensa semejante, con lo cual se “simula” que hay muchas autoras y que cuentan.
Pero, si se analizan las listas de los libros más vendidos, las críticas aparecidas en suplementos literarios, los premios ganados y el número de autoras en comparación con el de autores, podemos comprobar que en cuanto a “presencia” estamos todavía en torno a un 20 % del total, aunque en la realidad y por observación sabemos que somos la mitad.
Premios y Reconocimientos
Cuanto más alta es la dotación de un premio, más crudo lo tenemos las mujeres: pongamos que gana una mujer cada 7-10 años: el Loewe, el Ciudad de Torrevieja, el García Lorca de Granada en poesía, el Planeta en narrativa…
Lo peor son los reconocimientos oficiales, ahí ya estamos todavía mucho más por debajo: las autoras no ganan los premios que otorga el Ministerio de Cultura: Premios Nacionales (de Poesía, Narrativa, Teatro, Ensayo, Cine…), Premio de las Letras, Príncipe de Asturias, Reina Sofía (de Poesía), Cervantes… Y si nos vamos fuera ¿cómo queda el Nobel?
Un poco de historia
Un grupo de poetas iniciamos en los comienzos del siglo XXI un movimiento para conseguir que las mujeres autoras formaran parte de los jurados, al menos de los premios que se pagan con dinero público.
Le escribimos una petición razonada a la entonces ministra de Cultura, Carmen Calvo, y conseguimos que la ley cambiara, para establecer la constitución de jurados paritarios. Aquello fue en 2001, y hoy seguimos sin que la ley se cumpla: los jurados suelen ser de 8 a 3 ó de 8 a 4.
La causa, que al tener que estar representadas distintas instituciones (Asociación de Escritores, Asociación de Críticos, Reales Academias (Española, Gallega, Vasca, Instituto Catalán…), las diferentes directivas sostienen que no hay suficientes mujeres miembros para designarlas, y no debe ser posible repetir cada año a las mismas, sino ir a la rotación.
Sin embargo, y a pesar de esa minoría, en 2003 conseguimos que una mujer ganara por primera vez, en los 25 años de democracia, el Premio Nacional de Poesía: fue la sevillana Julia Uceda, con su obra En el cielo, hacia el mar. En cuatro años conseguimos tres Premios Nacionales: Chantal Maillard en 2004 y Olvido García Valdés en 2007.
Después no ha habido otra hasta 2011, Paca Aguirre; aunque también, ese mismo año, ganó una mujer el Premio Nacional de Poesía Joven, Laura Casielles.
Fundaciones y más
En cuanto a fundaciones, hay un centenar de Fundaciones en España, todas con nombre de varón, exceptuando las de María Zambrano, Rosalía de Castro, Gloria Fuertes y Carmen Conde. A diferencia de las que llevan nombre de varón, que muchas se crean en vida del autor, las cuatro que existen de titularidad mujer son todas de autoras fallecidas.
Podemos citar las más recientes de Rafael Alberti, Camilo José Cela, Caballero Bonald, Vicente Núñez, José Hierro, Antonio Gala, Ángel González, Francisco Ayala… Las fundaciones perpetúan el nombre y la memoria de un autor, además de ser útiles, claro, como mercado de clientelismo e intercambio de favores, pero entre ellos.
Porque ellos, los autores, tienen algo muy valioso de lo que las mujeres carecemos: referentes, padres, maestros. Cada “hijo” cita a su maestro, y además, también las mujeres los citan: una amiga mía lo comprende y lo disculpa: –¿Pero cómo no lo van a hacer, si son ellos quienes tienen el prestigio? –dice. Y el poder, digo yo.
Ahora mismo hay tres o cuatro autores que forman parte de todos los jurados. De vez en cuando, algún escándalo, que siempre se salda con silencio, y aquí no pasa nada, porque se cumplieron las bases. Las bases rezan que un pre-jurado hará una selección previa de los libros que pasarán a la final para ser examinados por el jurado.
Hace unos meses saltó la noticia de una impugnación, precisamente por parte del pre-jurado. Fue en el Premio Ciudad de Burgos de Poesía, y la denuncia la hicieron los autores-profesores que hicieron la preselección, porque se había premiado un libro no seleccionado.
Con lo cual el cuento de la plica y el anonimato sabemos que es eso, un cuento o una simulación: cuando los jurados repiten, y los autores lo saben, también saben a quién dirigirse para, amablemente, comunicar que “me he presentado a tal premio, como tú estás en el jurado…” Deducimos, pues, que un premio es tanto más “limpio” cuanto menor sea su dotación económica.
El capital “simbólico”
Si las autoras carecemos de reconocimientos valiosos, no podemos donar “capital simbólico” a las que vienen después, y es por eso que ellas, las más jóvenes, no reconocen tener ni citan a maestras, madres ni otras referencias femeninas, a no ser las muertas, entre las cuales están las pocas únicas que reconoce el canon.
El canon es el conjunto de obras valiosas, aquellas que formarían los títulos imprescindibles que todo el mundo medianamente culto, o que aspire a serlo, debería leer. Hay un canon establecido, que puede ir enriqueciéndose con algunos nombres actuales en donde no cabe ninguna mujer viva. Quizá, Ana María Matute, que para eso obtuvo el Cervantes.
Cuando una autora joven, que empieza a abrirse camino, no cita entre sus preferencias a ninguna autora está obrando así porque: ha leído a pocas mujeres (no estaban en las bibliotecas, ni en los planes de estudio, ni en las antologías); si conoce a algunas sabe que no tienen prestigio, que no cuentan, y no quiere exponerse, es más seguro apostar a caballo ganador; porque no hay fundaciones con el nombre de autoras; y porque en los manuales, currículos, libros de estudio, medios, suplementos, premios, etc, se reconocen unos cuantos nombres: ¿de quién? Pues de hombres, que para eso se sientan en la Academia.
Capital simbólico no es asunto baladí. Forma y conforma el imaginario colectivo, del que cultura y humanidad se nutren, y lo trasladan y trascienden de generación en generación. Pero…
Así andamos todas, huérfanas de madres literarias y sin capital simbólico que llevarnos a la boca. Si alguna se atreve a darle el título de “maestra” a otra alguna, ese insólito hecho sucede únicamente cuando se le ha reconocido al nivel más alto. Y esto es como el velo de Penélope o como los trabajos de Sísifo: no tiene fin y siempre estamos re-comenzando. Una antología de las mujeres del 27. “Pero si esto ya lo escribí yo en la revista Ínsula hace… veinte años”, me comenta otra amiga. Pues nadie lo leería.
