Robert Darnton: “Los libros y los ebooks se complementan”
En París del siglo XVIII las canciones callejeras funcionaban como diarios y transmitían información, recuerda aquí el autor de “El beso de Lamourette”. En la historia de los medios de comunicación, afirma, el cambio implica “integrar lo nuevo con lo viejo”.
POR SANTIAGO BARDOTTI
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/libros-ebooks-complementan_0_648535151.html
Pasado y futuro. A pesar de la invención de la imprenta, la copia a mano se extendió por tres siglos más.
Considerado uno de los mayores especialistas en Historia de Francia del siglo XVIII, desde su despacho como director de la Biblioteca de la Universidad de Harvard, EE.UU., Robert Darnton atiende el teléfono con voz amable y serena, para hablar, entre otras cosas, de El beso de Lamourette, una serie de ensayos que reflexionan sobre la historia, los medios de comunicación y la historia de los medios , tomando para el título el apellido de un obispo que trabajó como ghost writer de Mirabeau.
En pleno auge de la era digital, pionero en el campo de la historia del libro, con inusual optimismo, Darnton ve cómo su objeto de estudio parece desvanecerse en el aire para transformarse en otra cosa. A su juicio, no hay lugar para la nostalgia, sin embargo: la historia del libro, como la de la tecnología y la de las ideas no puede ser sino una historia de la trasformación; del encuentro entre pasado y futuro. Ante la proclamación general de que “vivimos en la era de la información”, contesta: “Toda era fue una era de la información, cada una a su manera y según los medios disponibles en ese momento”. En complejizar y analizar esa historia ha invertido buena parte de su obra.
Recientemente se publicó en castellano su libro “El beso de Lamourette”. ¿Qué me puede decir de esta colección de ensayos con la perspectiva del tiempo transcurrido?
El libro se publicó en inglés en 1990, y aunque no parece demasiado tiempo, sí lo fue porque ocurrieron muchas cosas en los medios desde entonces. De hecho, la Web se inventó en 1991. La propia Internet – que no debe ser confundida con con la World Wide Web, WWW, que es sólo uno de sus desarrollos – data de 1974. Por eso, en cierto sentido, hoy, es un momento interesante para volver a este libro porque aunque toma a la comunicación y los medios como tema central, evalúa el estado de los medios en vísperas de la gran revolución de las comunicaciones en los tiempos modernos. Se puede leer como una serie de estudios sobre la naturaleza de la comunicación en vísperas de la revolución de las comunicaciones que todos estamos viviendo en la actualidad. Me parece interesante que hoy, que todo el mundo está obsesionado con Google, Internet, iPads, iPods, smartphones , como una suerte de reacción ante la fascinación que ejercen todas estas maravillas de las comunicaciones, exista a mi juicio una fascinación igual por el viejo mundo de la imprenta.
Muchos de los ensayos de este libro parten de una imagen o se centran en una figura marco …
Sí, encuentro imágenes que tienen tremendo poder para mí, que, como dicen los antropólogos, son “multifocales”, es decir, que tienen muchos significados.
El Beso de Lamourette empieza con imágenes de gente que era colgada, decapitada y luego exhibida por las calles en los extremos de las picas durante las terribles revueltas de 1789. Me parece que debemos aceptar que hubo violencia durante la Revolución Francesa. Es realmente un error pensar que fue sólo la aprobación de una Constitución y la Declaración de los Derechos del Hombre. Parte de mi modo de entender la Revolución Francesa, que quizá no sea el adecuado, es que la violencia colectiva produjo un shock que transformó el sentido de lo posible que tenía la gente. Tomar el poder y ejercer su poder simbólicamente a través de la violencia, no sólo matando personas sino cortándoles la cabeza y metiéndoles heno en la boca, y exhibiendo esas cabezas en los extremos de las picas, es algo muy impactante, toda una declaración. La muchedumbre amotinada decía: “Los poderosos tratarán de matarnos de hambre, nos dirán que debemos comer heno. Bueno, ahora, al llenarles la boca de heno a ellos, estamos revirtiendo la situación. Así, la violencia colectiva encontró un modo de expresarse simbólicamente, no tanto con palabras sino con objetos reales. Este es un ejemplo horroroso que describo en la introducción del libro, pero también hay ejemplos más felices; momentos en que la gente sortea los antagonismos y de alguna manera se une a través de la fraternidad, que, para mí, es el más misterioso de los valores que conforman la trinidad de la libertad, igualdad y fraternidad. Es una idea fascinante, que nos remite a la cultura de la Revolución Francesa. Una cultura que yo abordaría antropológicamente.
Como director de la Biblioteca de Harvard, usted presta mucha atención a los libros como objetos físicos. Pero en la era de la informatización, los libros parecen destinados a desaparecer. Una especie de paradoja, ¿no?
¿Sabe? Me han invitado a tantas conferencias sobre la muerte del libro que estoy convencido de que el libro está bien vivo. La gente simplifica demasiado las cosas. Pocos entienden que cada año se publican muchos más libros que el año anterior. La impresión de libros se expande a un ritmo vertiginoso, y, de hecho, este año habrá un millón de nuevos títulos impresos. También es cierto que los libros digitales están adquiriendo cada vez más importancia, como nunca antes. Se piensa que el mercado de libros electrónicos ocupa el 15% de las ventas. Es mucho. A los libros electrónicos les está yendo muy bien en EE.UU. Es una tendencia mundial. Los libros electrónicos, por supuesto, se están volviendo cada vez más importantes. Pero, al mismo tiempo, eso sucede con los libros impresos. Entonces, ¿cómo podemos interpretar esta situación?
Por eso hablé de paradoja. Porque coincido en que no creo que el libro esté muerto; hubo, más bien, un cambio en la manera de abordarlo como objeto físico y de pensamiento. ¿Cómo cree que esta nueva manera de abordar la actividad de la lectura está cambiando nuestra forma de pensar?
Es una pregunta complicada. Yo sólo puedo darle mi opinión. Empezaría por hacer una observación que tiene que ver con la historia de la tecnología. Me parece que la gente hoy comprende la llegada del mundo digital como algo que transforma totalmente nuestra experiencia. Entonces imaginan que los medios de comunicación digitales y analógicos ocupan extremos opuestos del espectro tecnológico. Eso, en mi opinión, es un malentendido de base. Para mí, de hecho, se complementan entre sí. Me parece que estamos atravesando un período de transición hacia un futuro que va a ser impresionantemente digital. Pero aún no estamos allí y no sabemos cuándo llegará. Estamos, entonces, viendo la existencia de libros híbridos: libros que se pueden publicar en papel pero con complementos disponibles en Internet. Estamos viendo cómo florece la impresión a pedido. Para continuar con esta idea, una cosa que la historia de los libros nos ha enseñado es que un medio de comunicación no desplaza a otro. Así, uno de los descubrimientos más interesantes que han hecho los historiadores de libros en los últimos 10 años es que en los tiempos de Gutenberg, inmediatamente después de la invención de los tipos móviles por parte de Gutenberg, la publicación de manuscritos aumentó. Es incorrecto imaginar la invención de Gutenberg como algo que eliminó las formas tradicionales de publicación. No sabíamos esto, pero resultó que la publicación de manuscritos continuó por tres siglos después que se inventó la publicación de libros impresos. Creo que esto nos enseña una lección: no debemos imaginar que la revolución digital simplemente va a destruir a los viejos medios de comunicación que utilizan la impresión. De hecho, creo que esto es lo tan interesante de la situación actual, porque estamos viendo que todo el mundo de la comunicación cambia, pero que cambia integrándose lo nuevo con lo viejo.
En estos ensayos anteriores a la era de Internet, usted decía justamente que el libro y la televisión no eran tan opuestos como se creía.
Sigo con esa línea de pensamiento y la aplico al presente.
Percibo, sin embargo, un temor primitivo referido a las nuevas tecnologías en general que va más allá del tema del libro en sí. ¿Cómo lo ve usted?
La gente no es racional. Hace conclusiones rápidas. Tiende a simplificar demasiado. Estamos viviendo en un mundo en que se simplifica demasiado con relación a estos grandes cambios. A la gente le gusta dramatizar, por eso produce nociones como la de la muerte del libro.
Sin embargo, hay muchos intelectuales que comparten este miedo básico.
Quizá los intelectuales más que nadie (risas). Tal vez los intelectuales deberían estudiar más sobre la historia de los libros y así tendrían una perspectiva más amplia sobre el modo en que el cambio realmente ocurre en los sistemas de comunicación.
En varias entrevistas usted aludió al malentendido sobre la era de la información, sobre algunos mitos de la era de la información. ¿Me puede comentar algo sobre esto, en relación con lo que estábamos hablando?
Escuchaba y aún hoy escucho proclamar a mucha gente, como si fuese un anuncio que hace temblar al mundo, que “vivimos en la era de la información”Okey, así es. Pero mi respuesta es: “Toda era fue una era de la información, cada una a su manera y según los medios disponibles en ese momento. En distintos estudios que he realizado, particularmente a partir de El beso de Lamourette , quise mostrar cómo distintos medios de comunicación pudieron coexistir y operar en el pasado. Doy algunos ejemplos. Uno tiene que ver con canciones. La importancia de las canciones callejeras como una especie de diario en París del siglo XVIII. Era información, claro. La gente quería saber qué ocurría a su alrededor. Y tenían medios para comunicar ese conocimiento sobre los sucesos de actualidad. Pero los medios eran muy diferentes de los de hoy. Si tratáramos de entender exactamente cómo se desarrollaron los medios del pasado y se superpusieron y se cruzaron se renovaría nuestra comprensión general de la historia. En otras palabras, lo que impulso es la noción de una historia amplia de la comunicación, que incluya una suerte de enfoque sociológico o antropológico hacia sistemas de pensamiento de la cultura.
En varios de estos ensayos usted se muestra atento y preocupado por el vínculo entre la historia y las ideas sociales, la sociología y la antropología. ¿Qué opinión le merece hoy la relación entre la historia y las ciencias sociales?
Es una pregunta muy amplia. Cuando yo era un historiador más joven, trabajaba mucho en Francia. En ese momento, había mucho entusiasmo por lo que los franceses llamaban “Histoire des Mentalités” (Historia de las mentalidades). Eso ya no se usa más en Francia. No prendió en inglés y no sé si en español. Fue algo que creó mucho entusiasmo entre los historiadores de vanguardia y luego desapareció, especialmente en la llamada Escuela de los Anales; fue reemplazado en París por la historia antropológica. Y eso aún es fuerte. Muchos historiadores aún toman inspiración metodológica de los antropólogos. En ese sentido, debo decir que no he cambiado de opinión. Pero la antropología ha cambiado y esto se está poniendo complicado. En otras palabras, y tratando de hacerlo simple, me parece que la aplicación de los insights provenientes de la antropología, no la aplicación mecánica de alguna teoría, sino usando la riqueza conceptual de la antropología, esa clase de aplicación en la historia funciona muy bien. Pero los antropólogos han cambiado y ahora están mucho menos seguros de lo que se conoce como “la coherencia de la cultura”. La tendencia de muchos antropólogos es hoy cuestionar cómo la cultura se mantiene unida y ver cómo ellos no pueden con eso. La idea de obtener un principio organizador de la cultura como lo hicieron Victor Turner o Clifford Geerzt o Keeth Basso, los antropólogos que cito en mis ensayos, esa confianza en la naturaleza sistémica de la cultura se ha modificado y hoy muchos antropólogos abordan la cultura de un modo distinto y buscan el disenso, el desacuerdo, los puntos flojos, errados, la polémica. Somos testigos de discursos que compiten que no están integrados dentro de un sistema.
¿Y cómo pueden hacer los historiadores para buscar ayuda hoy?
No estoy seguro de tener una respuesta a esa inquietud. Me parece que nos volveremos mucho menos confiados en las generalizaciones; en mi caso, por ejemplo, sobre la cultura francesa del siglo XVIII como un todo. Creo que, por el contrario, vamos a ver maneras contrapuestas de construir el mundo por parte de distintos grupos sociales y esa clase de choque merecerá un estudio más profundo. En otras palabras, el foco no está en un sistema cultural sino en posiciones contrapuestas y diferentes sobre valores, actitudes y la naturaleza de la condición humana.
jueves, 1 de marzo de 2012
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Los-margenes-de-la-cultura-pop_0_650935096.html
Explorar y digitalizar los márgenes de la cultura pop
En un blog, un bibliotecario colecciona, investiga y escribe sobre los márgenes de lo que despectivamente llamaríamos baja cultura pero también podría llamarse cultura popular.
