jueves, 9 de febrero de 2012

Alegato de Garzón-Página 12

ALEGATO FINAL DEL JUEZ GARZON EN EL JUICIO POR INVESTIGAR AL FRANQUISMO EN ESPAÑA
“El juez del hombre es su conciencia”
Tanto el fiscal como la defensa volvieron a pedir la absolución de Garzón, quien en 2008 se declaró competente para investigar la causa de las más de cien mil desapariciones forzosas de la dictadura comandada por Francisco Franco.

El juicio a Baltasar Garzón por investigar los crímenes del franquismo concluyó ayer y se espera la sentencia del Tribunal Supremo con fecha aún a definir. “El tribunal del hombre es su conciencia”, dijo el ex juez de la Audiencia Nacional citando al filósofo alemán Immanuel Kant. Garzón enfrenta una posible condena a 20 años de inhabilitación en sus funciones. Está acusado por prevaricato –dictar sentencia injusta a sabiendas– por la organización franquista Manos Limpias.

Tanto el fiscal como la defensa volvieron a pedir la absolución de Garzón, quien en 2008 se declaró competente para investigar la causa de las más de 100.000 desapariciones forzosas de la dictadura comandada por Francisco Franco y la Guerra Civil española. La causa radicada en 2006 en el Juzgado de Instrucción Nº5 de la Audiencia Nacional había recaído sobre él.

“Mi conciencia está tranquila porque tomé las decisiones que creía ajustadas a derecho. Investigar, perseguir y sancionar los crímenes masivos de desapariciones forzadas y detenciones ilegales es la única defensa que las instituciones creo que deben a las víctimas para que no se produzca el olvido y la falta de memoria”, afirmó Garzón.

El fiscal Luis Navajas denunció graves irregularidades en el proceso de acusación a Garzón, por cuanto el juez instructor de la causa corrigió errores en el escrito presentado por Manos Limpias. Además pidió que el TS aplique la Doctrina Botín, que considera nulas las causas presentadas solamente por la acusación popular, y no por la fiscalía. “Atentaría casi contra el principio de la independencia judicial. Mandaría el mensaje de que sólo es tolerable la interpretación mayoritaria”, consideró Navajas. “Sería patético y ridículo que Argentina tenga a una jueza dedicada a investigar los crímenes del franquismo (María Romilda Servini de Cubría) y aquí se esté juzgando al juez que quiso hacerlo”, aseguró.

Su abogado defensor, Gonzalo Martínez-Fresneda, se extendió durante dos horas en la exposición de su informe final y comenzó su intervención centrándose en el hecho de que Garzón archivara en 1998 una querella interpuesta en su juzgado por la matanza cometida en el pueblo madrileño de Paracuellos del Jarama en 1936. Según él, ello no es comparable jurídicamente con la causa que abrió por las desapariciones durante la dictadura. Según dijo, la sala toleró durante la prueba documental la lectura del auto en el que Garzón archivó la querella.

“Ello no es suficiente para que la acusación vuelva a introducir por la puerta falsa y en fraude procesal este elemento que ha quedado sin género de dudas fuera del objeto de este procedimiento, después de que Manos Limpias con absoluta sumisión lo excluyera de su escrito de acusación siguiendo las instrucciones del instructor Luciano Varela”, fustigó Martínez-Fresneda. Según él, la querella interpuesta en 1998 formó parte de una contraofensiva por haber aceptado la Audiencia Nacional hechos relativos a las desapariciones en Argentina o el caso del ex dictador chileno Augusto Pinochet. Otro de los puntos centrales fue la Ley de Amnistía de 1977 que, según la defensa, es mal interpretada por la acusación, ya que este perdón no estaba dirigido a los crímenes cometidos por el franquismo, sino a la violencia de ETA.

En tanto, la acusación, que fue la primera en presentar sus conclusiones, ratificó su pedido de pena de 20 años de inhabilitación, al afirmar que Garzón prevaricó porque sabía que no era competente. Su propósito era infringir la legalidad y las normas de competencia para dar respuesta distinta a hechos idénticos, sostuvo el abogado de Manos Limpias, Joaquín Ruiz Infante, en referencia a la matanza de Paracuellos y los crímenes del franquismo.