No sólo hay que desempolvar/desenterrar a las autoras olvidadas y vueltas a olvidar, hay que seguir rastreando, redescubriendo. Y, aunque nadie quiera, se siguen pergeñando antologías “de género” porque las pretendidamente neutras no incluyen a mujeres, como no sea en un ridículo 10 %, algo que no se corresponde con la calidad ni la cantidad de autoras actuales.
Estudios de género. Encuentros de mujeres
Hace años que en EE.UU. se instauraron los estudios de género, algo que en España sólo llevamos de 10 a 15 años haciéndolo, y todavía marginalmente, sin que los profesores varones participen ni lo tomen en serio.
Hay asociaciones de profesoras de instituto reivindicando ante las editoriales de manuales educativos que se cite a las autoras con sus compañeros de generación, pero… Sale más barato y se acaba antes copiando lo que dijeron los anteriores compiladores: Los novísimos en los 70, luego los poetas de la poesía de la experiencia, la “irrupción de las mujeres”, y ahí termina la historia. “La poesía femenina” o “las mujeres”, así, en un continuum indiscriminado, olvidando la época y el movimiento en que se inscribirían, y olvidando la diversidad inherente al ser humano.
Ana Rossetti y Blanca Andreu tuvieron gran impacto en los 80, pero hoy ¿tienen seguidoras? ¿Han recibido un premio nacional? Esos críticos y amigos que las aupaban, ¿dónde están hoy? Procurándose un sitio en la foto para la posteridad, junto a los maestros, claro.
Les digo a mis compañeras-amigas poetas que deberíamos hacernos homenajes. Ir en peregrinación laica a El Ferrol, a Jerez, a Málaga, a Murcia, a Madrid para visitar a Julia Uceda, a Pilar Paz Pasamar, a María Victoria Atencia, a Dionisia García, a Francisca Aguirre, las mayores en poesía.
Amigas poetas –o poetisas, que en el término no hay consenso– que desde el año 1997 hasta 2005 vinimos realizando anualmente Encuentros de Mujeres Poetas en Vigo (1996) Córdoba (1997), Lanzarote (1998), Málaga (1999), Barcelona (2000), San Sebastián (2001), Granada (2002), Vitoria-Gasteiz (2005)…
Encuentros en los que se rindió homenaje a María Teresa León y las Poetisas del 27 , a Elena Martín Vivaldi, a Pino Ojeda, a Josefina de la Torre, a Ernestina de Champourcin, a Rosa Leveroni… Se estudió la obra de muchas mujeres del pasado y de la actualidad, autoras españolas y de otras nacionalidades y lenguas, pero esa actividad, de la que los medios apenas se hicieron eco a pesar de su trascendencia, aún queda por historiar.
Rich (dcha.), con las escritoras Audre Lorde (izq.) y Meridel Le Sueur (centro) en Austin, Texas, 1980. Imagen: K. Kendall. Fuente: Wikimedia Commons.
Recetario de urgencia (con Adrienne Rich al fondo)
¿Cómo podemos ayudar a remediar la situación? Podemos dar unas pautas a modo de programa para alzar el vuelo, o de cuidados paliativos para ir cambiando, poco a poco, el mundo:
* Citar a mujeres-maestras: En encuentros, ciclos, entrevistas, en la red…
* Establecer alianzas: como el affidamento en Italia. La palabra affidamento tiene raíces de otras como fe, fidelidad, confiarse, confiar. Es una práctica de lealtad, compromiso y confianza entre mujeres. Una práctica de libertad “femenina”, pues se construye en oposición a la ley paterna que exige, a cambio del “estar”, la desvinculación, la sospecha y la desidentificación entre mujeres. En el affidamento una mujer reconoce la autoridad de otra mujer para construir lazos de solidaridad, amor y respeto, acto que ya en sí mismo desestabiliza el orden del padre.
La poeta y ensayista Adrianne Rich, en EEUU, ha llamado a esta práctica de amor, cuidado o confianza entre mujeres continuum lesbiano. A partir de un análisis parecido al de las italianas, propone una lectura del lesbianismo como práctica de relación entre mujeres sin la intervención masculina.
Señala la manera en que el sistema patriarcal se fundamenta en la “heterosexualidad obligatoria”, institución mediante la cual las mujeres abandonamos el deseo por la madre, por la otra, y aprendemos desde temprana edad a depender emocional, física y económicamente del varón.
Ya a principios de los setenta Adrienne Rich, en una obra de referencia titulada Sobre mentiras, secretos y silencios y editada en España por Icaria en 1983, reflexiona sobre las relaciones de amistad profunda entre mujeres, práctica que aunque poco extendida en su época, había sido conocida en décadas anteriores; la propone como un modelo simbólico de relación entre mujeres, que podría considerarse un ejercicio de máxima libertad, en la medida en que instituye espacios fuera de la mirada y la omnipotencia masculina.
A ninguna de nosotras se nos ha enseñado la necesidad de cuidar especialmente las relaciones con otras mujeres y de considerarlas un recurso de fuerza personal, de originalidad mental, de seguridad social. Y es difícil incluso hacerse una idea de su necesidad, porque en la cultura recibida se han conservado algunos productos de origen femenino pero no su matriz simbólica. Hasta que una experiencia política de relaciones entre mujeres nos ha llevado a mirar mejor los hechos del pasado.
Así hemos descubierto, maravilladas, que desde los tiempos más antiguos han existido mujeres que han trabajado para establecer relaciones sociales favorables para sí y para sus semejantes. Y que la grandeza femenina se ha nutrido a menudo (¿o quizás siempre?) de pensamiento y de energías que circulan entre mujeres. Ejemplos de ello son las figuras de Hildegarda de Bingen, Virginia Wolf, sor Juana Inés de la Cruz, Margarita Porete, Hadewichj de Amberes, María de Francia… Es algo que hemos conocido tarde, a través de la filósofa italiana Luisa Muraro y de la medievalista Maria Milagros Rivera Garretas.
* Recomendar a otras autoras: Cuando nos invitan a un ciclo, cuando nos piden nombres…
* Hacer homenajes: Reconocer la grandeza, la importancia de la obra de una/varias mujeres y hacerlo con todos los medios, públicos y privados, a nuestro alcance.