POR JOHN STRAUSBAUGH - The New York Times
Jim Linderman dice que siempre coleccionó "fuera de la norma". Ha reunido objetos del arte folclórico y de la cultura popular, como fotos de tarjetas postales, folletos religiosos y obsenos de época.
Etiquetado como:cultura popular
Todas las mañanas, Jim Linderman se levanta en su casa de la pequeña ciudad de Grand Haven, situada al borde del lago en Michigan, toma una taza de café y se sienta a su computadora para trabajar en su blog.
No escribe sobre las informaciones de la mañana, la política actual, las presentaciones de los famosos ni sobre los últimos aparatos electrónicos. Linderman, bibliotecario y archivista de profesión, colecciona, investiga y escribe sobre lo marginal, lo olvidado y lo no muy decoroso del arte folclórico y la cultura popular estadounidenses.
"Siempre coleccioné fuera de la norma, cosas que eran escasas e inciertas", dijo recientemente.
A sus tres blogs, que inició en 2008 y 2009, los llama Dull Tool Dim Bulb (las únicas palabrotas que utilizaba su padre, explicó) y los más obvios Old Time Religion y Vintage Sleaze.
Los tres constituyen una suerte de mercado de pulgas digital manejado por un excéntrico erudito con un buen sentido del humor y mucho ojo para descubrir lo inusual y lo olvidado. Sin embargo, Linderman también investiga y cuenta las anécdotas que hay detrás de estos artículos, revelando una historia subterránea de la cultura popular estadounidense en un cuento raro tras otro.
En las últimas entradas mostró una postal, sobre la cual también escribió, de Baldy Wetzel, un pianista que en la década de 1930 batió un récord tocando sin parar durante 48 horas y media; postales del artista folk de los años 1940 Albion Clough, que se autoproclamaba el "Campeón Mundial de los que odian a las mujeres"; retratos de artistas secundarios, de circo y de vodevil, como Princess Wee-Wee, una artista de circo afroamericana diminuta de comienzos del siglo XX; correspondencia "escrita en forma cruzada" (cartas del siglo XIX escritas sobre cartas anteriores para ahorrar papel); y libros de historietas pornográficas llamados biblias de Tijuana.
Linderman, de 58 años, ya produjo además 14 libros sobre temas afines en los últimos tres años.
El más famoso, "Take Me to the Water", combina fotos antiguas de bautismos en el río con un CD de canciones y sermones Gospel.
Publicado por Dust-to-Digital en Atlanta, el sello discográfico que se especializa en relanzar música de época, en 2009 fue nominado para un Grammy.
Los otros libros, que publicó el propio Linderman, son "In Situ: American Folk Art in Place", "Smut by Mail" y el último "Vintage Photographs of Arcane Americana", 120 páginas de lo que define como "algunas de las fotografías más excepcionales y extrañas de mi colección", entre otras, una carrera de botones por las calles de Memphis, un stripper ventrílocuo y un hombre que rodó sobre su abdomen por el país sobre una pequeña plataforma rodante empujando hacia adelante un maní, como una proeza de la Depresión.
Tanya Heinrich, que es directora de publicaciones del American Folk Art Museum, dijo "Pasa por alto los protocolos y los controles de la edición tradicional y ha generado una conciencia maravillosa respecto de una variedad muy interesante de formas artísticas".
Linderman comenzó de niño coleccionando estampillas. Después de la universidad, aterrizó en un empleo como bibliotecario de publicaciones periódicas en Kalamazoo, Michigan. En 1980, se mudó a Nueva York, donde su primer trabajo fue catalogar discos de punk-rock para una discografía internacional. Después fue bibliotecario de CBS, donde investigó para programas informativos y trabajó para una agencia de publicidad.
A lo largo de todo ese tiempo, reunió centenares de álbumes contrabandeados de Bob Dylan, y unos miles de libros dedicados a las teorías conspirativas sobre el asesinato de John F. Kennedy.
"Me encantaba la literatura fugitiva", dijo. "Esos libros raros que los tipos imprimían en su garaje." Coleccionó la obra de artistas autodidactas, en su mayoría del sur y afroamericanos. "Nunca tuve dinero como para coleccionar a Warhol, por eso buscaba siempre a los Warhol del pobre", dijo.
También coleccionó docenas de arcos de diddley (un instrumento de una sola cuerda estadounidense de origen africano occidental que se escuchaba en las viejas grabaciones de blues sureño), hondas hechas a mano y arados de juguete, kimonos antiguos y bolsas de cuero sin curtir de los indios de las praderas llamadas "parfleches".
"Encuentro un tema y me sumerjo en él completamente", dijo.
"Es todo lo que vivo y respiro hasta que lo agoto. Entonces lo vendo, lo intercambio, lo dono y sigo adelante hasta el próximo atracón." De sus tres blogs, "Vintage Sleaze es de lejos el que más éxitos produce", dijo. Empezó a coleccionar y buscar revistas para hombres anteriores a los años 1970, fotografía erótica y libros picantes en rústica como "otra literatura fugitiva que no fue documentada", explicó. "Cuanto más ahondaba en la historia de las obscenidades en los años 1950 y 1960, más me daba cuenta de que era un tema que merecía un estudio serio".
En su libro "Camera Club Girls", cuenta la historia de Cass Carr, un oscuro músico de jazz de Harlem que a comienzos de los años 1950 organizaba salidas en grupo para fotógrafos y modelos desnudas, entre éstas Bettie Page antes de que se hiciera famosa como chica de calendario. La fotografía de desnudo era ilegal y todos los participantes fueron arrestados en 1952 en una granja en las afueras de Nueva York durante una sesión fotográfica al aire libre.
Linderman compró la mayor parte de sus fotos de bautismos en eBay, que le resulta particularmente útil cuando busca fotos y objetos coleccionables impresos.
"En los mercados de pulgas podía llegar a revolver cajas de zapatos durante un año para encontrar una foto", dijo. En eBay se acercaba a una por mes. Variaban de fotos instantáneas hasta panorámicas de un metro de largo, e incluían numerosas fotos personales impresas sobre material de tarjetas postales.
Viajó en avión a Atlanta para reunirse con Steven Lance Ledbetter, fundador de Dust-to-Digital, después de ver el estuche de CD del sello para "Goodbye, Babylon", una compilación de viejas grabaciones de gospel.
Ledbetter seleccionó 24 grabaciones viejas de sermones y canciones que van con las fotos de bautismo, como el Empire Jubilee Quartet cantando "Wade in the Water".
Cuando se aprestaba a abandonar Nueva York, Linderman donó las fotos de bautismos al Centro Internacional de Fotografía de Manhattan, que montó una exposición el año pasado.
También donó una colección de fotos de diversiones de feria victorianas, que el centro proyecta exhibir.
"Está haciendo algo que nadie ha hecho por la cultura visual", dijo Brian Wallis, curador del centro. "Explora los márgenes de lo que llamaríamos despectivamente baja cultura pero que también podría llamarse cultura popular."
En un blog, un bibliotecario colecciona, investiga y escribe sobre los márgenes de lo que despectivamente llamaríamos baja cultura pero también podría llamarse cultura popular.
POR JOHN STRAUSBAUGH - The New York Times
Jim Linderman dice que siempre coleccionó "fuera de la norma". Ha reunido objetos del arte folclórico y de la cultura popular, como fotos de tarjetas postales, folletos religiosos y obsenos de época.
Etiquetado como:cultura popular
Todas las mañanas, Jim Linderman se levanta en su casa de la pequeña ciudad de Grand Haven, situada al borde del lago en Michigan, toma una taza de café y se sienta a su computadora para trabajar en su blog.
No escribe sobre las informaciones de la mañana, la política actual, las presentaciones de los famosos ni sobre los últimos aparatos electrónicos. Linderman, bibliotecario y archivista de profesión, colecciona, investiga y escribe sobre lo marginal, lo olvidado y lo no muy decoroso del arte folclórico y la cultura popular estadounidenses.
"Siempre coleccioné fuera de la norma, cosas que eran escasas e inciertas", dijo recientemente.
A sus tres blogs, que inició en 2008 y 2009, los llama Dull Tool Dim Bulb (las únicas palabrotas que utilizaba su padre, explicó) y los más obvios Old Time Religion y Vintage Sleaze.
Los tres constituyen una suerte de mercado de pulgas digital manejado por un excéntrico erudito con un buen sentido del humor y mucho ojo para descubrir lo inusual y lo olvidado. Sin embargo, Linderman también investiga y cuenta las anécdotas que hay detrás de estos artículos, revelando una historia subterránea de la cultura popular estadounidense en un cuento raro tras otro.
En las últimas entradas mostró una postal, sobre la cual también escribió, de Baldy Wetzel, un pianista que en la década de 1930 batió un récord tocando sin parar durante 48 horas y media; postales del artista folk de los años 1940 Albion Clough, que se autoproclamaba el "Campeón Mundial de los que odian a las mujeres"; retratos de artistas secundarios, de circo y de vodevil, como Princess Wee-Wee, una artista de circo afroamericana diminuta de comienzos del siglo XX; correspondencia "escrita en forma cruzada" (cartas del siglo XIX escritas sobre cartas anteriores para ahorrar papel); y libros de historietas pornográficas llamados biblias de Tijuana.
Linderman, de 58 años, ya produjo además 14 libros sobre temas afines en los últimos tres años.
El más famoso, "Take Me to the Water", combina fotos antiguas de bautismos en el río con un CD de canciones y sermones Gospel.
Publicado por Dust-to-Digital en Atlanta, el sello discográfico que se especializa en relanzar música de época, en 2009 fue nominado para un Grammy.
Los otros libros, que publicó el propio Linderman, son "In Situ: American Folk Art in Place", "Smut by Mail" y el último "Vintage Photographs of Arcane Americana", 120 páginas de lo que define como "algunas de las fotografías más excepcionales y extrañas de mi colección", entre otras, una carrera de botones por las calles de Memphis, un stripper ventrílocuo y un hombre que rodó sobre su abdomen por el país sobre una pequeña plataforma rodante empujando hacia adelante un maní, como una proeza de la Depresión.
Tanya Heinrich, que es directora de publicaciones del American Folk Art Museum, dijo "Pasa por alto los protocolos y los controles de la edición tradicional y ha generado una conciencia maravillosa respecto de una variedad muy interesante de formas artísticas".
Linderman comenzó de niño coleccionando estampillas. Después de la universidad, aterrizó en un empleo como bibliotecario de publicaciones periódicas en Kalamazoo, Michigan. En 1980, se mudó a Nueva York, donde su primer trabajo fue catalogar discos de punk-rock para una discografía internacional. Después fue bibliotecario de CBS, donde investigó para programas informativos y trabajó para una agencia de publicidad.
A lo largo de todo ese tiempo, reunió centenares de álbumes contrabandeados de Bob Dylan, y unos miles de libros dedicados a las teorías conspirativas sobre el asesinato de John F. Kennedy.
"Me encantaba la literatura fugitiva", dijo. "Esos libros raros que los tipos imprimían en su garaje." Coleccionó la obra de artistas autodidactas, en su mayoría del sur y afroamericanos. "Nunca tuve dinero como para coleccionar a Warhol, por eso buscaba siempre a los Warhol del pobre", dijo.
También coleccionó docenas de arcos de diddley (un instrumento de una sola cuerda estadounidense de origen africano occidental que se escuchaba en las viejas grabaciones de blues sureño), hondas hechas a mano y arados de juguete, kimonos antiguos y bolsas de cuero sin curtir de los indios de las praderas llamadas "parfleches".
"Encuentro un tema y me sumerjo en él completamente", dijo.
"Es todo lo que vivo y respiro hasta que lo agoto. Entonces lo vendo, lo intercambio, lo dono y sigo adelante hasta el próximo atracón." De sus tres blogs, "Vintage Sleaze es de lejos el que más éxitos produce", dijo. Empezó a coleccionar y buscar revistas para hombres anteriores a los años 1970, fotografía erótica y libros picantes en rústica como "otra literatura fugitiva que no fue documentada", explicó. "Cuanto más ahondaba en la historia de las obscenidades en los años 1950 y 1960, más me daba cuenta de que era un tema que merecía un estudio serio".