Por su parte, Garzón recordó que una vez que la Sala en lo Penal de la Audiencia Nacional decidió que los hechos no eran de su competencia, todas las actuaciones se paralizaron y acordó inhibirse en favor de los juzgados territoriales, que por ubicación de las fosas o por las denuncias de los querellantes podían tener la competencia.

“Se hizo en cumplimiento del mandato judicial para dar protección a las víctimas”, añadió. Garzón dijo que se puede compartir o discrepar con su criterio, pero entendía que sus resoluciones son defendibles de acuerdo con la jurisprudencia nacional e internacional. En ese último ámbito enmarcó la interpretación jurídica que utilizó para investigar unos hechos criminales masivos que tienen carácter permanente, ya que en muchos casos se desconoce el paradero de las personas desaparecidas durante la Guerra Civil y el franquismo. Antes de que hablara el juez, la Fiscalía mostró sus dudas sobre las verdaderas intenciones de Manos Limpias al querellar contra Garzón por prevaricación y se preguntó si, de haber sido otro juez el que hubiera investigado los crímenes del franquismo, la acusación popular habría actuado del mismo modo.

miércoles, 8 de febrero de 2012

El Gauchito Gil

El alma del Gauchito Gil acompaña al viajero por los caminos argentinos


Miércoles 8 de Febrero de 2012 | Incesantemente, la figura casi marginal del correntino que vivió entre federales y unitarios avanza en la consideración de los tucumanos.
Autor:
Magena Valentié
Redacción LA GACETA
mvalentie@lagaceta.com.ar
De cuando en cuando, unas lenguas de fuego lamen la soledad del camino. Son las banderas del Gauchito Gil, que se multiplican por las rutas argentinas, especialmente por Buenos Aires y el sur del país, y, por supuesto, el Litoral. Hoy, justamente, se lo recuerda, aunque su fiesta anual fue el mes pasado. Dicen que un 8 de enero la tierra se bebió la sangre de Antonio Mamerto Gil Núñez cuando lo encontraron cerca de Mercedes, Corrientes. Era desertor del ejército de los rojos (federales) porque no quería pelear contra sus compatriotas. Ese pensamiento lo llevó a las sombras y, finalmente, a la muerte y a la eternidad.

Vacaciones 2011-2012. Mar del Plata. Ruta 88. Hay dos santuarios contiguos. Desde lejos se escucha el chamamé. Al acercarnos comprobamos que la fiesta es real. A un costado del altar las parejas bailan al compás del acordeón y de la guitarra. ¿Y qué sería de una fiesta sin un tinto o una cerveza? Pues también empinan el codo los fieles. Sólo hay lugar para la alegría y las velas rojas que se compran de a 10.

Al lado de la imagen del Gauchito está siempre la de San La Muerte, a quien el correntino invocaba cada vez que se metía en problemas. Para San La Muerte -antigua devoción- se destinan velas mitad rojas y mitad negras. Y las ofrendas son en dólares o joyas de oro. Si es una bebida tiene que ser whisky. San La Muerte no admite menos que eso.

Lava colorada
En el interior del santuario la atmósfera es irrespirable. El cebo rojo de las velas forma una lava endurecida que se extiende por el piso. Alrededor del Gauchito, en vez de flores se acumulan las botellas de vino y también cajas de tetra-brik. Hay muchos cigarrillos encendidos, porque dicen que este fue el último deseo del Gauchito antes de morir. El humo de las velas y del tabaco provoca que los fieles no permanezcan más que lo necesario frente a la imagen. Le dejan su ofrenda y dan paso al que sigue en la fila.

En los alrededores, el merchandising del Gauchito va desde llaveros, vasos cerveceros, rosarios colorados y banderas con la imagen del correntino hasta vestimenta de gaucho, con alpargatas incluidas. Nadie se va sin comprar al menos una cinta roja para la envidia. Algunos se colocan una remera con la figura del Gauchito, como Erika Salazar, de 10 años. Ella y su madre, Estela Echeverría, viven en Balcarce (Buenos Aires) y esperan su turno para santiguarse frente a la imagen. Estela abre la boca para dar su testimonio pero no puede. Niega con la cabeza y esconde las lágrimas detrás del pelo de su hija. La angustia contagia a la pequeña y ambas se abrazan.