* Conseguir que los jurados de TODOS los premios y reconocimientos sean paritarios: usualmente son de 5-2 (5 miembros, 2 mujeres); 7-2 (mayoría masculina siempre). Exigirlo, puesto que lo incluye la ley de igualdad, sobre todo en los Premios oficiales, como el Reina Sofía, los Premios Nacionales, el de las Letras, el Príncipe de Asturias, el Cervantes…
¿Escritura femenina?
¿Existe una escritura femenina o de mujeres? Es la pregunta que solían hacernos en los 70, los 80, los 90… y que todavía hoy se sigue haciendo, aunque la mayoría de las autoras huyan –la rehúyan– como a alma que lleva el diablo.
Existe, aunque la mayoría de las autoras le tengan “alergia” al término, una manera de acallar el miedo a “no salir en la foto”.
La escritura de mujeres, un capital simbólico que no se hereda
http://m.tendencias21.net/La-escritura-de-mujeres-un-capital-simbolico-que-no-se-hereda_a20098.html
Escritura femenina es la que escriben las mujeres cuando escriben con conciencia de género, o sea de mujer en cuerpo y experiencia de mujer. Y eso no es malo, no es negativo, no tiene por qué rebajar la calidad, porque la escritura depende del vehículo: del lenguaje y su manejo.
Escribir como, de y sobre mujeres viene a enriquecer la literatura y el mundo, a mostrar ese lado oculto, misterioso, tan necesario para completar el plano, la película, la historia, hasta ahora “fuera de campo”.
Texto publicado originalmente en "Mujerarte, Premios Literarios 2012", Excmo. Ayuntamiento de Lucena, Delegación de Igualdad, Lucena 2013. Se reproduce con autorización de su autora.
Anna viuda de Mariátegui (Entrevista)
"Martes 28 de febrero del 2012http://www.diariolaprimeraperu.com/online/entrevista/la-vida-que-me-diste_106240.html
En una entrevista exclusiva, Anna viuda de Mariátegui revela episodios inéditos y fundamentales de la vida de quien es considerado por muchos autores extranjeros como el más grande pensador político de América. En momentos en que la obra del ilustre socialista crece en importancia y actualidad, la imagen del Amauta cobra colores de vida en una charla que es un documento para la historia.
En 1920, en Florencia, en casa de la Condesa de Antici Mattei, José Carlos Mariátegui conoció a Anna Chiappe, el grande, el único amor de su vida. Ambos habían acudido por separado y sin conocerse al concierto de danzas que brindaba la “medio excéntrica” aristócrata. En algún momento, mientras vibraba un Estudio profundo de Chopin, las miradas del joven y la muchacha se cruzaron. “Él me impresionó mucho por su manera tan fina y distinguida” - nos dijo, hace unos días, 49 años después de aquel encuentro memorable, la ahora viuda de Mariátegui. “Parecía un noble. Y tenía unos ojos tan profundos”.
Por su parte, el joven peruano -25 años esa noche- expresó su emoción en un poema en prosa publicado en 1926 en la diminuta revista “Poliedros”, que dirigía Armando Bazán. José Carlos y Anna eran ya esposos; habían recorrido juntos toda Italia, Alemania, Francia; tenían tres hijos; pero la llama del amor no había perdido intensidad ni fulgor.
“Renací, escribió, en tu carne cuatrocentista como la de la Primavera de Botticelli. Te elegí entre todas, porque te sentí la más diversa y la más distante. Estabas en mi destino. Eras el designio de Dios. Como un batel corsario, sin saberlo, buscaba para anclar la rada más serena. Yo era el principio de muerte; tú eras el principio de vida. Tuve el presentimiento de ti en la pintura ingenua del cuatrocientos. Empecé a amarte antes de conocerte, en un cuadro primitivo. Tu salud y tu gracia antigua esperaban mi tristeza de sudamericano pálido y cenceño. Tus rurales colores de doncella de Siena fueron mi primera fiesta. Y tu posesión tónica, bajo el cielo latino, enredó en mi alma una serpentina de alegría.
“Por ti, mi ensangrentado camino tiene tres auroras. Y ahora que estás un poco marchita, un poco pálida, sin tus antiguos colores de Madonna toscana, siento que la vida que te falta es la vida que me diste”.
Italia o la felicidad
Artemio Ocaña, el veterano escultor peruano que compartió muy de cerca la experiencia italiana de Mariátegui, recuerda que, de repente, tras viajar a Florencia, éste desapareció. Cuando volvió, ya estaba casado.
“Mariátegui se alejó de sus amigos”, comenta doña Anna. Ellos decían después: “¡Con razón había desaparecido!”.
En esa estación con su amada en Florencia, tiene que haber sido supremamente feliz. Entre el mar y los viñedos de la costa liguria, bajo las soleadas colinas toscanas cubiertas de olivos, ante la obra de los florentinos venerados (Dante, Machiavello, Boccaccio, Leonardo de Vinci, Miguel Ángel, Botticelli), su genio maduraba hacia aquel equilibrio de vida interior y naturaleza, de sensibilidad y mundo social, que iban a distinguirlo en la vida y en el libro. Florencia, urbe y democracia antigua, lógica y belleza, vitalidad y gracia. Una experiencia que fue una corona de laureles sobre su frente.
“No era de carácter melancólico. Ni cuando estaba enfermo”. Así nos dice doña Anna. Hay una gran sonrisa en su evocación. Y uno se ratifica en la convicción de que solo un hombre feliz puede luchar plenamente por la felicidad de los otros.
“Mariátegui, nos dijo Ocaña, vivió al principio en Vía Véneto 29, interno 4”. “A ese alojamiento, propiedad de Francesco Atunante, me llevó a mí”. “Cuando se casó, él y su esposa se fueron a vivir a Frascati, cerca de Roma, a una villa que era puros viñedos. Era una casa del Renacimiento, con pinturas murales del Dominicchino. Se pagaba por el alquiler 500 liras. Apenas cinco libras peruanas de la época”.
Por su parte, doña Anna recuerda: “De Florencia viajamos a Roma. Fuimos a vivir a Villa Pía. Arturo Osores la había alquilado como Legación del Perú. Era la casa en que había vivido la famosa actriz Francesca Bertini. Después marchamos a Frascati. Desde el comedor se veía el Palacio de Castelgandolfo, la residencia de verano del Papa”. En los planos, Frascati aparece a 21 kilómetros de la Ciudad Eterna; Castelgandolfo descuella a 25 kilómetros.
“Eran tiempos alegres. Él se iba a veces acompañando a Ocaña a la Escuela de Bellas Artes de Roma. Era cuando había modelos femeninos…”.