En su libro "Camera Club Girls", cuenta la historia de Cass Carr, un oscuro músico de jazz de Harlem que a comienzos de los años 1950 organizaba salidas en grupo para fotógrafos y modelos desnudas, entre éstas Bettie Page antes de que se hiciera famosa como chica de calendario. La fotografía de desnudo era ilegal y todos los participantes fueron arrestados en 1952 en una granja en las afueras de Nueva York durante una sesión fotográfica al aire libre.
Linderman compró la mayor parte de sus fotos de bautismos en eBay, que le resulta particularmente útil cuando busca fotos y objetos coleccionables impresos.
"En los mercados de pulgas podía llegar a revolver cajas de zapatos durante un año para encontrar una foto", dijo. En eBay se acercaba a una por mes. Variaban de fotos instantáneas hasta panorámicas de un metro de largo, e incluían numerosas fotos personales impresas sobre material de tarjetas postales.
Viajó en avión a Atlanta para reunirse con Steven Lance Ledbetter, fundador de Dust-to-Digital, después de ver el estuche de CD del sello para "Goodbye, Babylon", una compilación de viejas grabaciones de gospel.
Ledbetter seleccionó 24 grabaciones viejas de sermones y canciones que van con las fotos de bautismo, como el Empire Jubilee Quartet cantando "Wade in the Water".
Cuando se aprestaba a abandonar Nueva York, Linderman donó las fotos de bautismos al Centro Internacional de Fotografía de Manhattan, que montó una exposición el año pasado.
También donó una colección de fotos de diversiones de feria victorianas, que el centro proyecta exhibir.
"Está haciendo algo que nadie ha hecho por la cultura visual", dijo Brian Wallis, curador del centro. "Explora los márgenes de lo que llamaríamos despectivamente baja cultura pero que también podría llamarse cultura popular."
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Los-margenes-de-la-cultura-pop_0_650935096.html
Explorar y digitalizar los márgenes de la cultura pop
En un blog, un bibliotecario colecciona, investiga y escribe sobre los márgenes de lo que despectivamente llamaríamos baja cultura pero también podría llamarse cultura popular.
POR JOHN STRAUSBAUGH - The New York Times
Jim Linderman dice que siempre coleccionó "fuera de la norma". Ha reunido objetos del arte folclórico y de la cultura popular, como fotos de tarjetas postales, folletos religiosos y obsenos de época.
Etiquetado como:cultura popular
Todas las mañanas, Jim Linderman se levanta en su casa de la pequeña ciudad de Grand Haven, situada al borde del lago en Michigan, toma una taza de café y se sienta a su computadora para trabajar en su blog.
No escribe sobre las informaciones de la mañana, la política actual, las presentaciones de los famosos ni sobre los últimos aparatos electrónicos. Linderman, bibliotecario y archivista de profesión, colecciona, investiga y escribe sobre lo marginal, lo olvidado y lo no muy decoroso del arte folclórico y la cultura popular estadounidenses.
"Siempre coleccioné fuera de la norma, cosas que eran escasas e inciertas", dijo recientemente.
A sus tres blogs, que inició en 2008 y 2009, los llama Dull Tool Dim Bulb (las únicas palabrotas que utilizaba su padre, explicó) y los más obvios Old Time Religion y Vintage Sleaze.
Los tres constituyen una suerte de mercado de pulgas digital manejado por un excéntrico erudito con un buen sentido del humor y mucho ojo para descubrir lo inusual y lo olvidado. Sin embargo, Linderman también investiga y cuenta las anécdotas que hay detrás de estos artículos, revelando una historia subterránea de la cultura popular estadounidense en un cuento raro tras otro.
En las últimas entradas mostró una postal, sobre la cual también escribió, de Baldy Wetzel, un pianista que en la década de 1930 batió un récord tocando sin parar durante 48 horas y media; postales del artista folk de los años 1940 Albion Clough, que se autoproclamaba el "Campeón Mundial de los que odian a las mujeres"; retratos de artistas secundarios, de circo y de vodevil, como Princess Wee-Wee, una artista de circo afroamericana diminuta de comienzos del siglo XX; correspondencia "escrita en forma cruzada" (cartas del siglo XIX escritas sobre cartas anteriores para ahorrar papel); y libros de historietas pornográficas llamados biblias de Tijuana.
Linderman, de 58 años, ya produjo además 14 libros sobre temas afines en los últimos tres años.
El más famoso, "Take Me to the Water", combina fotos antiguas de bautismos en el río con un CD de canciones y sermones Gospel.
Publicado por Dust-to-Digital en Atlanta, el sello discográfico que se especializa en relanzar música de época, en 2009 fue nominado para un Grammy.
Los otros libros, que publicó el propio Linderman, son "In Situ: American Folk Art in Place", "Smut by Mail" y el último "Vintage Photographs of Arcane Americana", 120 páginas de lo que define como "algunas de las fotografías más excepcionales y extrañas de mi colección", entre otras, una carrera de botones por las calles de Memphis, un stripper ventrílocuo y un hombre que rodó sobre su abdomen por el país sobre una pequeña plataforma rodante empujando hacia adelante un maní, como una proeza de la Depresión.
Tanya Heinrich, que es directora de publicaciones del American Folk Art Museum, dijo "Pasa por alto los protocolos y los controles de la edición tradicional y ha generado una conciencia maravillosa respecto de una variedad muy interesante de formas artísticas".
Linderman comenzó de niño coleccionando estampillas. Después de la universidad, aterrizó en un empleo como bibliotecario de publicaciones periódicas en Kalamazoo, Michigan. En 1980, se mudó a Nueva York, donde su primer trabajo fue catalogar discos de punk-rock para una discografía internacional. Después fue bibliotecario de CBS, donde investigó para programas informativos y trabajó para una agencia de publicidad.
A lo largo de todo ese tiempo, reunió centenares de álbumes contrabandeados de Bob Dylan, y unos miles de libros dedicados a las teorías conspirativas sobre el asesinato de John F. Kennedy.
"Me encantaba la literatura fugitiva", dijo. "Esos libros raros que los tipos imprimían en su garaje." Coleccionó la obra de artistas autodidactas, en su mayoría del sur y afroamericanos. "Nunca tuve dinero como para coleccionar a Warhol, por eso buscaba siempre a los Warhol del pobre", dijo.
También coleccionó docenas de arcos de diddley (un instrumento de una sola cuerda estadounidense de origen africano occidental que se escuchaba en las viejas grabaciones de blues sureño), hondas hechas a mano y arados de juguete, kimonos antiguos y bolsas de cuero sin curtir de los indios de las praderas llamadas "parfleches".
"Encuentro un tema y me sumerjo en él completamente", dijo.
"Es todo lo que vivo y respiro hasta que lo agoto. Entonces lo vendo, lo intercambio, lo dono y sigo adelante hasta el próximo atracón." De sus tres blogs, "Vintage Sleaze es de lejos el que más éxitos produce", dijo. Empezó a coleccionar y buscar revistas para hombres anteriores a los años 1970, fotografía erótica y libros picantes en rústica como "otra literatura fugitiva que no fue documentada", explicó. "Cuanto más ahondaba en la historia de las obscenidades en los años 1950 y 1960, más me daba cuenta de que era un tema que merecía un estudio serio".
En su libro "Camera Club Girls", cuenta la historia de Cass Carr, un oscuro músico de jazz de Harlem que a comienzos de los años 1950 organizaba salidas en grupo para fotógrafos y modelos desnudas, entre éstas Bettie Page antes de que se hiciera famosa como chica de calendario. La fotografía de desnudo era ilegal y todos los participantes fueron arrestados en 1952 en una granja en las afueras de Nueva York durante una sesión fotográfica al aire libre.
Linderman compró la mayor parte de sus fotos de bautismos en eBay, que le resulta particularmente útil cuando busca fotos y objetos coleccionables impresos.
"En los mercados de pulgas podía llegar a revolver cajas de zapatos durante un año para encontrar una foto", dijo. En eBay se acercaba a una por mes. Variaban de fotos instantáneas hasta panorámicas de un metro de largo, e incluían numerosas fotos personales impresas sobre material de tarjetas postales.
Viajó en avión a Atlanta para reunirse con Steven Lance Ledbetter, fundador de Dust-to-Digital, después de ver el estuche de CD del sello para "Goodbye, Babylon", una compilación de viejas grabaciones de gospel.
Ledbetter seleccionó 24 grabaciones viejas de sermones y canciones que van con las fotos de bautismo, como el Empire Jubilee Quartet cantando "Wade in the Water".
Cuando se aprestaba a abandonar Nueva York, Linderman donó las fotos de bautismos al Centro Internacional de Fotografía de Manhattan, que montó una exposición el año pasado.
También donó una colección de fotos de diversiones de feria victorianas, que el centro proyecta exhibir.
"Está haciendo algo que nadie ha hecho por la cultura visual", dijo Brian Wallis, curador del centro. "Explora los márgenes de lo que llamaríamos despectivamente baja cultura pero que también podría llamarse cultura popular."
En un blog, un bibliotecario colecciona, investiga y escribe sobre los márgenes de lo que despectivamente llamaríamos baja cultura pero también podría llamarse cultura popular.
POR JOHN STRAUSBAUGH - The New York Times
Jim Linderman dice que siempre coleccionó "fuera de la norma". Ha reunido objetos del arte folclórico y de la cultura popular, como fotos de tarjetas postales, folletos religiosos y obsenos de época.
Etiquetado como:cultura popular
Todas las mañanas, Jim Linderman se levanta en su casa de la pequeña ciudad de Grand Haven, situada al borde del lago en Michigan, toma una taza de café y se sienta a su computadora para trabajar en su blog.
No escribe sobre las informaciones de la mañana, la política actual, las presentaciones de los famosos ni sobre los últimos aparatos electrónicos. Linderman, bibliotecario y archivista de profesión, colecciona, investiga y escribe sobre lo marginal, lo olvidado y lo no muy decoroso del arte folclórico y la cultura popular estadounidenses.
"Siempre coleccioné fuera de la norma, cosas que eran escasas e inciertas", dijo recientemente.
A sus tres blogs, que inició en 2008 y 2009, los llama Dull Tool Dim Bulb (las únicas palabrotas que utilizaba su padre, explicó) y los más obvios Old Time Religion y Vintage Sleaze.
Los tres constituyen una suerte de mercado de pulgas digital manejado por un excéntrico erudito con un buen sentido del humor y mucho ojo para descubrir lo inusual y lo olvidado. Sin embargo, Linderman también investiga y cuenta las anécdotas que hay detrás de estos artículos, revelando una historia subterránea de la cultura popular estadounidense en un cuento raro tras otro.
En las últimas entradas mostró una postal, sobre la cual también escribió, de Baldy Wetzel, un pianista que en la década de 1930 batió un récord tocando sin parar durante 48 horas y media; postales del artista folk de los años 1940 Albion Clough, que se autoproclamaba el "Campeón Mundial de los que odian a las mujeres"; retratos de artistas secundarios, de circo y de vodevil, como Princess Wee-Wee, una artista de circo afroamericana diminuta de comienzos del siglo XX; correspondencia "escrita en forma cruzada" (cartas del siglo XIX escritas sobre cartas anteriores para ahorrar papel); y libros de historietas pornográficas llamados biblias de Tijuana.
Linderman, de 58 años, ya produjo además 14 libros sobre temas afines en los últimos tres años.
El más famoso, "Take Me to the Water", combina fotos antiguas de bautismos en el río con un CD de canciones y sermones Gospel.
Publicado por Dust-to-Digital en Atlanta, el sello discográfico que se especializa en relanzar música de época, en 2009 fue nominado para un Grammy.
Los otros libros, que publicó el propio Linderman, son "In Situ: American Folk Art in Place", "Smut by Mail" y el último "Vintage Photographs of Arcane Americana", 120 páginas de lo que define como "algunas de las fotografías más excepcionales y extrañas de mi colección", entre otras, una carrera de botones por las calles de Memphis, un stripper ventrílocuo y un hombre que rodó sobre su abdomen por el país sobre una pequeña plataforma rodante empujando hacia adelante un maní, como una proeza de la Depresión.
Tanya Heinrich, que es directora de publicaciones del American Folk Art Museum, dijo "Pasa por alto los protocolos y los controles de la edición tradicional y ha generado una conciencia maravillosa respecto de una variedad muy interesante de formas artísticas".