Mabel López no está en la cola, sino detrás del mostrador, vendiendo todo tipo de parafernalia de protección. "Conocí al Gauchito hace 12 años, en un programa de Carmen Barbieri, por la tele. Un día pasé por aquí y vi las banderas rojas. ¿Que será? ¡Rematarán el campo!, decía yo! Pero no, ¡era un santuario! Entré, pedí por un señor amigo que estaba enfermo y me llevé una imagen para rezarle. No la devolví hasta que el hombre se curó completamente", cuenta. Su socio está vestido de gaucho, como muchos de los promesantes. "Aquí todos tienen una historia para contar", le dice al oído a la periodista. "Y si invocás a San La Muerte te ayudás más. Pero no tengás miedo... No es malo cuando cumplís lo que le prometiste...", advierte.

Allá quedan las banderas flameando como lenguas de fuego. Y el viajero, aunque no sea devoto, pasa tocando bocina o saludando con la mano. Por las dudas.


"¡No me matés, la orden de mi perdón esta en camino!"
Su nombre completo era Antonio Mamerto Gil Nuñez. Se cree que nació aproximadamente en 1847, en Corrientes, en la zona de Pay Ubre (hoy Mercedes). Era la época de las luchas armadas entre celestes (unitarios) y colorados (federales), a los que pertenecía el Gauchito. La leyenda cuenta que cuando el coronel Juan de la Cruz Zalazar lo llamó para formar un batallón Antonio se escapó porque no quería derramar sangre hermana. Mientras tanto, la gente ya decía que el Gauchito se había convertido en bandolero y que robaba a los ricos para entregárselo a los pobres. Se tejían todo tipo de historias. La Policía consiguió detenerlo para llevarlo a Goya y juzgarlo. Los vecinos pidieron clemencia para el Gauchito y consiguieron una orden de perdón. Pero ya era tarde. Según las costumbres de la época la guardia acostumbraba a matar al detenido durante el recorrido al patíbulo y de esa manera se evitaban el viaje de ida y vuelta, justificando que "el reo había intentado huir".

Un 8 de enero, mientras era llevado a Goya, llegando a Mercedes, los soldados lo ataron de los pies y lo colgaron de un algarrobo cabeza abajo. El Gauchito le dijo al sargento (que, según dicen, le tenía bronca): "¡no me matés, la orden de mi perdón está en camino!" El oficial no le hizo caso y el Gauchito le dijo: "cuando llegués a Mercedes, junto con la orden de mi perdón te van a informar que tu hijo se está muriendo de mala enfermedad. Como vos vas a derramar sangre inocente, invocame para que interceda ante Dios por la vida de tu hijo; dicen que la sangre del inocente sirve para hacer el milagro". El sargento lo mató y abandonó el cuerpo. Pero cuando llegó a su casa su esposa, desesperada, le contó que su único hijo estaba muy enfermo. Entonces recordó las palabras del Gauchito. Volvió, lo enterró a la orilla del camino, donde lo había matado, y le pidió perdón. Cuando regresó a su casa encontró a su hijo sano y salvo.

Pasados los años, el dueño de la estancia "La Estrella" -lugar de la ejecución- pidió permiso para trasladar los restos del Gauchito al cementerio de Mercedes. La incesante peregrinación de los creyentes lo molestaba. Pero las desgracias empezaron a caer sobre su campo y sobre su familia. Así que decidió respetar el lugar y cederlo al culto popular.

En corrientes, a ocho kilómetros de Mercedes
El santuario principal es precisamente donde encontró la muerte el Gauchito a manos de la Policía. Queda a ocho kilómetros de Mercedes, sobre la ruta Nº 123. El 8 de enero, aniversario de su muerte, se congregan allí miles de peregrinos que llegan de distintas partes del país. Pero también los fines de semana de todo el año cualquier viajero puede encontrarse con un baile a lo correntino, al son del acordeón.

En todo el sur y el litoral del país los caminos están llenos de santuarios. Todos tienen un lugarcito para bailar, porque en el momento menos pensado se forman las parejas y comienza el chamamé. En Tucumán cada vez se ven más banderas rojas, aunque en el norte la devoción por la Virgen y por los santos canonizados por la Iglesia Católica siguen siendo mucho más fuertes. Cuyo, en tanto, es la tierra de la Difunta Correa.