“Tenía tiempo para todo. En Roma no se perdía un buen concierto o espectáculo de ballet. Y le gustaba el circo. A veces, yo lo acompañaba al circo, aunque a mí no me gustaba”.
Como se sabe, el Amauta anunció una “Teoría del circo” que no se ha encontrado entre sus papeles. Debe de haberse perdido en alguna hoguera policial.
¿Cuándo comenzó, preguntamos, la formación marxista de Mariátegui?
Ella cree que fue precisamente en Italia. “Tenía una gran biblioteca. “El Capital” estaba en francés. Los documentos sobre la revolución rusa, en italiano”.
¿Es cierto que la familia del filósofo Benedetto Croce intercedió, como dice el italiano Antonio Melis, ante la familia de ella en favor del galán venido del lejano Perú?
- “Es cierto. El hecho es que una tía mía había sido novia de Croce. No se casaron porque mi familia, muy católica, no podía consentir un matrimonio con un liberal tan conocido”.
Los viajes
En uno de sus dos cortos escritos autobiográficos, Mariátegui dice que no pudo llegar a Rusia “porque mi mujer y mi hijo me lo impidieron”. “No es que yo me opusiera”, subraya ahora doña Anna. “Yo le dije: ‘mejor anda tú solo’. Yo estaba muy cansada con el bebé. Pero a él no le gustaba salir solo. Siempre le gustaba ir conmigo”.
“Era muy entusiasta”, recuerda. “Para mí, decía, la cosa más grande es cuando puedo coger una maleta e irme. A veces sin saber adónde”.
Y, sin embargo, aquella vez no quiso viajar porque su compañera no podía ir.
Pero viajaron bastante por otros contornos. Estuvieron juntos, por ejemplo, en el célebre Congreso de Liorna (Livorno, en italiano) en el que el ala izquierda del socialismo fundó el comunismo. “Allí vimos a Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti. Con ambos conversaba amistosamente Mariátegui”.
También estuvieron en 1922, Génova, en la Conferencia Económica Europea que fue LA PRIMERA reunión internacional a la que acudió una representación soviética. En “Defensa del Marxismo”, Mariátegui iba a escribir que ella marcaba el inicio de la coexistencia pacífica entre estados de sistema social distinto. “Allí, dice doña Anna, conversó con Chicherin, el jefe de la delegación rusa. Mariátegui estudió, cuando estuvimos en Berlín, el idioma alemán con una profesora alemana. Todos los días tenía una clase de inglés y de alemán. Pero también sabía algo de ruso. Con Chicherin se saludaban y despedían en ruso. Sus conversaciones las sostenían en francés”.
Mariátegui estuvo cuatro años y medio en Europa. De ellos, año y medio lo pasó en Alemania. El viaje fue hacia mayo o junio de 1922. “Durante ocho meses vivimos en la Postdammer Strasse” (en lo que es hoy Berlín Oriental). “Estuvimos luego en Praga, en Budapest, en Austria, navegando por el Danubio Azul”. En Alemania, como se sabe, Mariátegui entrevistó a Máximo Gorki.
Viajaron en seguida a París. Allí se entrevistaron con Romain Rolland y Henri Barbusse, que no regatearon, por escrito, su admiración al gran peruano. “Incluso, salimos con Barbusse a tomar el té”.
“Mariátegui —iba a escribir Barbusse— es la nueva luz de América. Un espécimen del nuevo hombre americano”.
¿Conoció Mariátegui a Pirandello? ¿A qué otros grandes de la literatura y las ideas frecuentaron en Italia?
“Conversó varias veces con Pirandello”, recuerda la dama. “También fue amigo de Piero Gobetti”. Se trata del escritor cuyos estudios respecto al “Risorgimento”, es decir, a la lucha por la unidad de Italia, tanto atrajeron al Amauta. “Croce lo quería mucho. Cuando iba José Carlos a su casa, lo presentaba diciendo: ‘éste es el hombre más grande del mundo’. Le tenía un gran afecto”.
Por su lado, Ocaña recuerda que Mariátegui fue amigo también de los líderes socialistas Filippo Turati, Antonio Grazidei y Nicola Bombacci. Tiene él bocetos al carbón del diplomático soviético Joffe, de Giordi Vassiliévich Chicherin, del francés Jean-Louis Barthou y de Lloyd George, el célebre político inglés. “Fue amigo de Pirandello”, nos dijo expresamente.
Una explicación
Para muchos biógrafos y estudiosos de Mariátegui, la obra de este autodidacto sin Educación secundaria, de mala salud, que tuvo que ganarse la vida desde los 14 años de edad, que murió a los 35, tiene algo de milagro. En el breve arco de su vida caben una inmensidad de cultura, pensamiento y acción. Baste señalar estas creaciones: la revista “Amauta”, los “7 Ensayos” y otros veinte libros, la Confederación General de Trabajadores y el Partido Socialista del Perú, cuyo nombre deseaba cambiar, antes de morir, por el de Comunista. Hace pocos años, escuchamos decir, en Lima, al estadunidense Carleton Beals que Mariátegui es “el más grande pensador político de América”. El juicio se extiende ahora. Robert Paris en Francia, Manfred Kossok y Adelbert Dessau en Alemania Oriental, Antonio Melis en Italia, el profesor Albuquerque en Texas, Estados Unidos, sufragan el juicio.
Los días espléndidos de Italia explican una parte de la precoz madurez mariateguiana; pero no toda. Hay fuentes que se ocultan junto a la raíz de la infancia. Mariátegui se proclamó limeño toda su vida. En realidad, poco antes de su nacimiento, su madre, doña Amalia La Chira Vallejos, natural de la zona de Huacho, había viajado a Moquegua, por lo cual el alumbramiento se realizó en esa ciudad del Sur. En seguida, buena parte de sus primeros años transcurrieron en la suave campiña huachana. A los seis años tuvo una caída fatal. El resultado fue una baldadura y, lo más grave, un foco de ostiomielitis en una pierna. Sus familiares nos contaron que a los 6 años, más o menos, comenzó su madre a realizar continuos viajes de Huacho a Lima para hacerlo tratar. El esfuerzo era demasiado grande para una familia pobre. Entonces, se decidió internarlo. Estuvo cuatro años en la “Maison de Santé” u Hospital Francés.