Linderman comenzó de niño coleccionando estampillas. Después de la universidad, aterrizó en un empleo como bibliotecario de publicaciones periódicas en Kalamazoo, Michigan. En 1980, se mudó a Nueva York, donde su primer trabajo fue catalogar discos de punk-rock para una discografía internacional. Después fue bibliotecario de CBS, donde investigó para programas informativos y trabajó para una agencia de publicidad.
A lo largo de todo ese tiempo, reunió centenares de álbumes contrabandeados de Bob Dylan, y unos miles de libros dedicados a las teorías conspirativas sobre el asesinato de John F. Kennedy.
"Me encantaba la literatura fugitiva", dijo. "Esos libros raros que los tipos imprimían en su garaje." Coleccionó la obra de artistas autodidactas, en su mayoría del sur y afroamericanos. "Nunca tuve dinero como para coleccionar a Warhol, por eso buscaba siempre a los Warhol del pobre", dijo.
También coleccionó docenas de arcos de diddley (un instrumento de una sola cuerda estadounidense de origen africano occidental que se escuchaba en las viejas grabaciones de blues sureño), hondas hechas a mano y arados de juguete, kimonos antiguos y bolsas de cuero sin curtir de los indios de las praderas llamadas "parfleches".
"Encuentro un tema y me sumerjo en él completamente", dijo.
"Es todo lo que vivo y respiro hasta que lo agoto. Entonces lo vendo, lo intercambio, lo dono y sigo adelante hasta el próximo atracón." De sus tres blogs, "Vintage Sleaze es de lejos el que más éxitos produce", dijo. Empezó a coleccionar y buscar revistas para hombres anteriores a los años 1970, fotografía erótica y libros picantes en rústica como "otra literatura fugitiva que no fue documentada", explicó. "Cuanto más ahondaba en la historia de las obscenidades en los años 1950 y 1960, más me daba cuenta de que era un tema que merecía un estudio serio".
En su libro "Camera Club Girls", cuenta la historia de Cass Carr, un oscuro músico de jazz de Harlem que a comienzos de los años 1950 organizaba salidas en grupo para fotógrafos y modelos desnudas, entre éstas Bettie Page antes de que se hiciera famosa como chica de calendario. La fotografía de desnudo era ilegal y todos los participantes fueron arrestados en 1952 en una granja en las afueras de Nueva York durante una sesión fotográfica al aire libre.
Linderman compró la mayor parte de sus fotos de bautismos en eBay, que le resulta particularmente útil cuando busca fotos y objetos coleccionables impresos.
"En los mercados de pulgas podía llegar a revolver cajas de zapatos durante un año para encontrar una foto", dijo. En eBay se acercaba a una por mes. Variaban de fotos instantáneas hasta panorámicas de un metro de largo, e incluían numerosas fotos personales impresas sobre material de tarjetas postales.
Viajó en avión a Atlanta para reunirse con Steven Lance Ledbetter, fundador de Dust-to-Digital, después de ver el estuche de CD del sello para "Goodbye, Babylon", una compilación de viejas grabaciones de gospel.
Ledbetter seleccionó 24 grabaciones viejas de sermones y canciones que van con las fotos de bautismo, como el Empire Jubilee Quartet cantando "Wade in the Water".
Cuando se aprestaba a abandonar Nueva York, Linderman donó las fotos de bautismos al Centro Internacional de Fotografía de Manhattan, que montó una exposición el año pasado.
También donó una colección de fotos de diversiones de feria victorianas, que el centro proyecta exhibir.
"Está haciendo algo que nadie ha hecho por la cultura visual", dijo Brian Wallis, curador del centro. "Explora los márgenes de lo que llamaríamos despectivamente baja cultura pero que también podría llamarse cultura popular."
La digital intimidad de los libros
LITERATURA24/02/12
La digital intimidad de los libros
En vez de asfixiarlas y empujarlas a la extinción, la red y las herramientas digitales les dieron un nuevo impulso a las pequeñas editoriales. Como dice el autor de esta nota, las transformaron en emprendimientos pasionales.
POR RAFAEL CIPPOLINI
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PEQUEÑAS EDITORIALES. Son un reflejo de la Era Web, dice el autor.
No exageramos al señalar que el mayor porcentaje de la mejor literatura que leemos en nuestros días proviene de editoriales cuyo staff permanente ronda las cinco personas. Incluso menos. Y que sus catálogos no superan la docena anual de títulos. Sólo en nuestro país, basta con nombrar las producciones de La Bestia Equilátera, Caja Negra, Mansalva, Mardulce, Blatt & Ríos, Eterna Cadencia y Entropía, aunque afortunadamente son muchas más. Y no se trata solamente de “otro segmento de mercado” en el sentido económico, sino de un ecosistema libresco diferente al que conocíamos hace veinte años. Un dato clave es que todas estas editoriales son un reflejo –incluso involuntario– de la Era Web.
Mientas seguimos asistiendo al cada vez más envejecido debate sobre el futuro del libro (ediciones en papel compitiendo con cada vez más sofisticadas versiones digitales de e-books), poca reflexión encontramos disponible sobre los modos en que Internet sigue impactando en los modos en que se fabrican y consumen los libros en papel.
Por supuesto, es un fenómeno global y de época. En su última visita al país, Jacobo Siruela, creador de la editorial que lleva su apellido, narró cómo la red y las herramientas digitales posibilitaron que su trabajo ganara no sólo en precisión sino en intimidad. “La editorial la conformamos únicamente mi mujer, una secretaria y yo. Y cada uno de nuestros títulos –diez por año– los realizamos íntegramente desde nuestra casa de Ampurdán, a 96 km de Barcelona”.
En las cifras encontramos las claves. Las tecnologías digitales lo multiplican todo con extremada facilidad, pero al mismo tiempo provocan e inspiran situaciones como las que nos ocupan: la conciencia de publicar menos y mejor, de poseer un mayor control y arriesgarse con obras que ningún grupo editorial ficharía por antieconómicas.
Se ha glosado y mucho la teoría de Chris Anderson, editor de la revista Wired, conocida con el nombre de The Long Tail (que traducimos como la larga cola). En 2004, Anderson señalaba que las tendencias del mercado editorial, acusando el impacto de la web, indicaban que resultaba cada vez más rentable publicar una gran cantidad de títulos en tiradas pequeñas que unos pocos en grandes tiradas. Es claro que los best-séllers gozan de buena salud, pero no es menos cierto que un nuevo tipo de editorialidad gana más y más espacio. Y no nos referimos sólo a nuevos títulos y nuevos autores, ya que todas las editoriales citadas rescataron un número jamás menor de obras agotadas, inéditas en castellano, olvidadas y de autores tan consagrados como célebres.
Las bibliotecas que definen estas editoriales dan muestras de conocer muy bien las tradiciones, al punto de realimentarlas aportando elementos para cotejo y crítica. Si de cierto modo su intimidad las emparenta a las clásicas editoriales de poesía, el tipo de lector que parecen perseguir –invariablemente informado– quizás revele otro tipo de endogamia.
Siguen siendo masivamente habituales las quejas por los contenidos de la Web y la gigantesca cantidad de basura que alimenta sus tráficos. No curiosamente, estas editoriales que se vienen alimentando con los beneficios de las tecnologías digitales que Internet aglutina y disemina, resultan indiscutiblemente cuidadas. Agrego otro calificativo, a riesgo de cursilería: son emprendimientos pasionales. Pensemos en Pequeño Editor, en Editorial Común, o en El Gourmet Musical, abriéndonos a otros géneros. Son catálogos de fans.
Sería sencillo argumentar que al viejo y noble oficio de imprimir libros (una persistencia de más de cinco siglos) se le ha inoculado una dinámica tecnológicamente aggiornada como lo es la digital. Creo que sería desfocalizar el punto. En 2010, Alejandro Piscitelli llevó adelante el seminario “¿El Paréntesis Gutenberg?: La conversión digital como proceso”, que disparó la pregunta ¿los 500 años de historia de texto impreso que tenemos o tuvimos no habrán sido otra cosa que un mero paréntesis entre el mundo oral de casi toda la historia? Alimentados por esta intriga resulta más sencillo sortear el facilismo de describir la peculiaridad de las editoriales que nos convocan como mera continuidad “en tiempos de digitalidad” de emprendimientos independientes como en su época lo fueron –y en algunos casos lo siguen siendo– ediciones como las de Jorge Alvarez, Argonauta o Biblos. Recordemos que a mediados de los 90, cuando en Buenos Aires recién despuntaban los primerísimos cibercafés, La Marca Editora proveía a sus clientes de un kit de navegación para Internet.
A veces se olvida que el libro también es una tecnología y como tal cumple un rol histórico. Pero esto no significa, de ningún modo, que los desarrollos digitales provean invariablemente de soluciones y revocaciones inmediatas. El pasaje, para ganancia de todos, es más complejo. La cultura digital muy lejos está del mero reemplazo de un hardware o un software. Por el contrario implica toda una serie de reacomodamientos culturales que de modo alguno pueden diagnosticarse a priori .
Blanchot nos enseñó que un libro no sólo es un conjunto de hojas impresas entre dos tapas, sino uno de los formatos en los que concebimos nuestros modos de entender y analizar nuestros entornos y auscultar las formas en que aprendemos. Todavía un libro es bastante más que un mero soporte de datos. Mallarmé supo decir que “el mundo existe para llegar a un bello libro”. Como toda tecnología, antes que nada el libro está en nuestras cabezas, en el modo en que utilizamos nuestros sentidos. McLuhan lo supo mejor que nadie.
Cada vez resulta más claro que la Web elimina lo superfluo del mundo editorial y que redefine sólo un sector de las impresiones tradicionales, mientras que por el contrario facilita e impulsa las que sospechamos más necesarias. Mucho más interesante que profetizar sobre el futuro del libro debería ser preguntarnos qué significa hoy ser un lector. En qué nos parecemos o diferenciamos de otro lector de hace cincuenta años.
Al fin de cuentas, los malos lectores no son un invento de esta época y ágrafos, como sabemos, hubo siempre.
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/red-herramientas-digitales-impulso-editoriales_0_648535156.html
La digital intimidad de los libros
En vez de asfixiarlas y empujarlas a la extinción, la red y las herramientas digitales les dieron un nuevo impulso a las pequeñas editoriales. Como dice el autor de esta nota, las transformaron en emprendimientos pasionales.
POR RAFAEL CIPPOLINI
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PEQUEÑAS EDITORIALES. Son un reflejo de la Era Web, dice el autor.
No exageramos al señalar que el mayor porcentaje de la mejor literatura que leemos en nuestros días proviene de editoriales cuyo staff permanente ronda las cinco personas. Incluso menos. Y que sus catálogos no superan la docena anual de títulos. Sólo en nuestro país, basta con nombrar las producciones de La Bestia Equilátera, Caja Negra, Mansalva, Mardulce, Blatt & Ríos, Eterna Cadencia y Entropía, aunque afortunadamente son muchas más. Y no se trata solamente de “otro segmento de mercado” en el sentido económico, sino de un ecosistema libresco diferente al que conocíamos hace veinte años. Un dato clave es que todas estas editoriales son un reflejo –incluso involuntario– de la Era Web.
Mientas seguimos asistiendo al cada vez más envejecido debate sobre el futuro del libro (ediciones en papel compitiendo con cada vez más sofisticadas versiones digitales de e-books), poca reflexión encontramos disponible sobre los modos en que Internet sigue impactando en los modos en que se fabrican y consumen los libros en papel.
Por supuesto, es un fenómeno global y de época. En su última visita al país, Jacobo Siruela, creador de la editorial que lleva su apellido, narró cómo la red y las herramientas digitales posibilitaron que su trabajo ganara no sólo en precisión sino en intimidad. “La editorial la conformamos únicamente mi mujer, una secretaria y yo. Y cada uno de nuestros títulos –diez por año– los realizamos íntegramente desde nuestra casa de Ampurdán, a 96 km de Barcelona”.
En las cifras encontramos las claves. Las tecnologías digitales lo multiplican todo con extremada facilidad, pero al mismo tiempo provocan e inspiran situaciones como las que nos ocupan: la conciencia de publicar menos y mejor, de poseer un mayor control y arriesgarse con obras que ningún grupo editorial ficharía por antieconómicas.