El protector del Gauchito
En el cuello del Gauchito Gil sobresalía un amuleto de San La Muerte, que lo protegía del mal. Cuando el sargento lo colgó de los pies cabeza abajo, ordenó a los soldados que le dispararan. "Pero las balas rebotaron en San la Muerte y no entraron en el cuerpo del Gauchito", escribió Iris Rivera en su libro "Mitos y leyendas de la Argentina". Por eso, enfurecido, el sargento lo pasó a cuchillo.

San la Muerte era probablemente un monje jesuita o franciscano que curaba a los aborígenes pobres en Corrientes, hacia el año 1750. Apresado en tiempos del Virreinato, fue encarcelado y su puerta sellada. Le pasaban comida por debajo. Pero un 20 de agosto abrieron la celda para entregarlo a la autoridad y atormentarlo, y lo encontraron muerto. Solamente estaban los huesos. Dicen que levantó una mano y señaló a su principal acusador. Luego todos los que lo perseguían murieron, víctimas de misteriosas y repentinas enfermedades.

viernes, 3 de febrero de 2012

Las bibliotecas de autores por Ezequiel Martínez

En el exilio de ninguna parte
Sobre las bibliotecas y archivos de escritores.

POR EZEQUIEL MARTINEZ-Revista Ñ
“Uno nunca sabe en qué idioma va a morir”, dijo Borges alguna vez. El mismo destino incierto podría aplicarse a algunos recuerdos de su vida o su obra, y hacerse extensivo al patrimonio de algunos escritores: la mayoría nunca imaginó en qué patria ajena (ante la pereza o desidia de la propia) irían a parar los retazos de su legado. En el caso de Borges, uno de los archivos más envidiables de sus manuscritos está en la Universidad de Virginia. Cortázar tampoco debe haber sospechado que su biblioteca personal, con más de cuatro mil volúmenes, terminaría en la Fundación Juan March de España, donde la donó Aurora Bernárdez en 1993.

Por fortuna hay legados que resisten estos exilios. Aunque Puig murió lejos de casa, su archivo de más de veinte mil documentos fue repatriado y digitalizado en la Universidad de La Plata. Los de Fogwill, resguardados por su familia, están siendo organizados y catalogados gracias al apoyo de la Fundación Costantini.

Pero también existen los limbos, ese no estar en ninguna parte. Esta semana se cumplieron dos años de la muerte de Tomás Eloy Martínez. El solía lamentarse con melancolía por los libros que había perdido en las diferentes mudanzas a las que lo llevó el exilio. “Quiero que mi biblioteca permanezca indivisa y en mi país”, dejó dicho por escrito antes de morir. Su enfermedad le impidió reunir a tiempo todos sus libros, documentos y originales de sus obras, muchos de los cuales quedaron rezagados en los Estados Unidos. Desde hace dos años, intento cumplir con su deseo. Esa donación, que incluye más de cuatro mil volúmenes, además de sus archivos personales, duerme hoy en un oscuro depósito allá en el norte. Ya tienen un lugar reservado en la sede de la Fundación Tomás Eloy Martínez en Buenos Aires, como él soñaba y esperando futuros lectores, pero los laberintos ministeriales y los cambiantes trámites burocráticos para repatriar su legado son más fuertes que su voluntad.

Ese limbo es otra clase de exilio. Es como estar –y le tomo prestadas sus palabras– “con el cuerpo en un lugar, el alma en otro y la vida en ninguna parte”.

jueves, 2 de febrero de 2012


Y salió nomas parece!!! Isabel Aráoz Pilar Rios Anita Chehin Carmen Perilli María Jesús Benites María José Daona Loreley El Jaber
Siluetas de papel. El autor como lector. Compilado por Carmen Perilli y María Jesús Benites
http://www.corregidor.com/?page_id=335&codigo=1850

miércoles, 1 de febrero de 2012

Hugo Foguet en Página 12


DOMINGO, 8 DE ENERO DE 2012
El Tucumanazo
Además de recorrer el mundo como marino mercante, Hugo Foguet tuvo tiempo para escribir una novela inolvidable como Pretérito perfecto, varios libros de cuentos y una destacable obra poética, que acaba de recopilarse en un volumen de Ediciones del Dock auspiciado por la Universidad Nacional de Tucumán. Nació en 1923 y murió en 1985 en San Miguel de Tucumán, la ciudad que inspiró su imaginario, pero que aparece como un lugar cosmopolita, síntesis de muchos vectores de la cultura del interior y de las vanguardias que se arraigan en provincias con una inusitada intensidad. Un rescate de un autor que en varias oportunidades, desde los años ’80, entró y salió de la escena literaria argentina.