Era éste, en esa época, un nosocomio exclusivo, reservado casi solo para franceses, ingleses o alemanes pudientes avecindados en Lima. Dos eran los tipos de servicios: los unipersonales y los destinados a seis personas. En todo caso, no había allí enfermos menores de edad. Pues bien: el pequeño Mariátegui pasó sus años de internado junto con esos compañeros adultos, llenos de experiencia y que hablaban extraños, lejanos idiomas. Se sabe que al final se había convertido en intérprete de muchos de ellos.
¡He ahí una clave sicológica para la precoz madurez del Mariátegui temprano! He ahí por qué, entre otras cosas, cuando era un “alcanzarrejones” de La Prensa, que iba a la oficina cablegráfica a recoger los despachos noticiosos, podía traducir, en el trayecto, las noticias que venían en inglés de Europa, Asia, África o NorteAmérica. Además, aquella soledad de años tiene que haberle entrenado para la gimnasia de la reflexión y para la firmeza de las certidumbres sin que importen los prejuicios y las supersticiones de la masa informe.
Otro factor, en el que no se ha insistido lo suficiente, es su contacto directo con las luchas sociales de comienzos de siglo en el Perú. “Cuando José Carlos fundó La Razón con César Falcón y Félix del Valle, nos recordó Ocaña, había mítines obreros que terminaban al pie del balcón del diario. Era en la esquina de Baquíjano con el Jirón Cuzco”. Eso fue, recalquemos, antes del viaje a Europa. Tal experiencia lo sensibilizó para la prédica socialista de Antonio Gramsci en “L’Ordine Nuovo” (“El nuevo orden”). En los días en que él se instalaba en Italia, en las páginas de esa célebre revista aparecían reflexiones sobre el papel de los obreros como actores principales de una revolución posible y de los campesinos como protagonistas de la acción prerrevolucionaria.
Mariátegui era hombre de pensamiento y de sensibilidad artística en todos los momentos. En la charla con su viuda, la imagen del hombre de espíritu aparece a cada paso. “En Música tenía una cultura extraordinaria. Amaba sobre todo a Beethoven y Stravinski”, nos dice. “Con el Dr. Oten, un amigo suizo, se entregaban a verdaderas sesiones de Música. El grupo de sus camaradas llegaba, y él estaba encerrado con Oten. A veces venía gente cargante, y él decía: ‘Ponte una sinfonía para que se vayan’...”.
Entre la gente que con mayor agrado recibía se contaban los artistas. José María Eguren era uno de sus adictos. Llegaba a veces a escribirle - ¡desde Barranco! - para anunciar que un resfrío le impedía devolver por el momento tal o cual libro. “Iba mucho también Percy Gibson. Otros que iban eran Martín Adán, José Diez Canseco, el filósofo Mariano Ibérico Rodríguez. Alguna vez acudieron también los doctores Honorio Delgado y Juan Francisco Valega”.
“El Rincón Rojo” era otra cosa. Era en realidad un seminario riguroso de estudios marxistas. Constituía el núcleo del Partido. Estaba formado, entre otros, por Hugo Pesce, Ricardo Martínez de la Torre, Avelino Navarro, Marcelo Sánchez, Luciano Castillo y, hasta cierto punto y por una temporada, Jorge Basadre.
Hombre de espíritu, Mariátegui era también hombre de empresa. Fundó la Editorial “Minerva” casi sin dinero. “Amauta” la empezó a publicar con tipos móviles. Solo en 1929 le llegó el linotipo. Él mismo diagramaba la revista y la cuidaba en todos sus detalles. Los manuscritos revelan que dominaba la técnica tipográfica y sabía ordenar exactamente. “Igual, dice doña Anna, era con los clisés. Él me enviaba a los talleres con indicaciones precisas. Para que todo marchara bien, tenía tres teléfonos en casa: uno en el dormitorio, otro en la sala y otro en el comedor. Como los obreros querían mucho a José Carlos, iban hasta la casa a consultarle problemas de trabajo u otros”.
¿Era Ud., preguntamos, la que llevaba los artículos a Variedades y mundial?
- “Sí. Primero él me decía: ‘Dile a Vegas García, el administrador, que voy a escribir sobre tal o cual tema. Que prepare las fotos’. Se ponía a escribir a las cinco o seis de la tarde, y a las ocho o nueve estaba listo el artículo que iba a salir al día siguiente”.
¿Cuál era el pago por cada artículo?
- “Veinte soles en mundial y quince en Variedades. Cuando él estaba enfermo, Vegas García me decía: ‘Usted no sabe cuánto ha bajado la revista desde que no escribe’”.
Existen facetas todavía inéditas de este ser adamantino. Pocos saben, por ejemplo, que era buen dibujante. “A mí me dibujaba muy bien, cuenta la viuda. A veces, hasta pintaba a la doméstica con el bebé cargado”.
Hay otros aspectos inéditos que nunca se podrán recuperar. A su muerte, la Policía acostumbró, una y otra vez, llevarse los cajones del escritorio del difunto. Cuando la señora Annita los rescataba, después de grandes pugnas, siempre faltaba algo.
¿Cómo era José Carlos con los niños?
- “Era muy cariñoso con ellos. Basta decirle que cuando estaba en casa, a cada momento preguntaba dónde estaban los chicos y qué hacían. Una vez, Carmen Saco le dijo: ‘Oiga, José Carlos, ¿no le molestan los niños?’ Él contestó: ‘No me molestan. Pueden estar sentados encima de la máquina, y a mí no me molestan’”.
Amador de la vida, luchador social, soldado de un combate diario con la muerte en sus últimos años, José Carlos fue desde su temprana edad ajeno y reacio a la bohemia. Federico More ha narrado cómo, mientras Abraham Valdelomar pedía ajenjo, él se limitaba a un helado de menta o un vaso de leche. Solo esa austeridad, y la enorme conciencia de su misión en la historia, explica la inmensidad de su obra.