Se ha glosado y mucho la teoría de Chris Anderson, editor de la revista Wired, conocida con el nombre de The Long Tail (que traducimos como la larga cola). En 2004, Anderson señalaba que las tendencias del mercado editorial, acusando el impacto de la web, indicaban que resultaba cada vez más rentable publicar una gran cantidad de títulos en tiradas pequeñas que unos pocos en grandes tiradas. Es claro que los best-séllers gozan de buena salud, pero no es menos cierto que un nuevo tipo de editorialidad gana más y más espacio. Y no nos referimos sólo a nuevos títulos y nuevos autores, ya que todas las editoriales citadas rescataron un número jamás menor de obras agotadas, inéditas en castellano, olvidadas y de autores tan consagrados como célebres.
Las bibliotecas que definen estas editoriales dan muestras de conocer muy bien las tradiciones, al punto de realimentarlas aportando elementos para cotejo y crítica. Si de cierto modo su intimidad las emparenta a las clásicas editoriales de poesía, el tipo de lector que parecen perseguir –invariablemente informado– quizás revele otro tipo de endogamia.
Siguen siendo masivamente habituales las quejas por los contenidos de la Web y la gigantesca cantidad de basura que alimenta sus tráficos. No curiosamente, estas editoriales que se vienen alimentando con los beneficios de las tecnologías digitales que Internet aglutina y disemina, resultan indiscutiblemente cuidadas. Agrego otro calificativo, a riesgo de cursilería: son emprendimientos pasionales. Pensemos en Pequeño Editor, en Editorial Común, o en El Gourmet Musical, abriéndonos a otros géneros. Son catálogos de fans.
Sería sencillo argumentar que al viejo y noble oficio de imprimir libros (una persistencia de más de cinco siglos) se le ha inoculado una dinámica tecnológicamente aggiornada como lo es la digital. Creo que sería desfocalizar el punto. En 2010, Alejandro Piscitelli llevó adelante el seminario “¿El Paréntesis Gutenberg?: La conversión digital como proceso”, que disparó la pregunta ¿los 500 años de historia de texto impreso que tenemos o tuvimos no habrán sido otra cosa que un mero paréntesis entre el mundo oral de casi toda la historia? Alimentados por esta intriga resulta más sencillo sortear el facilismo de describir la peculiaridad de las editoriales que nos convocan como mera continuidad “en tiempos de digitalidad” de emprendimientos independientes como en su época lo fueron –y en algunos casos lo siguen siendo– ediciones como las de Jorge Alvarez, Argonauta o Biblos. Recordemos que a mediados de los 90, cuando en Buenos Aires recién despuntaban los primerísimos cibercafés, La Marca Editora proveía a sus clientes de un kit de navegación para Internet.
A veces se olvida que el libro también es una tecnología y como tal cumple un rol histórico. Pero esto no significa, de ningún modo, que los desarrollos digitales provean invariablemente de soluciones y revocaciones inmediatas. El pasaje, para ganancia de todos, es más complejo. La cultura digital muy lejos está del mero reemplazo de un hardware o un software. Por el contrario implica toda una serie de reacomodamientos culturales que de modo alguno pueden diagnosticarse a priori .
Blanchot nos enseñó que un libro no sólo es un conjunto de hojas impresas entre dos tapas, sino uno de los formatos en los que concebimos nuestros modos de entender y analizar nuestros entornos y auscultar las formas en que aprendemos. Todavía un libro es bastante más que un mero soporte de datos. Mallarmé supo decir que “el mundo existe para llegar a un bello libro”. Como toda tecnología, antes que nada el libro está en nuestras cabezas, en el modo en que utilizamos nuestros sentidos. McLuhan lo supo mejor que nadie.
Cada vez resulta más claro que la Web elimina lo superfluo del mundo editorial y que redefine sólo un sector de las impresiones tradicionales, mientras que por el contrario facilita e impulsa las que sospechamos más necesarias. Mucho más interesante que profetizar sobre el futuro del libro debería ser preguntarnos qué significa hoy ser un lector. En qué nos parecemos o diferenciamos de otro lector de hace cincuenta años.
Al fin de cuentas, los malos lectores no son un invento de esta época y ágrafos, como sabemos, hubo siempre.
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/red-herramientas-digitales-impulso-editoriales_0_648535156.html
El libro
El libro como unidad existencial
Ante el avance de los ebooks, el libro resiste por su esencia como objeto. Se trata, como dice el autor de esta nota, de una unidad que se mantiene en formato electrónico a través de varias prácticas tecnoartesanales.
POR DARIO ROJO
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TECNOARTESANIA. El ebook no hace más que reafirmar la "unidad libro".
Si bien el motor de las creaciones informáticas está formado tanto del abismo de la innovación como de la natural necesidad de emular, es tal la sumisión del libro electrónico frente a su anterior ancestro, y tan mínimo el énfasis en las grandes modificaciones que la informática avizoraba en sus inicios para el sistema de percepción del lector que podríamos pensar que el libro electrónico es el elemento conservador por excelencia, en el que su existencia no hace más que reafirmar el objeto libro, y poner en escena eso que se podría llamar la “unidad libro”.
Establecer esta unidad es algo complejo y casi inevitablemente se suele caer en el apotegma que termina con la frase “al libro se lo reconoce”. Particularmente interesante es la escuela que propone que el libro logra, por tener el poder de desligarse de cualquier tipo de especificidad de género y en muchos casos de valor, una elasticidad que permite establecer un comienzo que inevitablemente alude a un fin. Ese fin tiene una presencia real y fantasmática a la vez. En definitiva, cuenta con una unidad concreta en su abstracción que moldea un objeto teórico con la precisión necesaria para cualquier tipo de efecto, más allá de cualquier extensión del texto. Esto que suena algo descabellado, por no decir del todo, es lo que durante años los científicos de la Universidad de Helsinki han tratado de medir, pero en uno de sus últimos informes, confiesan haber llegado a ciertas conclusiones gracias a las palabras de un sastre ecuatoriano quien dio finalmente en la tecla cuando dijo: “En busca del tiempo perdido es un libro, no importa en cuántos volúmenes se lo tenga, y Las coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique también lo es, y no me importa discutir eso, es así, la unidad está más allá del objeto, y con esto me refiero a las tablillas de cera que son mis preferidas, aunque los cilindros de papiro no me disgustan para nada”.
Es esta unidad la que se mantiene en formato electrónico sin la menor intención de variar, incluso al punto de honrar a la emulación como un arquetipo de referencia absoluta.
Fuera de esa unidad está lo que todos conocemos como fragmentación, solo que ahora lo que antes estaba disperso por el mundo puede nuclearse en una pantalla, y debido a cierto afán abrumador causar cierta perplejidad. Digo, todo lo que está escrito dice algo, y no solo leemos lo que está encuadernado en holandesa; están las revistas, los diarios, los carteles, los blogs, sus comentarios, Twitter, Facebook y la lista sigue y sigue. Todo lo que está en la computadora está hecho para ser leído –quizás por eso la computadora es el artefacto nativo de la fragmentación– e incluso cada vez llega más rápido a los lectores de ebooks.
La necesidad de la piratería como sustento de la industria no es ninguna novedad. Y si se compara la piratería de la industria del cine con la de la industria del libro digital, sirve para ver similitudes y diferencias que pueden llegar a afectar el desarrollo del libro electrónico. Difícilmente se logre contar con los ejércitos de pequeños corsarios que emplean su tiempo en ripear una película, traducir subtítulos, sincronizarlos, subir, bajar, crear blogs, sitios, etcétera. Porque también este tipo de actividades se requieren para aceitar la circulación libre de los opus digitales, pero hay, quizás, una diferencia bastante considerable.
El hacedor del artesanato del intercambio web en el tema de los libros se convierte en algunos casos en una parte más activa, es decir, se puede convertir, casi espontáneamente, en un editor. Me refiero a que si se tiene la posibilidad de armar un libro, se lo puede reproducir o crear, y con esto no me refiero a escribirlo. En este caso es casi inevitable pensar a un editor como el que le da entidad de libro a esos trazos fragmentarios que se pueden leer en todas las instancias de escritura que sobrevuelan Internet. Quiero decir: hay que ser editor por necesidad. Si se tiene un lector de libros electrónicos es muy probable que exista el impulso de leer un libro que no existe como tal, pero que se puede ver esbozado en algún conjunto de páginas. Esto tampoco es enteramente nuevo, de alguna manera ya con la aparición de la impresora cualquiera podía ser editor, pero ahora, además de la posibilidad existe una necesidad concreta. Lo que puede generar la expectativa de una falsa revolución, o que en vez de frases digitales leamos libros digitales.
Muchos son los dispositivos disponibles. Como en épocas del glam, el brillo de la pantalla divide las aguas en dos grandes grupos: los de tinta líquida y los que tienen una pantallita como de computadora. El paisaje se sigue dividiendo con los distintos formatos de los archivos en cuestión. El pasado ideal del elemento común –el PDF– cayó definitivamente.
Mucho son los problemas que se pueden presentar a la hora de buscar un libro electrónico y sobre todo a la hora de encontrarlo. Si el texto está en una página se puede enviar directamente. Pero un texto no es un libro. Puede que el libro ya esté hecho y se encuentre en formato nativo y como posiblemente haya sido generado de un PDF en formato imagen tiene millones de errores. Pero si el texto del futuro libro está en un PDF de los que se puede seleccionar la letra, habrá algo más que hacer: en el caso que tenga protección, se la saca –con algún software o desde algún sitio determinado–, se copia el texto, se pega en Word, con suerte no hay mil cosas que arreglar, se lo guarda como HTML y después en un software como el Calibre se lo transforma y se manda al dispositivo. Y se lo lee.
Con millones de variantes, éste es un resumen bestial de esta tecnoartesanía, la que al realizarla, inevitablemente nos recordará el destino de los correctores en nuestro país, así como la diferencia entre un texto y un libro. Además, los que lean poesía se enfrentarán con el problema de cómo mantener el ancho de los versos según se vaya a leer en un dispositivo u otro. Esto último sí podría hacer que algo cambie de un modo poco feliz: el valor de la censura en el verso, en definitiva el valor del verso, no creo que quite el sueño a nadie, y en vez de plantearse cómo mejorar la situación dada, resultará más fácil llorar sobre el ácaro invisible de los libros que están y seguirán estando en nuestro mundo.
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/ebooks-libro-unidad-existencial_0_652734739.html
Ante el avance de los ebooks, el libro resiste por su esencia como objeto. Se trata, como dice el autor de esta nota, de una unidad que se mantiene en formato electrónico a través de varias prácticas tecnoartesanales.
POR DARIO ROJO
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TECNOARTESANIA. El ebook no hace más que reafirmar la "unidad libro".
Si bien el motor de las creaciones informáticas está formado tanto del abismo de la innovación como de la natural necesidad de emular, es tal la sumisión del libro electrónico frente a su anterior ancestro, y tan mínimo el énfasis en las grandes modificaciones que la informática avizoraba en sus inicios para el sistema de percepción del lector que podríamos pensar que el libro electrónico es el elemento conservador por excelencia, en el que su existencia no hace más que reafirmar el objeto libro, y poner en escena eso que se podría llamar la “unidad libro”.
Establecer esta unidad es algo complejo y casi inevitablemente se suele caer en el apotegma que termina con la frase “al libro se lo reconoce”. Particularmente interesante es la escuela que propone que el libro logra, por tener el poder de desligarse de cualquier tipo de especificidad de género y en muchos casos de valor, una elasticidad que permite establecer un comienzo que inevitablemente alude a un fin. Ese fin tiene una presencia real y fantasmática a la vez. En definitiva, cuenta con una unidad concreta en su abstracción que moldea un objeto teórico con la precisión necesaria para cualquier tipo de efecto, más allá de cualquier extensión del texto. Esto que suena algo descabellado, por no decir del todo, es lo que durante años los científicos de la Universidad de Helsinki han tratado de medir, pero en uno de sus últimos informes, confiesan haber llegado a ciertas conclusiones gracias a las palabras de un sastre ecuatoriano quien dio finalmente en la tecla cuando dijo: “En busca del tiempo perdido es un libro, no importa en cuántos volúmenes se lo tenga, y Las coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique también lo es, y no me importa discutir eso, es así, la unidad está más allá del objeto, y con esto me refiero a las tablillas de cera que son mis preferidas, aunque los cilindros de papiro no me disgustan para nada”.
Es esta unidad la que se mantiene en formato electrónico sin la menor intención de variar, incluso al punto de honrar a la emulación como un arquetipo de referencia absoluta.