Por Irupe Tentorio
Existe en San Miguel de Tucumán un puñado de poetas e investigadores académicos que conservan el acervo de toda la obra del escritor Hugo Foguet, novelista, poeta y cuentista, tan extraño como pionero. Luego de su muerte, en 1985, para muchos se hundió en el más ominoso de los anónimos, pero para los más cercanos sigue siendo el único escritor tucumano que en su imponente novela Pretérito perfecto –polifónica y dialógica– retrata los recovecos de lo que fue el “Tucumanazo” y el clan de la familia Navarro Sorensen, metáfora del poderío económico y político de la clase oligárquica azucarera que vio su esplendor a fines del XIX y principios del XX. Escritor tucumano por excelencia, supo abrazar el futuro desde su tierra, pero no haciendo referencia a una determinada categoría literaria sino más bien en la condición que desde su imaginario apenas logró abandonar su tierra. Toda su obra rechaza de inmediato el mote de “localista”. Foguet fue local en un sentido de insistencia, construido desde esa distancia objetiva que le dio su vida de marino mercante.

A mediados de este año, con el impulso de la Universidad Nacional de Tucumán, Ediciones del Dock, sumado a la gentileza de su sobrino, el poeta Javier Foguet e hijo, Fernando Foguet, se logró publicar la totalidad de su obra poética. Están incluidos aquellos poemas publicados en el diario provincial La Gaceta y el racimo de poemas que aparecen en Naufragios, publicado en forma póstuma y en el que están incluidos los poemas de Lecturas (1976) (Primer Premio Bienal Jaimes Freyre, Tucumán) y Los límites de la tierra: en el canal (1980), que recibió el segundo galardón de poesía del mismo certamen en 1981, cuyo jurado estuvo a cargo de los poetas Olga Orozco, Roberto Juarroz y Raúl Gustavo Aguirre.

Luego de leer a Foguet, recorrer San Miguel es dar con el mundo propio que creó, localizado en lo geográfico y móvil en el tiempo, que se continúa en sus novelas y cuentos. Poblado de personajes que volvemos a encontrar, una y otra vez, en diferentes momentos de sus vidas, como si las páginas de sus escritos fueran un mapa de la ciudad. Y el hecho de que fuera un escritor contemporáneo hace que ellos crecieran y envejecieran con nosotros, acompañándonos. “Cuando se publicó Pretérito..., todos nos buscábamos entre sus personajes”, cuenta entre risas, Inés Aráoz, su última mujer.

Aquí, en San Miguel, es fácil dar con la generosidad de sus amigos, familia y amores, porque volver a recordar a Foguet y pensar en que tal vez toda su obra se vuelva a editar es, como lo señala el significado de este verbo, “engendrar, dar la vida”. Además porque en esta recopilación de datos sobre su vida se logra fantasear con lo que hubiera pretendido sobre el futuro de su obra, ya que los recuerdos abren, desde la entonación apasionada de Inés Aráoz, una ventana para espiar un episodio inolvidable del pasado. Al contar cómo se conocieron en aquella reunión de poetas tucumanos y porteños, en el brillo de su mirada, flamea aquella joven mujer, y brilla aún más al relatar sobre la intimidad de los días vividos en su “Casa barco” donde aún reside.

“Hugo fue un escritor bastante escéptico. No hizo nada por sus escritos, decía que si algo era necesario, cristalizaba. Era muy observador, tenía una mirada fotográfica, con una mente impresionante. Loco por Mozart, escribía con frases extensas, respiraciones largas. Cuando nos conocimos yo recién terminaba de leer Pretérito perfecto y cuando la leí, encontré el Tucumán cosmopolita que yo veía, porque también es cierto que nunca le interesó que su escritura sea localista.”