“Una vez -cuenta la señora Annita-, vinieron los soplones. En lugar de llevarse “El Capital” se estaban llevando una colección de Pirandello empastada en cuero... No lo dejaban trabajar”. Como se sabe, en los días anteriores a su muerte, él había estado preparando un viaje definitivo a Buenos Aires. Waldo Frank, desde Nueva York, Samuel Gluzberg, desde la capital Argentina, lo animaban a quedarse allá. Los ataques de la dictadura de Leguía y los denuestos de la izquierda demagógica -Víctor Raúl incluido- le habían hecho acá la vida imposible. Solo una sombra suave, una mano tierna, lo acompañaban en las horas del dolor más íntimo. Anna. El gran amor. Ella estuvo a su cabecera el día de su muerte. A su lado estaban también su madre, Artemio Ocaña, dos jóvenes judíos amigos y admiradores del Maestro. Después vinieron las muchedumbres más inmensas que se hayan reunido para unos funerales en Lima. Entre banderas rojas y versos de “La Internacional”, el pueblo sencillo, el pueblo amado por él, le dijo adiós. Para el pueblo, y también para Anna Chiappe, iba a comenzar una época triste y difícil. Ella, la mujer fuerte, tampoco iba a darse por vencida. Hasta hoy se le ve todos los días, puntualmente, detrás del mostrador de una librería trabajando. Es en LA PRIMERA cuadra de la Avenida Larco de Miraflores, y todavía sigue las huellas del difunto imborrable. Las ediciones de las obras del Amauta tienen en ella una inspiradora. Siguen sonando en sus oídos, siendo verdad hermosa y profunda, las palabras aquellas: “La vida que te falta es la vida que me diste”.
César Lévano
En una entrevista exclusiva, Anna viuda de Mariátegui revela episodios inéditos y fundamentales de la vida de quien es considerado por muchos autores extranjeros como el más grande pensador político de América. En momentos en que la obra del ilustre socialista crece en importancia y actualidad, la imagen del Amauta cobra colores de vida en una charla que es un documento para la historia.
En 1920, en Florencia, en casa de la Condesa de Antici Mattei, José Carlos Mariátegui conoció a Anna Chiappe, el grande, el único amor de su vida. Ambos habían acudido por separado y sin conocerse al concierto de danzas que brindaba la “medio excéntrica” aristócrata. En algún momento, mientras vibraba un Estudio profundo de Chopin, las miradas del joven y la muchacha se cruzaron. “Él me impresionó mucho por su manera tan fina y distinguida” - nos dijo, hace unos días, 49 años después de aquel encuentro memorable, la ahora viuda de Mariátegui. “Parecía un noble. Y tenía unos ojos tan profundos”.
Por su parte, el joven peruano -25 años esa noche- expresó su emoción en un poema en prosa publicado en 1926 en la diminuta revista “Poliedros”, que dirigía Armando Bazán. José Carlos y Anna eran ya esposos; habían recorrido juntos toda Italia, Alemania, Francia; tenían tres hijos; pero la llama del amor no había perdido intensidad ni fulgor.
“Renací, escribió, en tu carne cuatrocentista como la de la Primavera de Botticelli. Te elegí entre todas, porque te sentí la más diversa y la más distante. Estabas en mi destino. Eras el designio de Dios. Como un batel corsario, sin saberlo, buscaba para anclar la rada más serena. Yo era el principio de muerte; tú eras el principio de vida. Tuve el presentimiento de ti en la pintura ingenua del cuatrocientos. Empecé a amarte antes de conocerte, en un cuadro primitivo. Tu salud y tu gracia antigua esperaban mi tristeza de sudamericano pálido y cenceño. Tus rurales colores de doncella de Siena fueron mi primera fiesta. Y tu posesión tónica, bajo el cielo latino, enredó en mi alma una serpentina de alegría.
“Por ti, mi ensangrentado camino tiene tres auroras. Y ahora que estás un poco marchita, un poco pálida, sin tus antiguos colores de Madonna toscana, siento que la vida que te falta es la vida que me diste”.
Italia o la felicidad
Artemio Ocaña, el veterano escultor peruano que compartió muy de cerca la experiencia italiana de Mariátegui, recuerda que, de repente, tras viajar a Florencia, éste desapareció. Cuando volvió, ya estaba casado.
“Mariátegui se alejó de sus amigos”, comenta doña Anna. Ellos decían después: “¡Con razón había desaparecido!”.
En esa estación con su amada en Florencia, tiene que haber sido supremamente feliz. Entre el mar y los viñedos de la costa liguria, bajo las soleadas colinas toscanas cubiertas de olivos, ante la obra de los florentinos venerados (Dante, Machiavello, Boccaccio, Leonardo de Vinci, Miguel Ángel, Botticelli), su genio maduraba hacia aquel equilibrio de vida interior y naturaleza, de sensibilidad y mundo social, que iban a distinguirlo en la vida y en el libro. Florencia, urbe y democracia antigua, lógica y belleza, vitalidad y gracia. Una experiencia que fue una corona de laureles sobre su frente.
“No era de carácter melancólico. Ni cuando estaba enfermo”. Así nos dice doña Anna. Hay una gran sonrisa en su evocación. Y uno se ratifica en la convicción de que solo un hombre feliz puede luchar plenamente por la felicidad de los otros.
“Mariátegui, nos dijo Ocaña, vivió al principio en Vía Véneto 29, interno 4”. “A ese alojamiento, propiedad de Francesco Atunante, me llevó a mí”. “Cuando se casó, él y su esposa se fueron a vivir a Frascati, cerca de Roma, a una villa que era puros viñedos. Era una casa del Renacimiento, con pinturas murales del Dominicchino. Se pagaba por el alquiler 500 liras. Apenas cinco libras peruanas de la época”.
Por su parte, doña Anna recuerda: “De Florencia viajamos a Roma. Fuimos a vivir a Villa Pía. Arturo Osores la había alquilado como Legación del Perú. Era la casa en que había vivido la famosa actriz Francesca Bertini. Después marchamos a Frascati. Desde el comedor se veía el Palacio de Castelgandolfo, la residencia de verano del Papa”. En los planos, Frascati aparece a 21 kilómetros de la Ciudad Eterna; Castelgandolfo descuella a 25 kilómetros.
“Eran tiempos alegres. Él se iba a veces acompañando a Ocaña a la Escuela de Bellas Artes de Roma. Era cuando había modelos femeninos…”.
“Tenía tiempo para todo. En Roma no se perdía un buen concierto o espectáculo de ballet. Y le gustaba el circo. A veces, yo lo acompañaba al circo, aunque a mí no me gustaba”.
Como se sabe, el Amauta anunció una “Teoría del circo” que no se ha encontrado entre sus papeles. Debe de haberse perdido en alguna hoguera policial.
¿Cuándo comenzó, preguntamos, la formación marxista de Mariátegui?
Ella cree que fue precisamente en Italia. “Tenía una gran biblioteca. “El Capital” estaba en francés. Los documentos sobre la revolución rusa, en italiano”.
¿Es cierto que la familia del filósofo Benedetto Croce intercedió, como dice el italiano Antonio Melis, ante la familia de ella en favor del galán venido del lejano Perú?
- “Es cierto. El hecho es que una tía mía había sido novia de Croce. No se casaron porque mi familia, muy católica, no podía consentir un matrimonio con un liberal tan conocido”.