Fuera de esa unidad está lo que todos conocemos como fragmentación, solo que ahora lo que antes estaba disperso por el mundo puede nuclearse en una pantalla, y debido a cierto afán abrumador causar cierta perplejidad. Digo, todo lo que está escrito dice algo, y no solo leemos lo que está encuadernado en holandesa; están las revistas, los diarios, los carteles, los blogs, sus comentarios, Twitter, Facebook y la lista sigue y sigue. Todo lo que está en la computadora está hecho para ser leído –quizás por eso la computadora es el artefacto nativo de la fragmentación– e incluso cada vez llega más rápido a los lectores de ebooks.
La necesidad de la piratería como sustento de la industria no es ninguna novedad. Y si se compara la piratería de la industria del cine con la de la industria del libro digital, sirve para ver similitudes y diferencias que pueden llegar a afectar el desarrollo del libro electrónico. Difícilmente se logre contar con los ejércitos de pequeños corsarios que emplean su tiempo en ripear una película, traducir subtítulos, sincronizarlos, subir, bajar, crear blogs, sitios, etcétera. Porque también este tipo de actividades se requieren para aceitar la circulación libre de los opus digitales, pero hay, quizás, una diferencia bastante considerable.
El hacedor del artesanato del intercambio web en el tema de los libros se convierte en algunos casos en una parte más activa, es decir, se puede convertir, casi espontáneamente, en un editor. Me refiero a que si se tiene la posibilidad de armar un libro, se lo puede reproducir o crear, y con esto no me refiero a escribirlo. En este caso es casi inevitable pensar a un editor como el que le da entidad de libro a esos trazos fragmentarios que se pueden leer en todas las instancias de escritura que sobrevuelan Internet. Quiero decir: hay que ser editor por necesidad. Si se tiene un lector de libros electrónicos es muy probable que exista el impulso de leer un libro que no existe como tal, pero que se puede ver esbozado en algún conjunto de páginas. Esto tampoco es enteramente nuevo, de alguna manera ya con la aparición de la impresora cualquiera podía ser editor, pero ahora, además de la posibilidad existe una necesidad concreta. Lo que puede generar la expectativa de una falsa revolución, o que en vez de frases digitales leamos libros digitales.
Muchos son los dispositivos disponibles. Como en épocas del glam, el brillo de la pantalla divide las aguas en dos grandes grupos: los de tinta líquida y los que tienen una pantallita como de computadora. El paisaje se sigue dividiendo con los distintos formatos de los archivos en cuestión. El pasado ideal del elemento común –el PDF– cayó definitivamente.
Mucho son los problemas que se pueden presentar a la hora de buscar un libro electrónico y sobre todo a la hora de encontrarlo. Si el texto está en una página se puede enviar directamente. Pero un texto no es un libro. Puede que el libro ya esté hecho y se encuentre en formato nativo y como posiblemente haya sido generado de un PDF en formato imagen tiene millones de errores. Pero si el texto del futuro libro está en un PDF de los que se puede seleccionar la letra, habrá algo más que hacer: en el caso que tenga protección, se la saca –con algún software o desde algún sitio determinado–, se copia el texto, se pega en Word, con suerte no hay mil cosas que arreglar, se lo guarda como HTML y después en un software como el Calibre se lo transforma y se manda al dispositivo. Y se lo lee.
Con millones de variantes, éste es un resumen bestial de esta tecnoartesanía, la que al realizarla, inevitablemente nos recordará el destino de los correctores en nuestro país, así como la diferencia entre un texto y un libro. Además, los que lean poesía se enfrentarán con el problema de cómo mantener el ancho de los versos según se vaya a leer en un dispositivo u otro. Esto último sí podría hacer que algo cambie de un modo poco feliz: el valor de la censura en el verso, en definitiva el valor del verso, no creo que quite el sueño a nadie, y en vez de plantearse cómo mejorar la situación dada, resultará más fácil llorar sobre el ácaro invisible de los libros que están y seguirán estando en nuestro mundo.
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/ebooks-libro-unidad-existencial_0_652734739.html
La historia literaria de los procesadores de texto
La historia literaria de los procesadores de texto
Cada vez más, en esta era de la computadora, los manuscritos de los escritores nacen y existen solamente como archivos digitales. ¿Cómo se enfrentan los archivadores a los desafíos de preservar y curar este tipo de material? ¿Y qué se puede aprender del proceso creativo estudiando material "nacido digitalmente"? "La gente está empezando a crear testamentos digitales, de allí puede surgir una Emily Dickinson del siglo XXI", dice Matthew Kirschenbaum, especialista en el tema.
POR ANDRÉS HAX
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Matthew G. Kirschenbaum, un profesor de literatura, se especializa en el uso de computadoras por los autores (Brendan Smialowski)
Etiquetado como:Archivos digitales
Hacia el fin de su carrera, un autor sumamente exitoso se somete a un rito inevitable: vender sus archivos personales a una gran biblioteca. Borradores, cuadernos, correspondencia, la biblioteca personal e ítems varios que iluminarán para futuros biógrafos y estudiosos los pormenores de su vida literaria. Para el autor, este acto es un galardón más: construir en vida un mausoleo a su existencia creativa. Para los investigadores el valor de estos archivos es poder reconstruir el proceso creativo de la gestación de una obra literaria. Está claro. Pero últimamente —pongámosle hace unos veinte años— se ha agregado una nueva faceta a las reliquias de los autores: la computadora personal. En 2006, por ejemplo, la universidad de Emory adquirió cuatro computadoras marca Apple de Salman Rushdie que contienen 18 gigabytes de data. Dentro de la profesión de archivistas el desafío de curar y preservar material que nació en forma digital se volvió algo urgente.
Los problemas con este tipo de archivos son drásticamente diferentes a los archivos de papel. Para entenderlo imagínense desempolvar una vieja laptop o un antiguo artefacto digital (iPod, celular, agenda digital) que tenían olvidado en un cajón e intentar hacerlo andar. Si no anda el sistema operativo ¿dónde encontrarás uno nuevo? O si tienes unos viejos floppy pero ya no tienes el lector, ¿cómo accedes a los archivos? Y así sucesivamente.
Para indagar sobre este fenómeno hablamos con Matthew Kirschenbaum, un profesor de literatura en la universidad de Maryland que es uno de los líderes en lo que se podría llamar la historia literaria de los procesadores de texto. Actualmente esta escribiendo un libro, que saldrá en 2013 en la Harvard University Press, titulado justamente: Track Changes: A Literary History of Word Processing (Control de cambios: una historia literaria de los procesadores de texto.)
Kirschenbaum es una rareza: un doctorado en literatura que sabe programar. Tiene una colección de más de dos docenas de máquinas antiguas incluyendo un Tandy, un Apple Iie, un Osborne y un Kaypro. A diferencia de las máquinas de escribir, las computadoras han sido victimas de la cultura chatarra. Al renovarlas, las viejas se suelen tirar como inútiles. Por lo tanto Kirschenbaum admite que mucho será lo perdido en este amanecer de la escritura en computadoras.
¿Es difícil convencer a la vieja guardia de la importancia de archivar, preservar y estudiar materiales nacidos digitalmente?
Bueno, uno de los problemas es que las bibliotecas y los institutos tienen recursos limitados. Y los materiales nacidos digitales requieren más dinero, más tiempo, más conocimiento para trabajarlos. Creo que mucha de la gente dentro del rubro espera que les toque jubilarse antes que este tema se convierta en prioritario… Sin embargo este tema ya se reconoce como importante. Ahora es un tema más de recursos y capacitación. Aun con los archivos de papel lleva mucho tiempo procesar las adquisiciones.
¿Cuáles son sus sugerencias para trabajar estos tipos de archivos?
Yo milito más por el lado de la demanda de los investigadores. Por ejemplo, si los investigadores no están reclamando acceso a materiales nacidos digitales es lógico que los archivos no van a trabajar para hacerlos accesibles.
¿Y qué se puede aprender de materiales nacidos digitales a diferencia de los de papel?
Describiría dos cosas. Yo me emociono poniéndome en contacto con la computadora de un autor, o un disquete de un autor que me interesa; o hasta poder abrir un archivo en su software original y la máquina original – con lo cual sé que estoy viendo lo mismo que vio el escritor. Para mí esto es tan emocionante como ver un pergamino o un viejo manuscrito – todas las cosas que mencionamos cuando decimos que amamos los libros como objetos físicos.
Pero también pienso que el tipo de cosas que podemos aprender sobre el proceso creativo y autoral a través de materiales nacidos digitalmente introducen un cambio de paradigma en términos de las operaciones de las investigaciones de textos.
¿Por ejemplo?
Tradicionalmente, cuando pensamos en el manuscrito de un autor, tenemos suerte si hay una media docena de versiones del manuscrito que sobrevive y que nos permite ver a diferentes estados del progreso del trabajo. Con los materiales nacidos digitalmente tienes, potencialmente, para ver centenares –o hasta miles- de versiones del texto.
¿Hay autores que tienen estos temas en cuenta a la hora de escribir?
Hay un autor australiano llamado Max Barry quien ha puesto online toda la historia de cambios de su última novela. Usó el mismo software que los desarrolladores de software usan para ir registrando el código que escriben. Entonces puedes ver la creación del texto por cada tecla tipiada. Este es un ejemplo de un autor que se siente cómodo con este tipo de transparencia. Pero he hablado con autores que están en el polo opuesto, por supuesto.
¿Piensa que los textos de un futuro autor póstumo, al estilo de Kafka o Emily Dickinson, saldrán de archivos de una computadora?
¿Por qué no? Más ampliamente hay una preocupación en la población general sobre los legados digitales. Preguntas como ¿Qué va pasar con mi cuenta de correo electrónico? ¿Con mi Facebook? ¿Mi cuenta de Flickr? La gente está empezando a crear testamentos digitales. Hay empresas que se especializan en herencias digitales. Entonces sí. De este tipo de cosas puede emerger una Emily Dickenson del siglo XXI.
Usted es profesor universitario. ¿Cual es la relación de la gente joven con sus archivos digitales personales?
En general creo que ven lo que pasa sobre sus pantallas como algo muy efímero. La idea de que tal vez quieran acceder a este material dentro de cinco o diez años… les resulta muy difícil de pensar en esos términos. Pero con Facebook y cosas afines están construyendo una narrativa de sus vidas aunque sean o no concientes de eso. Pero les lleva tiempo llegar a ser concientes sobre qué significa para ellos sus vidas digitales.
Y, para ir cerrando, ¿me puede contar en qué consiste la investigación del libro que está escribiendo?
Documenta la historia de autores literarios y su uso de las computadoras y los procesadores de texto. Las preguntas son. ¿Quiénes fueron los primeros usuarios? ¿Cómo esto impacto la profesión de ser escritor y editor? ¿Cómo cambió las formas en cual los autores pensaban sobre su trabajo? Hay un componente sobre la preservación de estos materiales. Hice muchas entrevistas con autores y editores. Pero también está basado el uso de las viejas tecnologías para saber cómo era trabajar con ellas.
El problema de la preservación digital es social, más que tecnológico. Creo que tiene que ver con la adaptación y con que aprendamos nuevos hábitos. Pero no hay nada inherente en la tecnología misma que impida que este material dure en el tiempo.
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/tecnologia-comunicacion/archivos-digitales-literatura_0_650935100.html
Cada vez más, en esta era de la computadora, los manuscritos de los escritores nacen y existen solamente como archivos digitales. ¿Cómo se enfrentan los archivadores a los desafíos de preservar y curar este tipo de material? ¿Y qué se puede aprender del proceso creativo estudiando material "nacido digitalmente"? "La gente está empezando a crear testamentos digitales, de allí puede surgir una Emily Dickinson del siglo XXI", dice Matthew Kirschenbaum, especialista en el tema.
POR ANDRÉS HAX
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Matthew G. Kirschenbaum, un profesor de literatura, se especializa en el uso de computadoras por los autores (Brendan Smialowski)
Etiquetado como:Archivos digitales
Hacia el fin de su carrera, un autor sumamente exitoso se somete a un rito inevitable: vender sus archivos personales a una gran biblioteca. Borradores, cuadernos, correspondencia, la biblioteca personal e ítems varios que iluminarán para futuros biógrafos y estudiosos los pormenores de su vida literaria. Para el autor, este acto es un galardón más: construir en vida un mausoleo a su existencia creativa. Para los investigadores el valor de estos archivos es poder reconstruir el proceso creativo de la gestación de una obra literaria. Está claro. Pero últimamente —pongámosle hace unos veinte años— se ha agregado una nueva faceta a las reliquias de los autores: la computadora personal. En 2006, por ejemplo, la universidad de Emory adquirió cuatro computadoras marca Apple de Salman Rushdie que contienen 18 gigabytes de data. Dentro de la profesión de archivistas el desafío de curar y preservar material que nació en forma digital se volvió algo urgente.