La voz del poeta Arturo Alvarez Sosa, amigo y periodista, cuenta que Foguet fue un cuentista por excelencia. “No olvides que por el cuento ‘Playas’ fue premiado nada más y nada menos que por Jorge Luis Borges en el primer concurso internacional de cuentos organizado por el Círculo de Lectores.” Dicho cuento formó parte de la edición Cuentos de hoy mismo (1982). Póstumamente se publicó en Convergencia(1985), cuya gestión estuvo a cargo de Inés Aráoz y la edición fue hecha por Ada Korn. Sin embargo, su debut lo llevó a cabo en el diario provincial durante 1956 con el cuento “Fantasma”, entre otros. Al contrario de sus novelas, los cuentos están desprovistos de una contextualización clara y precisa, más bien responden a diferentes tonos. Ya lo ha dicho Pierre Reverdy (“la imagen poética se produce cuando se aproximan dos mundos”) y esto es lo que sucede con la escritura de Foguet: cuanto más extraños sean esos mundos, más rica será la imagen, pero nunca olvidando el arraigo en la tierra natal.

Se logra ver en sus escritos cómo fue capaz de romper los moldes tradicionales que en aquellos años se dieron entre los escritores del grupo norteño La Carpa. Fue con esta impronta como Foguet, en su novela Frente al mar de Timor (1976), relata las peripecias y la irrupción de una mujer, cronista porteña, en zona tucumana. Sus altibajos y asombros con los demás habitantes de San Miguel. Personajes que se destacan del resto por sus intereses y que Foguet los vuelve a nombrar en sus novelas. En cada uno de ellos se definen los diferentes discursos con respecto a una misma ciudad. El amor idealista generado por la distancia. Crónicas sobre calles y plazas tucumanas. El contraste de la mirada local con la extranjera. Los detalles del imponente cerro San Javier. Leyendas urbanas y la nostalgia del mar, que en el autor fue su residencia durante su vida de marino mercante. Desde su barco, vía telegrama, enviaba a su editor las correcciones. Porque todo escritor necesita, para poder seguir escribiendo, en algún momento dado, y en su propia medida, la destrucción de lo escrito. Toda utopía, como la que crea Foguet, satura la idea ilusoria hasta un extremo inconcebible. Pareciera ser que el pasado se añora en un imaginario ideal, el presente inscripto en la violencia y los grises, temples del cotidiano, y un futuro en busca del “mar de Timor, un espacio geográfico que, en esta novela, quedará en el imaginario de los personajes, ya que dicho lugar jamás será abordado.

Luego de la publicación de Frente al mar de Timor, donde ya hace referencia a los hechos sucedidos en el “Tucumanazo”, decide continuar dicha historia en Pretérito perfecto (1983), pero esta vez desde la alternancia del presente y el pasado. Como señala Juan José Hernández, esta última novela se organiza sobre tres núcleos narrativos: la reconstrucción histórica y subjetiva de Tucumán, las connotaciones políticas del presente de la escritura, donde se desarrollan los hechos del “Tucumanazo” y el espacio ecuménico del pensamiento, es decir, los personajes centrales, Maximiliano y Furcade son los principales voceros de los pensamientos del autor. En esta novela, el relato está contado por una serie de entrevistas que lleva a cabo Ramón Furcade a la anciana interlocutora de clase alta azucarera, Clara Matilde Páez Navarro Sorensen, en busca de un tiempo perdido, intentando reconstruir la historia de Tucumán, desde diferentes perspectivas.

En Pretérito perfecto, novela escrita en el trascurso de seis años, Foguet entra y sale de la periferia al centro, cargándolo todo de sentido. En agosto de 1972 aún resuenan los ecos del Mayo francés y hay zonas del libro que son relatadas como si estuviera localizada en las calles de París. El asombro del experimento narrativo se presenta como un desafío, exigiendo una participación realmente activa por parte de los lectores que deberán reconstruir este Tucumán como si fuera un rompecabezas.