Los viajes
En uno de sus dos cortos escritos autobiográficos, Mariátegui dice que no pudo llegar a Rusia “porque mi mujer y mi hijo me lo impidieron”. “No es que yo me opusiera”, subraya ahora doña Anna. “Yo le dije: ‘mejor anda tú solo’. Yo estaba muy cansada con el bebé. Pero a él no le gustaba salir solo. Siempre le gustaba ir conmigo”.
“Era muy entusiasta”, recuerda. “Para mí, decía, la cosa más grande es cuando puedo coger una maleta e irme. A veces sin saber adónde”.
Y, sin embargo, aquella vez no quiso viajar porque su compañera no podía ir.
Pero viajaron bastante por otros contornos. Estuvieron juntos, por ejemplo, en el célebre Congreso de Liorna (Livorno, en italiano) en el que el ala izquierda del socialismo fundó el comunismo. “Allí vimos a Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti. Con ambos conversaba amistosamente Mariátegui”.
También estuvieron en 1922, Génova, en la Conferencia Económica Europea que fue LA PRIMERA reunión internacional a la que acudió una representación soviética. En “Defensa del Marxismo”, Mariátegui iba a escribir que ella marcaba el inicio de la coexistencia pacífica entre estados de sistema social distinto. “Allí, dice doña Anna, conversó con Chicherin, el jefe de la delegación rusa. Mariátegui estudió, cuando estuvimos en Berlín, el idioma alemán con una profesora alemana. Todos los días tenía una clase de inglés y de alemán. Pero también sabía algo de ruso. Con Chicherin se saludaban y despedían en ruso. Sus conversaciones las sostenían en francés”.
Mariátegui estuvo cuatro años y medio en Europa. De ellos, año y medio lo pasó en Alemania. El viaje fue hacia mayo o junio de 1922. “Durante ocho meses vivimos en la Postdammer Strasse” (en lo que es hoy Berlín Oriental). “Estuvimos luego en Praga, en Budapest, en Austria, navegando por el Danubio Azul”. En Alemania, como se sabe, Mariátegui entrevistó a Máximo Gorki.
Viajaron en seguida a París. Allí se entrevistaron con Romain Rolland y Henri Barbusse, que no regatearon, por escrito, su admiración al gran peruano. “Incluso, salimos con Barbusse a tomar el té”.
“Mariátegui —iba a escribir Barbusse— es la nueva luz de América. Un espécimen del nuevo hombre americano”.
¿Conoció Mariátegui a Pirandello? ¿A qué otros grandes de la literatura y las ideas frecuentaron en Italia?
“Conversó varias veces con Pirandello”, recuerda la dama. “También fue amigo de Piero Gobetti”. Se trata del escritor cuyos estudios respecto al “Risorgimento”, es decir, a la lucha por la unidad de Italia, tanto atrajeron al Amauta. “Croce lo quería mucho. Cuando iba José Carlos a su casa, lo presentaba diciendo: ‘éste es el hombre más grande del mundo’. Le tenía un gran afecto”.
Por su lado, Ocaña recuerda que Mariátegui fue amigo también de los líderes socialistas Filippo Turati, Antonio Grazidei y Nicola Bombacci. Tiene él bocetos al carbón del diplomático soviético Joffe, de Giordi Vassiliévich Chicherin, del francés Jean-Louis Barthou y de Lloyd George, el célebre político inglés. “Fue amigo de Pirandello”, nos dijo expresamente.
Una explicación
Para muchos biógrafos y estudiosos de Mariátegui, la obra de este autodidacto sin Educación secundaria, de mala salud, que tuvo que ganarse la vida desde los 14 años de edad, que murió a los 35, tiene algo de milagro. En el breve arco de su vida caben una inmensidad de cultura, pensamiento y acción. Baste señalar estas creaciones: la revista “Amauta”, los “7 Ensayos” y otros veinte libros, la Confederación General de Trabajadores y el Partido Socialista del Perú, cuyo nombre deseaba cambiar, antes de morir, por el de Comunista. Hace pocos años, escuchamos decir, en Lima, al estadunidense Carleton Beals que Mariátegui es “el más grande pensador político de América”. El juicio se extiende ahora. Robert Paris en Francia, Manfred Kossok y Adelbert Dessau en Alemania Oriental, Antonio Melis en Italia, el profesor Albuquerque en Texas, Estados Unidos, sufragan el juicio.
Los días espléndidos de Italia explican una parte de la precoz madurez mariateguiana; pero no toda. Hay fuentes que se ocultan junto a la raíz de la infancia. Mariátegui se proclamó limeño toda su vida. En realidad, poco antes de su nacimiento, su madre, doña Amalia La Chira Vallejos, natural de la zona de Huacho, había viajado a Moquegua, por lo cual el alumbramiento se realizó en esa ciudad del Sur. En seguida, buena parte de sus primeros años transcurrieron en la suave campiña huachana. A los seis años tuvo una caída fatal. El resultado fue una baldadura y, lo más grave, un foco de ostiomielitis en una pierna. Sus familiares nos contaron que a los 6 años, más o menos, comenzó su madre a realizar continuos viajes de Huacho a Lima para hacerlo tratar. El esfuerzo era demasiado grande para una familia pobre. Entonces, se decidió internarlo. Estuvo cuatro años en la “Maison de Santé” u Hospital Francés.
Era éste, en esa época, un nosocomio exclusivo, reservado casi solo para franceses, ingleses o alemanes pudientes avecindados en Lima. Dos eran los tipos de servicios: los unipersonales y los destinados a seis personas. En todo caso, no había allí enfermos menores de edad. Pues bien: el pequeño Mariátegui pasó sus años de internado junto con esos compañeros adultos, llenos de experiencia y que hablaban extraños, lejanos idiomas. Se sabe que al final se había convertido en intérprete de muchos de ellos.
¡He ahí una clave sicológica para la precoz madurez del Mariátegui temprano! He ahí por qué, entre otras cosas, cuando era un “alcanzarrejones” de La Prensa, que iba a la oficina cablegráfica a recoger los despachos noticiosos, podía traducir, en el trayecto, las noticias que venían en inglés de Europa, Asia, África o NorteAmérica. Además, aquella soledad de años tiene que haberle entrenado para la gimnasia de la reflexión y para la firmeza de las certidumbres sin que importen los prejuicios y las supersticiones de la masa informe.