Los problemas con este tipo de archivos son drásticamente diferentes a los archivos de papel. Para entenderlo imagínense desempolvar una vieja laptop o un antiguo artefacto digital (iPod, celular, agenda digital) que tenían olvidado en un cajón e intentar hacerlo andar. Si no anda el sistema operativo ¿dónde encontrarás uno nuevo? O si tienes unos viejos floppy pero ya no tienes el lector, ¿cómo accedes a los archivos? Y así sucesivamente.
Para indagar sobre este fenómeno hablamos con Matthew Kirschenbaum, un profesor de literatura en la universidad de Maryland que es uno de los líderes en lo que se podría llamar la historia literaria de los procesadores de texto. Actualmente esta escribiendo un libro, que saldrá en 2013 en la Harvard University Press, titulado justamente: Track Changes: A Literary History of Word Processing (Control de cambios: una historia literaria de los procesadores de texto.)
Kirschenbaum es una rareza: un doctorado en literatura que sabe programar. Tiene una colección de más de dos docenas de máquinas antiguas incluyendo un Tandy, un Apple Iie, un Osborne y un Kaypro. A diferencia de las máquinas de escribir, las computadoras han sido victimas de la cultura chatarra. Al renovarlas, las viejas se suelen tirar como inútiles. Por lo tanto Kirschenbaum admite que mucho será lo perdido en este amanecer de la escritura en computadoras.
¿Es difícil convencer a la vieja guardia de la importancia de archivar, preservar y estudiar materiales nacidos digitalmente?
Bueno, uno de los problemas es que las bibliotecas y los institutos tienen recursos limitados. Y los materiales nacidos digitales requieren más dinero, más tiempo, más conocimiento para trabajarlos. Creo que mucha de la gente dentro del rubro espera que les toque jubilarse antes que este tema se convierta en prioritario… Sin embargo este tema ya se reconoce como importante. Ahora es un tema más de recursos y capacitación. Aun con los archivos de papel lleva mucho tiempo procesar las adquisiciones.
¿Cuáles son sus sugerencias para trabajar estos tipos de archivos?
Yo milito más por el lado de la demanda de los investigadores. Por ejemplo, si los investigadores no están reclamando acceso a materiales nacidos digitales es lógico que los archivos no van a trabajar para hacerlos accesibles.
¿Y qué se puede aprender de materiales nacidos digitales a diferencia de los de papel?
Describiría dos cosas. Yo me emociono poniéndome en contacto con la computadora de un autor, o un disquete de un autor que me interesa; o hasta poder abrir un archivo en su software original y la máquina original – con lo cual sé que estoy viendo lo mismo que vio el escritor. Para mí esto es tan emocionante como ver un pergamino o un viejo manuscrito – todas las cosas que mencionamos cuando decimos que amamos los libros como objetos físicos.
Pero también pienso que el tipo de cosas que podemos aprender sobre el proceso creativo y autoral a través de materiales nacidos digitalmente introducen un cambio de paradigma en términos de las operaciones de las investigaciones de textos.
¿Por ejemplo?
Tradicionalmente, cuando pensamos en el manuscrito de un autor, tenemos suerte si hay una media docena de versiones del manuscrito que sobrevive y que nos permite ver a diferentes estados del progreso del trabajo. Con los materiales nacidos digitalmente tienes, potencialmente, para ver centenares –o hasta miles- de versiones del texto.
¿Hay autores que tienen estos temas en cuenta a la hora de escribir?
Hay un autor australiano llamado Max Barry quien ha puesto online toda la historia de cambios de su última novela. Usó el mismo software que los desarrolladores de software usan para ir registrando el código que escriben. Entonces puedes ver la creación del texto por cada tecla tipiada. Este es un ejemplo de un autor que se siente cómodo con este tipo de transparencia. Pero he hablado con autores que están en el polo opuesto, por supuesto.
¿Piensa que los textos de un futuro autor póstumo, al estilo de Kafka o Emily Dickinson, saldrán de archivos de una computadora?
¿Por qué no? Más ampliamente hay una preocupación en la población general sobre los legados digitales. Preguntas como ¿Qué va pasar con mi cuenta de correo electrónico? ¿Con mi Facebook? ¿Mi cuenta de Flickr? La gente está empezando a crear testamentos digitales. Hay empresas que se especializan en herencias digitales. Entonces sí. De este tipo de cosas puede emerger una Emily Dickenson del siglo XXI.
Usted es profesor universitario. ¿Cual es la relación de la gente joven con sus archivos digitales personales?
En general creo que ven lo que pasa sobre sus pantallas como algo muy efímero. La idea de que tal vez quieran acceder a este material dentro de cinco o diez años… les resulta muy difícil de pensar en esos términos. Pero con Facebook y cosas afines están construyendo una narrativa de sus vidas aunque sean o no concientes de eso. Pero les lleva tiempo llegar a ser concientes sobre qué significa para ellos sus vidas digitales.
Y, para ir cerrando, ¿me puede contar en qué consiste la investigación del libro que está escribiendo?
Documenta la historia de autores literarios y su uso de las computadoras y los procesadores de texto. Las preguntas son. ¿Quiénes fueron los primeros usuarios? ¿Cómo esto impacto la profesión de ser escritor y editor? ¿Cómo cambió las formas en cual los autores pensaban sobre su trabajo? Hay un componente sobre la preservación de estos materiales. Hice muchas entrevistas con autores y editores. Pero también está basado el uso de las viejas tecnologías para saber cómo era trabajar con ellas.
El problema de la preservación digital es social, más que tecnológico. Creo que tiene que ver con la adaptación y con que aprendamos nuevos hábitos. Pero no hay nada inherente en la tecnología misma que impida que este material dure en el tiempo.
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/tecnologia-comunicacion/archivos-digitales-literatura_0_650935100.html
Crónica -Paula Rodrigue-Cosecha Roja
Bolivia: fantasma resuelve su propio crimen
Rebeca entró a su casa con una blusa roja, hizo un gesto con la mano hacia la calle y después desapareció. Había muerto tres días antes y durante el entierro, los ayoréode le habían amarrado a una cinta roja al pie. Con ese sortilegio se aseguraron de que el alma de la muchacha volvería para llevar al culpable de su muerte hasta el seno de la comunidad. Cuando la vieron volver así, supieron que la cinta había surtido efecto.
Antes de su muerte, Rebeca Cutamurajai Etacore, de catorce años, había asistido a un taller sobre seguridad para trabajadoras sexuales. Ya entonces tenía señales de violencia en el cuello, pero nadie habló del tema. En la comunidad ayorea Degüi, del barrio Bolívar de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, dicen que el presagio llegó dos semanas antes. El sueño maligno fue contado de boca en boca y el temor de una amenaza se instaló. Los malos augurios no tardaron en cumplirse.
Angélica Picanerai Chiqueno fue la última en ver con vida a Rebeca o ‘Corea’, como la nombran todos. A eso de las 23:00 del 2 de diciembre, con un calor que bordeaba los 40 grados centígrados, Angélica y Rebeca se sentaron en una acera de la avenida que pasa por la puerta de la comunidad. Un taxi blanco paró cerca de ellas. Desde la vagoneta con parrilla, el chofer llamó a Rebeca. Ambas se acercaron.
El hombre del taxi hablaba con una bola de coca en la boca.
-¿Es tu hija? -le preguntó a Angélica. Señalaba a Rebeca. Angélica, que tiene 23 años, dijo que era su amiga.
-¿Quieren cenar? ¿Quieren una soda?
Las dos subieron al asiento trasero, pero el hombre le pidió a Angélica que se quedara.
-Pronto te devuelvo a tu amiga -dijo.
Angélica esperó a Rebeca hasta la medianoche. Como ella no regresó, se fue a dormir. Recién volvió a verla al día siguiente, en la morgue del Hospital San Juan de Dios. Pasado el mediodía con la abuela y la madre de Rebeca fueron hasta allí, alertadas por las noticias del hallazgo de un cadáver con características de la joven: delgada, de cabello largo y negro y un tatuaje en forma de corazón en el hombro derecho. Había sido encontrado a las 7:00, entre la hierba de un terreno en la urbanización Santa Cruz, por la doble vía a La Guardia. Mientras esperaban a la Policía, los vecinos cubrieron su cuerpo desnudo con bolsas de yute.
El informe forense precisó que la causa de la muerte fue una asfixia mecánica por estrangulación y politraumatismo. Las señales de violencia se concentraban en el rostro y en la cabeza. Un delgado surco marcaba su cuello. Sus manos estaban cruzadas, en actitud de protección, sobre su vientre. En su pecho y en los brazos había manchas secas de ‘clefa’, el pegamento de uso común entre varios miembros de esta comunidad como droga inhalante.
***
A casi tres meses de la muerte de Rebeca, los ayoréode evitan hablar del asunto. En el espíritu de este pueblo de origen nómada y selvático, persiste la convicción de seguir el camino dejando atrás a los débiles, a los enfermos y a los muertos, pese a que ahora tienen una vida sedentaria en la ciudad.
Una de las pocas que habla es la profesora Silvia Achipa, que no es ayorea, pero vive con ellos hace cinco años. Achipa adornó el vestido de reina del Carnaval que lució Rebeca el año pasado. Para entonces, recuerda, ya se notaban las marcas destructivas del vicio: había enflaquecido y estaba demacrada. Quizá tuvieron esa misma impresión los policías que recogieron su cuerpo. Los primeros partes decían que se trata de una mujer de 30.
Lenny Rodríguez trabaja con la comunidad ayorea con proyectos de Apoyo para el campesino-indígena del oriente boliviano (Apcob). Recuerda a Rebeca como a una líder, la alumna abanderada del colegio Juana Degüi que no pudo escapar del sino que persigue a las adolescentes de su comunidad. En la cultura ayorea, explica Rodríguez, las mujeres toman la iniciativa sexual y no está mal visto que tengan relaciones antes de una pareja definitiva. Y al llegar a la ciudad, hace más de 50 años, las relaciones ocasionales dejaron de ser exclusivas con hombres de su cultura.
La antropóloga Irene Roca asegura que las principales fuentes de ingreso económico para los ayoréode en la ciudad son la prostitución y la mendicidad. Las jóvenes, afirman ambas profesionales, trabajan en total inseguridad y retornan golpeadas, pateadas, con cortes y asaltadas. Varias de ellas sufren anemia y problemas renales y hepáticos por el consumo de drogas como la ‘clefa’ y la pasta base.
***
Isaac Chiqueno, dirigente de los ayoreóde y la abuela de Rebeca, doña Dina, recuerdan que la joven volvió vestida con una “blusita roja” tres días después de su muerte, cumpliendo el pedido que le habían hecho al atarle la cinta roja en el pie. Ambos señalan hacia la entrada de la comunidad, en dirección a un poste que está cerca de la puerta principal. Allí, dicen, se quedó esperando el asesino.
El 6 de diciembre, a las 0:10, una llamada telefónica alertó a la Policía de un posible linchamiento. El hecho ocurría en las puertas del barrio ayoreo. Franz Beltrán Durán había sido golpeado y atado a un poste y, según el informe policial, al menos unas 100 personas lo rodeaban, amenazándolo con quemarlo vivo mientras lo acusaban de ser el violador y asesino de Rebeca.
Con la presencia de la policía, los golpes y los gritos cesaron. El informe policial explica que las mujeres ayoreóde entregaron a Beltrán, que tenía varias heridas en la cabeza y el cuerpo. El hombre fue detenido de inmediato y se convirtió en el principal sospechoso del caso. Ese mismo día, al final de la tarde, el Ministerio Público dictó su detención preventiva y fue trasladado a la cárcel de Palmasola.
Para Isaac Chiqueno y su comunidad, el caso está resuelto. El fiscal Saúl Rosales también lo considera prácticamente esclarecido. Los ayoréode, dice, reconocieron al culpable y es importante confiar en su versión. Lo mismo opina la defensora de la Niñez y Adolescencia, Rossi Valencia.