Entre este puñado de personas que estudian y conservan su obra se encuentra Isabel Aráoz, licenciada en Letras, quien escribió un libro sobre la obra de Foguet (sin parentesco con Inés, la última mujer del escritor) y comenta que, para él, “la tradición literaria” pareciera ser todo aquello que se ha podido leer vorazmente. “Pretérito perfecto se desenvuelve como un catálogo, un gran artefacto literario y un archivo de la cultura. A partir de la nómina de autores y libros inventariados es posible analizar el campo literario local. Su pertenencia se define por medio de las posiciones y las tomas de posiciones que se dejan leer entre líneas: cada uno de los personajes discute apasionadamente cómo se debe escribir la literatura desde estas latitudes, con predilección del género de la novela y la poesía, frente a una herencia literaria que trasciende las fronteras nacionales o la región del Noroeste. La novela es un mapa de la ciudad, sus avenidas y calles principales, sus plazas, sus edificios emblemáticos, sus anécdotas entrelazadas, los personajes que la recorrieron en el pasado y que ahora caminan Furcade y varios de sus amigos. También las barricadas y los enfrentamientos. La ciudad se multiplica, además, desde la casa de los Navarro Sorensen hacia otros espacios interiores, otras casas, que unen sus historias privadas al tronco del clan, a través de sus antepasados. Una ciudad convertida en metáfora, que es diferente a la que escribieron Tomás Eloy Martínez, Elvira Orphée, Juan José Hernández o Eduardo Perrone.”

La fuerza con que una imagen literaria, o de la realidad, perdura en la conciencia individual y/o colectiva, es impredecible. El mismísimo Foguet proclamaba “la escritura como aventura. Pero entendamos: no se trata de las vicisitudes de un héroe sino de las vicisitudes del lenguaje. La escritura como aventura de la palabra”. Ya que la fuerza de ésta, si se quiere en la complejidad y en la consistencia de lo que fueron sus imágenes construidas, para muchos, desde hace treinta años, gira alrededor del corazón y la perpetuidad de su Tucumán natal.

martes, 24 de enero de 2012

El abogado del diablo (monólogo final)

John Milton: Vanidad es definitivamente mí pecado favorito. Kevin, es tan básico. Vanagloriarse, Tú propia droga natural creada. No es que no te importe Mary Ann. Es sólo que estabas un poquito más envuelto con otra persona. Tú mismo

Kevin Lomax Tienes razón, lo hice todo, la deje ir

John Milton: O no seas tan duro contigo. Tú querías algo más. Créeme

Kevin Lomax: La deje atrás y simplemente seguí caminando


John Milton: Tú no puedes seguir castigándote, Kevin. Es asombroso lo lejos que has llegado. Yo no lo hice fácil. No pude. No por ti. O por tu hermana

Kevin Lomax: ¿Que es lo que quieres de mí?

John Milton: Quiero que seas tu mismo. Tú sabes, te lo diré, chico. La Culpa es un bolso de putos ladrillos. Todo lo que tienes que hacer es ponerlos en el piso
Lomas: No puedo hacer eso

John Milton: ¿Para quién estas cargando todos esos ladrillo? ¿Dios? Bien, te contaré. Déjame darte una pequeña información interna respecto a Dios. A Dios le gusta mirar. Es un bromista. Piénsalo. Le da al hombre ¡Instintos! Él te da ese regalo extraordinario, y después qué es lo que Él hace, te juro por su propio entretenimiento, su propio chiste cósmico privado. El pone las reglas en oposición. Es el error de todos los tiempos. Mira, pero no toques. Toca, pero no pruebes! Prueba, pero no tragues. ¡Ahaha!. Y cuando estas saltando de un pie al otro, ¿qué es lo que está haciendo? Se esta putamente riendo. ¡Es un rígido! ¡Es un sádico! Es un ausente patrón. ¿Adorar esto? Nunca.

Kevin Lomax Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo, eso es?

John Milton: ¿Por qué no? Estoy aquí con la nariz en el suelo desde que todo comenzó. He estado nutriendo cada sensación por la cual el hombre ha sido inspirado. Me importa lo que el quiere y nunca lo he juzgado. ¿Por qué? Porque yo nunca lo he rechazado a pesar de todas sus imperfecciones. ¡Soy un fan del hombre! Soy un humanista. Podría ser el último humanista. ¿Quién con la mente correcta podría negar que el Siglo 20 fue enteramente mío? Todo, Kevin! ¡Todo! ¡Mío! ¡Estoy mirando! Es mí tiempo ahora. ¡Nuestro tiempo!