Otro factor, en el que no se ha insistido lo suficiente, es su contacto directo con las luchas sociales de comienzos de siglo en el Perú. “Cuando José Carlos fundó La Razón con César Falcón y Félix del Valle, nos recordó Ocaña, había mítines obreros que terminaban al pie del balcón del diario. Era en la esquina de Baquíjano con el Jirón Cuzco”. Eso fue, recalquemos, antes del viaje a Europa. Tal experiencia lo sensibilizó para la prédica socialista de Antonio Gramsci en “L’Ordine Nuovo” (“El nuevo orden”). En los días en que él se instalaba en Italia, en las páginas de esa célebre revista aparecían reflexiones sobre el papel de los obreros como actores principales de una revolución posible y de los campesinos como protagonistas de la acción prerrevolucionaria.
Mariátegui era hombre de pensamiento y de sensibilidad artística en todos los momentos. En la charla con su viuda, la imagen del hombre de espíritu aparece a cada paso. “En Música tenía una cultura extraordinaria. Amaba sobre todo a Beethoven y Stravinski”, nos dice. “Con el Dr. Oten, un amigo suizo, se entregaban a verdaderas sesiones de Música. El grupo de sus camaradas llegaba, y él estaba encerrado con Oten. A veces venía gente cargante, y él decía: ‘Ponte una sinfonía para que se vayan’...”.
Entre la gente que con mayor agrado recibía se contaban los artistas. José María Eguren era uno de sus adictos. Llegaba a veces a escribirle - ¡desde Barranco! - para anunciar que un resfrío le impedía devolver por el momento tal o cual libro. “Iba mucho también Percy Gibson. Otros que iban eran Martín Adán, José Diez Canseco, el filósofo Mariano Ibérico Rodríguez. Alguna vez acudieron también los doctores Honorio Delgado y Juan Francisco Valega”.
“El Rincón Rojo” era otra cosa. Era en realidad un seminario riguroso de estudios marxistas. Constituía el núcleo del Partido. Estaba formado, entre otros, por Hugo Pesce, Ricardo Martínez de la Torre, Avelino Navarro, Marcelo Sánchez, Luciano Castillo y, hasta cierto punto y por una temporada, Jorge Basadre.
Hombre de espíritu, Mariátegui era también hombre de empresa. Fundó la Editorial “Minerva” casi sin dinero. “Amauta” la empezó a publicar con tipos móviles. Solo en 1929 le llegó el linotipo. Él mismo diagramaba la revista y la cuidaba en todos sus detalles. Los manuscritos revelan que dominaba la técnica tipográfica y sabía ordenar exactamente. “Igual, dice doña Anna, era con los clisés. Él me enviaba a los talleres con indicaciones precisas. Para que todo marchara bien, tenía tres teléfonos en casa: uno en el dormitorio, otro en la sala y otro en el comedor. Como los obreros querían mucho a José Carlos, iban hasta la casa a consultarle problemas de trabajo u otros”.
¿Era Ud., preguntamos, la que llevaba los artículos a Variedades y mundial?
- “Sí. Primero él me decía: ‘Dile a Vegas García, el administrador, que voy a escribir sobre tal o cual tema. Que prepare las fotos’. Se ponía a escribir a las cinco o seis de la tarde, y a las ocho o nueve estaba listo el artículo que iba a salir al día siguiente”.
¿Cuál era el pago por cada artículo?
- “Veinte soles en mundial y quince en Variedades. Cuando él estaba enfermo, Vegas García me decía: ‘Usted no sabe cuánto ha bajado la revista desde que no escribe’”.
Existen facetas todavía inéditas de este ser adamantino. Pocos saben, por ejemplo, que era buen dibujante. “A mí me dibujaba muy bien, cuenta la viuda. A veces, hasta pintaba a la doméstica con el bebé cargado”.
Hay otros aspectos inéditos que nunca se podrán recuperar. A su muerte, la Policía acostumbró, una y otra vez, llevarse los cajones del escritorio del difunto. Cuando la señora Annita los rescataba, después de grandes pugnas, siempre faltaba algo.
¿Cómo era José Carlos con los niños?
- “Era muy cariñoso con ellos. Basta decirle que cuando estaba en casa, a cada momento preguntaba dónde estaban los chicos y qué hacían. Una vez, Carmen Saco le dijo: ‘Oiga, José Carlos, ¿no le molestan los niños?’ Él contestó: ‘No me molestan. Pueden estar sentados encima de la máquina, y a mí no me molestan’”.
Amador de la vida, luchador social, soldado de un combate diario con la muerte en sus últimos años, José Carlos fue desde su temprana edad ajeno y reacio a la bohemia. Federico More ha narrado cómo, mientras Abraham Valdelomar pedía ajenjo, él se limitaba a un helado de menta o un vaso de leche. Solo esa austeridad, y la enorme conciencia de su misión en la historia, explica la inmensidad de su obra.
“Una vez -cuenta la señora Annita-, vinieron los soplones. En lugar de llevarse “El Capital” se estaban llevando una colección de Pirandello empastada en cuero... No lo dejaban trabajar”. Como se sabe, en los días anteriores a su muerte, él había estado preparando un viaje definitivo a Buenos Aires. Waldo Frank, desde Nueva York, Samuel Gluzberg, desde la capital Argentina, lo animaban a quedarse allá. Los ataques de la dictadura de Leguía y los denuestos de la izquierda demagógica -Víctor Raúl incluido- le habían hecho acá la vida imposible. Solo una sombra suave, una mano tierna, lo acompañaban en las horas del dolor más íntimo. Anna. El gran amor. Ella estuvo a su cabecera el día de su muerte. A su lado estaban también su madre, Artemio Ocaña, dos jóvenes judíos amigos y admiradores del Maestro. Después vinieron las muchedumbres más inmensas que se hayan reunido para unos funerales en Lima. Entre banderas rojas y versos de “La Internacional”, el pueblo sencillo, el pueblo amado por él, le dijo adiós. Para el pueblo, y también para Anna Chiappe, iba a comenzar una época triste y difícil. Ella, la mujer fuerte, tampoco iba a darse por vencida. Hasta hoy se le ve todos los días, puntualmente, detrás del mostrador de una librería trabajando. Es en LA PRIMERA cuadra de la Avenida Larco de Miraflores, y todavía sigue las huellas del difunto imborrable. Las ediciones de las obras del Amauta tienen en ella una inspiradora. Siguen sonando en sus oídos, siendo verdad hermosa y profunda, las palabras aquellas: “La vida que te falta es la vida que me diste”.
César Lévano
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