***
Franz Beltrán Durán dijo que había conocido a la muchacha dos meses y medio antes y que, previo pago, mantuvo relaciones con ella dos veces, siempre en un lote baldío. Cuando fue detenido llevaba una tabla de cocina. Según explicó, la joven quería comprar una para su abuela y como él es carpintero se ofreció a fabricarla. Para el fiscal Rosales, la tabla es una prueba de que Beltrán es el asesino, porque los ayoréode aseguran que la joven la llevaba consigo la noche que se subió al taxi. En su declaración, Beltrán aseguró que las veces que fue a la comunidad llegó en taxi, pero que una vez que se encontraba con la joven, caminaban.
Angélica Picaneré describió al taxista con el que se fue Rebeca como un hombre panzón, de entre 45 y 50 años, con el bigote recortado. La descripción no coincide con la de Franz Beltrán Durán, que -según su defensora de oficio- tiene 38 años, barba rala y es delgado.
En su declaración, Beltrán Durán contó que la noche del 5 de diciembre llegó hasta la comunidad Degüi en busca de una joven llamada Carla, pero cuando preguntó por ella le dijeron que se llamaba Corea y le cobraron 5 pesos por ir a buscarla.
- Esperé unos 10 minutos y llegó un grupo de gente. Yo confundido pregunté qué pasaba. Ellos hablaban sin que yo entendiera, entonces se acercó un hombre de baja estatura y me dijo que la señorita había sido asesinada y un grupo de mujeres me agarró. Me amarraron al poste y comenzaron a golpearme.
***
La muerte de Rebeca sacudió a la comunidad. Varias jóvenes dejaron de salir y otras se fueron al campo.
La diputada ayorea Teresa Nominé dice que ella puede hacer una intervención, “pero solo si mi pueblo me lo pide y me autoriza”. Sobre la prostitución, asegura que es un oficio que se practica mundialmente, “y que hay que dar seguridad a las mujeres, la solución puede ser ubicarlas en una casa”.
Los ayoréode son el último pueblo indígena conocido en haber tomado contacto permanente con la sociedad boliviana, en un proceso que empezó hacia mediados del siglo XIX y que aún continúa en Paraguay. “En su territorio eran dueños de su conocimiento, dominaban su entorno, tenían una escala de valores establecida y una autoridad definida. La experiencia ayorea ha demostrado que ellos todavía tratan de explicarse la realidad con la memoria colectiva del pasado, pero esta no concuerda con la realidad urbana”; explica el antropólogo alemán, Yurgüen Riester.
La comunidad Degüi del Barrio Bolívar, situada en la zona de la Villa Primero de Mayo, fue fundada entre 1985-1986, por Timi Degüi Picaneray. Cuando llegaron, todavía se podía cazar en el lugar porque todo era monte. Actualmente la zona está completamente urbanizada: a un lado construyen un hospital y al otro está planificado un mercado.
Con el paso del tiempo, lo ocurrido con Rebeca tiende a fundirse en el olvido. Cada día, al caer la tarde, varias adolescentes se instalan en las afueras del barrio ayoreo y allí ofrecen sus servicios sexuales. Casi todas portan una latita verde de clefa. La misma droga que consumió Rebeca antes de toparse con la muerte
Rebeca entró a su casa con una blusa roja, hizo un gesto con la mano hacia la calle y después desapareció. Había muerto tres días antes y durante el entierro, los ayoréode le habían amarrado a una cinta roja al pie. Con ese sortilegio se aseguraron de que el alma de la muchacha volvería para llevar al culpable de su muerte hasta el seno de la comunidad. Cuando la vieron volver así, supieron que la cinta había surtido efecto.
Antes de su muerte, Rebeca Cutamurajai Etacore, de catorce años, había asistido a un taller sobre seguridad para trabajadoras sexuales. Ya entonces tenía señales de violencia en el cuello, pero nadie habló del tema. En la comunidad ayorea Degüi, del barrio Bolívar de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, dicen que el presagio llegó dos semanas antes. El sueño maligno fue contado de boca en boca y el temor de una amenaza se instaló. Los malos augurios no tardaron en cumplirse.
Angélica Picanerai Chiqueno fue la última en ver con vida a Rebeca o ‘Corea’, como la nombran todos. A eso de las 23:00 del 2 de diciembre, con un calor que bordeaba los 40 grados centígrados, Angélica y Rebeca se sentaron en una acera de la avenida que pasa por la puerta de la comunidad. Un taxi blanco paró cerca de ellas. Desde la vagoneta con parrilla, el chofer llamó a Rebeca. Ambas se acercaron.
El hombre del taxi hablaba con una bola de coca en la boca.
-¿Es tu hija? -le preguntó a Angélica. Señalaba a Rebeca. Angélica, que tiene 23 años, dijo que era su amiga.
-¿Quieren cenar? ¿Quieren una soda?
Las dos subieron al asiento trasero, pero el hombre le pidió a Angélica que se quedara.
-Pronto te devuelvo a tu amiga -dijo.
Angélica esperó a Rebeca hasta la medianoche. Como ella no regresó, se fue a dormir. Recién volvió a verla al día siguiente, en la morgue del Hospital San Juan de Dios. Pasado el mediodía con la abuela y la madre de Rebeca fueron hasta allí, alertadas por las noticias del hallazgo de un cadáver con características de la joven: delgada, de cabello largo y negro y un tatuaje en forma de corazón en el hombro derecho. Había sido encontrado a las 7:00, entre la hierba de un terreno en la urbanización Santa Cruz, por la doble vía a La Guardia. Mientras esperaban a la Policía, los vecinos cubrieron su cuerpo desnudo con bolsas de yute.
El informe forense precisó que la causa de la muerte fue una asfixia mecánica por estrangulación y politraumatismo. Las señales de violencia se concentraban en el rostro y en la cabeza. Un delgado surco marcaba su cuello. Sus manos estaban cruzadas, en actitud de protección, sobre su vientre. En su pecho y en los brazos había manchas secas de ‘clefa’, el pegamento de uso común entre varios miembros de esta comunidad como droga inhalante.
***
A casi tres meses de la muerte de Rebeca, los ayoréode evitan hablar del asunto. En el espíritu de este pueblo de origen nómada y selvático, persiste la convicción de seguir el camino dejando atrás a los débiles, a los enfermos y a los muertos, pese a que ahora tienen una vida sedentaria en la ciudad.
Una de las pocas que habla es la profesora Silvia Achipa, que no es ayorea, pero vive con ellos hace cinco años. Achipa adornó el vestido de reina del Carnaval que lució Rebeca el año pasado. Para entonces, recuerda, ya se notaban las marcas destructivas del vicio: había enflaquecido y estaba demacrada. Quizá tuvieron esa misma impresión los policías que recogieron su cuerpo. Los primeros partes decían que se trata de una mujer de 30.
Lenny Rodríguez trabaja con la comunidad ayorea con proyectos de Apoyo para el campesino-indígena del oriente boliviano (Apcob). Recuerda a Rebeca como a una líder, la alumna abanderada del colegio Juana Degüi que no pudo escapar del sino que persigue a las adolescentes de su comunidad. En la cultura ayorea, explica Rodríguez, las mujeres toman la iniciativa sexual y no está mal visto que tengan relaciones antes de una pareja definitiva. Y al llegar a la ciudad, hace más de 50 años, las relaciones ocasionales dejaron de ser exclusivas con hombres de su cultura.
La antropóloga Irene Roca asegura que las principales fuentes de ingreso económico para los ayoréode en la ciudad son la prostitución y la mendicidad. Las jóvenes, afirman ambas profesionales, trabajan en total inseguridad y retornan golpeadas, pateadas, con cortes y asaltadas. Varias de ellas sufren anemia y problemas renales y hepáticos por el consumo de drogas como la ‘clefa’ y la pasta base.
***
Isaac Chiqueno, dirigente de los ayoreóde y la abuela de Rebeca, doña Dina, recuerdan que la joven volvió vestida con una “blusita roja” tres días después de su muerte, cumpliendo el pedido que le habían hecho al atarle la cinta roja en el pie. Ambos señalan hacia la entrada de la comunidad, en dirección a un poste que está cerca de la puerta principal. Allí, dicen, se quedó esperando el asesino.
El 6 de diciembre, a las 0:10, una llamada telefónica alertó a la Policía de un posible linchamiento. El hecho ocurría en las puertas del barrio ayoreo. Franz Beltrán Durán había sido golpeado y atado a un poste y, según el informe policial, al menos unas 100 personas lo rodeaban, amenazándolo con quemarlo vivo mientras lo acusaban de ser el violador y asesino de Rebeca.
Con la presencia de la policía, los golpes y los gritos cesaron. El informe policial explica que las mujeres ayoreóde entregaron a Beltrán, que tenía varias heridas en la cabeza y el cuerpo. El hombre fue detenido de inmediato y se convirtió en el principal sospechoso del caso. Ese mismo día, al final de la tarde, el Ministerio Público dictó su detención preventiva y fue trasladado a la cárcel de Palmasola.
Para Isaac Chiqueno y su comunidad, el caso está resuelto. El fiscal Saúl Rosales también lo considera prácticamente esclarecido. Los ayoréode, dice, reconocieron al culpable y es importante confiar en su versión. Lo mismo opina la defensora de la Niñez y Adolescencia, Rossi Valencia.
***
Franz Beltrán Durán dijo que había conocido a la muchacha dos meses y medio antes y que, previo pago, mantuvo relaciones con ella dos veces, siempre en un lote baldío. Cuando fue detenido llevaba una tabla de cocina. Según explicó, la joven quería comprar una para su abuela y como él es carpintero se ofreció a fabricarla. Para el fiscal Rosales, la tabla es una prueba de que Beltrán es el asesino, porque los ayoréode aseguran que la joven la llevaba consigo la noche que se subió al taxi. En su declaración, Beltrán aseguró que las veces que fue a la comunidad llegó en taxi, pero que una vez que se encontraba con la joven, caminaban.
Angélica Picaneré describió al taxista con el que se fue Rebeca como un hombre panzón, de entre 45 y 50 años, con el bigote recortado. La descripción no coincide con la de Franz Beltrán Durán, que -según su defensora de oficio- tiene 38 años, barba rala y es delgado.
En su declaración, Beltrán Durán contó que la noche del 5 de diciembre llegó hasta la comunidad Degüi en busca de una joven llamada Carla, pero cuando preguntó por ella le dijeron que se llamaba Corea y le cobraron 5 pesos por ir a buscarla.
- Esperé unos 10 minutos y llegó un grupo de gente. Yo confundido pregunté qué pasaba. Ellos hablaban sin que yo entendiera, entonces se acercó un hombre de baja estatura y me dijo que la señorita había sido asesinada y un grupo de mujeres me agarró. Me amarraron al poste y comenzaron a golpearme.
***
La muerte de Rebeca sacudió a la comunidad. Varias jóvenes dejaron de salir y otras se fueron al campo.
La diputada ayorea Teresa Nominé dice que ella puede hacer una intervención, “pero solo si mi pueblo me lo pide y me autoriza”. Sobre la prostitución, asegura que es un oficio que se practica mundialmente, “y que hay que dar seguridad a las mujeres, la solución puede ser ubicarlas en una casa”.
Los ayoréode son el último pueblo indígena conocido en haber tomado contacto permanente con la sociedad boliviana, en un proceso que empezó hacia mediados del siglo XIX y que aún continúa en Paraguay. “En su territorio eran dueños de su conocimiento, dominaban su entorno, tenían una escala de valores establecida y una autoridad definida. La experiencia ayorea ha demostrado que ellos todavía tratan de explicarse la realidad con la memoria colectiva del pasado, pero esta no concuerda con la realidad urbana”; explica el antropólogo alemán, Yurgüen Riester.
La comunidad Degüi del Barrio Bolívar, situada en la zona de la Villa Primero de Mayo, fue fundada entre 1985-1986, por Timi Degüi Picaneray. Cuando llegaron, todavía se podía cazar en el lugar porque todo era monte. Actualmente la zona está completamente urbanizada: a un lado construyen un hospital y al otro está planificado un mercado.
Con el paso del tiempo, lo ocurrido con Rebeca tiende a fundirse en el olvido. Cada día, al caer la tarde, varias adolescentes se instalan en las afueras del barrio ayoreo y allí ofrecen sus servicios sexuales. Casi todas portan una latita verde de clefa. La misma droga que consumió Rebeca antes de toparse con la muerte
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