La prima cosa bella

La prima cosa bella (Italia/2010, hablada en italiano) / Dirección: Paolo Virzi / Guión: Francesco Bruni, Francesco Piccolo y Paola Virzi / Fotografía: Nicola Pecorini / Edición: Simone Manetti / Música: Carlo Virzi / Diseño de producción: Tonino Zeta / Elenco: Valerio Mastandrea, micaela Ramazzotti, Stegania Sandrelli, Claudia Pandolfi, Aurora Frasca, Giacomo Bibbiani / Distribuidora: CDI / Duración: 121 minutos / Calificación: Apta para mayores de 13 años
Nuestra calificación: Muy buena

La primera cosa bella es Anna, el maravilloso personaje que tanto le debe a la trivial, desorientada e ingenua Adriana que Antonio Pietrangeli pintó con mano maestra 45 años atrás en Yo la conocía bien y que fue una de las interpretaciones más brillantes de Stefania Sandrelli. Tenía que ser la actriz italiana en su radiante madurez quien la reconociera en esta Anna a la que ni los años ni las relaciones frustradas ni los conflictos que entorpecieron la relación con los hijos ni la enfermedad terminal que ahora la aqueja le han quitado la voluntad de vivir, de seguir sintiéndose joven o de preocuparse por la belleza, que fue su principal aliada; ni ha afectado la intensidad de su amor materno, entendido, claro, según su muy personal concepción. A diferencia de Adriana, Anna no se ha dejado vencer por la fatalidad. Secretaria, criada, extra, figurante sin éxito o simple protegida de alguno de sus muchos enamorados, ha atravesado con una sonrisa, bastante candidez y la mejor disponibilidad todas las desventuras de su vida, desde aquella noche playera en la que su coronación como la mamá más linda del verano (y la modesta, fugaz, popularidad que vino con ella) exacerbó los celos del marido policía, la dejó en la calle con sus dos hijos pequeños y la hizo tropezar con el prejuicio de una maliciosa comunidad provinciana. Espíritu libre, sólo procuró evitar sinsabores a sus criaturas, ser para ellos la mejor mamá del mundo. Quizá no lo consiguió (ahí está la amarga misantropía de Bruno, el mayor, para probarlo), pero lo mismo puede confiarles al final, después de recordar episodios y personajes del pasado y con una sonrisa cómplice: "Pero ¡cómo nos divertimos!".

Si Anna (la luminosa Micaela Ramazzotti cuando joven, la admirable Sandrelli en la época actual) es el personaje solar en torno del que giran los demás, el verdadero protagonista es Bruno, el adusto jovencito de otros tiempos, que la adoraba y la celaba en silencio, avergonzado como estaba por conductas que escandalizaban a los demás. De joven, emprendió la fuga. De la ciudad, yéndose a estudiar y trabajar en Milán; de su malestar existencial, recurriendo a la droga. Pero ahora la enfermedad de la madre lo reclama, y tras muchos titubeos cede a los reclamos de su hermana y vuelve, sólo para descubrir que el viaje lo llevará a revivir su pasado y hacer las paces con la familia y consigo mismo. A través de sus recuerdos se reconstruyen dos estaciones de la pasión de Anna: los duros años 70, cuando ella encuentra sucesivos protectores y debe luchar contra su ex marido por la tenencia de los chicos, y los 80, cuando el joven Bruno conoce secretos y verdades que acelerarán su partida.

El ir y venir en el tiempo mediante flashbacks afecta un poco la estructura narrativa, puede resultar abrumador (sobre todo en la primera mitad) y deja al descubierto que algunos tramos pudieron haberse reducido, o quizás evitado. Pero Virzi, que tiene presente el espíritu de la commedia all'italiana , logra la difícil convivencia entre el drama y el humor, entre ironía y melancolía. Su film está colmado de sentimiento, pero hábilmente despojado de sentimentalismos. Y en este logro, más allá de los aciertos del guión y de la fina sensibilidad del director, tienen mucho que ver los humanísimos personajes, es decir los actores, todos ellos magníficos. Cabe lo mismo destacar a Valerio Mastandrea, que traduce casi sin palabras el proceso interior que vive su Bruno; a la vital y seductora Micaela Ramazzotti, elección perfecta para el rol fundamental de la joven Anna, y a Sandrelli, que no necesita más que dos o tres miradas para resultar profundamente conmovedora.

La prima cosa bella está lejos de ser perfecto, pero es un film caro al corazón.
Nota de La Nación